En el caso de los prosistas, la mención de Jorge Riestra, Héctor Sebastianelli, Alberto Lagunas y Juan Martini es sin duda justiciera del mismo modo que lo es entre las narradoras consignar a Angélica Gorodischer, Ada Donato, Noemí Ulla y María Elvira Sagarsazu, como nombres, todos ellos, relevantes en el período, a través de una obra tan heterogénea como valiosa.
Autor de una reducida producción Jorge Riestra (1928) bien merece ser destacado como el narrador rosarino más importante del período 1960-2000, con una producción que, iniciada en los finales de la década del 50 con "El espantapájaros" (un ejercicio de clara influencia faulkneriana), iba a inclinarse en sus novelas y volúmenes de cuentos posteriores hacia un realismo basado en una personal utilización del lenguaje narrativo, en el acercamiento a los tonos de un estilo coloquial y en el protagonismo de los paisajes, sitios y personajes de una geografía reconocible: la de la ciudad. Y dentro de ella, el ámbito distintivo de los cafés y salones de billares, con sus códigos austeros, sus fidelidades y el entrecruzamiento de menudas historias, con sus esplendores y oquedades.
Esa temática constituiría el núcleo de su novela "Salón de billares", ganadora del concurso nacional organizado por Fabril Editora (1960), de "El taco de ébano" (1962) de algunos textos de "Principio y fin" (1966) y de "A vuelo de pájaro" (1976). Del mismo modo que se integrarían a ese mundo narrativo, la infancia, las relaciones afectivas y el entrañable paisaje de los barrios.
"El opus", publicada en 1986, que mereciera el importante Premio Nacional de Novela, iba a significar además de ese importante galardón literario, un hito en la obra de Riestra. Una a veces apabullante cantidad de alusiones culturales y literarias de todo tipo recorre el texto, que finge ser el diario del apócrifo escritor dinamarqués Isak Denisen. Luis Gregorich la definía: Novela a la vez experimental y realista, paródica y coloquial, popular y culta, El Opus es ante todo una Suma no teológica sino narrativa de un espacio y de una práctica. El espacio, concreto e imaginario, es el de la Argentina planteada como improvisación, margen del mundo, imposibilidad; la práctica es la del escritor instalado, dramáticamente, en ese espacio.
El crítico señala a "Adán Buenosayres" y "Rayuela" como parámetros necesarios para aludir a "la monumentalidad expresiva y a la audacia creadora" de la novela. En los pastiches y retazos de lenguajes callejeros, en la amorosa e irónica reconstrucción de los ámbitos urbanos (Rosario, Buenos Aires), en las pasiones de la lectura y la escritura que siempre ocupan el lugar de la Pasión, El Opus despliega el drama y la comedia del escritor argentino y del escritor en general poniendo en cada palabra la carga de riesgo y rigor que este hermoso oficio reclama, afirma Gregorich.
Sin la carga cultural que forma parte intrínseca de "El Opus" y con menor rigor en el trabajo con el lenguaje, Héctor A. Sebastianelli (1926-1998) debe ser recordado sin embargo por su aporte a una narrativa de carácter realista, estrechamente vinculada a la temática de los sectores más humildes y con una fuerte connotación política.
Esa tendencia al realismo, que se había explicitado en "La venta de la casona" (Premio Municipal Manuel Musto en 1986) se patentizaría aún más en "La rebelión de la basura" (1988), argumentalmente estructurad (al igual que en dos antecedentes valiosos como "Las colinas del hambre", de Rosa Wernicke y "Villa Miseria también es América", de Bernardo Verbitsky) sobre una lacerante realidad: la dejas villas miserias rosarinas y, en este caso, la de uno de los asentamientos más conocidos, el de "Villa Banana". En esos textos, muchas de las historias cotidianas de los hombres y mujeres de la villa son reflejadas en algunos casos priorizando la crítica de tipo político sobre la propia literatura. Sebastianelli, que también ejerciera el periodismo, reuniría asimismo en "Relatos imposibles" una serie de cuentos vinculados estrechamente a la ciudad y a su pasado cotidiano.
