jueves, 11 de mayo de 2017

Angel Canalla

Por Guillermo Ferretti
 
Un poco de historia, y un enfoque personal



Los padres de Don Ángel viajaron desde Italia a la Argentina con la idea de «hacerse la América», como la mayoría de nuestros abuelos y bisabuelos. Antonio Zof y María Boemo eran friulanos. Él vivía en Santa María La Longa, y ella en Meretto, dos pueblítos separados por escasa distancia, enclavados en la provincia de Udine. En 1927, con apenas 23 años, la pareja armó las valijas y se lanzó a cruzar el Océano Atlántico en barco.

Ángel Tulio Zof nació en Rosario el 8 de julio de 1928. Y se crió junto a tres hermanos, María, Lucía y Roberto, en el barrio La República. Allí dio los primeros pasos de su dilatada y rica historia en el fútbol, disfrutando de jugar a la pelota en los potreros y en el club Gath & Chaves.

Ya siendo jugador profesional, en 1956, Ángel Zof contrajo matrimonio con Norma Márquez. De esta relación nacieron tres hijas, Diana, Sandra y Carina. Y con ellas llegaron ocho nietos: Santiago, María Rosario, Francisco, Valentín, Benjamín, Estanislao, Serafín y María.

El pibe que sueña, el hombre que cristaliza, el papá que se multiplica, el jugador trotamundos, el técnico que hace historia, el mito, el Ángel Canalla... Conocer buena parte de todos ellos, contar sus vivencias, recrear sus historias. Eso es lo que intentaremos en esta pretenciosa aventura literaria. Nada más, y nada menos.

Desde su temprana juventud, Don Ángel dedicó su vida al desarrollo de actividades futbolísticas, que mucha gente conoce. Aunque quizá no todos las hayan asimilado con la profundidad necesaria como para valorar sus esfuerzos y sus logros. Esas tareas pueden separarse claramente en las que desempeñó como jugador, y como técnico.

He tenido el privilegio de conocerlo, y de intercambiar con él largas horas de conversación nostálgica y evocativa de sus más caros recuerdos recogidos a lo largo de su trayectoria por el Club de sus Amores, Rosario Central. Ahora me propongo exponer, uno por uno, los resultados de los más interesantes reportajes que tuve el placer de efectuar. (se)

Cada vez que nos encontramos en su casa, Don Ángel exhibe el mismo comportamiento campechano: entra caminando despacio, saluda siempre atento, y se acomoda en el sillón, como si no le importara su ex-condición de futbolista profesional, con casi mil partidos jugados; y de director técnico, también expuesta en casi mil juegos. Después de forjar su propia historia en el fútbol, hoy retirado, Zof transita el «reposo del guerrero». Disfruta de su familia, de su hermosa casa con parque, de su huerta, de sus amigos, y del afecto y el respeto de la gente. Y también, de sus propios recuerdos.

Ha vivido intensamente desde ambos lados de la línea de cal. Un lujo del que no todos los protagonistas del mundo futbolístico llegan a disfrutar. Supo de los sinsabores de la derrota; lógico. Pero gozó como pocos del éxito. En una de sus noches de gloria, en diciembre de 1995, se dio el gusto de levantar los brazos ante más de 40.000 personas locas de alegría, que cantaban su nombre como una manera de hacerle Regar una muestra de agradecimiento infinito.

Nos conocemos; pero desde la distancia que implica la diferencia entre nuestros trabajos profesionales. Esa que (que) queda expuesta cada vez que se pone en juego la relación entre el entrenador y el periodista deportivo. Entre el que conduce un equipo de fútbol, y el que pregunta por las razones de un resultado, o el por qué de un cambio. Sin embargo, en esta ocasión en particular, las cosas serán diferentes, y los dos lo sabemos. La relación se irá transformando. La idea es recorrer, juntos, la historia de su vida. Llevarla al papel. Contar cómo un chico que jugaba en el potrero de su barrio se convirtió, por la magia de la pelota, en un Ángel. En el Ángel Canalla.

«Le parece que empecemos?», le pregunto, en la temerosa búsqueda por abrir la primera charla, por romper el hielo. Me mira. Se nota que no está acostumbrado a que le marquen los tiempos. Mucho menos, a que le digan qué hacer. Es más: pasó buena parte de su vida en la vereda de los que comandan; de los que organizan. Pero Zof sabe que este partido será distinto. No está en la cancha, su hábitat natural.

Tampoco hay ayudantes, ni colaboradores. La pelota y el saco de técnico quedan a un costado. Es hora de jugar con la memoria.

Coloco el grabador sobre la mesa, delante del sillón, donde el narrador busca su comodidad. Don Ángel coloca sus remembranzas en fila; las ordena, y comienza el relato.

El primer intercambio


No he encontrado mejor manera de transportar al lector la valiosa experiencia de recoger el reportaje, que transcribir siempre, directamente, sus palabras originales. Escuchémoslo, en la primera instancia de encuentro.

«Mis viejos, los dos, lucharon y trabajaron por todos lados. En aquella época, cuando yo era pibe, trabajando se vivía. El nivel de vida era diferente.

