lunes, 20 de octubre de 2014

GUIDO ALFREDO ARTISTA PLASTICO ( 1892- 1967)



Por Rubén Echagüe

Una peculiar combinación de esteticismo aristocrático y compromiso social signó la obra de este maestro de la pintura rosarina, gobernada por el refinamiento.


Augusto Schiavoni debió soportar que José León Pa­gano en "El arte de los argentinos" escribiese que tal vez sólo el psicoa­nálisis podía explicar su "sinceridad exacerbada", Alfredo Guido no fue mejor comprendido en su refinado esteticismo, su extraordinaria ver­satilidad, y su rara mezcla de com­promiso social y distanciamiento aristocrático


Nacido en Rosario el 24 de noviembre de 1892, fue uno de los pocos represen­tantes de su generación cuya carrera ar­tística se repartió entre su ciudad natal y Buenos Aires, ya que si bien los estudios iniciales los encaró en Rosario, concu­rriendo al taller del italiano Mateo Casella -un ex escenógrafo del teatro San Car­io de Ñapóles-, luego decidió trasladarse a la capital, para completar su formación en la Academia Nacional de Bellas Artes bajo la guía de Pío Collivadino y Carlos Ripamonte.


Pintor, grabador, muralista, ilustrador y diseñador gráfico, así como de muebles, cerámicas, tapicéis y rurales, escenógrafo, crítico y conferencista, director de la es­cuela "Ernesto de la Cárcova", de la que también fue docente, y finalmente acadé­mico de número de la Academia Nacional de Bellas Artes, Guido abarcó siempre tan amplia pluralidad de intereses, con igual grado de idoneidad y de compromiso profesional


Como grabador demostró un amplio dominio de las técnicas gráficas, que enri­queció con el ingenio para dar distintos en­foques a un mismo procedimiento -el del aguafuerte, por ejemplo-, en tanto que co­mo muralista, la ciudad conserva algunas rotundas confirmaciones de su competencia, entre las que se cuentan los techos de la Sala Lavardén y los “panneaux” que tapizan la biblioteca del Normal N• 2 “ Juana María Gutiérrez”, obra que representó al país en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929, mereciendo el Gran Premio de Honor.

En cuanto a su pintura de caballete, como no podía ser de otra manera, también ella pone al descubriendo la multiplicidad en las preferencias del artista, ya que en el Museo Castagnino conviven esa suerte de “Olympia” pagana y folclórica que es  “La chola” con la desmayada coloración perlina del “Cristo Yacente”, y la sobria exaltación de las tareas rurales que es “Arando”, con esa galería de retratos de tan afectada elegancia que integran “La niña del caracol”, “La niña de la rosa”, “El pintor Botti”, “Emilia Bertolé”y “ Juan Castagnino”.


Pintura que Alfredo Guido  “peina” con inoculable complacencia, erosionando suavemente los accidentes de la materia hasta lograr, con esa infatigable caricia del pincel, no sólo superficies de una cautivante calidad táctil, sino también la ilusión de que a sus personajes los envuelve un halo de espiritualidad tan selecto, que es casi un privilegio de clase.

Fuente: Extraído de la Revista del diario “La Capital 140”  año 2007