En el mismo período, publica también su obra Alberto Lagunas (1940), nacido en San Nicolás, pero radicado en Rosario desde su ingreso a la Universidad. Su obra es sin duda, la antítesis del realismo casi periodístico de Sebastianelli, ya que la misma se adscribe mayoritariamente en lo fantástico, con una cuidada escritura que estaba presente ya en su libro inicial "Los años de un día", publicado en 1967 por la recordada Biblioteca Constancio C. Vigil.
Similares cuidados estilísticos e igual dosis de imaginación serían notorios en "El refugio de los ángeles" (1973) tanto como en "La travesía" (1974), "Diario de un vidente" (1980)y "Fogatas de otoño" (1984), en los que su narrativa atraviesa más de una vez la línea que separa la literatura psicológica de la fantástica. Lagunas ha incursionad.asimismo en la poesía con "Cantos olvidados" (1999).
Narradores de temáticas disímiles, con diferencias generacionales que van desde Juan Carlos Lier, nacido en 1907 a Roberto Barcellona, de 1948, pueden asimismo consignarse por su obra entre 1960 y 2000; son los casos, entre otros, de Alberto Campazas (1922), con "Un hombre como tantos", de 1988; Osvaldo Seigermann (1930), con "La muerte de una dama", de 1961 y "Todo puede ser peor", de 1971; Ariel Bignami (1934), con-"El momento de la verdad, de 1964; y Rubens Bonifacio (1937), autor de "Chau Rodolfo" (1972) y "Paren el mundo" (1990).
Un párrafo especial merece Juan Carlos Martini (1944), que publicaría sus primeros libros, los iniciales "El último de los onas" (1969) y "Pequeños cazadores" (1972) y los posteriores "El agua en los pulmones" (1973) y "Losase-sinos las prefieren rubias" (1974), estos dos fuertemente vinculados a la novela policial, la llamada "novela negra", y "El cerco" (1977), en Rosario.
Su posterior radicación en España, entre 1975 y 1984 y su regreso al país ese ultimo año, en el que fija residencia en Buenos Aires, coincidirían con la aparición de su obra de madurez, que lo ha colocado en la actualidad entre los grandes narradores argentinos: "La vida entera" (1981), "El fantasma imperfecto" (1986), "La construcción del héroe" (1989), "El enigma de la realidad" (1991). "La máquina de escribir" (1996). Su última producción, firmada como Juan Martini, ha merecido reconocimientos elogiosos como los de Osvaldo Soriano: Una novela veleidosa y dura como el diamante y Héctor Bianciotti: Martini tiene el don de captar las sensaciones adormecidas que yacen en el fondo del cuerpo y del alma entremezclados; y de hacer remontar a la superficie los fantasmas y los deseos de perderse en un goce físico sin término, deseos próximos de aquellos que conducen al crimen o al suicidio, ambos juicios referidos a "La máquina de escribir".
Acerca de "La vida entera", que tiene a Rosario como su innominada protagonista, coincidirían en el elogio Juan Carlos Onetti: Es excelente ye! autor pertenece a esa raza, que considero no alejada de la extinción, de los que nacieron para novelar, y Julio Cortázar: ¿ Tienen razón quiénes siguen pretendiendo que la realidad sólo puede reflejarse en la literatura a través del realismo? Si nunca lo creí, hoy lo creo menos todavía, porque este libro es una de las traches de vie más intensas que un escritor argentino haya extraído de un sector mayoritario de nuestra realidad.
Manuel López de Tejada, por su parte, bien puede ser incluido entre los narradores de los 90 de mayores méritos, ya desde su libro inicial "Simulacro", que obtuviera el Premio Manuel Musto 1987. Con la publicación de"La mamama" y "La culpa del corrector" (1999), se afianzaría el positivo juicio de la crítica sobre su obra. Asimismo interesante es la aún escasa pero promisoria producción de Patricio Pron (1975), con sus libros iniciales "Hombres infames" (1997) y "Formas de morir" (1998), ambos premiados, que lo señalan como uno de los jóvenes escritores más personales de la última generación.
