lunes, 24 de agosto de 2020

RITA TANTA LEYENDA, TANTAS MARIPOSAS


A Carlos Bazet in memorian 

Por Hector A. Sebastianelli 

La noticia resbaló por su piel. Por tercera vez enfrentaba esa situación. El mismo doctor Alejandro le había dicho por ia mañana que pronto abandonaría la clínica encontraban mucho mejor. La alegría de su voz era indisimulable. No era para menos. Por tercera vez la recuperaban de la oscuridad de la locura. Sólo la paciencia y ternura del doctor Alejandro ganaron la mejoría que tanto lo alegraba. Ella no dijo lo que pensaba por no aparecer desagradecida. El irse no la conmovía. Sus deseos estaban condicionados al mundo roto de locos y suicidas. Porque ahí la atendían, alimentaban y no la tironeaban las enfermeras. Darle el "alta" significaba el pasaje de vuelta al hospedaje baratieri por calle Jujuy, enfrente del famoso teatro Casino, corazón del viejo barrio Pichincha. En los últimos años su vida había transcurrido entre el hospedaje y las clínicas en donde la internaban. Claro que largos tramos de su vida desaparecieron. Muy frecuentemente fallaba su memoria. Confundía fechas y personas. 

Patricia, la cantora, ya había apalabrado al dueño para que a su regreso le diera la pieza a la calle. Por la ventana espiaría a los vecinos, entrarían ruidos, luces y voces trasnochadas. Las noches se hacían largas porque traían recuerdos. 

Estaba signada a la soledad, a la vejez ante el televisor, a la gordura apoltronada, al dolor de piernas hinchadas; a tropezar en los pasillos con "coperas" viejas y muertos de hambre, jubilados y pedigüeños. 

Conocía a los vencidos, sus imposturas y debilidades. En los hospedajes rantifusos siempre recala la resaca que fatalmente terminaran en las villas miserias. Los mismos que al descubrirla en la vereda o tendiendo ropa, terminaban preguntándole: 

—¿Así doña que usted es Rita La Salvaje? Quien to hubiera dicho. Ffjese que yo creía que Rita había muerto hace rato. . 

—¿Sabés que sos un mito? Pero nos trampeaste. El requisito obligado era morir antes. ¿ Te imaginás a Gardel viejito rascando la viola en una guardería? Menos mal que supo morir a tiempo. A vos te desbordó la fama porque todo el mundo piensa que estás muerta. . 

—Tenés razón debí haberme suicidado. . Pero yo viví muriéndome en ei loquero de Provincias Unidas y avenida Godoy, Pero hubiese sido lindo irse antes de que comenzaran a cantar canciones que te ponen por las nubes. Antes del mito. . . Ahora es tarde. 

No le quedaba otra. Regresaría a la tristeza de la pieza de cuarta. Seguiría aguardando la vuelta del hijo. La vida los había separado. Pero era su hijo del amor. Dios no le negó esa gracia. Y estaba segura de que alguna vez regresaría a llevársela con él. Entonces Rita La Salvaje esperaría sin temor. 


Pegaría la vuelta y volvería a caminar avenida Francia, Riccheri, Güemes, Brown, Jujuy y Rosario Norte, sin desnudarse por las esquinas y largarse a volar muy alto tras las mariposas que de pronto revoloteaban avenida Francia, Riccheri, Güemes, Brown, Jujuy y Rosario Norte, sin desnudarse por las esquinas y largarse a volar muy alto tras las mariposas que de pronto revoloteaban delante suyo, incitándola a escalar el viento sorteando árboles hasta tocar las nubes y regresar a tierra planeando sobre grandes hojas de plátanos. 

Esas mariposas multicolores le brotaban de los oidos, del centro de la cabeza o de ta boca entabacada, amasadas con saliva, gozosas del terciopelo y de la incoherencia de sus palabras. No sabia cómo ni porqué pero mariposas la urgían, asediaban, levantándola del banco —su banco, debajo del castaño— en el parque amarillo de la clínica. Y ella las acompañaba sobrevolando azoteas, vías, campanarios y gentes pequeñitas. Volaba completamente desnuda, ingrávida, libre. Ninguno se apercibía del milagro. Incluso la desmentían. Hasta el doctor Alejandro volvía la cabeza. Pero ella volaba con las mariposas. En verdad su piel tenfa los colores de la tarde. ¿por qué no creían? 

Rara locura la suya. Vivía repleta de mariposas. Tal vez sus ilusiones, dolores y frustraciones encapsuladas, fiebre de crisálidas, de gusanos voladores, que necesitaron salir, abandonarla, para retrasarle la oscuridad. 

