lunes, 11 de abril de 2016

Dos males rosarinos



En ese recuento de los aspectos menos progresistas de la ciudad hasta 1930 deben consignarse asimismo dos hechos que coincidieron en el tiempo (entre 1890 y mediados de la década del 30) y tuvieron repercusión nacional e incluso internacional: la consolidación de la prostitución y la trata de blancas, en un barrio específicamente dedicado a dicha actividad, por entonces legali­zada: el barrio Pichincha; y la aparición y accionar de la Mafia, integrada casi con exclusividad por italianos provenientes de Sicilia.
El primero de ellos fue posibilitado por la existencia de tratantes organizados en instituciones con fachada benéfica como la Sociedad Varsovia (1905), la Asquenasum y la posterior y más famosa Zwi Migdal, que se encargaban de proveer de jóvenes mujeres al gran número de prostíbulos instalados en el mencionado barrio, aledaño a la estación Súnchales del Ferrocarril Central Argen­tino. Contando para ello, por cierto, con la complicidad de un entramado permisivo que incluía a funcionarios, policías y jueces, cooptados diríamos hoy, por el poder económico de aquellas aceitadas organizaciones de rufianes.
Pese a las protestas de buena parte de la sociedad rosarina y las campañas del periodismo, entre ellos La Capital, recién después de producido el golpe militar del 6 de septiembre de 1930 la prostitución perdió su condición de actividad reglamentada y legalizada por el municipio y con el cierre de los popularmente llamados quilombos de Pichincha, lo pintoresco pero también nefasto de aquella a la que muchos rosarinos llamaban la zona del pecado, llegó a su término, junto con la leyenda urbana (modesta pero leyenda al fin) que mezclando la Biblia con el calefón había metido en la misma bolsa a prostitutas y funcionarios, madamas y policías, rufianes, tratantes y jueces complacientes, payadores y guapos con bailarinas de burlesque, al son de la calesita sexual...
La actividad de los mafiosos en la ciudad, iniciada con la denominada Mano Negra de finales del siglo XIX, iba adquirir por su parte notoriedad nacional a partir de las disputas por la jefatura de la organización entre Juan Gallffi, "Chicho Grande" y Francisco Marrone, también conocido como Ali Ben Amar de Sharpe o "Chicho Chico',' y de los secuestros extorsivos que este último organizara. La difusión periodística otorgada a esos hechos fue la que determinó que la actuación policial adquiriera mayor agilidad algunas veces aunque no mayores resultados, hasta que se produjo el secuestro y posterior asesinato del joven Abel Ayerza, integrante de una reconocida familia porteña, con quien viajaba al ser secuestrado el hijo de uno de los ministros del presidente Agustín R Justo.
Para ese entonces, ya "Chicho Chico" había sido asesinado en Buenos Aires por orden de Galiffi, que precavidamente había viajado a la zona de Cuyo. La cobertura de los diarios de tirada nacio­nal, sobre todo Crítica, Noticias Gráficas y La Razón, y la presión del gobierno nacional, hicieron que la investigación sobre la mafia alcanzara una intensidad inusual, sobre todo en el intento de implicar a Galiffi en los secuestros, resultado no alcanzado pese a la detención y múltiples interrogatorios a que fuera sometido. Deportado finalmente a Italia, "Chico Grande" que no tuvo mala relación allí con el gobierno fascista de Mussolini, murió en su tierra natal dejando detrás una tenebrosa huella. Su hija Ágata fue detenida en Rosario años después -tras una agitada vida vinculada al delito- y encarcelada en condiciones casi inhumanas en Tucumán hasta su liberación, cuando otra leyenda, la que la identificaba como La Flor de la Mafia, había tomado cuerpo...