Ciudad de narradoras
La obra de Angélica Gorodischer (1928- 2022), más extensa que la de Riestra, ha merecido como la de éste un destacado reconocimiento crítico fuera de Rosario, aun con temáticas muy diferentes, ya perceptibles desde sus iniciales "Cuentos con soldados", de 1965 y "Las pelucas", tras los que comenzaría a ingresar en el territorio de lo fantástico a través de los marcos de la ciencia-ficción, ámbito de buena parte de su producción posterior: "Opus dos" (1967), "Bajo las jubeas en flor" (1975), "Casta luna electrónica" (1977), "Mala noche y parir hembra" (1983) y "Kampa Imperial" (1983). La realidad cotidiana ingresa a ese marco a través de la incorporación de la ciudad como protagonista de "Trafalgar" (1979) o de la ulterior "Las Repúblicas" (1991).
Gorodischer, cuya obra es conocida en Estados Unidos, adonde viaja regularmente para el dictado de conferencias, ha utilizado asimismo en sus textos, como un ingrediente adicional pero no por ello menos interesante, el humor y la ironía, siempre al servicio de la trama narrativa: Los periodistas se abalanzaron, los diplomáticos hicieron señas, disimuladas creían ellos, a los portadores de sillas de manos para que estuvieran listos para llevarlos a sus residencias en cuanto hubieran oído lo que ella tuviera que decir, los espías sacaron fotos con sus máquinas ocultas en los botones de la camisa o en las muelas del juicio, los viejos juntaron las manos, los hombres se llevaron los puños al corazón, los chicos saltaron, las jovencitas sonrieron.
También ha ingresado a su narrativa elementos y esquemas paradigmáticos de dos géneros durante mucho tiempo injustamente menospreciados por buena parte de la crítica como ocurriera con la ciencia-ficción: la novela policial y la novela de espionaje. A esas temáticas y a la etapa más reciente corresponden sus novelas "Jarrones de alabastro, alfombras de Bokhara" (1985) y "Jugo de mango" (1988). Esta ultima, apunta D'Anna, es "prácticamente una parábola política, formulada, sin embargo, de una manera muy diferente a lo que hubiere hecho un autor del compromiso".
También con un merecido reconocimiento nacional, Noemí Ulla (1933) se cuenta entre las narradoras rosarinas más valiosas aunque buena parte de.su obra se publicaría luego de su alejamiento de la ciudad y de su radicación en Buenos Aires. Sin embargo, su novela "Los que esperan el alba", premio de la Dirección Provincial de Cultura (1961) debe ser señalada como el primer intento de reflejar las expectativas y frustraciones de una generación, la suya, en una ciudad donde, en los 60, aún era posible la bohemia tanto como el compromiso ideológico, el estudio universitario y el ejercicio de la literatura.
"Tango, rebelión y nostalgia" (1968), un ensayo exhaustivo sobre la letrística del género, le permitiría la concreción de un ensayo valioso sobre la temática de aquél, desde los roles de la mujer a la guapeza machista y desde la sacralización del barrio a la mitología del arrabal. Con mucha similitud con su novela inicial, en la permanente indagación acerca de individuo y su entorno y la necesidad de participar comprometidamente en la modificación de la realidad, serían sus libros posteriores; "Urdimbre" (1981) y "Ciudades" (1983). "El ramito", de 1990, una novela breve, de límpida escritura y donde otra vez
Rosario es la escenografía del relato, iba a ratificar a Noemí Ulla como una narradora de altos valores. Paralelamente, desarrollaría una también reconocida tarea como crítica (es egresada de la Carrera de Letras de la entonces Universidad Nacional del Litoral, de Rosario), con trabajos sobre Silvina Ocampo, la revista "Nosotros" y otros.
