jueves, 4 de septiembre de 2014

LA VISITA DE DON MARCELO



Por Rafael Ielpi
Como ocurriera antes con los presidentes José Figueroa Alcorta y Roque Sáenz Peña, la llegada de Marcelo T. de Alvear en 1923 con­virtió a Rosario, siquiera por unos días, en noticia para la prensa local y nacional. Caras y Caretas se ocuparía de la visita presidencial con visi­ble despliegue, pero ocupándose sobre todo del aspecto social y, en especial, de lo que denomina las bellas e inolvidables fiestas, que inclu­yeron el agasajo de ritual en la sede del Jockey Club de Córdoba y Maipú, esta vez como "souper danzant", según lo define la revista, donde hombres y mujeres de la sociedad rosarina pudieron codearse con el poder, cosa que hicieron los Colombres, Escudero, Uranga, Antille, Larguía, Alvarado, Quiroga y otros, que asistieron a la velada.
Pese a haber llegado a la presidencia con el aval y por deter­minación de Hipólito Yrigoyen, Alvear fue visto por los sectores conservadores, a quienes molestaba el carácter popular del radicalismo yrigoyenista, como la posibilidad de recuperar espacios de poder o de decisión. Lo sentían como pasible de ser seducido aunque les erizara la piel la fidelidad del nuevo presidente a algunas conquistas como las de la Reforma Universitaria. Al ocupar la presidencia de la República en octubre de 1922 con Marcelo T. de Alvear, hubo un viraje hacia el restableci­miento del orden, escribió Alvarez en su Historia de Rosario, señalando empero que no se decidió a suprimir la intervención de los estudiantes en el manejo de las universidades, por lo que, agrega, aunque en menor medida, continuarían perturbándola tumultos y asaltos de aulas... Un pensamiento que más de medio siglo después sigue alentando en ciertos sectores de la sociedad argentina, para quienes liquidar la autonomía universitaria y la educación pública sigue siendo una prioridad...
Alvear, mundano y culto, había viajado con su esposa, la ex can­tante lírica Regina Pacini (casamiento que en su momento provocara un escandalete social y más de un soponcio a los moralistas de la "high life" porteña, de la que Alvear era miembro reconocido) y una comi­tiva que incluía a sus ministros de Marina y de Guerra, almirante Domecq y coronel Agustín P.Justo, a Tomás Le Bretón y al intendente porteño. Sus anfitriones serían correligionarios: la dupla radical gober­nante en la provincia, el binomio Mosca-Mendieta, a los que se suma­ron el intendente rosarino Alfredo J. Rouillón, otro de los apellidos que no podía quedar afuera, y el presidente del Jockey Club, Modesto Carrera.

