lunes, 24 de mayo de 2021

El hipódromo o el submundo del turf rosarino

 



Por Osvaldo Agüirre




Mire, viejo. Sino fuera por la coima nosotros no podríamos hacer nada. Por cada uno de nosotros que se enriquece, se enriquecen tres o cuatro funcionarios de la policía". La comprometida opinión pertenece a uno de los diez banqueros más fuertes de la plaza rosarina, rica como pocas en el interior en el juego clandestino de las carreras de caballos. El ciudadano común —no así la mayoría de los carreristas— desconoce el tremendo capital que se moviliza secretamente durante los días de reunión en el Hipódromo Independencia: en determinadas carreras oficiales (las de pur sangs) el monto de lo que se juega a través de los pasadores o levantadores duplica largamente lo jugado en ventanillas. Más aún, según deslizó a BOOM un levantador, en lo que respecta a Palermo, San Isidro y la Plata, en Rosario se juega más por el tubo que por la vía directa del boleto.

Los misterios del teléfono Una intrincada maraña telefónica provee a la banca los más increíbles subterfugios informativos. No hace mucho, la Policía Federal, en un allanamiento a la casa de un conocido capitalista rosarino, descubrió cuatro teléfonos, entre ellos uno directamente conectado a Buenos Aires: la circunstancia costó el puesto a un alto empleado de Entel. Y mucho tiene que ver con "el servicio" la anuencia de empleados telefónicos. En la jerga del turf, todo el mundo sabe de qué se trata La matraca, sistema que opera en Buenos Aires a cambio de una crecida suma de dinero. La matraca —a la que se adscriben solo contados banqueros de juego prohibido, un poco por onerosas razones, consiste en un número de teléfono (generalmente el de una empresa que no trabaja en días feriados), que varía de reunión en reunión, aunque también puede repetirse: quien está en el secreto y por supuesto, abonado al servicio clandestino, disca y entra automáticamente en la línea. Es decir, que no hay interlocución, pero la información es captada. ¿Qué información es la que recibe el capitalista? Al margen de la obvia llamada del levantador para pasar la jugada, el banquero necesita estar al segundo con la largada y llegada de cada carrera. El famoso marcador puesto ha causado estragos en la banca y un anecdotario frondoso nutre el enorme panel de avivadas. Normalmente, las carreras, a medida que avanza el programa, se van retrasando unos minutos; en oportunidad de grandes clásicos, la demora es extensa: hasta una hora o más. Sin embargo, a veces ocurre que no (y ya se entra en el terreno de los grandes misterios" del turf). Las carreras se corren a horario y suele acontecer que, en la clandestinidad, se juega al caballo ya ganador. En consecuencia, el capitalista debe saber si la carrera se ha corrido o no: de ello depende la aceptación de la jugada. Ese es uno de los servicios invalorables que presta el teléfono. La prevención no es exagerada, si se tiene en cuenta que ha habido oportunidades en que una carrera se ha largado antes de lo que indica el programa...

Los periodistas tramposos ¿De dónde proviene la apetecida información? Varios son, en realidad, los conductos por los que se filtra el marcador. Pero a nadie, dentro de este submuxido, es ajena la actividad que se presta desde ciertos palcos de periodistas. En La Plata, por ejemplo, hace un tiempo la policía puso en evidencia todo un aparato clandestino al servicio de la banca prohibida, desplegado desde el palco de los cronistas de turf. A través del conmutador del hipódromo, los únicos habilitados para recibir la información del desarrollo de la reunión son los diarios, radios y çorresponsalías. La comunicación es instantánea, y habitualmente el periodista acreditado en el palco por el medio informativo puede, incluso, relatar por teléfono el desarrollo de una carrera. Eso es legal. La trenza, sin embargo, comienza a desatarse desde el diario o lo que sea. El periodista, confabulado con uno o varios banqueros, recibe en el diario (por ejemplo) la información directa desde el hipódromo y la repite literalmente ante una serie de tubos descolgados: del otro lado del tubo, expectantes, los capitalistas o sus empleados toman nota del resultado y el sport de la carrera. Ya tienen la información. Puede suceder que el periodista no posea más que un teléfono; su habilidad, empero, le basta para que en instantes nada más se comunique con toda la banca.

