lunes, 22 de julio de 2019

Bailantas, bailes y "bailecitos"





Por Rafael Ielpi


Gregorio de la Vega (seudónimo de Gregorio Anacleto Vega), nacido en Las Cuchillas, departamento de Esquina en Corrientes, en julio de 1931, se radicaría en Rosario en 1935 y sería otro de los notorios exponentes del género a partir de los comienzos de la década del 50. Aunque su período de mayor relevancia se produciría como cantor y guitarrista de Tarragó Ros, entre 1952 y 1977, sus primeras incursiones musicales tendrían como escenarios los bailes 'chamameceros': en el Salón Babilonia, vecino al Cine Tiro Suizo; en un chalet de Castro Barros y Avda. Lucero, que servía como escenario de concurridas "bailantas"; en un local de San Martín entre Tupungato y Anchorena, o en La Querencia, en San Martín y Avda. Arijón, recintos de vida efímera en muchos casos.

De la Vega pinta un retrato de primera mano de Tarragó: “A la gente la trataba de una forma especial, no era huraño en el trato, más bien un poco retraído, pero cuando se despojaba de los compromisos, de los ensayos, era un hombre cordial. Siempre nos decía: 'Yo quiero una familia, no empleados' Siempre lo digo: el que no aprendió con él, vegetó para toda la vida. Todo lo hice después de haber estado con Tarragó Ros...

La llegada a Rosario de Tránsito Cocomarola, en los comienzos de los años 50, haría posible el surgimiento de otro recinto para el chamamé: el Cine Teatro Marconi, en Ayacucho casi Arijón. En esos locales, tanto Gregorio de la Vega, como Ramón Merlo (un correntino nacido en 1932 en Tacuara Yacaré y afincado en Rosario desde la década del 50) y Tarragó Ros, actuarían entre 1945 y 1960, iniciando trayectorias musicales que en algunos casos —como el de los dos primeros- llegarían hasta la actualidad. A esos salones de baile se puede sumar el emplazado en Rodríguez y Arijón, actualmente conocido como El Rancho de Ramón Merlo, propiedad entonces de Chamorro.

Merlo, que mantiene una vigente actividad, narra con colorido esos años iniciales del chamamé: “Se tocaba en "El Irupé" de Pueblo Nuevo, en el "Royal"y el "Luna Park", que era de Chela Silva, en el Bajo Saladillo. En esa pista, con paredes de arpillera tocaba una orquesta de tango y jazz, con un trompetista apodado Bichito Bucky y el violinista Castor, que una vez por retroceder en el escenario pasaron de largo las arpilleras y aterrizaron en el baño de damas. También se armaban bailes en el Bajo Ayolas, en lo de Reginaldo Gómez, que le daba de comer a los pobres: en realidad se musiqueaba en medio del basural. En "El Marabú" actuábamos de jueves a domingo, que era día de cobro; como no era mucho, el lunes empeñábamos el acordeón en el Banco Municipal y el jueves pedíamos prestado para recuperarlo y poder trabajar. Con Tarragó teníamos un solo traje cada uno y me acuerdo que lo planchábamos con la plancha a carbón para ir a tocar a los bailes».


Recuerda Gregorio de la Vega, sobre la misma época pionera: «Después aparecieron, entre 1950 y 1955, bailes allá por GrandoIi, por Biedma, por Garibaldi; el "Rincón Evita", el club "El Amanecer", en Colón y Biedma, el "Arco Iris", en Grandoli, antes de llegar al tanque de agua... Después había otros bailecitos pero no eran tan importantes, como ser el que estaba en la bajada de Ricardo Núñez, sobre la mano derecha, una rinconada donde se bailaba, que se llamaba "El Recluta ". Memoriosos testigos de aquellos años transcurridos entre 1940 y 1950 recuerdan los bailes de 'El Recluta" con su escenografía despojada, los estentóreos sapukay de los cientos de correntinos que eran público mayoritario y los entredichos por polleras que más de una vez terminaban con una puñalada o algún tiro.


Aquel fervor por la música de Corrientes tendría, entre 1950 y 1960, otros lugares en la ciudad destinados al canto yal baile: la Pista La Polonesa, en Pueblo Nuevo primero y luego en Anchorena y Pavóri; El Cañonazo, fundado por Merlo, el Curuzti Cuatiá, de Tarragó Ros, en Martinica y Manuel Arijón ("una pistita de baile", rememora de la Vega), la Sociedad Umberto Primo, en Jujuy al 2500, alquilada regularmente para "bailantas chamameceras" o el Rancho Correntino de Avda. Lucero y Cortada Amberes.


En algunos de ellos, recuerda Gregorio de la Vega, la bohemia musical de esos pioneros del chamamé encontraba paliativo a las necesidades de cada jornada: "En esas noches tocábamos en un lado por la comida y en otro lado por algún peso que nos tiraban. Pero en Ovidio Lagos y Mendoza, antes de llegar a la primera viniendo del oeste, había un local: ahí tocábamos por la costeleta y los huevos fritos..."


Fuente: Extraído de la colección de Vida Cotidiana de 1930-1960. Editado por el diario “La Capital