La de Marcelo T. de Alvear —el de los bigotazos manubrio en su juventud— y la mujer nacida en Lisboa el 6 de enero de 1871 fue efec­tivamente una historia de escándalo para consumo voraz de las clases altas. Ella, Regina Pacini, pertenecía a una dinastía de músicos anclada en la Scala de Milán y entonces en el tobogán del descenso económico. El era un aristócrata, nieto de un héroe de la Independencia, que sólo podía codearse con el príncipe de Gales, tal como lo hizo en 1925... Tuvo la suerte de conocer a Regina Pacini en 1898, cuando ella se pre­sentó en el Politeama con su espléndida voz. Los rechazos de sus obse­quios monumentales no lo bloquearon para seguir intentándolo y durante largo tiempo le siguió llenando los camarines con flores hasta que la madre de Regina dio el visto bueno para el casamiento, que se ofició en Lisboa el 26 de abril de 1906. Quinientas personas pusieron su firma en un telegrama de repudio enviado desde Buenos Aires y muchos de los más elegantísimos prohombres argentinos evitaron visitar la casa de Alvear en sus viajazos a Europa. Pero Alvear tenia con qué resistir y se recluyó en una poderosa mansión normanda que regaló a su flamante esposa, Manoir de Coeur Volant, ubicada cerca de Versalles...
[Eduardo Blaustein: "La diva y el presidente", en revista XXI, Buenos Aires, 11 de febrero de 1999)
El presidente, siempre con el riguroso sombrero que ocultaba una "pelada" famosa y divulgada por los caricaturistas de la época, lució su robusta elegancia y su mundanidad en otras dos inevitables instancias: una cena y baile en el Club Social y la función de gala en el Teatro Colón de Corrientes y Urquiza. La Bolsa de Comercio, por su parte, lo contaría como invitado central de otro encuentro gastro­nómico el 12 de agosto de 1923, esta vez con la animación musical de una orquesta dirigida por el italiano Pascual Romano, cuyo pro­grama incluía desde las marchas militares Ituzaingó y San Lorenzo, del moreno Cayetano Silva a "La danza de las libélulas" y " Amor gitano"', de Franz Lehar.
El hoy amarillento menú del banquete, servido por Ramón Cifré, incluía (en francés, como correspondía a esos tiempos) Créme Presidente, Pejerrey Regence, Chaud-froid de becassine, Suprémes de dinde truffés salade, Parfait aux pistaches, Gateau démocrate, Corbeilles de friandises y café, todo ello regado generosamente con champagne: Moet Chandon 1904, Cliquot, Louis Roederer y Cordón Rouge.
Otra visita, pero esta vez vinculada estrechamente a la realeza, la del joven heredero del trono de Italia, el larguirucho Humberto de Saboya, iba a concitar un año después, en agosto de 1924, entusiasmos y festejos en la colectividad compatriota de Rosario y en buena parte del resto de la población, para la que el arribo de un miembro de la realeza europea no dejaba de ser todo un acontecimiento. El Príncipe de Piamonte, hijo de Víctor Manuel III y de la reina Elena, había arri­bado a la Argentina el día 6, a bordo del "San Giorgio" y fue recibido por el presidente Alvear, con quien viajaría en un carruaje de capota baja desde el desembarcadero a la Casa de Gobierno. Su residencia sería el llamado Palacio Bosch, una mansión con vista a los jardines de Palermo, cedida por Ernesto Bosch y su esposa Elisa Alvear para alojamiento del visitante.
La llegada a Rosario, donde luciría en forma permanente el uni­forme militar, un largo capote, sus condecoraciones y el sable, origi­naría la sucesión de agasajos previsible, enmarcados en este caso en el alboroto callejero que despertaba su presencia, sobre todo en sus extro­vertidos paisanos, para los que la llegada del príncipe era de algún modo la recuperación de la patria lejana. En la ciudad, Humberto se hospedaría en la mansión de Santiago Pinasco, en Córdoba casi esquina Bvard. Oroño, aun cuando el tren especial fletado por el gobierno para su traslado desde Buenos Aires, contaba con las comodidades adecua­das para alguien de su alcurnia.
El paso del coche tirado por caballos en el que viajaba el here­dero del trono junto al gobernador santafesino Aldao provocó aglo­meraciones y vítores desde que partiera de la estación ferroviaria hasta su primer descanso. Después, la consabida maratón de agasajos y com­promisos: banquete en el Círcolo Italiano de Córdoba y Mitre, recep­ción en los salones del Jockey Club, visita al Colegio San José, baile en su honor en la Municipalidad, ofrecido por otro hijo de italianos, el intendente Emilio Cardarelli; un banquete más, esta vez el oficial, en la Jefatura de Policía, donde ocuparía la cabecera junto al gober­nador Aldao, el vicegobernador Juan Cepeda y el embajador italiano, Conde Viano.

¡Ah, la decepción cuando vi pasar por calle Córdoba a Umberto de Saboya, el joven heredero del trono de Italia, cuya figura distaba mucho de la imaginada por el chico para un principito (no era le petit prince del que escribiría Saint-Exupéry). Los años confirmarían la decepción del niño, con el rey entregado al poder fascista. Más tarde, sería el sen­timiento de lástima por el monarca exiliado al que negósele el consuelo de morir en su patria...
(Gardelli: Op. cz'r.)
La venida del príncipe motorizó asimismo una serie de iniciati­vas como la encarada por la "Asociación Cultural Dante Alighieri" de construcción de un nuevo edificio para su escuela primaria. La entidad había sido fundada el 3 de junio de 1910, en el entusiasmo del Centenario de Mayo, por cerca de un centenar de residentes ita­lianos, que reiteraban en el Rosario la experiencia romana de una entidad similar. Su sede inicial se había emplazado en Paraguay 678, donde funcionaría el primer jardín de infantes y la inicial escuela elemental.

