lunes, 4 de agosto de 2014

LA INEVITABLE TRANSICIÓN



La cuarta conseguiría mantener, después de 1915 y cuando ya había comenzado hacía bastante el éxodo de las casas de tolerancia hacia Pichincha, su condición de barrio de la prostitución clandestina. En julio de 1917, por ejemplo, ante una denuncia sobre una casa donde se ejercía el clandestinismo, se allana el domicilio sospechado, encon­trándose a dos menores de 16 y 17 años que denunciaron haber sido sacadas de un correccional por una persona que luego las internó en dicha casa para ejercer la prostitución en su beneficio.
Al comentar el suceso, La Capital informa y comenta: Un sujeto, valiéndose de las influencias de un empleado deTribunales, consiguió sacar del Buen Pastor a cinco menores, llevándolas a poder de mujeres de vida airada, quienes las explotaban y obligaban a darles el dinero que ganaban para entre­gárselo a dicho individuo. El caso que nos ocupa evidencia claramente la des­preocupación de uno de los defensores de menores para conceder siempre a una misma persona y en breve plazo, la autorización respectiva para sacar las víc­timas del Buen Pastor. El poder de los rufianes y sus sociedades era, como se ve, sin duda, fuerte, lo mismo que sus argumentos económicos, que les permitían obtener este tipo de favores de la justicia rosarina, faci­litándoles el reclutamiento de nuevas víctimas, como en este caso.
Mientras los prostíbulos de la sección 4.a se iban mudando poco I poco y sin apuro a la vecina zona de Pichincha, la guerra continuaba nu curso en Europa, casi del mismo modo. En rigor de verdad, ya desde iDtnienzos del siglo XX la zona aledaña ala estación Súnchales era considerada como poco recomendable por muchos rosarinos. La Capital lo refleja en julio de 1906 al definir a ese sector como asiento del vicio en todas sus manifestaciones: el garito, el bodegón de aspecto tenebroso, el pros­tíbulo, todos los centros, en fin, de la corrupción y del vicio existen y funcionan descaradamente en Súnchales, donde hay escuelas y donde tienen su domicilio por exigencias de sus ocupaciones infinidad de familias.
Entretanto, en medio de los festejos que alegraron los días y noches de noviembre de 1918, año del armisticio, rufianes y tratantes seguían preparando la consolidación de su nuevo reducto en la ciu­dad: el que se haría famoso (incluso en el extranjero) con la sola men­ción de su nombre, unido a una leyenda que algunos juzgan pecami nosa y a la que no alcanzaban a disimular algunos costados pintorescos ni algunas anécdotas picantes de francesas y polacas, que superaron el paso del tiempo y la disolución de la memoria, y forman parte hoy del folklore de una ciudad de escaso folklore.
En 1917, las quejas seguían apareciendo, sin embargo, como en el mes de febrero, cuando se denuncia una "inconcebible autorización' otorgada con motivo de las fiestas de Carnaval, que ha permitido que M dueña de una casa pública establecida en la esquina de Bvard. Oroño y Jujuy hiciera determinadas instalaciones sobre la acera y colocase mesas para el público A cualquiera se le ocurre que una casa de esa naturaleza debiera estar cerrada para evitar malos espectáculos al público, máxime cuando hay una ordenanza que les prohibe tener puerta al boulevard...
Dos años después, el incremento del clandestinismo mantenía,   
la misma vigencia en la ciudad. En octubre de 1919 La Capital denun- cia que en distintos barrios se comprueba el funcionamiento de casas clandestinas, particularmente en las calles Güemes y Rivadavia, desde Bacarce hasta  el Bvard. Oroño. Constituyen una verdadera plaga en detrimento de  la moral y un grave peligro para la salud pública: la intendencia debería preocupárse con preferencia del asunto.
Un mes más tarde, con el título de "El vicio en la sección I ' Garitos y clandestinos", el mismo diario comenta: Ya no es posible transitar por aquella sección sin que a cada paso se tropiece con una de esas casas que explotan el vicio públicamente. El comentario tiene otro destina! n i< adicional, sin embargo: la política santafesina como soporte y beneficiaria de esos delitos: La sección 4.a, donde abunda ¡agente de vida no muy clara, asegura buena concurrencia a los comités oficialistas. E¡ garito y las casas de prostitución clandestinas gozan de privilegios que los favorecidos pagan en el registro del disidentísmo, cuyo aumento de inscriptos propicia la tole­rancia policial al vicio, que resulta así un aliado del gobierno en las campa­ñas electorales...
