jueves, 9 de abril de 2015

TEATROS Y PABELLONES



Por. Rafael Ielpi
Una verdadera "fiebre de verano" teatral gana a los rosarinos ese año. Semana Gráfica hace mención de una serie de locales donde se llevan a cabo funciones teatrales con la misma pasión y el mis entusiasmo que en las grandes salas comerciales del centro de la ciudad. Uno de sus críticos escribe: De las muchas compañías que vegetan por los escenarios del suburbio merece una especial atención la que dirigen Aparicio-Presas en el teatro de verano que el Cine El Plata posee en las calles Córdoba y La Plata.
Al referirse a aquellos "teatros del suburbio" (un suburbio que en el caso del Cine El Plata estaba a apenas 15 cuadras del centro actual de Rosario), la revista vaticina: Las salas del suburbio o las del aire libre, tendrán mala época, especialmente los últimos. Es aquello de que mientras uno viven, otros mueren, pero es una muerte transitoria, a la que deben resignarse, impuesta por las circunstancias. En ¡os barrios, en los saloncitos cerra­dos, habrá también compañías que cumplan su finalidad dramática. Y como hay concurrencia para todo, ellos obtendrán una participación en el reparto de uti­lidades que hay que esperar para las empresas.
La moda del teatro de verano proliferó entre 1921 y 1925, invo­lucrando a cines y varietés donde aparecían de improviso elencos, gene­ralmente de origen español, que hacían su temporada y desaparecían, en algunos casos con el propio local, tan efímero como ellas mismas. En 1921, por ejemplo, el "Gran Cine Varíete La Bolsa" (actual Teatro Hroadway, en cuyo frente, bien arriba, se lee aún el viejo nombre) [ncursiona como escenario para el debut, en abril, de Sarah Hilde, céle­bre bailarina clásica, además de desnudos artísticos como gran novedad en la ciudad. El local acumulaba todo tipo de variedades, como cuando se anunciaba: Por primera vez se podrá oír a una verdadera estrella de la melodía napolitana, la mejor intérprete de la canzoneta de Piedigrotta, cuyo nombre artístico, Lucy Darmond, se adecuaba más bien a otros géne­ros musicales menos itálicos...
Otro cine, el "Ideal", anunciaba por su lado la llegada a Rosario de la compañía del primer actor Chico de la Peña, para una temporada ni el salón que se denominaba Cine Ideal, el cual será refaccionado en parte y llevará el nombre de "Teatro de Hoy". Se mencionan asimismo, hacia 1923, los casos del "Charmant Park" y del "Buckingham Palace",cine donde al parecer se entronizaba de vez en cuando el teatro, como ocurría dicho año con el elenco de Valle-Hipólito Rivas, con obras arregladas su gusto: zarzuelas y operetas que hábilmente podadas hacen las delicias del  público, opina Semana Gráfica.
En enero de 1924 aparece un fantasmal (por lo borroso de su origen)
"Teatro de la Plaza", en la esquina de Córdoba y Dorrego, seguramente al aire libre y apto asimismo para las "vistas" cinematográficas a la moda, y en la misma ubicación de la lejana plaza de toros o Coliseo Taurino; allí actúa una compañía española, la de Joaquín Valle.
Otro de esos "teatros golondrinas" era, el mismo año, el llamado "Social Park", en Salta y Oroño, donde ese verano inicia su primera gira artística la compañía de pochades, vodevils, bufonadas, operetas y grandes revistas dirigida por Héctor Calcagno, un actor de larga y recor­dada carrera en el cine nacional, a quien sus seguidores recuerdan por los papeles de "viejito calavera". El elenco, proveniente del Royal de Buenos Aires, anunciaba un espectáculo no apto para damas, con 40 seño­ritas en escena y títulos a mitad de camino entre la procacidad y el hu­mor como Milonguita se conchaba o ¡A inyectarse, caballeros!
No todas eran sin embargo flores para los grandes teatros. Comen­tando lo que puede ser la temporada lírica rosarina de 1923 y teniendo en cuenta lo que se sabe de las contrataciones del Colón porteño —la mayoría de las cuales recalaba luego en Rosario— un crítico comenta, después de señalar como lo único destacable la llegada de Gino Marinozzi y Richard Strauss como directores: Habrá óperas que se cantarán en italiano, otras en francés y otras, muy contadas, afortunadamente, en alemán. Estas últimas constituirán una novedad, pero una novedad soporífera, porque la idiosincrasia latina no podrá habituarse a cantaren un idioma que no entiende y que,  francamente, no tiene nada de musical. Para compensar a gente seme­jante es que La Ópera se esfuerza ese año en promocionar una de sus contrataciones más calificadas: los Cantores Solistas de la Capilla Sixtina del Vaticano...
Una noticia luctuosa es la mayor novedad de 1925 en la ciudad en mayo de ese año, Rosario se entera de la muerte, en Buenos Aires, de Roberto Casaux, uno de los grandes del teatro nacional de todos los tiempos. Había sido un asiduo visitante en la primera década del siglo y en los años inmediatamente posteriores al Centenario, formando parte de grandes elencos o, luego, dirigiendo los propios. Los diarios  dan cuenta de las imponentes exequias y el dolor general por ese hom- bre de teatro querido y respetado como pocos.
Menos notoria en espacio, pero igualmente sentida, es la notu ¡| que ese mismo mes informa la muerte en Cádiz del español Manuel Mayol, que había fundado con José Sixto Alvarez (el inmortal Fray Mocho) la revista Caras y Caretas, una de las primeras si no la primera que, desde Buenos Aires, dedicó importante espacio en sus páginas semanales a la vida institucional, social y cultural del Rosario de prin­cipios de siglo, como lo hiciera luego su contemporánea y émula Fray Mocho. Mayol había sido algo más: un gran dibujante que signó toda una época pionera de la caricatura política en la Argentina.
Aquel mencionado entusiasmo por el teatro español de tres años atrás, y una fama que la precedía desde Europa, justificaban por ejem­plo el éxito de Catalina Barcena, una de las actrices renombradas de España, que actuó en el Teatro Colón en 1926, como cabeza de la Compañía del Teatro Eslava de Madrid, dirigido por uno de los auto­res más populares de entonces, Gregorio Martínez Sierra. Con El corazón ciego, de éste, y un clásico, La chica del gato de Carlos Arniches, la Barcena obtuvo repercusión, lágrimas, sonrisas, aplausos y vítores entusiastas.
A Martínez Sierra el tiempo le depararía (ya muerto hacía mucho) una notoriedad impensada al descubrirse, o confesarse, que varias de sus obras habían sido escritas en realidad por su esposa María Martínez Sierra. Enredo que, en sí mismo, era casi un argumento de vodevil...
Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame”  tomo IV  editado 2005 por la Editorial homo Sapiens Ediciones