La piedra fundamental de lo que sería su edificio definitivo, en Bvard. Oroño 1160, se colocaría justamente durante la visita real, aun cuando el príncipe no empuñara para ello la cuchara que muchos albañiles compatriotas suyos utilizaran para levantar buena parte de las viviendas de la ciudad. En otras actividades sociales, Humberto de Saboya soportaría el asedio y hasta la adulación de rosarinos y rosarinas de lustre que no todos los días, a su pesar, podían codearse con personajes de esa alcurnia...

No faltarían incluso testimonios de más que dudosa legitimidad, que rozan ya la leyenda e insisten en una visita del "principito" a la famosa zona prostibularia del barrio de Pichincha, especie que nadie ha podido confirmar fehacientemente, aun cuando no faltaran otros notorios visitantes de Rosario que sí fueron invitados a darse su vuel-tita por el "Madame Safo", el prostíbulo más renombrado de aquel sec­tor aledaño a la estación Súnchales.
      El intendente Emilio Cardarelli, uno de los anfitriones de Hum­berto de Saboya, iba a contribuir asimismo a que el perfil urbano de la ciudad siguiera modificándose con nuevas obras y realizaciones. Al año siguiente, en un reportaje de Caras y Caretas, él mismo se encar­garía de sintetizar su aporte: En Rosario existen hoy 350 cuadras pavi­mentadas, para abril o mayo habrá 150 cuadras más y tengo los contratos fir­mados para otras 150. He inaugurado la Plaza Buratovich; la plaza pública en Belgrano; he transformado la Plaza 25 de Mayo; he terminado el Hospital Alberdi; he publicado las licitaciones para unos mataderos modelo cuyos planos están terminados y costarán 4 millones de pesos. Estoy ocupándome de la creación de hornos crematorios de basura; pienso trasladar la maestranza municipal, que está en el corazón de la ciudad; me ocupo de la instalación de balnearios municipales flotantes y ampliaré al Palacio Municipal, que es insu­ficiente.

El presidente, siempre con el riguroso sombrero que ocultaba una "pelada" famosa y divulgada por los caricaturistas de la época, lució su robusta elegancia y su mundanidad en otras dos inevitables instancias: una cena y baile en el Club Social y la función de gala en el Teatro Colón de Corrientes y Urquiza. La Bolsa de Comercio, por su parte, lo contaría como invitado central de otro encuentro gastro­nómico el 12 de agosto de 1923, esta vez con la animación musical de una orquesta dirigida por el italiano Pascual Romano, cuyo pro­grama incluía desde las marchas militares Ituzaingó y San Lorenzo, del moreno Cayetano Silva a "La danza de las libélulas" y " Amor gitano"', de Franz Lehar.
El hoy amarillento menú del banquete, servido por Ramón Cifré, incluía (en francés, como correspondía a esos tiempos) Créme Presidente, Pejerrey Regence, Chaud-froid de becassine, Suprémes de dinde truffés salade, Parfait aux pistaches, Gateau démocrate, Corbeilles de friandises y café, todo ello regado generosamente con champagne: Moet Chandon 1904, Cliquot, Louis Roederer y Cordón Rouge.
Otra visita, pero esta vez vinculada estrechamente a la realeza, la del joven heredero del trono de Italia, el larguirucho Humberto de Saboya, iba a concitar un año después, en agosto de 1924, entusiasmos y festejos en la colectividad compatriota de Rosario y en buena parte del resto de la población, para la que el arribo de un miembro de la realeza europea no dejaba de ser todo un acontecimiento. El Príncipe de Piamonte, hijo de Víctor Manuel III y de la reina Elena, había arri­bado a la Argentina el día 6, a bordo del "San Giorgio" y fue recibido por el presidente Alvear, con quien viajaría en un carruaje de capota baja desde el desembarcadero a la Casa de Gobierno. Su residencia sería el llamado Palacio Bosch, una mansión con vista a los jardines de Palermo, cedida por Ernesto Bosch y su esposa Elisa Alvear para alojamiento del visitante.
La llegada a Rosario, donde luciría en forma permanente el uni­forme militar, un largo capote, sus condecoraciones y el sable, origi­naría la sucesión de agasajos previsible, enmarcados en este caso en el alboroto callejero que despertaba su presencia, sobre todo en sus extro­vertidos paisanos, para los que la llegada del príncipe era de algún modo la recuperación de la patria lejana. En la ciudad, Humberto se hospedaría en la mansión de Santiago Pinasco, en Córdoba casi esquina Bvard. Oroño, aun cuando el tren especial fletado por el gobierno para su traslado desde Buenos Aires, contaba con las comodidades adecua­das para alguien de su alcurnia.
El paso del coche tirado por caballos en el que viajaba el here­dero del trono junto al gobernador santafesino Aldao provocó aglo­meraciones y vítores desde que partiera de la estación ferroviaria hasta su primer descanso. Después, la consabida maratón de agasajos y com­promisos: banquete en el Círcolo Italiano de Córdoba y Mitre, recep­ción en los salones del Jockey Club, visita al Colegio San José, baile en su honor en la Municipalidad, ofrecido por otro hijo de italianos, el intendente Emilio Cardarelli; un banquete más, esta vez el oficial, en la Jefatura de Policía, donde ocuparía la cabecera junto al gober­nador Aldao, el vicegobernador Juan Cepeda y el embajador italiano, Conde Viano.