Se vivía con poco. Casi todos los días comíamos puchero. En la olla metían de todo. No hace mucho leí lo importante que es el puchero en la dieta. Al final, mire cómo son las cosas: sin saberlo, de chico nos alimentábamos bien.

Vivía en el barrio La República. ¿Se ubíca? Desde Avellaneda hasta la vía, hacia el oeste, y entre las calles Montevideo y Córdoba. Pero no nací allí. Creo que fue en Refinería, aunque no estoy seguro. Lo que sí sé es que, cuando tenía un año y medio, ya estaba en La República. Luego, mis padres me llevaron al campo. De esa época recuerdo muy poco, únicamente que estábamos cerca de la ciudad. Tengo la imagen de que cuando tenía unos cuatro años hacía de boyerito. Cuidaba que las vacas no se pasaran a otro campo. Después, cuando tenía cinco, volvimos a Rosario, al barrio donde estaba la quinta La Nélida. La quinta abarcaba unas tres cuadras, estaba en la calle Pasco y llegaba hasta Provincia Unidas. Allí se hacían pícnics todos los fines de semana en temporada veraniega. Había parques arbolados con plantas frutales muy grandes donde la gente pasaba todo el día. Yo vivía enfrente de esa quinta. Hasta que más tarde nos mudamos e hicimos raíces otra vez en el barrio La República, donde nos establecimos definitivamente.

A los seis años ya estaba jugando a la pelota con los chicos en el pasaje Jorge Newbery.

Frente a mi casa estaba la cancha de Gath & Chaves. Uno siempre jugó a la pelota, desde chiquito, porque era el mejor juguete que se podía tener. Jugar y patear la pelota, ése era el único pasatiempo. Jugaba solo, o con algún chico que anduviera por allí. Pero el chiche era la pelotita de goma. En esa época, viviendo frente a la cancha, me la pasaba jugando a la pelota. La cancha estaba entre la vía y calle Carriego por un lado y entre Montevideo y Pellegrini por el otro. En aquél tiempo, Pellegrini era una calle de tierra. Recién en 1937 la pavimentaron hasta Avellaneda.

Yo de chiquito vendía verduras, salía con un verdulero para hacerme unos pesitos. Después vendía helados sueltos, con un carrito. Ganaba buen dinero. El mejor día de venta era el sábado; y, sin embargo, mis viejos me dejaban ir a jugar al futbol, que era lo que yo más quería.

La de la tienda Gath & Chaves era una cancha preciosa. Había pertenecido antes a Estudiantes, un club que participó de la liga rosarina, pero que más tarde desapareció. Tenía un césped hermoso. Si hasta llegó a jugar, allá por 1929, el seleccionado paraguayo contra el rosarino. Cuentan que ese día se vivió una verdadera fiesta. La empresa Gath & Chaves arrendó ese predio por un plazo de quince años para que lo usen sus empleados, pero también se fue asociando la gente del barrio. Yo creo que recién me hice socio a los trece o catorce años. Antes de eso, le pedíamos al canchero, don Germán, que nos dejara patear un rato. A veces, él mismo nos prestaba una pelota, y nosotros aprovechábamos.

En Gath & Chaves había, además, dos canchas de tenis con piso de polvo de ladrillo, que estaban en muy buenas condiciones. También tenía canchas de bochas y de básquet. En esa época, esa era una de las canchas de fútbol más lindas de Rosario. Me acuerdo de otra que estaba ubicada antes de llegar a la Avenida Godoy, que también estaba buena; pero la nuestra era una de las mejores.

El predio de Gath & Chaves se remató cuando yo tendría, más o menos, 17 años. Se remató, y yo ahí inclusive compré algunos materiales para mi casa, pero me daban ganas de llorar, cómo de golpe no había más nada.

Antes, los barrios eran diferentes: se formaban pequeñas comunidades. Todo estaba arraigado allí. Uno tenía sus amigos y hacía las compras ahí mismo. El almacenero, el carnicero, el panadero, eran todos vecinos. No había grandes supermercados, como ahora. Es cierto que los supermercados representan un adelanto, pero rompieron con esa cosa familiar de los barrios. Usted no tenía el peso y el almacenero le fiaba. Siempre había para comer. Vaya hoy al súper a pedir fiado con la libreta: no hay manera. La tienda, el cine, los bailes... Servando Bayo, Luchador, Federal, Libertad, el Salón Marino y alguno más, todos los clubes hacían sus bailes. Hasta la novia era del barrio. Generalmente era así. Además la relación de amistad que existía con los vecinos era estupenda. Muy pocos tenían tapial entre casa y casa, la mayoría contaba con una puertita de alambre, sin candado, ni nada. Si alguien ponía tapial, decíamos: A la miércole, puso untapial. Entre vecinos, la separación era un alambre. Uno se levantaba, salía a la calle y se encontraba con todos. Hola doña Juana, que tal doña Pepa, cómo le va, qué dice. Uno tenía una quintita, el otro un gallinero. De vez en cuando una gallina se pasaba para este lado y el vecino la venía a buscar (risas). Eran cosas muy lindas.

Yo vivía en el pasaje Newbery, casi esquina Montevideo. Caminando por las cuatro cuadras que tenía la cortada, hasta la calle Mendoza, uno no paraba de saludar. Todos estaban sentados en las puertas.