Más allá del estilo un tanto rebuscado y hasta algo elíptico de la época, de lo que se estaba hablando era de la conocida connivencia de ese momento entre el poder público, la policía y la justicia con el mundo prostibulario, que se verificaba en ese tiempo de clandestinos y después, con mayores beneficios para los involucrados en ese arre­glo, en el barrio de Pichincha. Un detalle: de las explotadas mujeres, mientras tanto, ni una sola línea...
Ya en 1911, con motivo de las razzias del coronel Broquen en la 4.a, Monos y Monadas había puesto en boca de un personaje de la fauna prostibularia de dicho sector de la 4.a palabras que recordaban ese acuerdo con políticos y policías: ¡Cha que son sinvergüenzas! No se acuer­dan que uno se ha sacriftcao por ellos. A la muchachada de estos laos deben el triunfo en las elesiones...
Pero las quejas de la "gente decente" no eran privativas de Rosario únicamente. En realidad, siempre los vecinos de toda ciudad con zonas prostibularias se han visto obligados alguna vez a dejar caer sus lamen­tos por esa poco recomendable compañía. Casi contemporáneamente, en 1916, El Correo de Andalucía, en Sevilla, publicaba una nota que bien podría haber sido escrita por cualquiera de los habitantes del barrio prostibulario rosarino: Los vecinos de la calle Goyeneta se quejan de los coti­dianos escándalos y escenas de inmoralidad que cometen las vecinas de una casa de mal vivir que existe en dicha calle las que, apenas dan las doce de la noche, empiezan a escandalizar, ya adentro, ya afuera de la casa, con los visitantes que recluían por fuera y el vecino no puede entregarse al reposo. Los agentes de la autoridad no aparecen ni por milagro, así es que campean estas desgraciadas, que dicen son protegidas por políticos y caciques de menor cuantía... Cualquier similitud con la realidad rosarina de esos años es, como se aclara en algunos libros y películas, pura coincidencia.
En 1919, la sección 4.a mantenía ya muy pocos "quilombos" de importancia, aun cuando siguieran funcionando a pleno los clandes­tinos de lujo, frecuentados en forma habitual por los “ muchachos bien" de la sociedad rosarina, como ocurría contemporáneamente  Buenos Aires. La sección mantenía, sin embargo, su oscura tradición hasta muy entrada la década del 30, y por mucho tiempo, entre 1920 y 1930, sus calles seguían siendo escenario del ajetreo propio de ese tipo de barrios, dominados por guapos como el ya citado Paisano Díaz, llamado en realidad Venancio Pascual Salinas, que dominaría luego en Pichincha, o sus cofrades "El Cara de Madera" o el "El Guaso Castor", y en los que seguían escuchándose de noche los sones de la música proveniente de boliches y bodegones, el pregón de algu­nos vendedores ambulantes nocturnos, el ruido de los carruajes, los autos, los gritos y las carcajadas de las patotas que iban de juerga o en busca de lo que llamaban "emociones fuertes".
El diario La Nota señalaba a mediados de 1919 que el ambiente prostibulario atraía por igual tanto a tratantes y matones como a muchos hombres jóvenes provenientes de la clase media e incluso de la adine­rada, para quienes la aventura de Pichincha constituía un atractivo que incluía la posibilidad, seguramente remota en la mayoría de los casos, de "levantarse" una francesa y pasar, ellos también, a la categoría de mantenidos por una prostituta.
El que desee observar lo dicho, a ojo propio, no tiene más que darse una vueltecita a eso de las 3 de la mañana por el bar El Noy, la Lechería Mimí, el café La Chiquita y el Palacio de Cristal, todos ellos situados en el barrio de las horizontales, y allí verá a infinidad de muchachos del centro, alternando con el malevaje de peor estofa y hablando el argot suburbano... Se trata de pobres muchachos que con muy poco sentido común y menos vergüenza, creen que el hecho de tener una mujer en las casas adyacentes y explotar su profesión, la de ellas, es un acto de hombría que los coloca a un nivel superior que los demás mor­tales. En cuanto a vosotros, pobres chicos, buscad empleo y dejaos de pava­das, no sea que el compadrismo se os entre de tal forma en la cabeza, y os convierta en personajes como Cara de Madera, el Paisano Díaz y otros que por ser tan ridículos en ¡a vida real, dan la impresión de un compadrón de saínete, de esos que hacen reír a todo el mundo y que sólo son malos con sus mujeres...
