martes, 10 de agosto de 2021

 

Por Osvaldo Agüirre



"Me parece que fuera ayer, no más, cuando mi padre me traía de la mano para ver el edificio más alto de Rosario: la Bola de Nieve". Alejandro Marrone (68, 3 hijos) se arrebuja la solapa de un gastado sobretodo mientras confiesa a BOOM por qué ocupa invariablemente desde hace siete años el mismo banco de la plaza 25 de Mayo. Paralelamente, evoca con nostalgia los principios de siglo de un Rosario que pugnaba por despertar al progreso. Como Marrone, el céntrico paseo alberga a impertérritos personajes —preferentemente rescatados de la rama pasiva— que lo caracterizan y diferencian netamente de otras plazas de la ciudad. Tal vez su cercanía con el máximo inmueble público (la Municipalidad), con el ajetreo diario del Correo y el mismo tránsito poco menos que obligatorio hacia y desde el Monumento a la Bandera proporcionan a la plaza una fisonomía muy particular. BOOM trató de detectar algunos de esos atributos distintivos.

El jubilado Marrone transcurre tres horas por día, durante la mañana, sobre el tramo que da a calle Córdoba. No le hastía la fachada monumental pero ya arcaica del Correo. "Mi espectáculo es la gente —asegura—; eso me basta para tirar un rato, distraerme y hacer tiempo hasta tanto la patrona me prepare la comida". A Eduardo Blanc Bloquel, en cambio, no lo moviliza a esta práctica habitual la espera gastronómica, entre otras cosas porque visita la plaza a primera hora de la tarde. Pudo y debió ser un aristócrata: "Frecuento esta plaza porque aquí viene solamente gente de cierta alcurnia, es decir, de clase media para arriba —afirma con notorio orgullo—; no hay mucho bochinche. Vengo incluso los feriados". Blanc Bloquel es un jubilado empresario de 67 años, soltero, y cumple el rito de encaminar empecinadamente sus pasos hacia la plaza desde hace tres años; vive en Buenos Aires al 1200.

Cuando los años pesan En realidad, la mayoría de los jubilados que transcurren sus ocios en la arbolada manzana situada entre calles Córdoba, Buenos Aires, Santa Fe y Laprida se domicilian cerca. "Los años no dan para caminar mucho —acepta Gloria M. de Ferradaz (11, soltéra)—; yo vengo porque vivo aquí nomás. Para ¡ni la plaza es como cualquier otra. Soy pobre, ¿adónde voy a ir?", se resigna. Doña Gloria es una viejita achacosa, de luto riguroso y raído. Se ha hecho de una amiga, Petrona Fernández de Solari (viuda, 70, sin hijos) y con ella comparte el solcito matutino en uno de los bancos que rodean al grupo escultórico central del paseo. El tenía básico de conversación es el problema de la vivienda. Ambas viven én pensiones de la zona de Rioja y 25 de Diciembre y se quejan amargamente de los pocos pesos que les restan a fin de mes para parar la olla.

Idénticos problemas soportan estoicamente los cuatro "locatarios" de un banco que equidista de Ja comuna yde la catedral, ubicado por supuesto sobre dalle Buenos Aires. Comanda el grupo Francisco Marchante (67, 3 hijos) mayordomo de Obras Sanitarias de la Nación, y es lógico  que accede aproporcionamos el nombre: los demás se niegan, temerosos tal vez de que tras el reportero se oculte alguno de los aprovechados pobladores de la fauna placera que el cuarteto se apresura a calificar de mangueros. "Vienen a menudo —explican—, con el pretexto de sacar fotos o alguna otra variante del pechazo".

Las cuitas financieras parecen ser el común denominador. Para Juan Razzoni (77, 3 hijos), jubilado de la Caja de Trabajadores Independientes, su concurrencia a la plaza 25 de Mayo tiene una motivación inevitable: "Venimos aquí porque no nos cobran impuestos. La plaza es uno de los pocos lugares donde el fisco no se aprovecha. Además, con 10.000 pesos por mes, tenemos que conformarnos con esto". Razzoni coincide con su "colega" Blanc Bloquel en que —al margen del detalle pecuniario y forzoso— la plaza es la más distinguida de Rosario, "sólo para gente bien". Un somero rastreo histórico, apuntado por un memorioso rosarino, estaría fundamentando la referencia de abolengo. En efecto, en torno a la estratégica plaza descollaron otrora apellidos como Estévez, Tiscornia, Uranga, Del Mármol, González del Cerro, Rouillón, Arijón, etcétera, familias afincadas tangencialmente al paseo y muchas de las cuales contribuyeron al despegue económico de la ciudad.