Después está la plaza que corre desde Zeballos hasta 3 de Febrero. Son dos cuadras: en una manzana están todos los juegos, y la otra era el parque. Y todo frente a la plaza la Estación Rosario Oeste. Cuando éramos pibes, íbamos a hacer changas a la estación, cuando venía el tren de las 11 (23 hs) les llevábamos las valijas a los que bajaban, y nos daban una moneda. Ese tren de las u venía del norte, del Chaco. Venía completo. Y en verano, la gente lo esperaba, era como un paseo, daban la vuelta al perro mientras esperaban en la plaza. Paseaban un poquito y en la otra esquina había un Café Bar, el «Mayo», que todavía está.

En una de las esquinas formada por las calles Carriego y Mendoza ahora hay una tintorería; pero antes estaba el Café y Bar La República. Allí me juntaba con mis amigos a jugar al billar, al casín o a los naipes. Nos reuníamos en el bar para ir a los bailes, porque en esa misma esquina tenía parada el tranvía. El boliche era nuestra segunda casa.

A veces, agarrábamos el tranvía, el 21, y nos íbamos hasta el Puente Gallego. El tranvía tomaba por Ovidio Lagos y nos dejaba en un almacén. Desde allí teníamos que caminar hasta el puente. Ahí nos pasábamos toda la tarde tirándonos al arroyo. Nos mojábamos un poco, nos embarrábamos, embromábamos en el agua, y listo. No nos metíamos a nadar, porque casi nadie sabía. Si prácticamente no había piletas... El que sabía, había aprendido por su cuenta. La única pileta que conocíamos entonces era la que usaba la vieja para lavar la ropa, nada más.


El fútbol de entonces

Mi casa quedaba a unos 20 0 30 metros del arco de Gath & Chaves. El ruido del primer pelotazo de la mañana hacía que me levantara y saliera corriendo para ir patear. Me despertaba con ese sonido.

Empecé a jugar en la sexta división de Gath & Chaves, cuando tenía unos trece años. Antes había formado parte de los equipos de distintos comercios y de otros clubes del barrio: la bicicletería Cechíni, Relámpago, Carriego, Honor y Patria, y la bicícletería Gutiérrez. La cuestión era armar desafíos. Lo que sucede es que antes había cualquier cantidad de equipos. Cada dos o tres cuadras se formaba uno, para participar en torneos de siete jugadores. Potreros había por todas partes, pero
fueron desapareciendo a medida que

«Mi casa quedaba a unos 20 o 30 metros del arco de Gath & Chaves. El ruido del primer pelotazo de la mañana hacía que me levantara y saliera corriendo para ir patear. Me despertaba con ese sonido.» se pobló la zona.

Entrenaba el que quería. No había ninguna obligación. Es más: sino íbamos, era mejor para el club. No hacía falta practicar, porque todos jugábamos en los potreros. El entrenamiento era jugar, y jugábamos todos los días, todo el día. Había un delegado, que venía los jueves a la tardecita, y nos decía contra quién se jugaba el sábado. Y si no, directamente, nos llegábamos hasta el club el mismo sábado, a jugar. Había tan-

tos equipos, que era muy difícil que no se consiguiera rival para el fin de semana. Se jugaba los sábados y los domingos. Sobraban rivales; teníamos la agenda cargada. Generalmente, sabíamos de antemano contra quién teníamos que jugar cada fin de semana. Gath & Chaves no tenía apodo, era el equipo de la tienda. Pero cuando era chico, por muy poco tiempo tuvimos un equipo junto a mis amigos del barrio, al que llamábamos Punto Muerto. En su momento hicimos furor.

El nombre se lo colocamos en relación con una película norteamericana que vimos en el cine en aquella época. Se trataba de una barra de pibes, atrevidos, sinvergüenzas, que hacían toda clase de diabluras. En el barrio, éramos varios chicos que teníamos cierto parecido con los protagonistas de aquella película; por eso adoptamos el nombre de esa barra. El Colorado, el Peludo, Carrasca, Pajarito, éramos toda una banda. Inclusive, algunos de ellos jugaban descalzos. No teníamos ni cancha. Jugábamos desafíos en cualquier parte.

No vaya a creer que las categorías se formaban por edad exacta. En sexta jugábamos los más chicos; en quinta, los que nos seguían, y la cuarta era una especie de segunda división o reserva. Eran todos partidos amistosos. A veces conseguíamos alguna sede social, que era una pieza en alguna casa, nada más. La camiseta de Gath & Chaves era con listones bien finos, muy parecida a la de Los Andes, pero los colores eran azul y blanco. Pagábamos una cuota societaria, y el club se mantenía muy bien. Había un canchero, encargado del mantenimiento del piso. No recuerdo que regaran la cancha, pero para mantener parejo el césped tenían una o dos ovejas. Central también tenía una oveja, y eso que eran profesionales. Pero ese sistema era el más efectivo para ese entonces.

Los sábados jugaban los más grandes: la primera y la segunda. Los domingos a la mañana, lo hacían la tercera y la cuarta, mientras que mi división, la sexta, lo hacía por la tarde. A medida que fui creciendo, me tocó jugar en distintas categorías. Si faltaba alguno a la mañana, me llamaban y jugaba. Así, me fui entreverando, hasta llegar a la segunda división; y, poco tiempo después, a la primera. Tendría unos 16 años cuando sucedió esto. Yo era uno de los más chicos del primer equipo; el resto eran casi todos grandes.

