Por Osvaldo Agüirre
Justamente hace quince años, cuando abandonó Rosario, Alberto Olmedo no supuso que estaba llamado a ser un acontecimiento sin precedentes en el trajinado escenario de la comicidad argentina. Menos am, que inauguraría en él un estilo de una originalidad sin precedentes una escuela que hasta el momento no admite seguidores ni imitadores. Su llegada a Buenos Aires se produjo con un cargamento nada alentador: amargas experiencias, pero con una inquebrantable decisión, que los años no desmintieron: la de transitar por ese puente que une la mínima labor dentro de un teatro con el detonante poder actuar sobre las tablas".
Olmedo —flamante ganador de un Martín Fierro: 'Me causó alegría aunque lo esperaba", fue su comentario— tiene en sí la vivencia de lo que hoy puede calificar abiertamente como su imagen inalterable: el teatro La Comedia. "No creo que haya otro teatro —confesó a BOOM con una inusual mirada melancólica— que tenga mejor imagen: en él aprendí a aplaudir, a acomodar a la gente en sus butacas y a limpiar. Y en él —reconoce. encontré a mi maestro, don Salvador Naón, alias Chita, quien me enseñó a hacer comicidad en el Centro Asturiano".
Una entrevista con el animador de la celebrada Operación ja ja se aparta de todos los Cánones existentes en la materia, para convertirse en algo así como un ir y venir ene la tristeza y la Curiosidad, entre la expectativa y una profunda humanidad. Esa gran diferencia visible entre SU pasado y su presente, esa especie de reversión en la rueda las no le han dado ni orij0 ni actitudes extemporáneas: por el contrario, alimentaron raíces de una batalla:gran responsabilidad frente a la vida, con cierto tono de perpetua "Prefiero — confirma— ser un mal padre a que mis hijos pasen hambre". Eso explica, igualmente su depresión ante "la imagen del hambre, de un chico pobre o un perro flaco.
Pero esa particular forma de ser nació, acaso, cuando sus pasos casi adolescentes desandaron muchas veces el camino que lo llevaba a la escuela Almafuerte, donde terminó sus estudios primarios. Pero ese mismo ir y venir por la entonces arbolada calle Salta, esas piruetas de chico, eran tan sólo eso. Tal vez rió y jugó menos que otros, tal vez escondió detrás de la sonrisa constante el dolor de las diferencias que después conoció como tales, ytal vez maduró, sin sentirlo, el valor artístico que más tarde iba a confirmar, en él, el pensamiento de Hebbel: "el verdadero y profundo humor juega con las insuficiencias de las más altas cosas humanas".
Hoy, para Olmedo, la comicidad es un oficio. Tanto se adentró en ella que nada podría hacer con más facilidad y menores resistencias. 'De chico siempre fui gracioso —recordó el cómico— sin pensar que lo iba a ser cuando fuera grande" .Y recuerda, con una sonrisa, orígenes también inusuales: 'Detecté el cómico que habita en mí en el estadio de la Universidad de Chile, viendo volar una mosca. Entonces integraba —comienza a memorar despaciosamente— un trío de acróbatas de Newell's Old Boys, aunque era y sigo siendo —se apresura a aclarar— hincha de Rosario Central, Rescaté ese cómico, esencialmente yo, cuando festejábamos el 31 de diciembre de 1956, en el entonces incipiente Canal 7.Yo era nada más que un técnico y empecé a decir tonteras para interrumpir un alboroto que pintaba serio". Ese fue el principio de su éxito, porque en la misma fiestahabía ejecutivos del canal. De allí en más, Alberto Olmedo cambió de identidad, se convirtió desde entonces en el Capitán Piluso y, últimamente en Rucucú o Ruqueta.
El hombrecito de bigotes, galera y levita, conversó con BOOM en los estudios de Canal 9 mientras se grababa una de las emisiones de El botón. Es una experiencia nueva observarlo durante las pausas de la grabación; Olmedo va y viene, palmea a compañeros manteniendo una expresión seria. Porque es, y en parte lo confirma, naturalmente introvertido, Pero de pronto afloran los gestos, inventa la comicidad, nace el chiste, mientras el escenario sigue bajo la tiranía de 'las cámaras. Olmedo produce cualquier expresión cómica como movido por el impulso de un velocísimo resorte, sin dar tiempo al pasaje entre la normalidad y la comicidad, sin generar ningún tipo de espera en el espectador. Lejos de todo eso, quienes lo observan enfrentan una secuencia inesperada: su aire concentrado, sus gestos y palabras cómicas y después, las casi reprimidas carcajadas de sus compañeros que, forzosamente, deben respetar en alguna medida la grabación.
