martes, 21 de octubre de 2014

La casa chorizo







Los italianos varones mayores de 15 años, amplia mayoría dentro de la corriente inmigratoria europea que superpobló la ciudad durante la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX, se destacaron por un dominio casi absoluto en las distintas ramas del gremio de la construcción. Ese dato explica lo que se ha
dado en llamar la arquitectura italianizante del puerto de la Confederación primero y de la ciudad madre de la pampa gringa después. Constructores, albañiles, herreros, carpinteros, marmoleros, modelistas, vidrieros, bronceros, niqueladores y yeseros conformaron un numeroso cuerpo de artesanos cohesionado y articulado por tradiciones seculares.
En menos de medio siglo, decuplicaron la cantidad de edificaciones, y al término de la primera década del siglo XX volvieron a duplicar el número, con una coherencia que se acentúa con la distancia retrospectiva de la mirada. La clave de la operación era un tipo arquitectónico de extraordinaria ductilidad: la “casa
chorizo”, denominación que abarcaba una serie de opciones congruentes. Implicaba la disposición de cuartos en hilera sobre la medianera de lotes alargados. Estos lotes tenían de 10 o 12 varas de frente, resultado de la subdivisión de las manzanas que, por simple adición, habían terminado conformando uno de los dameros más regulares del país. La casa chorizo constaba de cuartos de dimensiones homogéneas vinculados por puertas sobre el extremo distal de la medianera, con una comunicación a la galería lateral por una tercera puerta simétrica a su ancho. Se articulaba con dos cuartos mayores –la sala al frente y el comedor como límite de un primer patio– y un conjunto de cuartos de menor
superficie y altura para los servicios que definían un segundo patio.
Este tipo edilicio podía organizarse en diversas configuraciones: la casa chorizo propiamente dicha de dos o tres patios; la casa con patios centrales en el caso de los lotes más amplios (como la casa del actual Museo Estévez); las casas de altos en dos plantas con ingreso lateral independiente. También conformaba los módulos de los hoteles (Universal,  Italia, Palace), los departamentos de los palacios de renta, los edificios de oficinas y hasta las instituciones públicas. Su gran flexibilidad permitía usos mixtos aun en sus formas más sencillas: negocios u oficinas al frente, vivienda del propietario en los altos y secuencia de departamentos de dos o tres habitaciones en torno a un solo patio al que
se accedía por un pasillo lateral (casa de vecindad), cuando no simplemente cuartos de alquiler en torno a patios y servicios comunes en una o dos plantas (conventillos).
La casa chorizo, con antecedentes pompeyanos y andaluces, es el resultado de la
adaptación de pautas básicas de tradición mediterránea a las restricciones impuestas por el loteo; de allí las coincidencias con las viviendas del carré espagnol de Nueva Orleans y de otras ciudades argentinas donde la presencia de los italianos no fue dominante. Este mecanismo sorprendentemente dúctil determinó las reglas de una industria de la construcción que proveyó las puertas, los perfiles de hierro para las bovedillas, las barandas y balcones, las columnas de hierro para las galerías, los mosaicos calcáreos con guardas,  la colección de moldes para la decoración de fachadas y cielorrasos que se vendían por catálogo con medidas estandarizadas.
Esa fue la ciudad de los artesanos. Resueltas por una fachada plana sobre la línea
de edificación, las casas chorizo conformaron de un lado y del otro de las calles un paisaje que en las postales fotográficas parece homogéneo, pero que de cerca llamaba la atención por la variedad de elementos decorativos: columnas, pilastras, capiteles, claves,  arcos, frontis, balaustres, cornisas, ménsulas, guirnaldas, moños, medallones, cuernos, máscaras, conchas marinas y hasta algunas mascarillas diseñadas especialmente.

Fuente: www.museodelaciudad.org.ar