jueves, 16 de junio de 2016

El principio del fin

por Rafael Ielpi


El secuestro y ulterior asesinato de Abel Ayerza, un estudiante de 25 años, miembro de una acaudalada familia porteña, propietaria de la estancia "Calchaquí", en la provincia de Córdoba, iniciaría ya entrada la noche del 23 de octubre de 1932 el capítulo final del ascenso de Chicho Chico y del po­der de la mafia.

La operación, planeada por el ascendente mañoso, contaría con un numeroso grupo de participantes: los cinco secuestradores que interceptaron el automóvil en que viajaban Ayerza y sus amigos Santiago Hueyo, hijo del ministro de Hacienda de Justo, y Alberto Malaver, junto a Juan Bonetto, mayordomo de la estancia, y que eran los infaltables Capuani y Gerardi, jun­to a Juan José Frenda, Juan Vinti y Salvador Rinaldi; los cómplices como Anselmo D'AUera, en cuya chacra de Corral de Bustos fueran alojados ini-cialmente Ayerza y Hueyo, antes de la liberación de éste, que serviría de ges­tor del pago de los 120 mil pesos exigidos por los mafiosos; Pablo y Vicente Di Grado, quien custodiaría a Ayerza junto a Vinti; Carmelo Frenda, Car­melo Vinti, José La Torre, Pedro Gianni y también algunas de las esposas de varios de ellos.

Al ser liberado, Hueyo pone en marcha en acuerdo con los Ayerza el pago del jugoso rescate, que es entregado en mano a Rinaldi el 30 de octu­bre, en plena calle San Martín. El mañoso tranquiliza a los familiares prome­tiendo la liberación del estudiante en un par de días, pero la misma no se pro­duciría nunca. En los primeros días de noviembre Juan Vinti, intranquilo por la falta de noticias de la banda, decide trasladar a Ayerza hasta un paraje co­nocido como Campo Carritos, en tanto la mujer de Anselmo D'Allera reci­bía un telegrama cuyo texto Maten el chancho, urgente no le pareció acor­de con lo planeado.

La mujer viajó entonces a Rosario para recibir explicaciones, ente­rándose no sólo de que el rescate había sido cobrado sino que el texto correc­to -que se refería obviamente al secuestrado- debió ser Manden el chancho, urgente. Al regresar a la chacra no encontraría a Vinti, que ya había mudado a su rehén al que, ofuscado y asustado por la falta de noticias, termina matan­do por la espalda de un escopetazo, cumpliendo sin saberlo lo ordenado en el primer telegrama.

El rango social de los Ayerza, la condición de hijo de un ministro del joven Hueyo, la pertenencia de ambos a la Legión Cívica nacionalista de Manuel Caries, desataron una furibunda campaña generalizada contra la ma­fia, encabezada por la propia Policía Federal que fue la que romo cartas en el asunto, aun sobre la jurisdicción de las fuerzas provinciales de Santa Fe y Cór­doba. Algunos de sus jefes como Miguel Viancarlos, Víctor Fernández Bazán o policías como José Martínez Bayo, Barraco Mármol, Faciutto, Mascheroni y otros, en Rosario, tendrían un decidido protagonismo en esa lu­cha. Quedaba sin embargo por apresar a Chicho Chico, algo que no logra­rían, y a Chicho Grande, algo que lograrían, pero por muy poco tiempo.

Al producirse el secuestro de Ayerza, la búsqueda de Chicho Chico, a quien se suponía con fundamento instigador de toda esa cadena de delitos, se tornó casi frenética, y la policía realizaba verdaderos raids de allanamien­tos, detenciones, interrogatorios y tiroteos en procura de su paradero. Ignora­ban que el ascendente aprendiz de capo había sufrido ya en carne propia el fatídico abrazo del alambre en el cuello en una imprecisa fecha del otoño de 1932.

Juan Galiffi, cansado de los arrebatos y ambición de Ben Amar de Sharpe, le prepara una celada similar a la que éste utilizara para asesinar a Curaba, Pendino y Dainotto: lo invita a su casa porteña con la excusa de un armisticio. La soberbia, o la imprevisión le tienden otra trampa al aprendiz, que concurre sin tomar precaución alguna. No lo recibe Galiffi, que se ha marcha­do a su finca en San Juan para alejar toda sospecha, sino su espo­sa y su hija, con quienes Chicho Chico tenía amistosa relación social.

Alojado en la vivienda, el aspirante a capo es ajusticia­do por tres incondicionales de don Juan: Juan Glorioso, Antonio Montagnay Juan Rubino, con el chofer Luis Corrado como cómplice necesario. La confesión de éste, en febrero de 1938, permitiría a Viancarlos desentrañar los pormenores del crimen y desenterrar, en una quinta de Ituzaingó donde fue­ra sepultado, los restos óseos del mafioso y un par de elementos que asevera­ban su filiación: el calzado de charol con cañas blancas y borones de nácar que usaba habitualmente, y una etiqueta de The Lasting -la tienda rosarina don­de Chicho Chico adquiría las prendas para su cuidado vestuario- en el forro del sombrero.

Galiffi es finalmente detenido el 16 de marzo de 1933 y trasladado a Rosario, acusado no de la muerte de su rival sino de haber recibido dinero del rescate de Marcelo Martín, de acuerdo a la confesión de su paisano Fran­cisco Gallo. No sólo niega ser el jefe de la mafia sino que se presenta ante la opinión pública como un perseguido, a través de una prensa que parece incluso admirarlo. La falta de pruebas, y la brillante defensa que hace de su caso un joven abogado rosarino llamado Ro­lando Lucchini, le permiten salir en libertad. Regresa a Buenos Aires, a su casa de calle Pringles, para radicarse luego en Uruguay, en el balneario de Po-citos, al ser deportado por el gobierno argentino.

Desde Montevideo, al arreciar los rumores acerca de un pedido de extradición, Don Chicho viaja a Sicilia, en pleno fascismo. Allí ejerce un car­go público hasta su muerte en enero de 1944, al sufrir un síncope cardíaco durante un toque de alarma de bombardeo aéreo.
Fuente: Extraído de la colección “Vida Cotidiana – Rosario ( 1930-1960) Editada por diario la “La Capital