miércoles, 14 de diciembre de 2016

EL TRANVIA

 
Doblaba la esquina

con ese cansino
rechinar de hierros.
Despintado y feo,
con su traqueteo
juguetón y lerdo.


Poblado de gentes
de sombrero aludo,
de severa falda.
Apuntando el cielo
con el brazo erguido
de su vara larga.


La ciudad crecía
como repartida
por un viento bueno.
Y por sus callejas
pasaba el tranvía,
tren venido a menos.


Se perdió en la bruma
como el organito
que cantaba el tango.
Con su guarda oscuro,
la campana triste, lerdo y rechinando.
Todavía la vía —mapa de su rumbó­lo
sigue esperando.


Quien lo manejaba,
su dueño postizo,
su infaltable hermano,
todavía lo sueña
las tardes de siesta
con mate en la mano.


En su pecho sigue
el viejo tranvía
solo y traqueteando, como cuando andaba
fatigando el suelo
del recio empedrado.

Aún hoy se puede
si hay luz en el alma—
seguirlo mirando:
doblando la esquina
con el paso lerdo
de buey fatigado.
Lleva en su ventana
la niña que mira
cuando va pasando.
Que mira y que tiene,
por venir de lejos,
los ojos nublados.
Fuente: Extraído de la Revista “ Rosario , Historias de aquí a la vuelta”. Fascículo N• 14. Autor Juan Carlos Muñiz. Julio 1991.