El director técnico no existía. Teníamos un delegado, que se llamaba Manolo Oliva, quien se encargaba de organizar los partidos y nombrar a los que jugaban. Después, nosotros nos acomodábamos dentro de la cancha, porque sabíamos de qué jugaba cada uno. Antes, todos los equipos, ya sean amateurs o profesionales, jugaban con el mismo sistema táctico. Se formaba la famosa W-M, o, sí prefiere, el 2-3-5. Te decían vos jugás de wing, vos de centrofoward (centre forward), y cada uno se ubicaba en su posición; era así de sencillo. Durante el partido, nadie daba indicaciones. Tomá o dame; más que eso no se escuchaba.

Ni siquiera se armaban barreras para defender los tiros libres. A veces, se ponían dos o tres jugadores, pero porque ellos querían. Nadie los obligaba. Me acuerdo que algunos se colocaban de espaldas. Yo era chico, y no me daba cuenta del peligro que significaba que le pegaran a uno un pelotazo en los riñones, o en la nuca.

Para patear un tiro libre, se ponía el que le pegaba más fuerte. Venía uno, y le metía un zambombazo que no se imagina. La pelota era una verdadera piedra. Los córners los ejecutaban los wines, sí o sí, sin que importara si cabeceaban bien o no. Era cuestión de jugar, y jugar, respetando las posiciones de siempre.

Recuerdo que había jugadores muy buenos. El de Gath & Chaves era un equipo muy fuerte. Venían los profesionales a jugarnos, y no nos podían ganar. No venía un equipo profesional completo, pero muy seguido enfrentábamos a jugadores de Central y de Newell's. Lo que pasa es que antes había buenos futbolistas por todas partes. En cualquier potrero aparecía un buen jugador, pero no todos podían llegar a Central o a Newell's. Antes, la Liga Rosarina era fuerte. Estaban Argentino (antes se llamaba Nacional, pero el gobierno lo obligó a cambiarse

de nombre), Central Córdoba, Sparta, Provincial, Beigrano, Tiro Federal, y otros. Había muchísimos equipos.

Entre los buenos jugadores que tenía Gath & Chaves, había dos fenómenos. Uno era insíde izquierdo (volante) y se llamaba Garcés. Jugó en Argentino y más tarde pasó a Lanús. Antes se había probado sin suerte en Newell's y en Boca. Garcés era muy habilidoso. El otro fenómeno era el zurdo Victorio Panasci. Jugó de wing en Central; después pasó a Independiente, y más tarde a Nacional de Montevideo. Había varios muchachos del barrio que también jugaban lindo, como Antonio Giménez, Murcia, los Renón, los Parachini y el Turco Roque, que pateaba como un animal.

Alrededor de la cancha se juntaba mucha gente para ver los partídos. Todos venían a ver si perdía Gath & Chaves, pero muy pocas veces les dábamos el gusto. Se formaban grandes equipos para derrotarnos; por eso, era cada vez mayor el entusiasmo de la gente para ver esos

encuentros. En ese momento, el espíritu de juego era diferente al de   ahora. Eran todos desafíos.

Por aquella época eran muy famosos los campeonatos de siete juga- es dores en cancha grande. Allí jugaban muchos profesionales. Cuando yo estaba en la primera de Central, participaba de esos torneos. También lo hacían los jugadores de Newell's, y hasta algún futbolista rosarino que estuviera en Buenos Aires. Allá no se conocían esos torneos. Se anotaban equipos de diez jugadores (siete más tres suplentes), y se jugaba por simple eliminación, durante todo el día. Los partidos se disputaban en dos tiempos de quince minutos, y, en caso de empate, se jugaban quince minutos más (dos tiempos de siete minutos y medio cada uno). Si seguía el empate, se recurría a los penales, hasta que uno de los dos quedara eliminado. Los torneos empezaban alas ocho de la mañana; y, a veces, se anotaban tantos equipos, que había que continuar jugando al día siguiente, o en el fin de semana próximo. Los premios eran unas medallitas para cada uno, y una copa para el campeón. Al segundo le daban nada más que medallas, pero eso no importaba. El asunto era salir campeón; volver al barrio después de haber jugado todo el día, y poder decir: salimos campeones, nada más.

Se armaban unos líos bárbaros. Imagínese, no existían las alambradas, ni nada que sirviera para contener a la gente. Los organizadores ponían a alguno que supíera dirigir más o menos como árbitro oficial, y lísto. A veces, la gente estaba pegada a la raya de la cancha, y uno les pasaba a cincuenta centímetros de distancia. Siempre traían a un par de escuadrones depoli cía a caballo, porque de otra manera no se podía jugar Cuando había lío, los escuadrones intervenían, y desparramaban a la gente. Cuando no había policías, y se armaban problemas entre las hinchadas, la cosa se solucionaba únicamente cuando se cansaban de pegarse. Pero se jugaba de todas maneras, y los torneos siempre terminaban. Había algunos equipos que eran bravos, y llevaban su propia hinchada. Usted sabe cómo es esto del fútbol: a nadie le gusta perder. Entonces, alguíen metía una pierna de más, y se armaba.

