jueves, 23 de julio de 2020

Boerio: la refundación



Por Jorge Brisaboa 


"Voy a ser presidente de Central". El joven de cara redonda y ojos achinados no soñaba con emular al "Chueco" García, ese wing izquierdo que acostumbraba a desairar una y otra vez a los haif derechos de la época. El muchacho, con las manos aferradas al alambrado, detrás del arco de calle Cordiviola, se prometía llegar a ser presidente del club. Corrían los años 30. 

Claro que el sueño tropezaba —de arranque nomás— con una cruel realidad: el soñador era muy pobre. Además, para ayudar a la familia había tenido que dejar los estudios primarios. El perfil, por supuesto, no era el mejor. 

Pero Adolfo Pablo Boerio se propuso ganarle a la vida. 

Empezó a trabajar con un tío lechero, intentó subir al peldaño de comerciante vendiendo quesos en el viejo mercado central, y como la cuestión no venía nada fácil terminó de mozo, asegurándose un pequeño sueldo ylas ocasionales propinas, en un bar de Granadero Baigorria. 

La década del 40 se iba de largo hasta que la vida le hizo un guiño. Un billete de lotería le permitió juntarse con unos pesos. No dudó. Ese dinero había que invertirlo. Y decidió comprar el negocio de comestibles de Avellaneda y Mendoza a don Comacardi, a quien tiempo después lo convertiría en su suegro. 

Con "La Feria del Queso", en el corazón del populoso barrio Echesortu, Boerio comenzó a demostrar que era un comerciante rosarino distinto. Eran tiempos del gobierno de Juan Perón. La clase trabajadora tenía poder adquisitivo, y para captarla definió mi estilo de comercialización: vender casi al costo, apostar al gran volumen de venta. Lo que los supermercadistas desarrollarían décadas después. 

El crecimiento aceleró su casamiento con Amalia, yen 1950 nació su primer hijo: Adolfo Pablo. Cinco años despúes llegaría Rubén. 

El baratillo, las ventas y la competencia tuvieron la impronta de Boerio. Cuentan que eran famosos los cascos de aceituna en la puerta del negocio, con grandes carteles que ofrecían el kilo a 50 centavos. Cierto día, otro almacenero del barrio mejoró la oferta, bajando unos centavos. Ambos comenzaron una alocada carrera hacia abajo, hasta que después de una semana Boerio puso punto final a la guerra de precios. El sábado amaneció con un cartel: ¡Se regalan aceitunas! 

Otro día descubrió que podía vender el "Amargo Obrero" al mismo precio que lo compraba. La diferencia —y la ganancia— surgiría de quedarse con el envase. 

Para los años 60 el baratillo ya era un almacén por mayor. Además, Boerio instalaba granjas. A muchos conocidos que se le acercaban, pidiéndole ayuda, les decía: "alquilate un local y te lo lleno de mercadería". Mecanismos que años despúes también tomarían las grandes cadenas de supermercados. 

El hombre ya le ganaba a la vida. Y seguía yendo a la cancha a ver su Rosario Central. Es más, desde el 7 de mayo de 1953 era socio del club. El sueño que —de chico— había cobijado y guardado en secreto, empezaba por algo imprescindible: asociarse. El número de carné: 17.889. 

Un proveedor del próspero negocio lo acercaría al varias veces reelecto presidente Federicó J. Flynn. Primero ocuparía una vocalía suplente y luego la vicepresidencia. La gestión conservadora de Flynn chocaría rápidamente con su actitud emprendedora, por lo que el momento se aproximaba: una mañana se despertó dispuesto a comunicarle a Flynn que renunciaba a su cargo y que se postularía para presidente. Y en el caluroso domingo 31 del mes de enero de 1965, pudo festejar el triunfo en los balcones de la vieja secretaría de calle Mitre. Votó el 60 por ciento del padrón: Boerio logró 4.857 contra 3.063 de Flynn. El ya exitoso empresario, con 46 años, había cumplido su sueño. 

El espíritu comercial Boerio lo trasladó al fútbol. Y revolucionó el ambiente. Pretendió terminar con la historia de club chico, que marcaba a Central como a otros tantos clubes que no fueran River, Boca, Racing, Independiente o San Lorenzo. Empezó a conjugar el verbo comprar y no el vender. Por lo de los jugadores, claro. Y se animó a hablar de un Central campeón, casi una osadía para aquellos años. 

En un reportaje publicado en "Clarín", ya como presidente, dejaba sus ideas. - Cómo ve el campeonato de 1965? 

-. . .Pongo mis esperanzas en Rosario Central y creo, firmemente, que no es una quimera que nuestro equipo pueda ser campeón de AFA. 

-¿Cómo solucionaría el estado económico deficitario de los clubes? 