Contemporánea estricta de la anterior, Ada Donato (1933) obtendría con su primer libro, "Eleonora que no llegaba" el inmediato interés de críticos y lectores, luego de que el mismo obtuviera el tradicional Premio Emecé de novela en 1964. La misma temática (personajes femeninos conflictuados por la relación familiar, los vínculos sentimentales, el compromiso, las diferencias sociales y culturales en la pareja, la sexualidad) estaría presente en "El olor de la gente" (1965) y "Cristina y la luna de agua" (1967), finalista del concurso de la Editorial Monte Avila, de Caracas (Venezuela), en tanto "El destiempo", de 1985, participa de buena parte de esos elementos, con apelaciones al devenir de los hechos políticos e históricos de esos años. La última de sus novelas (una cruel enfermedad interrumpiría su carrera literaria) sería "De cómo se amaron Salvador y la Celeste" (1989), que obtuvo otra valiosa distinción: el Premio Clarín-Aguilar, otorgado por Mario Benedetti, Enrique Molina, Augusto Roa Bastos y Héctor Tizón.
D'Anna escribe a propósito de la obra: Hay varios protagonistas en vez de uno solo, pero realismo y compromiso ya no son antagónicos: estos muchachos de barrio, que tendrán destinos tan opuestos como abogado, hombre de negocios, prostituta, músico ambulante, etc., hablan como estudiantes universitarios; corresponden más bien a la generación de la autora que a sus edades reales. Los jurados, por su parte, fundaron su elección de la obra por su nivel literario, su permanente interés narrativo y el retrato entrañable de sus personajes.
María Elvira Sagarsazu puede ser destacada, justicieramente, entre las narradoras más originales e interesantes de la década del 80, con un importante aval crítico fuera de Rosario, tal como ocurre también con algunos de los anteriores.
Sus tres novelas: "Lucía Soledad, la comandante" (1985), "El imposible reclamo de la eternidad" (1987) y "La conquista furtiva" (1991) no tienen, como en el caso de la mayoría de los nombrados antes, a la ciudad como escenario. D'Anna resalta en forma expresa esa circunstancia al señalar que resulta significativo comprobar que la narrativa influida por el realismo mágico que florecerá poco después, no busque lo urbano (local o general) como ámbito.
A Patricia Suárez, sus libros "La historia de Mr. Gallagher", "Mi gato y Mariel y yo" y "Namús", los tres de 1997, "Aparte del principio de la realidad" (1998), "Rata paseandera" (1998), y "La italiana y otros cuentos" (2000) la ubican sin duda entre las escritoras más personales de los 90. Sobre ella Diego Gándara afirmaría, en una de las tantas críticas positivas acerca de su obra, que ha obtenido además varios premios literarios: "Lejos de reconocerse como heredera de ese fenómeno editorial llamado literatura femenina, Patricia Suárez se ubica dentro de una tradición más literaria donde brillan escritroras como Djuna Barnes, Eudora Welty o Carson McCullers".
También del período son escritoras como Luján Carránza, con libros como "Pájaros de ceniza" (1966)0 "La bolsa de sal" (1968) entre otros; Carmelina de Castellanos; Alma Maritano; Susana Valenti, Gabriela Maiorano y Gloria Lenardón (1945), con su excelente y premiada novela "La reina mora".
La crítica y el ensayo
El comienzo de los 60 estaría signado, en lo que refiere a la crítica, el análisis literario, la investigación histórica y el ensayo, por la relevancia de la en- tonces Facultad de Filosofía y Letras, en la que dictarían cátedras (e incluso serían decanos de la misma, entre 1958 y 1966) dos intelectuales prestigiosos: el hoy respetado historiador Tulio Halperín Donghi y el crítico Adolfo Prieto (1928), a los que se sumaría, hasta el golpe de Onganía en 1966, una larga serie de relevantes profesores, algunos de ellos europeos, arribadós como consecuencia de la II Guerra Mundial.