¡Ah, la decepción cuando vi pasar por calle Córdoba a Umberto de Saboya, el joven heredero del trono de Italia, cuya figura distaba mucho de la imaginada por el chico para un principito (no era le petit prince del que escribiría Saint-Exupéry). Los años confirmarían la decepción del niño, con el rey entregado al poder fascista. Más tarde, sería el sen­timiento de lástima por el monarca exiliado al que negósele el consuelo de morir en su patria...
(Gardelli: Op. cz'r.)
La venida del príncipe motorizó asimismo una serie de iniciati­vas como la encarada por la "Asociación Cultural Dante Alighieri" de construcción de un nuevo edificio para su escuela primaria. La entidad había sido fundada el 3 de junio de 1910, en el entusiasmo del Centenario de Mayo, por cerca de un centenar de residentes ita­lianos, que reiteraban en el Rosario la experiencia romana de una entidad similar. Su sede inicial se había emplazado en Paraguay 678, donde funcionaría el primer jardín de infantes y la inicial escuela elemental.

La piedra fundamental de lo que sería su edificio definitivo, en Bvard. Oroño 1160, se colocaría justamente durante la visita real, aun cuando el príncipe no empuñara para ello la cuchara que muchos albañiles compatriotas suyos utilizaran para levantar buena parte de las viviendas de la ciudad. En otras actividades sociales, Humberto de Saboya soportaría el asedio y hasta la adulación de rosarinos y rosarinas de lustre que no todos los días, a su pesar, podían codearse con personajes de esa alcurnia...
No faltarían incluso testimonios de más que dudosa legitimidad, que rozan ya la leyenda e insisten en una visita del "principito" a la famosa zona prostibularia del barrio de Pichincha, especie que nadie ha podido confirmar fehacientemente, aun cuando no faltaran otros notorios visitantes de Rosario que sí fueron invitados a darse su vuel-tita por el "Madame Safo", el prostíbulo más renombrado de aquel sec­tor aledaño a la estación Súnchales.
      El intendente Emilio Cardarelli, uno de los anfitriones de Hum­berto de Saboya, iba a contribuir asimismo a que el perfil urbano de la ciudad siguiera modificándose con nuevas obras y realizaciones. Al año siguiente, en un reportaje de Caras y Caretas, él mismo se encar­garía de sintetizar su aporte: En Rosario existen hoy 350 cuadras pavi­mentadas, para abril o mayo habrá 150 cuadras más y tengo los contratos fir­mados para otras 150. He inaugurado la Plaza Buratovich; la plaza pública en Belgrano; he transformado la Plaza 25 de Mayo; he terminado el Hospital Alberdi; he publicado las licitaciones para unos mataderos modelo cuyos planos están terminados y costarán 4 millones de pesos. Estoy ocupándome de la creación de hornos crematorios de basura; pienso trasladar la maestranza municipal, que está en el corazón de la ciudad; me ocupo de la instalación de balnearios municipales flotantes y ampliaré al Palacio Municipal, que es insu­ficiente.
El presupuesto municipal de 1924 había sido de 7.556.000 pesos, habiendo obtenido el intendente, al cierre del ejercicio, un superávit de 600.000. Para el año próximo, sin aumento de impuestos ni contribucio­nes, pienso obtener un superávit de I. 000.000 de pesos y esos superávits, com­plementando el presupuesto normal, me dan un margen para realizar los gas­tos que requieren las obras que he enumerado, afirmaba Cardarelli a la revista fundada por José Sixto Alvarez, el célebre Fray Mocho. El final del reportaje tendría en el inicio del siglo XXI y sin que aquel olvidado funcionario lo imaginara, una tremenda actualidad: ¿Y cómo consigue 