Me acuerdo de un partido que me tocó ver entre Carriego y Sportivo Mendoza, participando de una liga que se había formado en esa zona. En Carriego jugaban varios de Gath & Chaves. Fue en un partido de la cuarta o de la primera; para el caso, es lo mismo. Lo importante es que se trataba del último del día, y se armó un lío terrible. Fue una batahola entre los 22 jugadores y todos los hinchas. Entre los espectadores había dos barras de muchachos; serían20ó 30 de cada lado, que estaban al borde del campo de juego, sin alambrado de contención, ni policías para poner orden. Fue terrible, Sportívo Mendoza era un equipo bravo del barrio Beigrano. No me olvido de un tal Giordano, que jugaba de centre haif. Un rival sacó el banderín del córner, y se lo partió en la cabeza. Giordano cayó redondo, y perdió el conocimiento, mientras la batalla continuaba. Para resolver la situación, uno que vivía a unos doscientos metros de allí mandó a buscar un revólver a su casa. Era Tomaso, un tipo que trabajaba en el Correo, con fama de ser muy guapo y valiente. Cuando le alcanzaron la pistola, se armó un desbande impresionante. Todos, hinchadas y jugadores, salieron rajando. De esas cosas uno nunca se olvida.

Esos torneos de siete en cancha grande se disputaban únicamente en verano. Había algunas canchas con iluminación; entonces, esos clubes aprovechaban para organizar un nocturno. Los partidos se jugaban los lunes, miércoles y viernes, desde las ocho hasta las doce de la noche. Había una cancha famosa para jugar, que era la de Racing. Estaba ubicada entre las calles Pellegríní y Montevideo, y entre la vía y Vera Mújica. La cancha de Racíng tampoco tenía alambre para contener a la gente, y allí se jugaron unos torneos de verano bárbaros, y los primeros nocturnos. El campeonato duraba entre uno y dos meses. Uno esperaba esos partidos para ir a verlos. Aunque éramos profesionales, jugábamos igual. Lo que pasa es que no existía esa disciplina de ahora. Por allí nos decían: cuídense, pero nada más. Participábamos de esos torneos, y nadie nos reclamaba nada. Lo hacíamos porque nos gustaba. Además, las vacaciones que teníamos cuando terminaba el torneo profesional eran largas. El campeonato culminaba siempre a mediados de diciembre, y volvía a iniciarse el primer domingo de abril.

Nos quedábamos más de tres meses sin fútbol profesional. Los entrenamientos empezaban a mediados de enero. Más allá de algún partido amistoso, o una pequeña gira por la zona, no jugábamos mucho. Por eso, nos venía muy bien participar en los torneos de verano. Cabanella y Río Negro eran otros clubes que organizaban este tipo de campeonatos nocturnos.

Los profesionales también jugaban en los potreros, en cualquier hueco. Vicente de La Mata, cuando estaba en Central Córdoba, allá en Tablada, venía a los potreros del barrio. En Tablada eran bravísimos, y tenían muy buenos jugadores. Una vez vino un equipo que lo tenía como número cinco a Perucca (jugó en Newell's y en la Selección), a jugar contra Gath & Chaves. El Piojo Franco, un gran gambeteador de Newell's, también jugó en contra de Gath & Chaves. Tengo un recuerdo imborrable de cuando era chico. Jugó el seleccionado rosarino de veteranos ante Gath & Chaves. Creo que ganaron los veteranos. Esa tarde estuvieron en la cancha muchos futbolistas de los que yo había leído algunas cosas. El Mono Francia, Soneíro (jugó en Newell's), Cardona (estuvo en Central). Pero del que me acuerdo siempre, que vi jugar por primera y única vez allí, fue Gabino Sosa. Entonces ya era veterano. Gabíno Sosa fue un legendario jugador de Central Córdoba, que integró el seleccionado rosarino y también el argentino. Era el estandarte del fútbol de la ciudad, y dejó de jugar en el 36, cuando recién surgía De La Mata, aunque creo que llegaron a jugar juntos. En ese equipo eran todos veteranos, pero... ¡Qué bien jugaban!

Por supuesto que no existía esa disciplina que hay ahora. Inclusive siendo profesionales, concentrábamos contadas veces la noche anterior a un partido. Una vez teníamos que enfrentar a Boca, cuando el técnico era Mario Fortunato, y nos tocó concentrar. Pero no lo hacía ningún equipo. Te citaban al mediodía en el club para almorzar; y después, había que jugar. Entonces, la noche antes, nos decían: muchachos, no vayan al baile; pero nosotros, a veces, íbamos igual; o nos juntábamos en el café, el boliche. Claro, nos estábamos portando bien, porque no íbamos para bailar; pero nos acostábamos después de la una de la mañana. Jugábamos a las cartas, a los dados, y al billar; y ni hablar del cigarrillo, y el humo. Eran otras costumbres, y otro fútbol.