Hay otras variantes informativas", claro está. En realidad, desde que se implantó el teléfono medido, el asunto se hace más problemático para los empleados telefónicos que se favorecen con la coima, no así para los capitalistas, beneficiados posiblemente en cuanto a la celeridad para recabar los datos de Buenos Aires. Consecuentemente, la labor de aquellos periodistas tocados decreció, sino en importancia, en magnitud: antes tenían poco menos que la hegemonía de la información metropolitana. En cambio, donde no hay enlace por coaxil —como en el caso de Córdoba— los telefonistas conchabados por la banca siguen haciendo su agosto, sobre la base de instantáneas comunicaciones, sin demora alguna.


Los gratos favores de la banca S. V, levantador, se justifica: "Aquel que tenga un dedo de frente no puede dudar un momento si se le plantea la disyuntiva de jugar en ventanillas o por el tubo. El Hipódromo Independencia descuenta el 5 por ciento sobre el sport de cada caballo: si correspondía pagar 4 pesos por boleto te paga 3,80 y el banquero, con la comisión que nos pasa, te está descontando sobre el valor del boleto". En efecto: el capitalista hace un descuento que oscila entre el 7 y el 10 por ciento; el boleto, en lugar de 2 pesos, "sale" entre 1,80 y 1,85. S.V redondea su concepto: "Además del descuento que nos hace el banquero, y que generalmente derivamos a nuestros clientes, a fin de año recibimos una especie de aguinaldo, una habilitación, de acuerdo a las utilidades del negocio y a nuestra consecuencia anual". Sabido es que la banca clandestina lleva una rirosa contabilidad, muy pocas veces secuestrada por la policía en razón del celo con que se la oculta. Pero ha habido casos en que tales contabilidades excedían, incluso, los guarismos de empresas de cierta importancia.

Sin embargo, no todos son favores para el que juega al margen de la ley. Los hipódromos de Palermo y San Isidro son tradicionalmente los más puros'. Los enigmáticos batacazos se dan, sugestivamente, con menor asiduidad que en La Plata y en Rosario. Por lo tanto, el banquero, hombre prevenido como pocos, ha establecido lo que en la jerga turflstica se denomina la máxima. Por más sport que pague un caballo, el capitalista abonará al cliente un tope: 25 pesos a ganador en las carreras oficiales y 10 en las cuadreras (las de mestizos) de Rosario; 30 y 10 ganador y placé en las carreras de Palermo y San Isidro y 25 y 10 en las de La Plata. Siempre, por supuesto, que el sport sobrepase esas cifras. "Es la mejor manera de cubrirse de los bombos", puntualiza S.V


¿Por qué no ganó ese caballo? Cuando un caballo va a] bombo, no obstante, pagan las consecuencias tanto adentro como afuera del hipódromo. Es publico y notorio que muchos caballos pertenecen a elementos vinculados al juego prohibido, y de ahí que las sorpresas se suceden con regularidad. Un tremendo andamiaje se teje en tomo a aquellos caballos que jamás —ni por performance ni por estampa— podrían ganar y que, sin embargo, ganan, abonando crecidas sumas, en tanto los favoritos defeccionan llamativamente. Hay muchas formas de mandar al bombo: desde la descarada injerencia directa del jockey, pasando por el doping, hasta las casi cibernéticas tramoyas montadas por la onda. Estar en la onda es la clave. A menudo, en el Independencia la voz es que tal caballo va al bombo y entonces todo es una corrida desesperada a cambiar boletos. El ventanillero no puede devolver el dinero, pero sí vender los devueltos a otro, en tanto el que está en la onda espera. Si la operación no camina, se los tiene que llevar, de cualquier forma. Esto es legal, como la reventa de vales de la apuesta triple, mejor cotizados que los boletos comunes.