usted esos superávits?, le pregunta el cronista. Con una administración hon­rada a pesar de mis 50 pesos mensuales, contestó el intendente.
Ese año de 1925 se iniciaría con un repique de campanas des­conocido en la ciudad, el del reloj del Palacio de Justicia, emplazado frente a la Plaza San Martín. El artefacto había sido adquirido en 30 mil pesos por el financista de la obra, Juan Canals, en 1890 pero su instalación e inauguración demorarían 34 años, el tiempo que la obra de relojería fabricada en París, similar a otras tres que se instalarían en edificios oficiales de París, Berlín y Moscú, permaneciera embalada en Rosario.
Poco antes de que las campanas del carillón comenzaran a ser un sonido cotidiano, podía leerse en La Capital, como epígrafe de una fotografía de la magnífica construcción proyectada por el inglés Boyd Walker: El Palacio de Justicia, donde será instalado un reloj monumental, es un edificio que tiene el gran mérito de haber servido de reclusión a Alem. Es un viejo edificio que está en reparaciones y que contrasta con la magnificencia de la Jefatura de Policía. Todavía en el final del siglo XX, el antiguo edi­ficio esperaba una restauración imprescindible que salvara la hermosa estructura, carcomida por igual por el paso del tiempo, la presencia de generaciones de murciélagos anidados en sus techos, la desidia de los gobernantes y la indiferencia de la ciudad. Un incendio, ya mencionado, vendría a completar ese panorama lamentable, aunque movilizaría por fin subsidios, donaciones y fondos tendientes a su res­tauración definitiva, que sigue siendo una esperanza ya en el siglo XXI.
Mientras tanto, los avisos en los diarios rosarinos permitían ese año el rastreo de ofertas tan disímiles como las del revólver Colt, el arma de la ley y el orden o las lecciones de lo que hoy se llama fisico-culturismo de un antecesor del después mundialmente famoso Charles Atlas, Lionel Strongfort, de Newark, Nueva Jersey, especialista en perfección física y salud, a quien se denominaba con impactante slogan publicitario el hombre perfecto.
El Hogar, la revista preferida de la clase media y alta, promocionaba ese año la colección de 300 libritos diferentes de los famosos Cuentos de Calleja editados en España por Saturnino Calleja Fernández y que serían más que populares en todo el mundo de habla hispana. Los pequeños libritos, que incluían títulos como El hombre gris, Los pol­vos de Don Perlimplin, Perfidia y perdón y El violín mágico, entre casi un centenar más, contenían lo que el mismo editor definía como cuentos morales y que no eran otra cosa que breves fábulas con una moraleja edificante, al uso de la época. De paso, el envío de un cupón contenido en las latas de "Té Sol", posibilitaba recibir de regalo hasta 96 títulos.
En 1925 llegan desde Chile los ecos de otra gesta obrera sofo­cada tan sangrientamente como la de la Patagonia rebelde, en el sur argentino: la de la planta salinera de La Corona, en las proximidades de Iquique, que culmina con la intervención del ejército y el asesinato de cerca de 2000 trabajadores, con una cifra similar de deportados al sur del país. El general Rene Silva Renard sería, en este caso, el Benigno Várela de la Patagonia, comandando los pelotones de fusila­miento y exterminio, en uno de los episodios más oscuros de la his­toria chilena, durante el gobierno de Arturo Alessandri Palma. Los sucesos darían lugar, mucho después, a una de las obras fundamenta­les de la música testimonial latinoamericana: la Cantata Popular de Santa María de Iquique, de Luis Advis.