(Calderón del Bote: "Compadritos" en diario La Nota,
15 de julio de 1919)

La presencia de este tipo de personajes garantizaba, por cierto, más de una instancia dramática, como los duelos criollos a cuchillo, o el intercambio de balazos, que no eran tampoco infrecuentes. El Paisano Díaz no iba a escapar indemne, sin embargo, a tanta fama y a tantos desplantes y desprecios como los que él solía propinar a más de uno, y la historia de su agresión a manos de uno de sus tantos ofendidos entraría a formar parte de la vasta saga prostibularia rosarina.

Reflejos, un pasquín sensacionalista de la noche, traía un título en grandes letras a cabeza de página: "Balean al Paisano". Leímos la noti­cia acercándonos al farol de la esquina: "En momentos de cerrar esta edi­ción..." La noticia era escueta, algo apresurada pero clara. Esa misma tarde, al anochecer, cuando Pichincha despertaba a su vida nocturna, el Paisano, según su costumbre, entraba en un almacén de la esquina de Pichincha y Jujuy a tomar su ginebra. Dos de sus hombres estaban en una mesa y él solo como siempre, de pie ante el mostrador de estaño, cuando un taxi se detuvo entonces ante la puerta del despacho de bebidas. El con­ductor del taxi gritó: "¡PaisanoV. El Paisano, de espaldas a la calle, vol­vió la cabeza, pero el taxista tenía un revólver y disparó. Los hombres de la mesa corrieron a la calle revólver en mano pero sólo pudieron dispararle al coche que huía. Cuando volvieron junto al Paisano, caído en el suelo, comprobaron que una bala le había penetrado en el ojo izquierdo. Lo lle­varon rápidamente al Hospital Centenario, no lejos de allí, en el primer auto que pasó por el sitio... Antes de salir de casa, eché un vistazo a "La Capital", que acababan de pasar por debajo de la puerta; reproducía bre­vemente la misma historia de "Rejlejos" sólo que mejor redactada y en una página interior, a dos columnas, como corresponde a un diario serio...
(Roger Plá: Los atributos, Editorial Abril, 1986)


El Paisano Díaz saldría sin embargo con vida de aquella embos­cada y sobreviviría hasta la década del 60, cuando su figura alicaída, con un ojo velado y trajeada pobremente, en las cercanías de la Jefatura de Policía, despertaba más conmiseración que temor y su única ocupación era, según algunos testimonios, la de un humilde levantador de quiniela, magro recurso al que sumaba una jubilación también escasa, obtenida por el favor de alguno de los caudillos polí­ticos a los que sirviera.
Francisco Sicardi, en su olvidado Libro extraño, de 1904, describe con la implacable mirada del hombre de ciencia y escritor que era, a los exponentes de esa fauna prostibularia: Se les ve en los comités políti­cos adular a los plebeyos, acariciar borrachos y mantener ladronzuelos. Son her­manos cuando los necesitan para llevarlos a los atrios, salen del brazo con ellos y los acompañan en sus libaciones. Para eso han llegado hasta allí, después de haber pasado por todos los partidos, medrando en cada uno, desleales siempre, reducidos, resbalando de peldaño en peldaño a la miseria moral. Para ellos, el trabajo no tiene noblezas, ni encantos y virtud de estudio, ni ideales. Son los buhos noctámbulos, sin más horizontes que las cuatro paredes de un garito o el revoque descascarado y el piso sucio de puchos de los comités políticos.
Miguel Pinazo, un comisario porteño que tras su retiro resumió en Delitos y delincuentes sus experiencias en el mundo delictivo y pros­tibulario, incluye en su libro a estos personajes peculiares (matones devenidos en cafishios de una o varias mujeres) entre los protagonis­tas de esa mecánica de la explotación femenina en los burdeles: En Buenos Aires y Rosario, para no citar más que dos de las grandes ciudades, los que viven de la prostitución pueden clasificarse en tres categorías: í °) Los due­ños de prostíbulos, que hacen profesión del vil comercio; 2°) Los que, contando con una mujer o varias, utilizan el trabajo de éstas para vivir sin hacer lo más mínimo; 3°) Los que teniendo mujer, trabajan disimulando su deplorable con­dición de caftens. En los dos primeros casos, se trata de elementos vagos, y por lo tanto peligrosos...
La 4.a alegre, pese a todo, también sobreviviría después de 1919, es decir en el esplendor del negocio prostibulario en la Argentina, que llegaría hasta poco después de 1930, agregando un interés adicional a su repertorio de ofertas al parroquiano masculino: la posibilidad siem­pre atractiva, para esos años, de los "salones de baile" o de los bailes en recreos, hoteles y cafés autorizados por ordenanza municipal de aquel mismo año.
