miércoles, 16 de julio de 2014

LOS TRES BERRETINES



Al interesarme por la vida de los ciudadanos comunes que, de alguna forma, se han entroncado en la historia de las grandes ciudades, me he en­contrado, invariablemente, con la existencia de personajes cuya extempo­ránea conducta, aún reprobable y digna de toda clase de execraciones, es curiosamente pasible de rememoración permanente. Se trata, por supues­to, de seres que nada digno de mención han realizado en pro de la huma­nidad y el bienestar de los pueblos a los que pertenecieron. Por el contra­rio, se han preocupado en primer lugar por constituirse en aquellos bi­chos grandes, capaces de romper la tela de araña que es la ley —al decir fi­gurativo de José Hernández— y, en segundo término, por no mostrarse demasiado juiciosos como para pasar a la posteridad en calidad de patriar­cas. Tal vez, su secreto anhelo haya sido la burla permanente, y el haber querido perpetuarse en la memoria de sus congéneres como los burlado­res máximos. Es el caso de muchos, pero particularmente en Rosario, de El Manco Mazza, El Cato Casartelli, El Marqués del Ojo Caído y otros, de inferior "categoría" que la ciudad ha debido sufrir con una sonrisa de fin­gida ironía, ante el deleite del común de las gentes que en épocas pasadas vieran en estos personajes la encarnación del absurdo y la locura.

Para comenzar con El Manco Mazza, pondré en el pórtico una frase que gustan decir los franceses: le mauvais gout méne au crimen —el mal gusto conduce al crimen—, porque este Mazza, era algo más que un sim­ple patotero.

"—Yo conocí a El Manco Mazza, El Gato Casartelli que le dieron un pues­to de comisario para que no se muriera de hambre . . . Chito Iturraspe, Chozzita . . ., esa gente dominaba la ciudad de Rosario. Ellos entraban a un prostíbulo y desaparecía la policía. Y también el comisario Ignacio Romeo Rota desaparecía de la comisaría. Se divertían a los tiros, aguje­reando los pianos eléctricos y después automáticamente sacaban su bille­tera y pagaban ... y aquí no pasó nada. —Eran prepotentes . . .

—Vea, en otras ocasiones ocupaban un pobre taxi y El Manco Mazza lo obligaba con la pistola en la cabeza a entrar en el río (sic) del parque In dependencia ... al laguito. Y había que meterse; después venían los bomberos y lo sacaban del agua. Otras veces agarraban un pobre mateo, largaban los caballos, le cortaban la guarnición y le quemaban el coche. Y pa­gaban. Esas eran las andanzas de este hombre .. . — ¿Y, cómo quedó manco?

—Este Manco Mazza quedó manco a raíz de que en un hotel, no se si en en Casilda, no recuerdo bien, acostumbraba a manosear las mujeres. Entonces fue un día con el finado Bayoyo a comer y Mazza empezó a manosear a la que lo servía. Cuando volvieron por segunda vez, la señora no quiso atenderlos más. Entonces el dueño le dijo: "No. Anda a atenderlos , te ordeno yo". La señora fue, y a la primera insinuación de maldad hombre le metió y le rompió un brazo. A raíz de eso quedó manco, y I» dijo: "No lo mato, pero acá no quiero verlo más" —¿Le metió un tiro?

—Si, y le rompió el brazo. Quedó manco para todo el viaje. Antes de mo­rir, vivía en la calle Rioja, cerca del Banco Hipotecario, y es* casa era he­redada de los padres, no se que .. . Y, al I í había un a sartenada de degene­rados, fabricantes de camisas, y no se la pila de años que no se pagaba al­quiler, y el ya estaba demente y estaba haciendo un aparato para ir al cie­lo ... para ir a la luna. -¿Ah, sí?. ¿Y dónde lo hacía, en el patio?.

—. . . Y, tenía la casa hipotecada. Entonces, el finado Pirani que fue dipu­tado nacional en el gobierno peronista le compró . . ., le dio unos pesos, y se hizo cargo de las hipotecas de la propiedad. Ah f fue cuando El Manco Mazza se mudó a Echesortu mientras el finado Pirani agarró, bajó toda la casa, dejó los terrenos limpios y después los loteó y los vendió a los pre­cios que más o menos podía. A todo esto, el Banco Hipotecario Nacional quería comprar allí para agrandar el edificio, pero Pirani no quiso vender­le nada.

