miércoles, 15 de octubre de 2014

LOS PERSONAJES 1915



Por. Rafael Ielpi

El "Poeta" Aragón y Cachilo, el "Poeta de los Muros", dos personajes ciudadano que fueron adoptado! con entrañable carine por los rosarinos



     Nacidas de una necesidad co­lectiva de construcción de módicas leyendas urbanas, las figuras de Alfonso Alonso Aragón y de Higinio Maltaneres son protago­nistas de una saga popular rosarína que encrespa a los historiadores aca­démicos que cuestionaban esa cuasi sacralización de dos marginales. La gente, empero, los aceptó como per­sonajes de su folclore ciudadano, más allá del paulatino olvido al que están sin duda predestinados.

Alfonso Alonso Aragón, un palenciano nacido en Monzón en 1891 y muerto en Ro­sario en 1974, había llegado a esta ciudad en 1921, despues de haber trabajado en Buenos Aires como capataz de una cuadri­lla de hombres-sand­wich, desde 1910, año de su arribo a la Argentina.

Mezclado en el  ambiente nocturno      rosarino con periodistas, actores y escritores que lo consideraron dislatado poeta, afirmó Wladimir Mikielievich, su ingenuidad y corto entendimiento lo hicieron pronto blanco de las bromas de esa cofradía. La mayor de ellas fue conven­cerlo de encarnar al legendario Rey Momo de los carnavales en los corsos que hacia 1930 alegraban la ciudad.

Él asumió ese rol hasta creerse casi el mítico soberano y lo hizo durante más de 30 años, en los que su esmirriada figura vestida con el manto real y portando el cetro de rigor sobre una carroza, fue cap­tada por innumerables fotografías. Lo de "el poeta Aragón" no fue otra cosa que una broma más: sus presuntos versos eran una sumatoria de ripios y dislates que provoca­ban risas y burlas piadosas.

   Su credulidad inocente, su paso rápido y cortito que lo llevó casi hasta su muerte por las calles de la ciudad, ejerciendo el oficio de mandadero de una agencia de lo­terías del barrio de Pichincha, lo salvaron de mayores agresiones -las que sufren los outsiders- pero no del olvido de las nuevas generaciones, antesala de olvido total.

   A Higinio Alberto Maltaneres la marginalidad le llegó "por mano pro­pia". Hastiado de la rutina, desen­gañado por situaciones que nunca develó o enzarzado en ardua pelea con las sombras de la sinrazón, lo cierto es que dejando atrás su pasado de pacífico ciudadano, su ámbito familiar, su trabajo , en el Correo y la condición de pequeño comerciante que ostentara alguna vez, se instaló en las calles, re­covas y umbrales de la ciudad para convertirse en Cachilo y definirse para siempre como un croto.


Su historia no sería muy distinta de cientos de parias sociales que  cada vez -más- deambulan por la ciudad si Cachilo  no hubiese elegido sus paredes, su sus columnas, sus veredas, como me lienzo en blanco donde dejar grabados sus versos y graffitis que terminaron constituyendo un vasto corpus diseminado en distintos y muchos impensados ámbitos r. la geografía de Rosario.

Su aspecto, sus bolsas y latas, su renuencia a la higiene, su agrio malhumor su negativa a dialogar salvo con contadísimos interlocutores, le ganaron inquietud y a veces la furia de los vecinos lugares donde asentaba su hábitat sus versos y dibujos,. inscriptos con ceritas,  le fueron ganando el interés de e pintores, semiólogos y críticos que para ellos explicaciones, resonancias valores filosóficos y poéticos, honduras que escapan a los hombres y mujeres comunes.

 Cachilo pasó a ser entonces digma, un icono, un creador esta prendido como sorprendente: se escribieron artículos y libros sobre él, se películas, se imprimieron sus textos  declaró ciudadano ilustre de la cuidad (post mórtem, claro está) y se lo instaló dico Olimpo rosarino. A quien había renunciado al mundo por elegir la libetad absoluta, todo aquello le habría seguramente tan absurdo como efímero. 


Fuente: Extraído de la Revista del diario “La Capital 140 años”  de año 2007.-