jueves, 4 de julio de 2019

Un amplio espectro productivo



Por Rafael Ielpi 

Un visible aumento del parque automotor, aun antes de la instalación regular de las grandes empresas del rubro en la Argentina, iba a permitir en Rosario el surgimiento de varias industrias que se vinculaban en forma estrecha con aquél, como E. Daneri y Cía., en la producción de autopartes; Galera Ruata y Cía., luego Fric-Rot, con la fabricación de amortiguadores; Cametal SA., con carrocerías mecánicas; Montenegro Hnos, iniciada en 1946 por Manuel, Eugenio y Ramón Montenegro en la fabricación de remolques y acoplados, cuya publicidad se recuerda aún como síntesis de la difusión nacional de la marca: "Desde La Quiaca a Río Negro,IAcoplados Montenegro" Decaroh Hnos empresa de dimensión nacional en la fabricación de carrocerías para el transporte de pasajeros, y muchas otras. 

Un rubro que alcanzaría una significativa trascendencia tendr;ia asimismo su expansión más visible en los años del 40 al 60: el de la producción de "bicipartes", en estrecha relación con el auge de la bicicleta como medio de transporte de buena parte de los sectores populares de la ciudad, que la utilizaban como locomoción cotidiana hacia las fábricas, los talleres, el trabajo. Algunos establecimientos como Giogia S.A. se contarían entre los de mayor producción, junto a muchas pequeñas fábricas dedicadas también al rubro.

Apenas iniciada la década del 50, en el llamado 'Año Sanmartiniano", en Rosario trabajaban 46.828 personas en 6.548 establecimientos industriales de diversa envergadura, mientras que 1974, casi un cuarto de siglo más tarde, la cantidad de mano de obra ascendía a 46.700 personas, pero en 4.892 establecimientos, con una sensible disminución en la cantidad de estos centros de generación de empleo tanto como de riqueza para la ciudad y en algunos casos, para la vasta zona geográfica que la tenía (y tiene) como metrópoli regional. Todo en el marco de una Rosario cuyas imágenes de entonces señalan el progreso edilicio y urbanístico protagonizado hasta el presente. 

La industria textil, así como la de la indumentaria, también se habían consolidado a partir de 1940, en especial a través de algunas empresas de real proyección regional como Estexa S.A., cuya planta estaba emplazada en la antigua zona de Sorrento, aledaña al arroyo Ludueña. En la misma trabajaría un importante número de hombres y mujeres, en el marco de un un equipamiento tecnológico que estaba a la altura de las exigencias del mercado de ese momento. Otros establecimientos del rubro serían asimismo Piacenza e Hijos, con manufactura de hilados, y Textil Rosario, hilandería de algodón. 

Estrecha relación con la industria textil y la de la indumentaria tendrían -no para el proceso productivo de gran escala sino el de los pequeños talleres de confección, que abundaban en la ciudad entre 1950 y 1960- otras industrias como las de fabricación de máquinas de coser. Las marcas Lander y Gardini serían la concreción de positivos emprendimientos -y también importantes fuentes de trabajo, en tiempos en que una máquina de coser costaba 1000 dólares- que lograron, aun contra la competencia de los productos importados, una positiva respuesta del mercado local e incluso nacional. 

La producción de indumentaria de confección, que tuvo su pico entre 1940 y la década del 60, surgiría en muchos casos del esfuerzo, la inventiva y la tenacidad de muchos de los inmigrantes sirios, libaneses y judíos que se habían instalado, desde las primeras décadas del siglo, en la calle San Luis, donde se concentraría el comercio mayorista de telas y de indumentaria de confección. 

A la ciudad, entretanto, se habían incorporado ya la Estación Fluvial, a la vera del Paraná sobre el que aterrizaba regularmente el hidroavión que cubría la ruta Rosario-Buenos Aires, y la Estación Terminal de Ómnibus, que perteneciera antes al ferrocarril francés, mientras comenzaba a operarse una significativa modificación de su paisaje urbano con la construcción en altura. 

Soso revive en 1999 parte de esa historia: "Nosotros somos hijos de inmigrantes casi todos, y acá no vino lo más granado de la sociedad de Europa o de Asia: con bajo nivel de instrucción, venían de la guerra, los empujaba el afán de sobrevivir, y lo hicieron trabajando como locos. El camino a seguir era obtener un empleo con un paisano de la calle San Luis y después se hacían cuentas y se encaraban empresas propias. Había una orientación por ese tipo de comercio que venía ya en el espíritu de cada familia. En aquellos tiempos, las grandes empresas textiles daban crédito; íbamos a comprar telas a Buenos Aires y nos daban facilidades. Alguno nos prestaba la máquina de cortar, copiábamos modelos y talles de otras prendas y así íbamos aprendiendo. De a poco fuimos mejorando y no costaba mucho poner una fabrica". 

Como un capítulo entre emotivo y pintoresco, aquella saga del esfuerzo muchas veces familiar terminaba más de una vez -recuerda Soso- en la concreción de una pequeña industria: "Volviendo a lo que se fabricaba en Rosario recuerdo que se hacían hombreras y bananeros, que se usaban para los turbantes de mujer. Mi tío le dijo una vez a mi padre: "Che: todas las mujeres andan con el bananero. Vamos a averiguar cómo se hacen". Y fueron, y compraron crin de caballo y se pusieron a hacerlos junto con mi madre y mi tía, que cosían. Así comenzaron a fabricar ese producto. Después dijeron: "Ya que estamos, hagamos las hombreras" y pusieron una fábrica...

Vinculadas también a lo anterior, abundaban en la ciudad fábricas de zapatos, algunas de las que subsistirían incluso después de 1960, aunque se haya modificado una de las características de las mismas: la estructura de venta, que entonces estaba constituida por el antiguo sistema de viajantes, que recorrían pueblos y ciudades con sus valijas de madera conteniendo las muestras del calzado de cada nueva temporada. Incluso en localidades vecinas a Rosario, como Alvarez o Acebal, surgirían entonces fábricas de calzado y de zapatillas. La existencia de grandes zapaterías en la ciudad, como Casals, Murias, Dayton, Daltin y muchas otras contribuía a que la producción de calzado en serie fuese una actividad redituable. 

Fuente: Extraído de la colección de Vida Cotidiana de 1930-1960. Editado por el diario “La Capital”.