Los sábados salíamos todos los muchachos juntos. A veces arrancábamos para la milonga, que terminaba a las dos de la mañana. Si uno tenía la suerte de hacer alguna relación con una chica en la milonga, por allí la acompañaba hasta la casa. Pero, generalmente, ellas iban con las madres. Entonces, nos íbamos a comer a la parrilla La Carmelita y volvíamos a las 4 de la mañana. De vez en cuando participábamos en esos torneos, que duraban un fin de semana, y nos tocaba jugar el domingo a primera hora. Me acuerdo que nos venían a golpear la puerta, porque ni existía el timbre. Vamos, muchachos, que nos tocó el primer turno... Jugábamos a las ocho de la mañana, y hacía tres horas que nos habíamos acostado. Y casi siempre nos tocaba seguir jugando durante todo el día. Lo que pasa es que, los que éramos profesionales, jugábamos en los mejores equipos. Entonces, si no salíamos campeones, recién perdíamos en las semifinales o en la final. Siempre estábamos ahí, y por eso teníamos que jugar un montón de partidos en el mismo día.

Entre los equipos nos conocíamos todos: Azcuénaga, La Tablada, Barrio Mendoza, Barrio Belgrano, Fisherton. En todos lados había equipos. Me acuerdo que, en un radio de ocho cuadras por cinco, había una cantidad impresionante de canchas: Gath & Chaves, Plus Ultra, Aconcagua, El Uruguayo, Unión Argentina, Servando Bayo, y Luchador, entre otras. Los fines de semana, no daban abasto. Si llovía, se jugaba igual. Tenía que caer mucha agua para que no se armaran los partidos. En la mayoría de las canchas de los barrios no había ni vestuarios, ni baños. Había que cambiarse al costado de la cancha, y dejar el montoncito de ropa junto con la de los compañeros. Siempre había algún amigo que iba de hincha, y de paso cuidaba la ropa. Pero nadie tocaba nada. A la vuelta, nos bañábamos cada uno en su casa. Además, siempre íbamos a jugar caminando, sin que importara dónde fuera el partido. Era algo normal.

Jugar en alpargatas



En los potreros había muchos jugadores; pero nadie usaba zapatos de fútbol. Para jugar, yo tenía unas alpargatas. Me acuerdo de algunas de las marcas que existían: Rueda, Flecha, y creo que Teros. A las alpargatas había que cuidarlas, porque eran multiuso. Además de utilizarlas para el fútbol, las usaba para ir a la escuela, y para salir. Nosotros jugábamos con alpargatas, y algunos lo hacían descalzos. Me acuerdo de un tal Lucho, que jugaba en patas, y le daba de punta a la pelota. Con lo dura que era, ¿cómo hacía? Jugar en alpargatas te permitía adquirir una sensibilidad bárbara en el pie. Por eso, siempre que algún padre me pregunta sobre el entrenamiento de un chico, le explico que me parece que los botines quitan sensibilidad: no le permiten al chico sentir el golpeteo del pie con la pelota. Cuando pateábamos descalzos, nos quedaba colorado el empeine de tanto darle a la pelota. Al que se acostumbraba a jugar con alpargatas, después le costaba mucho ponerse zapatos de fútbol. Yo usaba alpargatas, y muy rara vez pateaba descalzo, porque me parecía peligroso. Sin embargo, había gente que jugaba sin nada en el pie, y metía con todo. Los zapatos de fútbol de antes no tenían nada que ver con los de ahora. Uno se compra los que vienen actualmente, se los pone, y juega. No le provocan ningún tipo de inconvenientes. Pero antes eran duros, con punteras similares a las de los zapatos de salir. Los tapones se hundían, porque estaban apoyados en unos travesaños de fibra que se hundían. Los clavos atravesaban la suela, y te lastimaban la planta del píe. También eran pesados. Cuando uno se los ponía, parecía que estaba jugando con patines. Para muchos era muy difícil acostumbrarse al cambio. Inclusive, algunos se fabricaban sus propios botines. Los primeros zapatos de fútbol que empecé a usar fue cuando estaba en Gath & Chaves. Tendría unos 15 6 16 años cuando le compré unos botines usados a una familia del barrio. Eran familiares o amigos de Ignacio Díaz, que había sido un gran jugador de Central en esa época. Me costaron monedas, porque estaban bastante viejos. Prácticamente, los únicos que tenían zapatos de fútbol eran los que habían jugado. No me acuerdo bien, pero yo podía decir: miren, juego con los zapatos de Ignacio Díaz.

Cuando fui a Central, en las inferiores nos daban botines; pero ya habían sido usados por los jugadores de primera. El club les compraba zapatos a los futbolistas de la primera,

y, a medida que se ponían viejos, los iban pasando para los más chicos.




Fíjese como cambian las cosas: ahora, los futbolistas tienen convenios comerciales, y las marcas les mandan botines como publicidad. Para conseguir buenos zapatos de fútbol, nos íbamos a Buenos Aires. Me parece después le costaba que los Sportlandia eran los mejores Ya venían con la puntera un poco más blanda. Estando en la primera, cuando nos daban botines nuevos, se los prestábamos a alguno de la reserva para que los ablandaran. Toma, amansalos , les decíamos, para que los usaran un tiempo. Eran muy duros. Aunque parezca difícil de creer, muchos futbolistas se frustraron porque no podían adaptarse a jugar con botines. En el potrero eran fenómenos, pero ahí jugaban descalzos, o en alpargatas».

