martes, 8 de enero de 2019

El retorno a primera después de una racha , triunfal. Presidencia de Rodríguez Araya.

Por Andres Bossio

Tres años en el fútbol ma­yor de la AFA son poca cosa para hacer historia. Los cam­peonatos superiores de 1939, 1940 y 1941 dejaron un saldo absolutamente negativo para el fútbol de Rosario Central. Pero Rosario Central no era entonces (mucho menos lo es ahora por cierto) sólo un equi­po de fútbol más o menos do­tado, capaz o no de entreve­rarse con los grandes. Rosa­rio Central ya era historia, ya era un sentimiento popular arraigado en la ciudad; ya era —como decíamos en nuestra primera entrega de este inten­to cronológico— "una enfer­medad". Por eso una inmen­sa legión de rosarinos no po­día entender cómo, con aque­llos jugadores, con aquel equi­po que reunía a jugadorazos como Fogel, De Zorzi, Waldino Aguirre, Casalini, Rubén Bravo y Vilariño, entre otros, debía afrontar ese año de 1942 la cruda realidad de competir en el torneo del ascenso, te­niendo como rivales a Excur­sionistas en lugar de River; a Sportivo Alsina y no a Boca; a Acassuso en reemplazo de Newell's Old Boys. 

Central era mucho más que un conjunto que había cumpli­do una mala campaña; era un pedazo enorme del fútbol na­cional. Era una pasión popu­lar. Pero la realidad marcaba ese tremendo contraste que a muchos aplasta hasta sepul­tarlos y a otros, como a la en­tidad de Arroyito, les da fuer­za para erigirse de entre sus propias ruinas. Para Central el torneo de la "B" fue un desa­fío. Así lo entendieron sus ju­gadores y también sus diri­gentes, que sin producir casi, modificaciones decidieron en­carar el retorno al fútbol gran­de con los mismos hombres que habían fracasado el año anterior. Y así lo entendieron también sus simpatizantes, que no dejaron en ningún mo­mento de prestar ese apoyo fundamental que todo hombre necesita para llevar a buen tér­mino los planes que se ha pro­puesto. 

Cuando el grueso de la hin­chada centralista despedía, con pañuelos en alto y gritos de esperanzado retorno, a su equipo el año anterior —par­tido ante Platense jugado en Arroyito, último en primera división antes de su tercera incursión en la "B"— estaba repitiendo un viejo rito que se inauguró en aquella primera aciaga experiencia de 1941. Estaba mostrando esa hincha­da fenomenal, única e inigua­lada, una condición, una cua­lidad que es propia de hom­bres que se han propuesto una meta y saben cómo llegar a ella. Estaban diciendo, en sín­tesis, que más allá de los par­tidos que se ganan o se pier­den, por encima de los juga­dores o dirigentes o técnicos que hoy cumplen y mañana no, por sobre todo eso sobre­salen los nítidos perfiles de al­go etéreo, indefinible, imposi­ble de describir con palabras; ese algo que se llama Rosario Central, Que convoca, que ex­cita, que conmueve, que pro­voca el llanto o el delirio, la alegría o la tristeza. 

El descenso del '41 trajo tristeza. Pero marcó a fuego al simpatizante auriazul que supo sobreponerse con virili­dad a una contingencia adver­sa para convertir a ese año de 1942 en un rosario de ale­grías como consecuencia de una marcha triunfal y casi ininterrumpida hacia el ascen­so tan querido. Por eso al fi­nalizar ya la temporada y ase­gurado el retorno al círculo máximo del fútbol nacional, la Comisión Directiva —que en­cabezó en recordada gestión don Agustín Rodríguez Ara-ya— pudo afirmar con enor­me satisfacción que "esta vic­toria de singulares proporcio­nes ha sido lograda por pro­pios merecimientos, sin clau­dicaciones, con un tesón a to­da prueba y una fe inquebran­table en el éxito de cada com­petición. En la acción manco­munada de jugadores, director técnico, colaboradores, perso­nal administrativo, socios sim­patizantes y dirigentes radica el legítimo triunfo centralista". Así fue, evidentemente. Esa fuerza moral, nacida de la con­junción de voluntades de toda la familia centralista se reite­ró en 1951 tanto como en es­te actual 1985. No es casuali­dad que en las tres oportuni­dades que el destino llevó a Central a la "B" su tránsito fuera tan fugaz en esa divi­sión, tanto que ni siquiera ne­cesitó llegar a la finalización del torneo para gritar su triun­fo, anticipando en varias se­manas su lógico retorno al lu­gar de privilegio que le corres­ponde entre los más grandes del fútbol nacional. 

Fuente. De la colección de Rosario Central Autor Andres Bossio