En abril de 1925 un informe municipal enumera en forma minuciosa los procedimientos de inspección en una serie de prostí­bulos clandestinos, que permiten verificar la supervivencia de los "quilombos" en la sección. La nómina incluye a los propietarios, encargados o madamas de los mismos: Paulina González (Dorrcgo 225), Mauricio Belman (Rivadavia 1675), María Belman (Güemes 2158),Aída Blanc (Wheelwright 1571),Anita Magnani (Wheelwri^ln 1585)), ClaraTisurno (Rivadavia y Santiago), Adelina Molina (Jujuy 1710), Ana Groisman (Balcarce 181 bis), Ana Spiro y María Grin (Rivadavia 2159), Dina Farnesi (Güemes 2144), Generoso Ramírei (Balcarce 46 bis), C. Socolovski (Rivadavia 2112), Berta Gnu (Rivadavia 2115),D.Blas (Rivadavia 2187),Domingo Díaz (Rivad.n 11 2187), Pedro Avaro (Rivadavia 2129),Vicenta de Fontenla (Wheel­wright 2157),Juan López (Wheelwright 2145), Carmen Rodríguez (Wheelwright 2181), Mauricio Srihasman (Rivadavia 1675), Amalia Fernández (Güemes 1964).
El mismo año, La Reacción, otro de los diarios rosarinos recono­cido por sus campañas entre combativas e insidiosas contra todo, en especial los funcionarios municipales y provinciales, se hace eco de las quejas presuntas de los vecinos de la cuarta prostibularia y pintoresca: Los prostíbulos dan la nota discordante y desvergonzada de la urbe rosarina. Urge su traslado a cualquier barriada apartada y solicitada. Con sobrada razón los vecinos honestos y progresistas del rico barrio castigado con el presente griego de los lenocinios, se aprestan a hacer valer sus fueros y privilegios hasta librarse de esa calamidad pública que los coloca en irritable situación despectiva com­parativamente con los demás barrios.
El diario de Duchein apuntaba sus dardos esta vez contra los concejales rosarinos, llevados al Concejo Deliberante con el "voto calificado" de esa gente maleante y bravia de los prostíbulos, rufianes, tahúres y demás malevaje, que los usa para todos los desaguisados. El artículo omitía con­signar que el Concejo estaba integrado, como había ocurrido desde principios del siglo XX, por muchos de los apellidos de pro, profe­sionales y comerciantes de la burguesía comercial a los que, de ese modo, se acusaba sin más ni más de estar al servicio de los intereses prostibularios.
Los años que van de 1927 a 1930 fueron asimismo de continuo machacar de la prensa acerca de la prostitución y de la necesidad de su abolición en la ciudad. En esas campañas se unirían diarios y periódi­cos como Relámpagos, dirigido por Benigno Esperón, La Nota, La Opinión, el ya mencionado La Reacción y los diarios tradicionales.
En octubre de 1927, La Opinión se indigna por la férrea subsis­tencia de la zona prostibularia de la cuarta, al aludir al sector de la misma invadido por bares y cafés de nombre inglés, ya consignados: En la calle Rivadavia, entre Boulevard Oroño y Balcarce, existen apretujados unos cuantos comercios ilícitos con denominaciones en inglés de lo más ridículo por su presuntuosidad para anunciar un bar, chopería, restaurant o fonda, desmantelados y desaseados en grado sumo, donde la única mercadería resul­tan ser las mujerzuelas, en deplorable aspecto enfermizo y miseria física, que ofician de dueñas y encargadas de esos inmundos cuchitriles Agrega el artículo, que no escatima adjetivos: Cotidianamente mero­dea por allí una banda de gandules corrompidos y viciosos, caftens que, a la Jija, andan tras esas esclavas para arrebatarles el producto de su vil comercio de prostitución clandestina... Como es muy intenso el tráfico de placeros, taxis, ómnibus, tranvías y peatones en el sitio mencionado, las damiselas no se can­san de hacer señas y chistar a cuanto ser viviente se les pone a tiro, exigiéndole hacerse cliente. No ha de extrañarse, desde luego, que la astucia de las mismas se extreme hasta el punto de asaltar y secuestrar a los transeúntes y viajeros, con mayúsculo alegrón para los propietarios de las clínicas anti-venéreas, que podrán contar así con mayor clientela...