Sería en la mencionada Facultad donde Prieto (integrante en los 50 del grupo que diera origen a la revista "Contorno", un hito en la cultura argentina) impulsaría la tarea del Instituto de Letras y la inmediata aparición del "Boletín de Literaturas Hispánicas" y de una serie de publicaciones. Tanto en uno como en las otras, publicarían sus primeros trabajos de investigación Aldo Oliva, Rosa Boldori y Marta Scrimaglio a la vez que pertenecerían a la misma generación críticas prestigiosas como Josefina Ludmer y María Teresa Gramuglio. En ese ámbito se gestarían además valiosos trabajos como "El tema de la inmigración en la literatura argentina", de Gladys Onega y se concretarían importantes y pioneras investigaciones como "Proyección del rosismo en la literatura argentina", dirigida por Prieto y publicada en 1960.
Desde su cátedra de Literatura Argentina, Prieto impulsaría además un importante interés por el estudio y análisis de la misma y de la literatura latinoamericana, a través de la presencia de profesores invitados como David Viñas, Angel Rama, Noé Jitrik e intelectuales como Eliseo Verán, León Rozitchner.
En Rosario publicaría Adolfo Prieto "Literatura argentina y subdesarrollo" (1968), al que antecederían "La literatura autobiográfica argentina" (1962), y "Antología de Boedoy Florida" (1964). En 1974, para la Editorial Biblioteca, dirigiría la recordada colección "Conocimiento de la Argentina", prologando "Prosas y oratoria parlamentaria", de José Hernández, "Las multitudes argentinas", de Ramos Mejía y dos recopilaciones: "Los años de la emancipación política" y "Las guerras civiles. El rosismo", con una antología de textos de protagonistas de la historia argentina como Vieytes, Castelli, Lamadríd, Paz, Ferré, Iriarte y otros.
Prieto se radicó en Estados Unidos en la década del 70, para dictar cátedras en universidades de dicho país, regresando a Rosario en los 90 cuando a sus iniciales trabajos "Borges y la nueva generación" (1954), "Sociología del público argentino" (1956), y a los mencionados precedentemente había sumado otros, exponiendo siempre la clara comprensión de textos, autores y momentos históricos, la honestidad intelectual y el rigor crítico que lo califican como uno de los nombres insoslayables de la cultura argentina, a despecho de su proverbial humildad.
En el mismo ámbito iniciaría su reconocida trayectoria crítica Nicolás Rosa (1939), desde "Crítica y significación" (1970) y algunos trabajos sobre poetas rosarinos como Héctor Píccoli, a libros como "Los fulgores del simulacro" (1987), "El arte del olvido" (1990), "Artefacto" (1992), "La lengua del ausente" (1997) o "Políticas de la crítica" (1999). Rosa ha sido y es docente de la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR y un permanente generador de nuevas investigaciones desde la misma.
También estarían estrechamente vinculados a esa casa de estudios varios de los críticos del período: entre otros, Eugenio Castelli (1931), desde el inicial "Tres planos de la expresión literaria latinoamericana" (1967); Edelweiss Serra (1923); y los vigentes Inés Santa Cruz y Roberto Retamoso.
De ese modo, entre 1960 y el final del siglo XX, Rosario consolidó, en el ámbito de las letras, un protagonismo que ha excedido sus propios límites, más allá de los períodos autoritarios, las estrecheces económicas y la falta de apoyos permanentes a la tarea intelectual o a lainvestigación. En esos 40 años, muchos de los nombres citados ganarían prestigio y reconocimiento nacional, obtendrían valiosas distinciones y ejercerían influencia positiva sobre las nuevas generaciones; la poesía rosarina sería valorada y estudiada y la ciudad concretaría un festival anual de poesía que convoca a auditorios insospechadamente nutridos y a figuras relevantes del país y de otros países. No es un balance menor.
Fuente: Extraído de la Revista del diario La Capital “ La Vida Continua “ ( 1960-2000)