—Es donde está el edificio Arizona ahora, ¿no es cierto?. -Si, allí es.

—El Manco Mazza, vivió arriba del Mercado Modelo, ¿no es verdad? —En cierta época si, porque ese mercado fue de su finado padre, don Agustín Mazza. El Manco vivía arriba con dos o tres negras y muchas ve­ces bajaba ahí y ¿usted vio que el mercado tiene una galería?. Bueno, el bajaba ahí y junto con otros chupaba, todos gritaban y el se ponía desnu­do y tiraba también algún tiro. Los vigilantes que estaban en la esquina se las tomaban porque no querían guerra". 1

Otro testigo de aquella época, enlaza al recuerdo de El Manco Mazza  el de un humilde lustrador de zapatos que había adquirido cierta distinción postiza a ojos vista, influido quizá por la prosapia desbordante de los Mazza:

"—El Manco, o sea Guillermo Mazza, mas bien andaba siempre por bule­var Oroño en los altos del Mercado que venía a ser parte de el. Allí, don-da Mazza vivía, tenían refugio los cafiolos franceses y andaba de lustrador Rodríguez Pardo Palacios. Un día le preguntaron a Rodríguez Pardo: "¿Cómo es que ahora se llama Palacios?", y contesta el: "Mi madre es Pa­lacios . . . ¿que tiene?. Soy Rodríguez Pardo Palacios ..." Entonces el ■ uro le vuelve a preguntar: "¿Y que tiene que ver con Pedro Palacios 'Al-iimtuerte', ese poeta de La Plata?". "Es un tío segundo". "¿Y con Alfredo Palacios, ese de los bigotes que es senador?". "Pero, i si somos pri-mott". "¿Y con El Flaco Palacios, ese de la cuarta...?". "No. ¡A ese no lo juno ".2

 Mazza, como hemos visto, es una persona que no tiene reparos en exhibirse  y cometer sus tropelías a la vista de todo el mundo. Cuanto más gente lo circunda, mejor.



“ _- En Güemes entre Santiago y Alvear existía un cine famoso que se llamaba el Pampero y cuyo dueño era Don Bartolo. En ese cine El Manco Mazza en una oportunidad mató a un agente…

-¿Cómo fue?

-Frente al cine pasaba el tranvía número 2 y venía un agente fuera de servicio en momentos en que al Manco no lo dejaban entrar al biógrafo.

Estaba la hija de Don Bartolo presente. Bue .. ., parece que al ver aproxi­marse al agente, la muchacha lo llamó y cuando el agente se acercó, El Manco Mazza le pegó un tiro y lo mató. Otro de los casos de este señor, fue el que protagonizó con un pobre turco de la esquina de Alvear y Ju-juy, donde había un almacén que creo todavía está. El turco estaba aga­chado contando unas frutas para un cliente, y al verlo El Manco le dijo a sus amigotes: "Lo voy a hacer saltar al turco, le voy a pegar un tiro en el traste". "No, le dijeron, déjate de joder... " El Manco le pegó un tiro en el traste y saltó el turco como una liebre. Esas herejías las cometían en esa época con toda impunidad porque eran los que mandaban en la pro­vincia de Santa Fe, como le dije: El Manco Mazza, Chozzita, Iturraspe, Casartelli y todos ellos, los ponderados de la ciudad".3

En cuanto a la casa de la calle Rioja, lamentablemente convertida en conventillo por obra de su propietario, alguien mas puede dar fe de un decadente esplendor pasado.

"—El conventillo de El Manco Mazza era una casa bárbara que la había dejado venir abajo, ¿vos sabes las mayólicas que tenía?. Para que te voy a contar los jarrones y los mosaicos que había adentro ... Me acuerdo que vivía allí una mujer que le llamaban La Cata porque siempre estaba senta­da en la misma silla . . . Demetrio, el mozo, le había puesto el sobrenom­bre"4

El segundo de los personajes en cuestión, nombrado al principio de es­te capítulo, es otra turbia personalidad que conjuga sus excentricidades con el cargo de comisario. Conocido por Gato Casartelli, amigo de to­da la grey política de los años veinte y aún de los treinta, el "pintores­quismo" que exterioriza desluce, evidentemente, no solo la reputación de la policía entroncándola con la venalidad y la corrupción, sino que arroja un baldón a las buenas costumbres:

"—El Gato Casartelli, siendo comisario, se sacaba la chaqueta del unifor­me y se la ponía dada vuelta. La gorra también se la daba vuelta para atrás y dirigía la orquesta del Franz y Fritz por la calle, ¡era loco!. Mira si un comisario hace eso ahora . . . ¿Sabes lo que hizo una noche?. Nos me­tió en cana a nosotros, que éramos los músicos del Franz y Fritz, nos lle­vó a la comisaría segunda y mandó buscar dos bolsas de bebidas, y mien­tras nosotros tocábamos el bailaba en pelota con las mujeres. ¿Sabes que hacía en el Cifré, cuando estaba en Córdoba y San Martín?. Tiraba a la calle las macetas con plantas y todo, esas macetas grandes, ¡mirá si mata­ba a alguno! . . .

 -¿El Cifré estaba allí?

—El primer Cifré, si, donde era Gath y Chaves, siempre estaba pintado de verde. Eran otros tiempos, cuando la Tienda La Favorita tenía la orquesta de Emilio Güell y Gath y Chaves, la de León Draiser. . . ¡Que músicos!. — ¿Tocaban en el salón de te?

—Claro, como en Harrod's, de Buenos Aires. Era muy lindo".5

Entre las numerosas anécdotas que pintan de cuerpo entero a este per­sonaje, la bondad de un importante colaborador de este libro, el señor Osvaldo Berrini, permite dar a conocer el siguiente sucedido que da la tó­nica bastante aproximada de los días que corrían a favor de Casartelli.

"-Una vez en el bar de La Comedia andaba el doctor Casas Duchesnois, alias El Marqués del Ojo Caído porque tenía un ojo medio en orsai, a este Duchesnois lo acompañaba su secretario llamado Saturnino Mendoza, Mendocita. Duchesnois era muy amigo de El Gato Casartelli, de Chito Iturraspe y de otros no menos nombrados que se reunían de madrugada en el Restaurant y Bar La Comedia . . . Estaba también Pepe Grasso que en ese entonces era presidente del Club Social donde se acababa de reali­zar un baile. Pepe Grasso era todo un señorazo, aparte de buen mozo. El asunto es que ese día habían hecho una mesa larga para recibir a gentes de Buenos Aires que habían participado del baile, todas de suaré las muje­res .. . En una de esas entró El Gato Casartelli, que era comisario de la se­gunda, se fue al mostrador y pidió medio whisky. Un milico que le mane­jaba el auto estaba haciéndole guardia allí, pero Casartelli no estaba toma­do, ni nada. Por ahí uno de los porteños que estaba en esa rueda habló fuerte unas palabras contra el gobierno. —¿Que gobierno estaba?

—Me parece que era uno medio de facto, creo que Uriburu ... El caso es que el tipo que estaba en pedo gritaba fuerte. Casartelli fue hasta la mesa y dijo: "Señor, usted siga en esta rueda hasta que terminen y después vie­ne detenido . . . yo soy fulano de tal", y se instaló en el mostrador otra vez. Empezaron a hablarlo al Gato Casartelli, y que de aquí y de allá, ¿no?. Nada, estaba inflexible, tuvo que ir en cana el porteño nomás. El Marqués del Ojo Caído y otros se comunicaron con Frontini que era co­misarlo en la tercera y le pasaron el santo de que Casartelli había hecho ese procedimiento en La Comedia porque habían hablado mal del presi­dente de la Nación, pero que la gente tenía que volverse a Buenos Aires. Vino el subcomisarlo de la seccional tercera. No pudo arreglar tampoco. Cuando El Gato se enteró de que Frontini estaba interesado dijo, después de haberse tomado unos vinos, "Vean, a este tipo le tengo desconfianza porque es un coimero de los cabarets", y dijo una punta de cosas. El asunto es que después, con la intervención de Pepe Grasso y otros consi­guieron la libertad del fulano.

¿Y ahí terminó la cosa?.

-No. Al otro día tenía la captura yo y Raúl Cuminetti de parte de Fron­tini. Lo fui a ver a Cantatore, alias Fosforito, que era presidente del comi­té de la sección tercera del cepedismo: "¿Que quiere ese?". "No se, me ha mandado llamar". "Bueno vamos, te acompaño". Frontini había man­dado hasta una consigna en la puerta de la casa de mi madre en la calle Corrientes. Tuve que hablar a Cornelias, presidente del comité de la sec­ción quinta, y enseguida la hizo levantar. Así, a los dos días, de tardecita, me fui a verlo a Frontini, con Cantatore, Cuminetti y la finada Elvira en un autito.