Otro recurso original es cargar la boleteada a un caballo que va al bombo. De esa manera se eleva la cotización del que, en definitiva, será el ganador y que, en vez de pagar, por ejemplo, 3 pesos, da un sport de cuatro cifras. Afuera, es decir jugando al capitalista clandestino, se habrá hecho el negocio, cobrando una exorbitancia con un caballo a todas luces candidato. El banquero que opera dentro del hipódromo (son numerosísimos) dispone de otros resortes. Si se le han jugado, por ejemplo, quince mil boletos a un solo caballo, o bien sale del hipódromo y, por teléfono, descarga la jugada entre varios colegas (algunos aguardan en automóviles) o juega directamente en las ventanillas, con lo que logra disminuir el sport y se cubre de riesgos. En Rosario, pese a todo, no se da el caso de banqueros trabajando con total desparpajo frente mismo a las ventanillas, como ocurre en la agencia del Jockey Club en Mar del Plata. Sí se ve, bastante seguido, apostar en ocasión de bandera verde, o sea cuando el fallo se demora. Estratégicos observadores —y a veces funcionarios mismos del hipódromo—, por su colocación junto al disco, saben positivamente quién ganó. Una señal convenida basta para que el cómplice haga su jugada, a no errar. Hay veces en que el dato se filtra desde más adentro, donde se revela la película.


Jugar sin ver las carreras Se calcula que fuera del hipódromo hay un pasador por manzana. La actividad se concentra en boliches harto conocidos —como el de avenida Pellegrini y Corrientes— o bares un tanto aristocráticos —como el de San Martín y San Lorenzo—. Las sucesivas redadas policiales, sin embargo, han desplazado el negocio a pequeños clubes de barrio. Tanto en unos como en otros, es dable ver en días de carreras a un alto porcentaje de parroquianos analizando concienzudamente La fija, La Palermo, La chance, La media cabeza o las páginas turfisticas de los diarios; evolucionando en torno a ellos, los levantadores o directamente los banqueros. De estos últimos, no todos: los más conspicuos se manejan en la intimidad de sus bien montados reductos, con máquinas calculadoras y el arsenal ad hoc: planillas, planillas y planillas. Se les conoce por el apodo, por motivos obvios. El más enigmático es El Catorce, aunque el enigma se devela cuando alguien conña a BOOM el origen del mote: 14 es la cifra con que termina uno de sus teléfonos. Otro, Cementerio, ya retirado, famoso por una presunta aventura en pleno camposanto y por una suerte de atalaya erigida en una finca de calle Ovidio Lagos, desde donde escudriñaba con prismáticos el desarrollo de las carreras. Pero ellos también se sustraen temporariamente del bar o del reducto, cuando en ocasión de feriados absolutos en Rosario, como el 10 de mayo, trasladan su equipo, por ejemplo a Venado Tuerto: van atrás de los puntos (los jugadores), sencillamente. La salida, desgraciadamente para ellos, suele acabar en mejicaneada (asalto entre hampones).

Policías auténticos y no En un café de Rioja entre Maipú y San Martín el banquero H. R. E cuenta a BOOM algo de los entretelones de la venalidad policial. Hay tarifas: "Los domingos, o en días de reunión extraordinaria, la coima es más elevada. Puede hacerse un promedio de lo que nos saca la policía a cada capitalista por reunión: 50.000 pesos". H. R. E admite que suele chocarse con policías honestos, "que son la excepción", acusa. Da el ejemplo del actual comisario de una seccional céntrica "que nos tiene a maltraer". Es insobornable. Banquero hubo que llegó hasta la comisaría con el secreto afán de adornarlo: lo metió preso directamente.

El trasfondo del turf rosarino no termina allí. El tema da para mucho más (caballos pura sangre corriendo como mestizos, bajo otro nombre; venta de vales de reuniones anteriores, lavados; un cuidador-propietario-banquero que, a raíz de un sonado asunto, fue borrado de la lista del Jockey Club y por desaparición de las pruebas en los Tribunales, sigue compitiendo al frente de su caballeriza). También da para una pregunta que se hacen muchos, en el afán de empezar con las medidas punitivas: ¿Por qué no se filma en Rosario el desarrollo de las carreras? Lo otro, el caso de la venalidad, es palabra mayor. Acaso, por ahora, no tenga solución.




Fuente: Extraído del Libro “ BOON la revista de Rosario” - Antología . La Chicago Editora. 2013.