martes, 30 de marzo de 2021

ROBERTO ARTEMIO GRAMAJO

 




Por Andrés Bossio

No era difícil la diversión para los pibes de aquel pintoresco pueblito de La Banda, en la provincia de Santiago del Estero. La infaltable gomera, los perros vagabundos y las frutas maduras robadas de las quintas formaban parte del paisaje de aquellos pibes que, rara. vez, podían darse el lujo de patear una pelota. La pobreza era invitada permanente de aquellos humildes hogares y, cuando alguno conseguía realmente una pelota de verdad, el picado se armaba enseguida y todos sus pequeños actores se parecían en una circunstancia: jugaban todos descalzos. No había muchos que usaran zapatos o zapatillas y, si los había, no iban a arriesgar semejante "lujo" jugando a la pelota. Hasta los torneos de fútbol infantil admitía que los chicos jugaran descalzos.

En esa geografía santiagueña nació, creció y se desarrolló Roberto Artemio Gramajo, llegado a este mundo en un hogar numeroso un 28 de julio de 1947. Pasó sin sobresaltos la etapa escolar pero nada más que porque su padre era mayordomo de la escuela y le perdonaban todas las travesuras que su genio vivo y desenvuelto le llevaba a cometer con su natural desparpajo. Después de numerosos torneos y campeonatos más o menos en serio —cancha marcada, camiseta pareja para todo el equipo y hasta alguien que alcanzara un poco de agua— lo anotan en la quinta división de Central Argentino, en su pueblo natal. Comenzó allí el gran problema para Gramajo: había que usar zapatos de fútbol. Jamás los había calzado y le costó un enorme esfuerzo de voluntad adaptarse a ellos. Un año más tarde, cuando apenas tenía 18 años comenzó a presagiar que ese esfuerzo valía la pena. A esa edad ya había debutado en primera en su club. Pero no todo eran satisfacciones. La alegría de llegar a la división superior siendo aún un adolescente se contraponía con las obligaciones más serias y formales que ello le demandaba; concretamente, aunque ya había abandonado !a gomera, los perros vagabundos y picados en la calle, detestaba las exigencias emanadas de su condición de jugador de primera división; los martes y jueves había que concurrir a hacer gimnasia y, como años atrás en la escuela, más de una vez se hizo la rabona.

Sus condiciones de gran jugador, sin embargo, fueron empujándolo cada vez más hacia la necesidad de tomarse bien en serio su profesión. La selección de !a Liga Cultural de Santiago —a la que pertenecía su club— lo tenía en la lista cada vez que había que defender los prestigios del fútbol lugareño. Hasta que llegó la grata sorpresa: otro lugareño, notable jugador que brillaba en el fútbol superior vistiendo la casa de Rosario Central —el zaguero José Casares— interesó a los dirigentes rosarinos en su contratación.

Y en 1967 el ojo visionario de Casares y la decisión de un presidente notablemente emprendedor —don Adolfo P. Boerio— habilitan la incorporación de Gramajo a Central. Su pase costó cuatro millones de pesos y ese mismo año de su transferencia debutó en primera división mostrando estimables cualidades (y un abdomen impropio de un jugador profesional). El estreno fue el 29 de octubre de 1967, en la 8va. fecha del torneo nacional de ese año, y no pudo ser más exigente; Central enfrentaba a uno de los finalistas del anterior metropolitano, Platense. Ganó Central 3 a O con goles de Griguol, Poy y Bielli y el Chango, a despecho de su condición física, dejó una excelente impresión. Es que presentaba todas las características del jugador físicamente no trabajado —o trabajado insuficientemente, conforme a las ínfimas exigencias del fútbol del interior— y poco a poco, en los tres partidos restantes que le tocó disputar, fue mejoran-de ostensiblemente- Mientras tanto, seguía acumulando experiéncia en la tercera división y atendiendo la paciente dedicación que le prestaba el Pepe Minni, su técnico de entonces.

A partir de 1968 ya es titular definitivo de la primera. Vienen otros técnicos, otros compañeros, otras experiencias y una cada vez mayor cantidad de exigencias profesionales. A todas responde Gramajo con su infaltable buen humor santiagueño, su rapidez mental y su enorme despliegue físico que contrasta un poco con la imagen de parsimonia con que suele pintarse a sus coprovincianos. El Chango es todo vitalidad una vez que lo buscan con la pelota por su andarivel izquierdo. Su pique corto es realmente demoledor y lo inicia imprevistamente, en apenas un metro, sorprendiendo a su marcador que, cuando reacciona, ha sido ya ampliamente superado. El despliegue de Gramajo era electrizante, hacía Poner de pie a su hinchada; cualquiera fuese Ja consecuencia final de su relampagueante acción quedaba por algunos segundos en el aire el murmullo de la gente, el comentario por semejante accionar.

Tuvo momentos estelares y coincidieron con los momentos de mayor brillo de Rosario Central. Adquirió la "manía" de hacerle goles a Newell's y, cuando no los hacía, volvía loco a su marcador. Fuimos testigos de su auténtica bronca en el camarín centralista cuando le reprochó de no muy buena manera —injustamente por cierto— al técnico que lo hubiera reemplazado durante el encuentro con Boca Júniors, en el Nacional del '70. Y también lo vimos —como miles de hinchas centralistas— la noche del 22 de diciembre de 1971, recogiendo un pase al centímetro de Poy, volcando todo su cuerpo en carrera hacia un costado del arquero Irusta para meterla por el otro lado. Era el empate de Central y el primer paso al campeonato. Y cuando lo vimos al Chango correr hacia el fervor y el cariño de su hinchada supimos que Central —que con ese Gramajo nacido para campeón— no podía perder el campeonato.

Un año después las reiteradas lesiones y el empuje de las nuevas generaciones de futbolistas canallas que venían pidiendo paso en la primera división, determinaron su transferencia a Grecia Se cerraba —el 16 de junio de 1972—último partido del Chango con la azul y cro— un ciclo de casi un centenar y medio de par-[idos en primera, de más de cincuenta goles y de una cantidad de afectos que hinchada y jugador se prodigaron mutuamente, imposibles de medir. Gramajo fue un verdadero ídolo, a imagen y semejanza de los auténticos valores que reconoce, celebra y aclama la hinchada de Rosario Central.


Fuente: Extraído de la Colección de Historia Rosario Central. Autor Andrés Bossio