Mientras su colega se encarga de atacar a la cuarta de los clan­destinos, La Reacción sigue empeñada en su cruzada contra los "qui­lombos" de Pichincha, que siguen instalados en ese barrio: El plazo que la Municipalidad otorgara para sacar los lenocinios de Pichincha se ha cumplido ya y el público no se explica por qué no se procede por la autoridad comunal en forma enérgica, al desalojo de esos antros donde se alberga la pros­titución patentada. Es pues por esto, que muchas personas dudan y vacilan, al contemplar esa actitud pasiva sin llegar a penetrar el móvil que pueda inducir a la autoridad a ser tolerante hasta lo increíble en asunto cuya solución se impone de inmediato.
En mayo de 1928, el semanario Rosario arremetía todavía con­tra la 4.a prostibularia dando cuenta de la perduración de sus carac­terísticas originales pero yendo incluso un poco más allá, al señalar la connivencia oficial; la sola mención de los titulares ilustra el tenor de la nota periodística: El infame comercio de la carne humana en ¡a sección cuarta. Más de cincuenta focos infecciosos donde existen secuestradas menores que son obligadas a vender caricias, gracias a las autoridades criminales, encu­bridoras y miserables. Un sujeto en nombre de un importante diario local, recibe mensualmente una elevada suma por parte de los traficantes. El 70 por ciento de la juventud de ese barrio está enferma de los terribles males venéreos. Clínicas especializadas abarrotadas de pacientes...
Entre las razzias policiales que sólo buscaban guardar las apa­riencias moralizando un poco el ambiente con la eliminación de las timbas clandestinas pero buscando a la vez con ello la necesaria coima para engrosar los bolsillos de los comisarios seccionales, la vida en esa zona rosarina transcurría sin demasiados sobresaltos, acuñando histo­rias difíciles cuando no imposibles de verificar, como la que ubica a Aristóteles  Onassis entre los parroquianos de un café y comedor de propiedad de inmigrantes griegos en Wheelwright y Güemes, por la segunda mitad de la década del 20.
La versión de una supuesta estadía de Onassis en Rosario y tal vez también en la zona prostibularia o en el barrio de Saladillo, como indican otras historias, no es para nada imposible, sin embargo, si se piensa que el después famoso y multimillonario armador griego había llegado a Buenos Aires en el buque de inmigrantes "Tommaso di Savoia" el 27 de agosto de 1923 y que vivió en la capital argentina hasta 1931, año en que fue designado cónsul suplente por el gobierno de su país, desempeñando diversos trabajos que fueron desde lavapla­tos a empleado de una lavandería y luego en la British United River Píate Co., central Avellaneda.
Onassis se radicó primero en el portuario barrio de la Boca, alqui­lando un cuarto sobre un salón de baile, para pasar luego a una pen­sión de calle Corrientes y después a otra de calle Esmeralda. Frecuentó al zar de las empresas navieras, el aristocrático Alberto Dodero, y cono­ció entonces los entretelones del negocio de los barcos de transporte, que lo enriquecería luego, hasta convertirlo en uno de los armadores navieros más poderosos del mundo.
La atracción de la vida prostibularia sobre este griego casi de leyenda mundana, le venía de su adolescencia en Esmirna, donde fre­cuentara asiduamente los prostíbulos del barrio Demiri Yolu, con sus camas de latón, y luego, de su vida en París en el burdel de "Madame Claude". En Rosario, por su parte, sobre todo en la zona de Saladillo, muchos griegos se radicaron para dedicarse al comercio honesto y hasta no hace muchos años, apellidos de clara ascendencia helénica como Pilafis, Psarianos y otros, eran rastreables en ese barrio rosarino.
En 1928, una muerte ocurrida en Buenos Aires pasa casi inad­vertida para la mayoría de los rosarinos: la del general de división Eduardo Broquen, el 25 de abril de dicho año. Se trataba del mismo que, poco después del Centenario intentara en Rosario, con el grado de coronel y sin demasiada suerte en el intento, extirpar el mal pros­tibulario en la ciudad, asustando con sus procedimientos policiales imprevistos y sus razzias, a guapos, prostitutas y rufianes.
Cerca ya del final de la década del 20, La Reacción prosigue su camino de denuncias contra la anomia municipal respecto de los prostíbulos clandestinos: La funesta plaga de clandestinismo, de la que se ha ocupado muchas veces esta hoja, recrudece en esta ciudad en forma alarmante... No obstante ¡as disposiciones en vigencia, en la sección 4.a de policía, teniendo en cuenta las denuncias del vecindario, existen algunas casas que pasan como negocios y no son otra cosa que lugares de vicio y corrupción, sin que estén some­tidas a control oficial y con la particularidad de que uno de ellos está ubicado frente a una casa religiosa


Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame”  tomo IV editado 2005 por la editorial homo sapiens ediciones