jueves, 21 de junio de 2018

WALDINO "TORITO" AGUIRRE



Hablarle a un rosarino cincuentón de "Torito" Aguirre es producirle gotas de brillo en las pupilas, encenderle luminosas antorchas de alegría en lo más hondo del corazón. Provocarle un regocijo que —suponemos— habrá sentido cada uno de aquellos que tuvieron la fortuna de verlo en acción durante las nueve temporadas que jugó para Rosario Central y las que también lo tuvieron como protagonista estelar con la camiseta de Central Córdoba.

Para hacer una semblanza meramente ajustada a los hechos bastaría recurrir a los números. Decir que el "Torito" jugó 182 partidos con la azul y amarilla y que —con 95 goles— fue el futbolista que más tantos convirtió para Rosario Central en el ciclo profesional. Pero eso no basta para pintar la estampa de este jugador fenomenal, que en 1947 se fue transferido a Racing. Ni siquiera encontrándose allí al lado de viejos y estelares compañeros como Rubén Bravo, el "Negro" Ricardo y Alejandro Yebra dejó de extrañar a Central. Un año después, pobre de fútbol y de goles racinguistas, apareció en Huracán, también junte a Ricardo. Aguirre, el fabuloso "Torito" estaba en otra cosa. Y en 1945 volvió a su viejo club; a reencontrarse con su público, con su gente, con su barrio sur, allí donde en :ple no corazón de Tablada había comenzado una carrera rutilante que lo llevó a la fama desde muy joven.

Nos cuentan que, en realidad, la fama del "Torito" empezó cuando aún era niño. Viejos charrúas fueron testigos presenciales del fútbol rosarino del '30 aseguran que mu-. chísimos hinchas se aparecían sin concierto previo para ver lópartidos de quinta división. Especialmente cuando jugaban Central Córdoba y Rosario Central, porque allí se enfrentaban dos purretes que serían famosos: Vicente de la Mata, con la camiseta azul del club de Tablada, y Harry Hayes, con la azul y amarilla de la entidad de Arroyito. En esa quinta que dejó un día De la Mata apareció Waldino Aguirre. La historia volvió a repetirse: los hin. chas charrúas se regocijaron durante años con el dITritot, cualquiera fuera la división en que jugase. En primera, junto a Fiore y Monestés, integró un terceto muy recordado. Hasta que en 1941 comenzó a jugar para Central, adonde llegó con otro compañero charrúa que por muchos años se asentaría en Arroyito José Casalini. Desde aquella inolvidable 21 fecha del torneo de ese año —jugada el 6 de abril de 1941—Aguirre inició un largo y apasionado romance con la hinchada auriazul. El "Torito" no quiso esperar y ese mismo día le ganaron a Platense uno a cero; fue el autor del único tanto. Le tocó saborear el trago amargo del descenso. Pero estaba hecho para soportar todas las adversidades. Y fue el abanderado de un retorno que se produjo al año siguiente, tras una campaña excepcional, que lo encontró goleador absoluto del torneo, con 32 tantos en 27 partidos. Todo un récord, con alguna particularidad: en dos encuentros de ese certamen conquistó 6 goles, en otro 4. Siguió en primera haciendo goles. Pero —fundamentalmente— jugando; divirtiendo a la enfervorizada masa de simpatizantes que le perdonaba todo, hasta su poca ortodoxa manera de dirigirse a les árbitros o a sus propios adversarios, lo que más de una vez lo dejaba fuera de actividad.

Cuentan quienes lo vieron en el apogeo de sus actuaciones que no hubo un jugador igual. Parecía no tener habilidad en las piernas; pero lanzado en velocidad era imparable; daba la impresión que los contrarios se apartaban de su camino, tan sutil y perfecto era el movimiento de su cintura mágica que dejaba el tendal en su ruta hacia el arco adversario.

La vida del "Torito" no fue fácil. Desde niño le faltó de todo; casi con seguridad y fundamentalmente, cariños, afectos; amor. Por eso quizás se volcó totalmente hacia el fútbol y se jugó el alma en cada pelota, gritó con todas sus ganas la intención de tomarse la revancha en cada gol, en cada amague. Por eso también, terminado el fútbol, se terminó todo para este formidable jugador. El destino, que tanto lo había escarnecido durante su infancia, lo esperaba al término de su ciclo esplendoroso. Ya no estaba su público, su hinchada, ya no estaba la pelota —su mejor y más obediente compañera— como tampoco el adversario burlado, ridiculizado por la mágica cintura del "Torito". Estaba otra vez la calle, la mala bebida, las peores compañías, el triste sino que había retomado un camino de sombras y, otra vez, de privaciones.

Y una noche de octubre de 1977 la cuerda se rompió. El "Torito" fue detenido por un supuesto robo menor. Borracho, vencido, entregado, fue golpeado brutalmente por un par de malos policías y murió. Hubo una farragosa y larga investigación que terminó con severas condenas para los culpables. Y hubo, esencialmente, una silenciosa y auténtica congoja de miles de charrúas y canallas hermanados por el dolor de haber perdido a un ídolo, para muchos, el más extraordinario jugador que se haya visto en una época donde había sobre abundancia de cracks. Dejó en Central un recuerdo inolvidable mereciendo su nombre y su figura un sitial preponderante en la galería selecta de sus ídolos más queridos.

Fuente: Extraído de la Colección de Revista de Andrés Bossio.