Aquellos treinta años "fundacionales" (1900-1930) fueron asimismo de un impulso decisivo en la conformación de un perfil y una identidad cultural que la ciudad desarrollaría y consolidaría en el tiempo. El aporte privado contribuyó a la aparición de los primeros grandes teatros: el Olimpo, La Comedia, La Ópera (hoy El Círculo), el Colón, en los que actuarían muchos de los grandes divos y divas de la ópera, la zarzuela, la música y la dramaturgia: una constelación de te­nores, barítonos, sopranos, actores, actrices, bailarinas que incluyeron (desde finales del siglo XIX a las primeras décadas del XX) nombres hoy casi mitológicos, desde Enrico Caruso a Titta Rufo y de María Ba­rrientes a Luisa Tetrazzini, sin olvidar el paso por los escenarios rosa­rinos de Sarah Bernhardt y Ana Pavlova o de las batutas empuñadas por Camille Saint-Sáens o Arturo Toscanini. El deseo de los italianos y españoles adinerados de escuchar a los artistas de sus respectivos y lejanos países no sólo levantó teatros: contribuyó a acercar la cultura a otros estratos de la sociedad.
La inmigración había aportado más en ese aspecto. Los músicos y artistas plásticos formados en prestigiosas academias y conservato­rios europeos que llegaron con el "boom" inmigratorio fueron quie­nes fundaron las primeras academias y los primeros conservatorios musicales de la ciudad, en los que se formó una brillante generación de pioneros como Augusto Schiavoni, Manuel Musto, Antonio Berni, Luis Ouvrard, Alfredo Guido, César Caggiano y otros, con maestros como Ferruccio Pagni, Mateo Casella o Enrique Munné. Por su parte, compositores de la ciudad como Juan Bautista Massa perfeccionaron sus conocimientos con maestros como Donizetti, los hermanos De Nito, Ortígala y otros.
El cine había dejado de ser la novedad inicial para integrarse aunque de modo incipiente y paulatino a la vida cotidiana de la ciudad, cuyas distracciones se centraban ya no en las retretas en la plaza de Mayo y otros paseos de la ciudad como el parque Independencia sino en los bailes y festejos de Carnaval, en los corsos barriales con su prolifera­ción de comparsas y disfraces, y en los primeros eventos deportivos generados por clubes que se habían fundado entre 1867 (Atlético del Rosario) y 1906 (Central Córdoba), incluyendo entre otros a Rosario Central (1889), Newell's Oíd Boys y Provincial (1903) o Gimnasia y Esgrima (1904).
El establecimiento de algunas industrias, como ocurriera con la Re­finería Argentina o los talleres del Ferrocarril Central Argentina, iba por su lado a otorgar cierta identidad de "barrio obrero" a algunos de ellos, como ocurriría poco antes del inicio de la década de 1930 con la puesta en funcionamiento del Frigorífico Swift, que daría aquella ca­racterística a una zona del barrio Saladillo en la que se asentarían cen­tenares de trabajadores de dicha industria, muchos de ellos de origen eslavo: lituanos, polacos, ucranianos, acostumbrados al trabajo a bajas temperaturas. Parte de la zona sur de la ciudad -hoy Tablada, Villa Ma-nuelita- ya estaba habitada por criollos que trabajaban en las faenas y tareas del Matadero Municipal, inaugurado en 1876, que exigían una destreza también especial. Contracara de esos barrios pioneros sería el de Fisherton, entre cuyos primeros pobladores se contaron funcio­narios y empleados del Ferrocarril Central Argentino, cuyas viviendas -de típico estilo inglés- dieron por muchos años identidad a la zona.
Sin embargo, la crisis agrícola mundial de 1928 y el inmediato derrum­be de Wall Street un año más tarde comenzaron a incidir también en Rosario y mucho más aún lo hizo la depresión económica de 1930-1932, con su secuela de cierre de fábricas o reducción de su actividad, rebaja de salarios, desempleo. Es a mitad de dicha década cuando se inicia un proceso se recuperación que ya no ti actividad portuaria como motor, como impacto local de le modelo agroexportador. Comienza en esos años el procese tina pauperización del puerto de Rosario, que salvo algún con eventual de su actividad, como sobre finales de la década c minaría superado por nuevos puertos de salida de las exportaciones.

Fuente: Extraído de la Revista del “diario La Capital 145 ” año 2012