¿Ellos lo acompañaron adentro?

—Se quedaron en la esquina, yo fui solo. Por fin llego y me doy a cono­cer: "Osvaldo Berrini...", digo, "¿está el comisario Frontini?". "IPasel". Entro al despacho y me ilumina con una luz giratoria en la cara, ¿no?, y el sentado. Le digo "Buenas tardes", ni me contestó. Entonces me dijo: "Usted me va a decir que es lo que sintió decir a un funcionario policial en un bar que se llama La Comedia, las otras madrugadas. ¿Que sintió us­ted referente a mi persona?". Yo, lo que menos me imaginé era que me iba a^ preguntar de ese asunto. Después de un ratito, me vuelve a pregun­tar: "Dígame, ¿eh?. . ." "Vea, comisario, -le digo- ¿usted se refiere a su colega Angel Casartelli?, de el si sentí algunas cosas", "iAhí, bueno: ¿que dijo?". "Dijo que usted era un hijo: de puta, un coimero, que acha­ca todo lo que puede por ahí, que tiene acomodo con los cabarets y afana en las agencias..."

¿Y que le contestó Frontini?

—Bueno, vea, abrió los brazos . . . "Ese Gato siempre ¡odón . . . ¡No se puede con este Casartelli. . .1". Si llego a decir que no había oído nada me mete en el calabozo; me vino eso de decir la verdad perdido por perdi­do. Este dijo: "¿Ah, sí?, ¡ya va a ver cuando me toque a mil". No lo lla­maron más tampoco . . . Con esa declaración no quisieron más".6

Como dijéramos, el cúmulo de anécdotas es abundante. A través de ellas y de las descripciones escuchadas, cobra forma más concreta El Mar­qués del Ojo Caído.

"—Casas Duchesnois, El Marqués del Ojo Caído, le tenía bronca a un grin­go y mandó a hacer una corona en una florería. Pagó con un cheque de esos voladores que tenían una autonomía de vuelo que iban hasta Nor­teamérica y volvían. Bueno, la corona era de treinta o cuarenta pesos y el cheque era de ciento y pico: tenían que darle el vuelto. El gringo, que te­nía una salud de un toro, estaba amasando tallarines cuando recibió la co­rona. El Marqués del Ojo Caído hacía todas esas jodas y lo mandaba a Mendocita . . . Hasta que las florerías no quisieron saber más nada.

¿En que época sucedía esto? —Alrededor del año 35.

—Y, ¿cómo me arreglo yo para meter esto en los años 20?. —Haga la salvedad y después vuelva atrás. Esto fue en el 35, cuando la in­tervención aquella a los demócratas progresistas que hicieron enviar los dos senadores santafesinos, el doctor Ricardo Caballero y don Juan Cepe­da. Había una cantidad de anomalías . . . Una de ellas era que le pagaban a los empleados públicos con bonos. Cuando cayó la intervención se abrieron todos los comités cepedistas. En la tercera, que estaba en Mitre y 9 de Julio, hicimos una urna con una lata de bizcochos Canale y salió pre­sidente Fosforito. Estaba El Ñato Isidro, Castañeira, Miguel Ceriani .. . —¿Así que El Marqués del Ojo Caído no pagaba nunca? —Ese era peor que Naranjita . . ., te pedía un peso y no 10 devolvía nunca. Era un abogado de nota. Cuando ganaba alguna plata suspendía todo has­ta que se le acabara. Hasta tres mujeres le iban a buscar a Pichincha. El que quería meter la cuchara era Saturnino Mendoza, Mendocita, el secre­tarlo. "Usted se queda allá en aquella mesa . . . —le decía Casas Duches­nois—, usted es secretario mío, pero es secretario en asuntos del trabajo, en estos otros asuntos no, usted quédese allá . .. póngase en orsai". Un» yez vino el comisario Frontini a hacer un procedimiento en el bar La Co­media, y lo agarró a Mendocita que estaba en pedo: "¿Que sintió decir usted. . .?", y que de aquí y de allá. "Mire, en estos casos comisario, yo soy un cofre, soy una tumba, ¡soy un sarcófago!". Y Frontini lo mandé en cana.

