jueves, 9 de junio de 2016

Un malogrado aprendiz de capo

Por Rafael Ielpi


Es durante el período de mayor firmeza de Galiffi como jefe máxi­mo cuando aparece en Rosario el que pretendería ser su sucesor, reformulando métodos y estrategias de la sociedad delictiva para pasar de la mera extor­sión y el monopolio en los mercados de la ciudad al crimen, el secuestro y el implacable ajuste de cuentas con los viejos capos.

Aquel personaje ostentoso irrumpiría bajo el exótico nombre de Alí Ben Amar de Sharpe, aunque el verdadero fuera Francisco Morrone y se tratara de otro italiano más ganado por la subyugante seducción de integrar la honorable sociedad. Su ambición sería sin embargo desmedida: conver­tirse en capo di capi de una organización que, para él, estaba ya a contrape­lo de su similar en Estados Unidos, cuyos métodos le parecían más contun­dentes, con mayores y más rápidos réditos económicos.

Una personalidad extravagante, desde el atuendo elegante y a la mo­da a los anillos con exagerados brillantes en sus manos; la apropiación de un título de ingeniero argelino, con chapa de tal en el frente de su residencia en Avda. Arijón al 1000, en Barrio Saladillo; su presencia habitual en los restau­rantes de moda, la ostentación -en suma- de una riqueza que nadie podía constatar como real entonces, iban a posibilitarle algo más: su casamiento en febrero de 1932 con María Esther Amato, una joven de la sociedad rosarina. En la cere­monia civil, el aprendiz de capo aportaría otros datos igualmente improbables: su condición de soltero, su nacionalidad fran­cesa y dos padres de origen árabe, Niyima Bazis, siria, y Elias de Sharpe, egip­cio, a los que declara como fallecidos.

Héctor Zinni pinta con perdurable colorido su figura: "Desde su cuartel general partía a distintos lugares propicios para hacer conocer su personalidad; estacionando un automóvil de precio por la mañana y otro distinto por la tarde en la puerta de las confiterías de lujo, donde bebía su aperitivo o del restaurante de categoría, donde almorzaba y cenaba. Al hacerse el ser­vicio de peluquería en los mejores clubes y es­tablecimientos rosarinos, abonaba con un billete de 10 pesos, suma ele­vada entonces, dejando el resto al oficial como propina..."

Aquella rumbosidad, aquella ostentación, ocultaban el lado oscuro de Morrone: sus vinculaciones directas con la mafia, a la que pretendía co­mandar. Antes de eso, entre 1930 y 1932, el presunto ingeniero iba a estar detrás de algunos de los golpes más resonantes de la organización, que serían a la vez el umbral de su derrumbe,

Esa seguidilla tendría sus puntos máximos en agosto de 1931 con el secuestro de un poderoso empresario de Venado Tuerto, Florencio Andueza, al que los mafiosos trasladan al llamado Barrio 5 Esquinas rosarino y por quien la familia paga un fabuloso rescate de 100 mil pesos. La negativa del propio secuestrado a brindar información a la policía (Andueza llegó incluso a radicarse largo tiempo en Chile) y los clásicos códigos de silencio de la ma­fia parecieron dejar el caso en el misterio.

Es en ese momento cuando aparece la mención de un invisible Don Pepe, que es quien ha planeado la operación del secuestro, y que no es otro que el mundano Ben Amar de Sharpe o Chicho Chico, empeñado en su ba­talla por el control de la societá. Fue él quien convocó a algunos mafiosos con probada experiencia, como Gerardi y Capuani (involucrados poco antes en dos asesinatos, el del procurador Romano y el del hijo del millonario Vivet) y a Antonio y Víctor Michelli, Celestino Fernández, Miguel Cruzetti y Segundo Busillatto.