Don Ángel se detiene, revuelve su café en silencio. No tiene apuro. Se relaciona amablemente con el tiempo, sabe esperar. Hasta se podría decir que disfruta de las esperas, de ese tiempo necesario para la formación de procesos sólidos. Disfruta cuando espera, confiado en el fruto de su trabajo; el que hace falta para que un jugador-promesa culmine con el proceso de aprendizaje, de maduración. Que las semillas de rúcula que plantó al final del verano se conviertan por fin en una verde y lozana planta en otoño. Que el equipo pensado y diseñado vaya formando su personalidad...

Este punto pareció culminar una primera aproximación, particularmente interesante, al objetivo trazado. Una descripción plena de simpleza, pero suficientemente concreta, de una historia rica en facetas simpáticas. Un relato que reflejaba, por sobre todas las cosas, el carácter sencillo, humilde, si se quiere, de alguien cuya trayectoria puede pesar toneladas más que todo lo contado. Y que se había referido más a su entrañable entorno que a sí mismo. Los cafés establecieron el p de esta primera relación «personaje/periodista». Él apuró y disfrutó el suyo de a sorbos, entre los párrafos de su narración. El mío se enfrió.

«Lo espero la semana que viene, ¿le parece?». La pregunta de Don Ángel es una formalidad. Lo mismo que mi respuesta. El encuentro ya está pactado. La historia recién empieza.
Reseña cronológica de los clubes dirigidos
Don Angel Zof actuó por primera vez como director técnico de primera división de AFA el 13 de junio de 1965, al frente de Newell's, en un empate con Platense (1 a 1) en el Parque Independencia. Y la última vez que lo hizo fue el 1° de marzo de 2006, dirigiendo a Central en otra igualdad, pero frente a Argentinos Juniors (1 a 1), en el Gigante de Arroyíto. En primera división, Zof dirigió 909 partidos: 607 a Rosario Central, 97 a Newell's, 72 a Los Andes, 49 a Atlético Ledesma de Jujuy, 34 a Platense, 28 a Atlanta, y 22 a San Martín de Tucumán. Esta vasta experiencia reconoce una compleja trayectoria, que es conveniente describir cronológicamente, para interpretar mejor los interesantes reportajes alusivos que se reproducen más adelante. Revisémosla:
Newell's - Primera etapa (1965-67). Desde 1965 hasta fines de 1967, Zof reemplazó al Oso Gerónímo Díaz, quien renunció luego de haber ganado un clásico. Luego de algunas diferencias que tuvo con el presidente del club, dejó el cargo.
Los Andes - Primera etapa (1968). Un año después, fue contratado por Los Andes, reemplazando al brasileño Alejandro Galán, más conocido como Jím Lopes.
Newell's - Segunda etapa (1969). Durante el primer semestre de 1969, Zof tuvo otro paso por Newell's, pero este no fue fructífero, y ese mismo año renunció.
Los Andes – Segunda etapa (1969-1970) El 1º de junio de 1969, quince días después de haber dejado a Newell`s Zof dirigió nuevamente a los Andes consagrándolo campeón del Torneo Reclasificatorio de ese año ante Newells, y acompañandolo hastga mediados del Metropolitano de año siguiente.
Rosario Central – Primera etapa ( 1970-71) el debut de Zof como DT de Central se produjo luego de la renuncia de Enrique Omar Sívori, en junio de 1970, ganándole 2 a 1 a Huracán por el Metropolitano, en Rosario. De 42 partidos, ganó 19, empató 13 y perdió 10; y logró, por primera vez para un equipo del interior, el Subcampeonato en el Nacional de mayo de 1971, tras empatar2 – 2 con Vélez Sarsfield en Rosario, Zof le dejó su lugar Carlos Timoteo Guiguol.
Atlanta ( 1971). Antes de finalizar el Metropolitano de 1971, Don Ángel sustituyó a Victorio Spinetto en Atlanta, equipo al cual salvó del descenso y lo colocó cuatro en el Nacional del mismo año, perdiendo la clasificación para las semifinales contra Central.
Central – Segunda etapa ( 1972–73). En su segunda etapa en Central. Zof reemplazó a Ángel Amadeo Labruna lugo de que éste ganara el Campeonato Nacional de 1971, en junio de 1972, inagurando su actuación empatando 1-1 con Racing en Rosario, jugando en total 39 encuentros, de los que ganó 17, empato 11 y perdió otros 11 y culminándola perdiento 5-0 contra el Hucarán de Menotti en Rosario, en mayo de 1973.
Atlético Ledesma de Jujuy ( 1976-78) Zof clasificó a este equipo 3 veces, de las 5 que disputó, en los Torneos regionales del Nacional, con triunfos importantes sobre el Independiente de Pastoriza, el Argentino Juniors de Maradona; y el Newell`s de Yudica.
Rosario Central – Tercera etapa ( 1979). En el tercer regreso a su “segunda casa”, Zof sustituyó a Griguol, inaugurando la actuación de lo que ibga a ser “La Sinfonía de Don Ángel”, goleando 6-0 a Chacarita en Arroyito, y cerrandola en dieiembre de 1979, cuando, como local, Central fue eliminado por River de las Semifinales del Nacional. En esta etapa dirigió 37 partidos, de los cuales ganó 18, empató 11y perdió sólo 8, y fue reemplazado por Roberto Marcos Saporiti.
