viernes, 30 de septiembre de 2016

Una abundante cronología

Por Rafae Ielpi



La necesidad de síntesis inevitable en este tipo de cronologías no impide que puedan mencionarse siquiera -en un acto de justicia a su trayectoria y en muchos casos a su notoria popularidad- a otros in­térpretes del género entre 1930 y 1960, como los directores Angel Be­jía, Luis Albeto Migliazzo, Julio Conti, Francisco Plano, Héctor Lincoln Garrot con su orquesta Los Provincianos, José Corna, Ju­lio Barboza, y Juan Antonio Manzur (1918-1982), que iniciado co­mo pianista de Bedrune y asimilado luego al estilo y repertorio de Juan D Arienzo -que haría suyos con gran aceptación del público de tango-sería uno de los músicos requeridos permanentemente en los bailes ro­sarinos, además de ser de los primeros en actuar en televisión en la ciu­dad.

También tendrán relación con el período 1930-1960, aunque fugazmente por su radicación en Buenos Aires, otros rosarinos que lo­grarían repercusión internacional, como Libertad Lamarque (1909), que en el comienzo de los años 30 se presentaba en escenarios de la ciu­dad como cancionista -anticipando a otras cantantes como Delia Ro­dríguez ("La Chaqueñita"), Tita Bernal, Elbita Lucy, Mer cedes Pino, Evita Castro y otras- y que en 1933 parti ciparía de la pionera "Tango", el filme de Moglia Barth convertido hoy en un clásico del cine nació-nal; o como Agustín Irusta, un cantante que con jfl el trío Irusta-Fugazot-Demare alcanzaría una po­pularidad casi increíble en España y en algunos países latinoamericanos como Cuba y Colombia, autor de la música de una de las canciones que primero poetizaron la ciudad, la zamba Rosario de Santa Fe.

Aunque no rosarino de nacimiento, tampoco sería extraño a los escenarios de la ciudad, en la década del 30 y hasta su muerte prematura, otro legendario nombre: el de Agustín Magaldi. Lo mismo ocurriría -posteriormente-con Domingo Federico, que con una trayectoria autoral que lo con­sagraría entre los grandes compositores de la Generación del 40, eligió a Rosario como su residencia permanente después de 1950, dirigiendo orquestas y conjuntos reducidos con cantores como Rubén Sánchez y Rubén Maciel y manteniendo, en 1999, su fervor por la música po­pular al dirigir la Orquesta Juvenil de Tango de la Universidad Nacio­nal de Rosario.

También José Berón, nacido en Zarate en 1915 y miembro de una familia de artistas populares, adoptaría igual decisión que Fe­derico, después de haber iniciado su carrera profesional en 1930 junto a su hermano Raúl. El suyo sería un caso tal vez irrepetible de adhe­sión popular a su figura y a su nombre, a la que respondería con una vida personal signada por una permanente bohemia y una adicción al alcohol que frustrarían regularmente sus anhelados retornos. En cada uno de ellos, sin embargo, Berón volvía a suscitar el interés, el aplauso y el fervor de auditorios incondicionales, hasta la década del 60.

En la línea de los cantores que mantenían aún un dejo de los aires camperos de milongas, estilos y cifras, José -como lo llamaban a secas sus fieles- sería sin embargo un intérprete personalísimo y refi­nado del tango, cuyos méritos apenas quedarían registrados en un puñado de grabaciones, hoy inhallables. Las mesas del bar Sibarita, de Corrientes y San Lorenzo, lo tendrían como su melancólico y callado parroquiano en los años de su prematuro retiro, cuando sus actuaciones con las orquesta de Roberto Caló, Enrique Alessio y Anselmo Aieta, en Buenos Aires, y con Julio Conti, Luis Chera, Antonio Ríos y otros en Rosario, eran ya otra parte -también melancóli­ca- de su leyenda. Contrafigura por su dilatada carrera como cantor se­ría Héctor Palacios que, como Irusta, haría buena parte de la misma en distintos países latinoamericanos.



Fuente: Extraído de la Revista “ Vida Cotidiana” del diario La Capital