—Si nos referimos exclusivamente al fútbol, yo creo que éste, como actividad deportiva profesional, tiene que dar utilidades.. .yo creo que la única solución del fútbol, económicamente, es jugar mucho fútbol: no es posible estar pagando un equipo 365 días del año y aprovecharlo solo en 30 partidos oficiales, o 34, como será este año. Nosotros pondremos una nueva iluminación en el estadio y encararemos las temporadas con mucha programación de partidos. Y de jerarquía en todos los órdenes. 

—Sigue la actuación de su club como hincha? 

—Ya dejé de ser bincha. Ahora sigo a mi equipo como dirigente que, considero, debe tener una condición totalmente distinta a la del bincha. 

- ¿Cuáles son sus proyectos? 

- Futbolísticamente, hacer un buen equipo que sea orgullo del club y que dé satisfacciones a los socios de Rosario Central. Y que a la vez sirva para recuperar la jerarquía futbolística de Rosario, a veces resentida, y para que se reafirme también que esta ciudad de Rosario es plaza incuestionable para el fútbol... 

Boerio estaba seguro de que Central debía ser protagonista y que tenía que dejar su pasividad en el medio de la tabla de posiciones, perdiendo muy de vez en cuando en su cancha de Arroyito pero casi siempre como visitante. 

Su propuesta futbolística fue a corto y largo plazo. Produjo un shock, contratando a un técnico con antecedentes que había sacado campeón de América a Indenpendiente de Avellaneda: don Manuel Giúdice. Y compró a jugadores de primer nivel: Messiano, Bielli, los uruguayos González, Cortés y Sasía, Carlos Griguol. 

Y mientras el equipo de primera, con cotizadas figuras, comenzaba a mezclarse en la misma frecuencia de los grandes de la AFA, las divisiones inferiores empezaban a fortalecerse a través del trabajo de un técnico caro que había formado parte del equipo de Osvaldo Zubeldía en Estudiantes de la Plata: Miguel Ignomiriello. Boerio invertía en la Escuela de Fútbol. 

El equipo, pese a las figuras, no apareció de la noche a la mañana. Pero el proyecto estaba en marcha. Central era protagonista, los hinchas llenaban la cancha para verlo, la nueva iluminación se inauguraba el 21 de enero de 1966 en un partido ínternacional contra el Rápid de Viena, y la prometida programación de jerarquía incluiría la visita del Santos con Pelé que ganaría 1 a O con gol de Del Vecchio, y del Real Madrid, en un memorable partido bajo la lluvia con un festival de cañbs tirados por el "Pepe" Sasía, y un empate final de 2 a 2 luego que el petizo Gento —al que tanto habíamos visto y admirado en partidos por teyú junto al gran Alfredo Di Stéfano— le hiciera un golazo de tiro libre a Andrada. 


Boerio no estaba sólo en esta idea de cambiar el fútbol. El presidente de Estudiantes, Silvano Mangano, lo acompañaba y conversaba mucho sobre las nuevas ideas futboleras que le habían permitido a su club ser el primer "chico" que saliera campeón, en 1967. El polémico titular de Boca, Alberto J. Armando,también lo aconsejaba.  

Otro rebelde de la dirigencia argentina, Valentín Suárez, había llegado desde Banfleld a la intervención en la AFA para modificar el rumbo de los campeonatos: el año calendario se dividió en dos torneos, el Metropolitano y el Nacional. 

En este contexto, y con la incorporación de clubes de distintas provincias, Rosario Central comenzó a pelear la punta y los campeonatos. El concepto de Boerio, al asumir la presidencia, se aproximaba a la realidad: no era una quimera que Central pudiera ser campeón. 

Pero en la medida que sus sueños con Central se agrandaban, su empresa —a la que había descuidado demasiado— ingresaba en una caída libre. 

La recesión generada por el gobierno dictatorial del general Juan Carlos Onganía, aceleró la crisis. Un nuevo emprendimiento, el de la fraccionadora de aceites APB (por Adolfo Pablo Boerio, claro está) se diluía antes de redimensionarse en una refinería de aceites. El clima de desconfianza comercial se extendía sobre el dirigente de fútbol. Y las presiones internas, de los propios compañeros de comisión directiva a quienes había convocado en el 65 para trabajar en el club, lo llevaron a una situación límite. 

El ex presidente de la entidad y ex diputado nacional Agustín Rodríguez Araya le pedía que se alejara porque "de no ocurrir, Rosario Central está expuesto a sufrir fracasos morales y económicos que habrán de disminuirlo y desprestigiarlo". 

Finalmente, Boerio renunció. Como repitiendo muchos casos de la historia de la humanidad, había quedado sólo. Quien había sido su contador práctico en el negocio, y a quien ubicó como vicepresidente, Roberto Rizzo, heredó su sillón. 

