lunes, 19 de agosto de 2019

Pérdidas irreparables: "El Palomar"



A propósito de la demolición del edificio de rentas de Corrientes y Rioja 




Por Roque A. Sanguinetti 


Qué bien quedaría ahora y todavía en la esquina noreste de Rioja y Corrientes donde se alzaba; formando parte de un conjunto urbano que empezaba en el barroco palacio Fracassi de San Luis y Corrientes para culminar en la magnífica esquina de Corrientes y Córdoba. Porque también era un majestuoso edificio, de esos que con su sola presencia prestigian y dan carácter al centro de una gran ciudad. 

Pero por esas cosas que suelen ocurrir en la Argentina, a mediados del siglo veinte se lo demolió y por muchos años en su lugar quedó un hueco, como un monumento a la indiferencia y a la incultura. Lo mismo que pasó con otros hitos de nuestro sufrido patrimonio urbano. 

No tenía un nombre oficial, pero como era un edificio de renta en el que vivían numerosas familias, la gente lo llamaba o lo conocía como "El Palomar" o "El Palomar de Silberstein", por el apellido de su segundo propietario. 

De líneas armoniosas, estilo afrancesado, cuatro pisos y con mansarda de pizarra coronada con una pequeña cúpula, ocupaba con imponencia toda esa esquina. Fue el primero de cuatro plantas construido en el radio céntrico de Rosario, y tenía en su piso superior bohardillas con ventanas que lo asemejaban a los edificios de los bulevares parisinos. Aquellos que tan bien registraron los pintores impresionistas y que a diferencia del nuestro y para suerte de París todavía existen. 

Lo había hecho construir un comerciante llamado J. L. González, que tenía un negocio de telas importadas de Inglaterra en calle Córdoba 943, con el que creó una fortuna que le permitió levantar a partir del año 1893 el susodicho "Palomar". Por los mismos años se empezaban a construir los dos grandes teatros de Rosario: el Colón, de calle Corrientes al 400 y que también víctima de una rutinaria barbarie fue demolido en 1958, y el Opera, de Laprida y Mendoza, que se salvó milagrosamente gracias a la asociación llamada El Círculo, que lo compró al borde de la demolición y cuyo nombre desde entonces lleva con justicia. 

No tenía ascensores, que sólo se empezaron a instalar bien entrado el siglo veinte, y en cambio poseía extensas y crujientes escaleras de madera con descansos. La más larga tenía más de un centenar de escalones, y era también la más usada y la que debían subir trabajosamente las familias que habitaban la planta de la mansarda, allá por donde suelen revolotear las palomas. Por los conflictivos años de 1930 pertenecía a Adolfo Silberstein, y cuenta Wladimir Mikielievich, historiador mayor de Rosario si los hay, que en la planta baja había numerosos locales comerciales, entre los que se destacaban la imprenta del criollo Aniceto Taborda que imprimía revistas y álbumes, y especialmente el Bar Central, ubicado en el ángulo de la esquina e instalado en 1926 por los socios Gesualdo y Pons y que era "punto de reunión de intelectuales atraídos por los platillos de ingredientes que acompafiaban el vermut o los vasos de grueso vidrio con cerveza, donde nunca faltaban los pajaritos tostados, estimados como manjar". Raro alimento. Allí mantenían prolongadas tertulias a veces plácidas y otras fogosas sobre temas culturales, filosóficos o políticos aquellos intelectuales y artistas como Enea Spilimbergo, Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino y el propio Wladimir. 

Era un edificio bohemio, no sólo por su carácter de "Palomar" y por las tenidas culturales del Bar Central, sino también porque en la segunda planta funcionaban varios conservatorios y academias de bellas artes, como la de Fernando Gaspary, donde se formaron numerosos artistas plásticos. Quizás por eso también ahí tuvo su sede el Círculo Artístico de Rosario, fundado en 1919, y que agrupaba a pintores y escultores como Pedro Blanqué (retratista), César Caggiano (pintor), Domingo Fontana (escultor), Diego Masana (autor de las estatuas del Club Español), Olinto Gallo (medallista), Eugenio Fornells (pintor, ceramista y vitralista) o Eduardo Barnes (creador de tantas esculturas en Rosario). 

Un "Palomar" cultural, o una colmena humana, un edificio no sólo bello arquitectónicamente sino con carácter y espíritu, y seguramente con un largo prontuario de anécdotas que el tiempo disipó con los escombros. 

Porque como dijimos, desafortunadamente a mediados del siglo veinte se resolvió demolerlo, para construir en el sitio una sucursal del Banco Hipotecario Nacional. Y lo demolieron, pero por uno de esos despropósitos burocráticos el Banco nunca se construyó y durante años quedó el baldío acusador. Después, desde fines de la década de 1950, funcionó ahí una feria alimentaria y más adelante la consabida playa de estacionamiento. Actualmente hay en el lugar un conjunto o galería de negocios de baja altura, que ni arquitectónica ni culturalmente puede compensar en lo más mínimo la pérdida de aquel valioso, pintoresco y vital "Palomar", orgullo de una época y que aún hoy como otros bellos edificios también perdidos debería estar en pie. Si fuésemos un país un poco menos autodestructivo, por supuesto. 

Por eso, recordando estas "pérdidas irreparables", debemos preservar y revitalizar el patrimonio arquitectónico, que tanto jerarquiza a una ciudad. Como la nuestra, ni más ni menos. 

Fuente: Extraído de la Revista “ Rosario, su Historia y Región . Fascículo N.º 114 de Diciembre de 2012.