Comenzó a descubrir mariposas negras y doradas cuando estaba de vuelta, cincuentona larga, cintura enorme, rechoncha. Esa noche en el Panamericano bailaba para colimbas y chacareros atraídos por su fama.Ya no era ia Rita del "Rendez Vouz"o "Bambú India". aquella con veinticinco años rutilantes y recién llegada de Puerto Rico, que estrenaba para noctámbulos de la noche rosarina, habitués del bajo, sus pelucas verdes, rojas, violetas y amarillas. Entonces fue la devoradora Rita La Salvaje. Pero mucho tiempo había pasado. Ape era una sombra. Y esa noche descubrió las maripo al zangalotear las enormes tetas en la cara de un sol avergonzado. Le pareció natural desnudarse y Air acompañando el vuelo de las primeras mariposas.  Al otro día la internaron. 


"Rita La Salvaje", es más que una bomba, 

"Rita La Salvaje", nos hace soñar. . . 

' 'Rita La Salvaje", es un monumento, 

"La Salvaje Rita", es escultural. 





Así dice la cumbia escrita por José Mendoza (Mendocita) y Juan Manelli, al promediar la década del cincuenta y cuando Rita inauguraba el rito de diosa de noche. Sensualidad, desenfado, belleza y un cuerpo escultural, hembra de lujo, inalcanzable, condimentaron la leyenda de la humilda muchacha llama Juana González, nada más que Juana González, nacida en el arrabal de Rosario. 

El nombre se lo pidió prestado a la sensualísima Rita Hayworth la pelirroja de "Gilda", filmada en 1946 por Charles Vidor, en donde Glenn Ford pegó a la protagonista la cachetada más famosa del mundo. 

Nuestra Juana González con sus diecinueve años quedó impactada, Y quiso ser esa Rita Hayworth de  te erotismo. 

Leyó todo sobre la Rita del celuloide, la "matadora de hombres". Y supo que Rita Hayworth se llamaba Margarita Carmen Cansino, nacida en 1918, bajo el signo de Libra —igual que ella— de padres españoles. Juana González era hija de gallegos, nacida en 1923, hogar de pobres y nada tenía que envidiarle físicamente. Su be. lleza desconcertaba y seducía a los hombres. Y se largo a la calle a conquistarla, a cumplir su destino, por el Rosario cabaretero primero: luego, por Cuba, Panamá, Puerto Rico y Centro América, con sus espléndidos veintitantos años. Finalmente volvió a Rosario llamada por el empresario Roggero y calcó para siempre el nombre artístico de ia norteamericana Margarita Carmen Cansino, aventándolo en los años como si fuese estandarte de su mito, del mito al cual inventaron una muerte prolongada en canciones. Rita La Salvaje, la eterna. 

Es cierto, yo la copiaba. Quería un como el suyo. Fijate que recuerdo hasta la fecha de sus películas. Y si no, escuchá: en 1935, hizo "Bajo la luna de las pampas; en 1939, "Sólo los ángeles tienen alas" (siguió con la extensa nómina). Y la última fue en 1972, "La ira divina". Bueno en total filmó veinticuatro películas y se casó cinco veces. Hizo lo que se le dio la gana. En 1960, al morir su ex marido Ali Khan heredó la pavada de veinticinco millones de dólares. . ¿Te acordás que en 1976 llegó a la Argentina y apareció por televisión? . . Yo estaba internada y enferma, pero la reconocí de inmediato. . . Pobre, no habló una palabra. Estaba muy enferma, estaba loca. Como yo, ¿te das cuenta la casualidad? No recuerdo bien si fue en 1978 o en 1979, en una revista leí que había muerto consumida por la bebida y su locura. . . Te juro que lloré por ella como ninguno de sus amantes debió haberla llorado.  siempre la evoco en "Sangre y Arena", cantando el bolero "amado mío", con el que derrumbó at torero inolvidable que fue Tyrone Power. . . Sentí, te juro, como si hubiese muerto la auténtica Juana González… 

Rita La Salvaje, el más electrizante animal femenino de los años cincuenta y sesenta, regresó a su lugar natural. A espiar por la ventana y friccionarse las piernas hinchadas, convertida en sombra, suspendida en una burbuja, soñando con la Rita diosa de la noche. pobre Rita de fuego, temerosa del regreso de las mariposas. 


Fuente: Extraído del Libro “Cuentos Imposibles.” Dirección de Publicaciones UNR. Abril 1990