Todas esas iniquidades persistían incólumes pese a las huelgas y a los ríos de sangre derramada en las grandes matanzas salitreras. En sus dia­rias conversaciones en el taller había oído por boca de los propios sobre­vivientes —veteranos que manchaban de gruesos lagrimones la sábana peluquera mientras hablaban— las estremecedoras narraciones
de masacres llevadas a cabo en toda ¡a extensión de ¡a comarca pampina. La matanza de Ramírez, la matanza de Buena Ventura, la matanza de Pontevedra, la matanza de la Escuela de Santa María de Iquique, la matanza de Barrenechea, la matanza de San Gregorio. Palomeo de rotos, llamaban con sorna los militares a esas verdaderas carnicerías que los industriales y los gobiernos de turno, coaligados en un repugnante complot de silencio, querían ocultar a toda costa al conocimiento público y a la historia patria.
(Hernán Rivera Letelier: Fatamorgana de amor con banda de música, Planeta de Chile, 1998)
  Mientras la Banca Morgan se establece en la Argentina, Ernesto de Larrechea funda ese año en Rosario el Teatro Infantil Municipal, una institución que se dedicaría a alentar las vocaciones artísticas en los niños, hasta languidecer y desaparecer tres décadas después, pese al tesonero empeño de su creador, un real hombre de la cultura de su tiempo. Similar vocación por la infancia había tenido Juana Elena Blanco, que moriría el 30 de enero de 1925, y que fuera una de las pri­meras egresadas de la Escuela Normal, en 1881. La Sociedad Protectora de la Infancia Desvalida, fundada por la docente el 25 de septiembre de 1905, se convertiría en poco tiempo en el amparo necesario para cientos de niños abandonados, en edad escolar. Nuestras pretensiones eran muy modestas:propender a que ningún niño quedara sin instrucción den­tro del municipio, proveyéndole de vestidos, útiles escolares y cuanto fuera nece­sario, afirmaría la educadora.
En 1909 se coloca la piedra fundamental de la primera escuela promovida por Juana Elena, en un terreno propio en calle Pasco entre Alem y 1o de Mayo y su inauguración se produce el 29 de agosto de 1912, contando con talleres de zapatería, bordado a máquina, fabrica­ción de flores artificiales, carpintería y corte y confección. En 1914, la Sociedad emprende la construcción del segundo establecimiento, en terrenos donados por Rafael Calzada, en Ayolas y Entre Ríos, oficial­mente habilitado el 25 de mayo de 1917 y ampliado en 1921, merced a una donación de la familia Rouillón.
   A ambas se sumaría, a comienzos de 1920, una colonia de vaca­ciones en el cercano pueblo de Carcarañá, destinada a albergar a niños débiles, la que se instalaría en la residencia de Olive Thomas, una de las tantas viviendas importantes de lo que había sido hasta entonces un sitio de veraneo de muchas familias rosarinas. Toda esa valiosa obra Juana Blanco la llevaría adelante sin otros recursos que talento y volun­tad, secundada por personas animadas de sentimientos altruistas, señala Juan Alvarez.
Aquella vocación solidaria y educadora tendría, en esos mismos años, ejemplos hoy olvidados como el de la maestra Amalia Giampietro, que en la Escuela 78 "Juan Francisco Seguí" trabajaba con alumnos de un grado infantil a los que aplica un novedoso e interesante método de ense­ñanza, señalaba una revista de 1925, que no era otro que permitir a los niños la libertad creadora en tareas artísticas.
Una concepción avanzada que diez años más tarde tendría supe­ración y permanencia en Rosario con la llegada de una educadora ejemplar, Olga Cossettini, que junto con su hermana Leticia imple-mentarían en la que es actual Escuela 69 "Dr. Gabriel Carrasco", en el barrio de Alberdi, una experiencia ejemplar en el país e incluso en el ámbito latinoamericano: la de la llamada "Escuela Serena", cuya influencia e importancia siguen siendo valoradas todavía hoy, en el ter­cer milenio, cuando muchos de los criterios sustentados por las dos educadoras continúan siendo tan modernos como en los finales de la década del 20 del siglo pasado.


Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame”  tomo III  editado 2005 por la Editorial homo Sapiens Ediciones