Rosario Central - Cuarta etapa (1980-82). Reemplazando a su propio sucesor, Saporítí, Zof comenzó empatando o-o con Quilmes en Rosario por el Metropolitano en junio de 1980. Luego, conquístó el primer título Canalla: el Nacional de ese año, frente al Racíng de Córdoba de Alfio Basile, jugando en total 134 partidos, de los cuales ganó 50, empató 45, y perdió 39, para ser reemplazado interinamente en enero de 1983, tras perder 3-1 contra Talleres en Córdoba, por José Aurelio Pascuttíni y Ricardo Palma; y luego, definitivamente, por Vicente Cayetano Rodríguez.
Platense (1983). En Platense, Zof sustituyó al técnico interino Luis María Atela durante el Nacional de 1983, ganando sus primeros 6 encuentros como local, pero siendo luego eliminado por Temperley. En el Metropolitano de ese año, su Platense venció a Boca luego de 12 años, y también al Ferro de Griguol.
Atlético Ledesma de Jujuy - Segunda etapa (1984). Zof clasificó a este equipo para el Nacional de 1984, pero no pudo superar la primera fase.
Rosario Central - Quinta etapa (1986-90). Reemplazando a Jorge Pedro Marchetta luego de ganar el ascenso a Primera División en 1985, Zof inició el Campeonato 86/87 empatando i-i con San Lorenzo en Buenos Aires, y finalizándolo como Campeón, concretando un hecho único en la historia del fútbol argentino: obtener sucesivamente los campeonatos del Ascenso y de la Primera División. Esta larga etapa comprendió 173 encuentros, de los que ganó 63, empató 67, y perdió 41, además de los dos disputados contra Newell's, que la AFA les dio por perdidos a ambos equipos; y culminó en diciembre de 1990, cuando Central cerró el Apertura perdiendo 1-0 con Ferro en Arroyito. En esa oportunidad, Zof fue reemplazado por Carlos Daniel Aimar.
Rosario Central - Sexta etapa (1991). Zof sucedió de nuevo a quien antes lo reemplazara, esta vez a Carlos Aimar, en abril de 1991. En el primer partido, Central derrotó 2-1 a San Lorenzo en Rosario por el Clausura 90/91. En este ciclo dirigió 30 partidos, de los que ganó 8, empató 14, y perdió 8, siendo reemplazado por Eduardo Solari luego de perder 3-1 con Deportivo Mandiyú, en diciembre de 1991.
San Martín de Tucumán (1992-93). Zof dirigió a este equipo recién ascendido al Apertura 1992, con buenos resultados de visitante frente a los «grandes»: empató con River y San Lorenzo, le ganó a Racing, y sólo perdió con Independiente. Además, su equipo protagonizó el histórico empate con el cual Boca salió Campeón del Metropolitano de 1981, después de 11 años sin logar el título. En el Clausura San Martín arrancó con 3 derrotas consecutivas, y Zof tuvo que dejar su cargo.
Rosario Central - Séptima etapa (1995-97). En esta nueva oportunidad, Zof reemplazó a Marchetta, perdiendo como visitante i-o su primer encuentro con Vélez por el Apertura 95/96. El 19 de diciembre de 1995, se consagró campeón de la Copa Conmebol, en una histórica final frente a Atlético Mineiro de Brasil, y obtuvo el primer título sudamericano para un equipo del interior del país. Esta etapa comprendió 69 partidos, de los que ganó 24, empató 25, y perdió 20. Se despidió derrotando 2-0 a Banfield en Arroyito, en junio de 1997, por el Torneo Clausura.
Rosario Central - Octava etapa (2004-05). Ya retirado del fútbol profesional, y trabajando en las divisiones inferiores como Director General del Fútbol de Rosario Central, Zof tuvo que volver a hacerse cargo del equipo. En agosto de 2004, asumió junto con Ariel Cuifaro Russo, reemplazando al uruguayo Víctor Pua, cosechando 30 puntos en el Apertura 2004, y 31 en el Clausura 2005. Esto permitió que el equipo logre la clasificación para disputar la Copa Sudamericana 2005 y la Copa Libertadores 2006.
Rosario Central - Novena etapa (2006). Ariel Cuifaro Russo se había hecho cargo del equipo durante el Apertura 2005; pero, luego de eliminar a Newell's de la Sudamericana, Central no hizo pie en el torneo local, y el técnico tuvo que renunciar en la 15a fecha. Zof dirigió en las últimas 4 fechas del Apertura 2005, en las 2 primeras de la Líbertadores 2006, y en las 7 primeras del Clausura 2006. Por fin, una noche, tras empatar 1-1 con Argentinos Juniors en Arroyito, Zof decidió dar un paso definitivo al costado.
Tras esta sucinta descripción, disfrutemos las remembranzas de Don Ángel, a través de reportajes referidos a todas estas actuaciones suyas como entrenador.

Fuente: Extraído del Libro “Angel Canalla-Autobiografía de Don Ángel Zof” Editorial Homo Sapiens. Año 2013