La nuevas ideas sobre conducción del fútbol ya estaban en marcha. Y en lo institucional, en el marco de la campaña de títulos patrimoniales para financiar la Ciudad Deportiva de Granadero Baigorria, Central había llegado a casi cien mil socios. 

La adquisición de un predio de 15 hectáreas en Baigorria a orillas del río Paraná, la proyección de distintas obras para recreación y deportes por un costo de 1.500 millones de pesos (valor estimado en enero de 1967) marcaban un mojón en la historia de la institución. Boerio había ideado el emprendimiento. 

En 1970, fue por la revancha. No estaba muy convencido, pero su hijo Adolfo - para entonces, con 20 años, muy a su lado en el objetivo de revertir la situación comercial— casi le rogó que se presentara en las elecciones para ser nuevamente presidente de Central. 

Debió competir con muchos de sus viejos compañeros de comisión directiva, entre ellos Víctor Vesco (candidato a presidente) y Antonio Rodenas. La situación precomicial fue "enmarañada" —como lo definían los diarios de la época—, y el juez de Feria Carlos Perel dictó "no innovar", habilitando de hecho y derecho al candidato Adolfo Pablo Boerio, al negar a los directivos centralistas la facultad de inhabilitarlo en base al artículo 40 de los estatutos. 

Los resquemores por el pasado reciente se hacían sentir. Sin embargo, Boerio confiaba en "su predicamento en las barriadas, donde su nombre tiene verdadera resonancia popular", tal cual lo señalaba el letrado de la comisión directiva doctor Pablo Gabenara. En tanto, la ciudad se cubría de leyendas alusivas a la gran puja en la que estaban habilitados para votar 55.000 socios, la cifra más alta en el país durante esos tiempos. 

En el acto eleccionario, realizado en el Estadio Milia de Oroño y Jujuy, sufragó más de un 10 por ciento. Se inició con calma pero el ambiente se fue caldeando, hubo corridas, grescas, enfrentamientos con la policía, heridos, detenidos, y denuncias cruzadas de fraude. El triunfo le correspondió a Vesco, que obtuvo 3.220 votos, contra 2.441 de Boerio. 

La lucha intestina y la derrota dejó muy mal a Boerio. "En el club se llegó a negar el apellido", recordaría amargamente tiempo después su hijo Adolfo, relatando que "mi padre se puso muy mal un domingo que un boletero no me dejó entrar a la cancha porque me había olvidado el carné, y se trataba del mismo boletero que acostumbraba a abrazarme y palmearme cada vez que me veía cuando papá era presidente". 

El visionario que había cambiado la historia de un club con más de 75 años no era comprendido ni respetado. 

Precisamente, en ese año 1970, en lo que sería la mejor campaña desde su incursión en los torneos de AFA, Central lograría el título de subcampeón, perdiendo una discutida final con Boca 2 a 1 en el estadio de River. La mayoría de los jugadores (Pascuttini, Poy, Landucci, Bóveda, Gómez, Quiroga) había salido de las inferiores. 

Un año después, en el 71, llegaría el primer título, tras la eliminación de Newell's con la "palomita" de Poy y el triunfo ante San Lorenzo por 2 a 1, con goles de Gramajo y Colman, y la dirección técnica de Angel Labruna. Otros jóvenes de las inferiores se habían sumado al plantel: los hermanos Kilier, Fanesi, Almar, Solar¡ y Zavagno. Seis años habían pasado, tan sólo, desde los nuevos rumbos impuestos por Boerio. Central, con jugadores de su escuela de fútbol, era campeón. 

Y en la presidencia estuvo tres años y medio. 

El 24 de setiembre de 1971, tres meses antes del título, y con 52 años, la angustia y una embolia cerebral lo alejaban de la vida. 

Adolfo Pablo Boerio se murió sin ver campeón a Central. Con su apellido prácticamente proscripto en el club. Sin saber, seguramente, que había refundado la entidad nacida por obra y gracia de unos ingleses ferroviarios, allá por 1889.. 

Fue una bisagra en la historia centralista, y uno de los tres dirigentes —junto a Víctor Vesco y Antonio Rodenas— que protagonizó fuertemente la etapa futbolística más rica de la institución. 

Juntos, los tres transitaron el mismo camino. Después se distanciaron y enfrentaron. El tiempo —y la muerte de Boerio— curaría las heridas. El propio Rodenas, ya como presidente en 1992, haría que la Ciudad Deportiva-pasara a llamarse "Adolfo Pablo Boerio". 

Boerio fue un autodidacto, un intuitivo, y muchas veces un incomprendido. Ganó y perdió. Acertó y se equivocó. Pero fue distinto y por eso se animó a los cambios radicales. En la vida. Y en Central. 

Fue el artífice de la refundación. 

Fuente: Artículo Publicado en el libro “ De Rosario y de Central , Autor: Jorge Brisaboa Impreso en Noviembre 1996 por la Editorial Homo Sapiens.