Sin embargo, el descubrimiento un año más tarde -el 12 de enero de 1932- del cadáver de José Amato, abandonado en un camino rural entre Estación Gould y Venado Tuerto, conduciría a la policía hacia la punta del ovillo. El muerto, un árabe partícipe del secuestro de Andueza, había sido acribillado a balazos por reclamar su parte del botín por el propio Don Pepe. Santos Gerardi, que cae a su vez en prisión en 1938, daría los detalles faltan-tes del caso, involucrando no sólo a Chicho Chico sino develando también la intrincada trama de otro crimen mafioso, el del procurador Domingo Ro­mano, en 1930, en el que tendrían participación (como se verá) otros noto­rios como Dainotto y Avena, el famoso Senza Pavura.

El hecho, ocurrido el 28 de junio de ese año en Corrientes y Mon­tevideo, constituyó una sórdida historia de codicia y de lazos familiares que incluía a Luis Vivet, hijo del multimillonario José Luis Vivet -que había muerto en Francia tres años antes-, cuya herencia discutía con sus hermanos Luis, Pedro Marcelo (declarado heredero pero que muere al poco tiempo de locura senil), María Luisa y Alicia. El procurador Romano, que había mane­jado los intereses del millonario, es convocado por los Vivet para viajar a Fran­cia para solucionar el entredicho sucesorio, y regresa con la anulación del tes­tamento a favor del fallecido Pedro Marcelo Vivet, lo que constituía un prin­cipio de solución.




Sin embargo, los Vivet lo desautorizan -empeñados en la pugna fa­miliar-, dando comienzo de ese modo a una disputa generalizada ya que Ro­mano pleitea a su vez contra ellos por lo que considera una herencia vacante, opinión que comparte alguna institución interesada en quedarse con la mis­ma. En diciembre de 1929, el procurador inicia el juicio y dos meses después recibe el primer anónimo, seguido de amenazas telefónicas: todo indicaba que se había puesto en marcha contra él un típico operativo mañoso.

En el mismo tendrían protagonismo tanto Luis Vivet como su apo­derado Salvador Lara -casado con Georgina Solari Vivet, nieta del millona­rio-, a quien se sindicaría, con endebles pruebas, como el mata­dor de Romano. La absolución de ambos pareció condenar el ca­so al cajón de los asuntos irresueltos. Pero faltaba un inesperado ingrediente: el asesinato de Luis Vivet, en 1931, apuñalado mientras caminaba por calle Córdoba rumbo a su vivienda de la esquina de Laprida y Santa Fe. La detención de Santos Gerardi, en 1938, permitiría armar el rompecabezas, del mismo modo que lo hiciera con el secuestro de Andueza.

El asesinato de Romano había sido instigado por Vivet, quien encargó a su amigo Ernesto David la contratación de los "ejecutores". Estos eran conocidos miembros de la mafia rosarina: el capo Luis Dainotto, Capuani, Gerardi, Nuncio Cannarozzo (que elije marginarse del hecho) y Juan Avena, el famoso Senza Pavura, cerebro de la operación, quien sería el encargado de repartir los cerca de 18 mil pesos pagados por David por el "trabajo" y de quedarse con una parte jugosa de ese monto, convirtiéndose de peón del Mercado Central en próspero mayorista.

Osvaldo Aguirre, en una investigación periodística en "La Capital", incluye un testimonio revelador: "Gabriel de Toma comprobó con asombro que en agosto de 1930, un mes después de cometido el asesinato de Ro­mano, su peón se convirtió en dueño de dos puestos de verduras. Y en di­ciembre del mismo año, Senza Pavura vendió esos puestos y se transfor­mó en mayorista de pescadería. En forma repentina se lo empezó a ver bien vestido, cambiándose de traje dos veces por día y llevando encima muchas alhajas..."

Al poco tiempo, todos ellos -instigadores, cómplices y el autor ma­terial de los disparos contra Romano, que unos suponen fue Gerardi y otros Capuani- habían caído bajo la propia violencia mafiosa, o muerto en la cár­cel. La honorable sociedad consumía su tiempo y sus hombres empeñada en una frenética escalada delictiva. Detrás de todo ello estaba la mano de Chi­cho Chico, Alí Ben Amar de Sharpe o Francisco Morrone, creyéndose insta­lado cada vez más alto en la pirámide del poder mañoso.
 
Fuente: Extraído de la colección “Vida Cotidiana – Rosario ( 1930-1960) Editada por diario la “La Capital