Pero, ¿cómo nació Rucucú? "Así llamé ami hijo, que ahora tiene diez meses - revela— desde el primer día que estuvo en la cuna". Sin embargo, el difícil mundo de los adultos también contiene para él visos diferentes: "Pureza, espontaneidad y sentimiento a través de la lente salican el lenguaje directo que constitiye mi labor. Ahora, la comicidad —agrega— es para mi un oficio, pero no hay duda que he aprendido a divertirme como loco mientras trabajo".Y de ese mundo, su mundo cotidiano, va extrayendo incesantemente su compromiso frente a la vida. El compromiso que siente un casi muchacho (34 años) que sabe dar, sin tregua, las imágenes sucesivas de la diversión, el talento o la melancolía: "Yo acuso siempre ese compromiso —agrega el laureado actor— sintiéndome responsable directo de cuanto me rodea".
Más adelante sintetizó en algunas expresiones tan concisas como convencidas, él sí, de su verdad: "La vida tiene mucha poesía", "la mitad de las veces, callo lo que siento", "la autenticidad es la raíz y el símbolo de la realidad". Por ultimo, las confesiones: "Trabajando —puntualizó— soy naturalmente auténtico". Y los odios y amores: detesta las imitaciones y confiesa virtual admiración por Charles Chaplin.
Sin embargo, el tráfago de las cámaras y escenarios no le oculta sus mayores elecciones: su casa, con sus cuatro hijos (lO, 7, 6 años y 10 meses el menor) representa para Olmedo limitad de la vida que comparte con un trabajo elegido por vocación. Y determina, sin dramatismos: "Por mi familia daría mi vida. Por mi trabajo, no". Otro hogar, el perteneciente a aquello que la astrología menciona como "las casas del cielo", lo sitúa en Virgo, pues nació un 24 de agosto: "Creo un poco en la astrología", confiesa sin reserva. Cree impulsado tal vez por ese continuo contraste de luces y sombras, que descubrió en su vida, después que "la magia de un mundo que me resulta cada día más atractivo: el de la televisión", lo convirtió en una marioneta humana poco común en la difícil corriente de la buena y sana comicidad.
Nunca volveré a sentir —asevera el flamante laureado— una emoción tan grande como la que experimenté cuando por primera vez entré en un estudio de televisión, en momentos en que no conocía un aparato transmisor". Después, la sorpresa, el mundo de la técnica televisiva, hasta culminar en la interpretación artística. No es dificil comprender, entonces, que el contacto con los demás alimente su ductilidad cómica; por ello recalca: "Siempre prefiero trabajar en equipo". Esa modalidad deja en descubierto sin embargo un rasgo infrecuente en su medio: "No me impactan las actitudes competitivas —declaró—; al contrario: me hacen comprender que no valgo tanto". Y retorna, en la charla, a su casa terrestre: "Vivo feliz, descanso, leo", ¿Y qué lee Olmedo? "Los diarios. Y empiezo por política internacional, porque siempre viene al frente. En los días de descanso, en cambio, paseo con los chicos".
Yo los espero en la esquina Mitre y cortada Ricardone de Rosario: una esquina que encierra para Olmedo el valor incalculable del recuerdo. "Sigue siendo mi esquina - confirma— aunque sea diferente. Antes había un viejo bar, que ya no existe. ¡Si habré pasado frío! ¿Cuándo comía? Bueno —admite—, ¿para qué recordar? Sin embargo no es fácil detenerse cuando la memoria comienza a hurgar en la vigilia de los años: "Siempre que voy a Rosario paro en un hotel que queda a dos cuadras de esa esquina. Rosario significa para mí el teatro La Comedia, mi familia, los amigos". Olmedo no los olvida, por el contrario: 'Son muchos y quisiera nombrarlos a través de BOOM —pidió especialmente—: Reyes, Martinez, Barcia, Bención, 'fui, José, Lianza", y agrega, casi ocultando el rostro: "Y algún cariño olvidado..."
La autenticidad, el arte y el juego de las circunstancias abrieron los ojos de los múltiples rostros de Rucucú. Mientras el juego de sus manos, de sus rostros y la simplicidad de sus palabras descorren el velo de la popularidad para dejar en descubierto un alma de niño sufriente. Olmedo es, además, un hombre que como artista no usa el frecuente y recurrido slogan de "me siento realizado". Por el contrario, confiesa humildemente: "Recién empiezo".
Olmedo produce cualquier expresión cómica como movido por el impulso de un velocísimo resorte, sin dar tiempo al pasaje entre la normalidad y la comicidad, sin generar ningún tipo de espera en el espectador.
Fuente: Extraído del Libro “ BOON la revista de Rosario” - Antología . La Chicago Editora. 2013.
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