Los alegres altos 10 También la plaza prodigó otras pautas para el buen pasar de los habitantes de antaño. Fueron famosas las retretas de la banda del Ejército, que promovían la presencia de mucha gente de barrio en eufóricos atardeceres de los años 10. El Regimiento 11 de Infantería ocupaba el predio del actual Correo y lo propio había hecho antes la Policía de Rosario. El nostalgioso informante evoca risueño el abrupto final de una de esas tardecitas de acordes militares, cuando un grupo de patoteros decidió atemperar los efectos del calor desnudándose y metiéndose con total despajo en la fuente que da sobre calle Laprida... Lejos estaba Ja función elemental y necesaria aportada un siglo antes por la plaza: cortada en diagonal por una calle, era el tránsito obligado de los carretones de carga provenientes de Buenos Aires, y que iban a estacionarse —se diría hoy— sobre la bajada Sargento Cabral. No existían en aquel entonces, por supuesto, los problemas del atiborramiento de vehículos que movilizan en 1969 a un pequeño ejército de cuidadores de autos, celosos de su empresa como el más conspicuo ejecutivo.

Quejoso, Angel Allende (73 años) se indigna cuando observa un sector —en calle Laprida—semidespoblado de automotores. "La culpa la tiene esa maldita ordenanza que prohibió el estancionamiento sobre Laprida; ahora el rebusque sólo está permitido sábados, domingos y feriados". En la cuadra de calle Santa Fe, el recurso de los hombres de guardapolvo gris tiene una variante, no mucho más rendidora: sólo a la tarde, de lunes a viernes, porque 'a la mañana estacionan los coches oficiales. En calle Buenos Aires el trámite está totalmente vedado, todos los días. "Aunque solemos hacer buenas propinas por la noche, frente a la Catedral, en ocasión de algún casamiento importante", se reconforta Allende.

La siesta de un fauno. Otros personajes típicos despuntan la jornada en la plaza. Hay quien apura una siestita de media hora, invariablemente en el primer banco de Laprida y Santa Fe, por Laprida. Se sienta, se duerme en el acto, se despierta y se va, tras el aleteo vivificante de alguna minifalda. Samuel Heraldo Romano (31), estudiante de medicina, suele frecuentar uno de los bancos centrales, fatigando las páginas de Elwin. "Vengo siempre, aunque no todos los días —puntualiza—, y sobre todo en vísperas de exámenes. En la pensión, .de Rioja al 900, somos muchos y todos seguimos distintas carreras". Romano confiesa que al principio iba al Parque de la Bandera, "pero luego las parejitas empezaron a copar desde temprano los mejores bancos". En cambio, las parejas de la plaza 25 de Mayo son inconstantes: celosamente vigiladas por el placero, no tardan en ahuecar el ala en busca de horizontes más propicios. El placero mismo es un hombre extremadamente esquivo, enemigo del diálogo ymás aún de los fotógrafos. BÓQM debió desistir tempranamente del intento de interrogar al personaje clave de la plaza, al parecer sólo preocupado por no perderse el saludo del diligente funcionario municipal que en esos momentos, portafolio en mano, dirige sus pasos hacia el Palacio de los Leones.

Y en realidad un alto porcentaje de transeúntes tiene que ver con el ajetreo burocrático y en orden idéntico, con las más prosaicais actividades postales. El resto se limita a aprovechar el atajo a la Catedral, o al simple ejercicio funcional y locomotivo. Pese a esto último, patrimonio pedestre de cualquier plaza que se precie, la 25 de Mayo sigue ostentando sus atributos exclusivos, al margen de lo puramente edilicio.

Niños y el status. Es, en consecuencia, una plaza para adultos, quienes cuentan además con la complicidad de los canteros, demasiado pequeños para permitir las ansias expansivas de los niños. No obstante, diariamente una veintena de chicos, del Jardín de Infantes de la Liga de Madres de la Catedral, se ingenian para hacerse espacio. Generalmente las correrías acaban con serias peladuras de rodillas tras los revolcones en las baldosas. Niñeras hay también que, en tanto se angustian golosamente con el fotonovelón de turno, no pierden pisada al diablito de jumper o al cochecito cromado: el status de las familias de la zona puede medirse perfectamente por la carrocería del minúsculo facer o por la calidad de la vestimenta que le ponen al niño para qúe la destroce.

Pibes y ancianos cierran el circulo del rodar cotidiano, emparentándose —cronologías aparte— en la inocencia de unos y en la previsible chochera de los otros: la plaza los reencuentra a fuerza de puro sol y bancos casi vitalicios.

Fuente: Extraído del Libro “ BOON la revista de Rosario” - Antología . La Chicago Editora. 2013.