—¿Lo metió preso?

—Si. Le contestó: "Por cofre y sarcófago, ¡tumba!", lo mandó al cal abo zo".7

De Saturnino Mendoza, alias Mendocita, o sea el valet de El Marqués del Ojo Caído, hacia abajo, entramos ya, decididamente, en la categoría  no solamente de "vivillos", sino de "otras yerbas", como dice por ahí ti I tango Dandy del que fuera famoso cantor rosarino Agustín Irusta. La muestra podrían constituirla tres personajes más: Naranjita, Pildorita y Guesalaga. De Pildorita es poco lo que sabemos casi nada, ¡pero de los otros dos!

"—Yo he conocido también a muchos atorrantes. Porque hay que diferen­ciar la gente de la gentuza. Había tipos malísimos, malandras como Bana­no y otros más. Otros eran vivillos como Naranjita, que se llamaba Rive­ra. Naranjita iba a los velorios, dejaba el sombrero viejo y se llevaba uno nuevo. Entraba al boliche trajeado y con los puños duros asomándole de las mangas y caminaba quebrado, como haciendo traca—traca—traca. De­cía "¡Dame un café!". "No, si no pones los diez", contestaban los mo­zos. El se iba a los velorios y después a los entierros en los coches aquellos de las pompas fúnebres. Venía después de las cinco y media, antes no porque la milonga de los velorios lo mantenía ocupado. —¿Y, de que zona era?

-De Mendoza y San Martín. De allí también era Farruggia que una vez vendió un tranvía. Otra vez Naranjita subió al tranvía 1, y le dijo al guar­da que era gallego, para no Fiyai soleto: "¡Pase noventa!". "Señor miu, aquí no hay nejún noventa, que yo sepa tenemos pases hasta el número sesenta". Y Naranjita, rápido, le retruco: "Pero no seas gil, toma el sope y pásame noventa de vuelto!". Otra vez estábamos comiendo en La Cantá­brica, ahí en el Mercado Central .. . -¿Por la calle San Martín?

—Por San Martín . .. uno de los hijos Sáenz se llama, es dueño de La Que­rencia ahora y está casado con una de las hijas de Sala que era patrón del Franz y Fritz . . . Bueno, Naranjita pidió una costeleta a caballo, que en ese entonces por un peso te daban ahí la costeleta con huevos, una fruta, café, un pedazo de queso y dulce de membrillo, ¿no?, y por ahí apareció el tranvía 4 . .. . Este muchacho pidió cigarrillos y se hicieron un, peso veinte o uno treinta que tenía que poner. Pasó el tranvía y justo lo co­rrió . . . iaaaahhl, subió. Desde La Cantábrica le gritaba el mozo, el pa­trón y los demás: "¡Eeeehhl . . . ¡¿Yel peso veinte?!". "Déjalos de pro­pina, otario! .... contestó Naranjita, y volviéndose al guarda: ". . . Psch. ¡Todavía gritan!". ¡Era terrible!. Una vez le dieron unas chirolas a unos pibes para que le tiraran con globos llenos de agua, el andaba siempre de cuello duro y quedó a la miseria. Fue para carnaval. Otra vez un gringo lustrador le sacó un zapato y lo mandó caminando en medias . . . por ca­radura. No pagaba nunca.

 —¿Que otro personaje andaba por el centro?.

—Bueno, también estaba Pildorita, que lo llevé a mi casa porque lo quería mucho. Andaban todos por El Ancla, el Rossini ... Me acuerdo de Pom-bo . . . el gallego Madrid que murió de viejo ... el finado Bertolotti. Tam­bién estaba Guesalaga, el hermano mayor del Mono Guesalaga. ¡Este era otro personaje que te la voglio diré!. Tenía una mina que la hacía yirar por el Mercado Central y el tenía unos lentes con un vidrio verde y el otro azul; vidrios recochados, bah . . . Iba con una botellita chiquitita así y en la zurda "La Razón"; entonces se paraba a la entrada del mercado, por ahí. Pasaba la mina con un punto . . . ¿La mina? . . . ipor favor!, un I >ni filete sin cola era más lindo .... y el hacía que leía el diario y cuando le pasaban al lado daba las órdenes haciéndose el burro y torciendo la boca de atrás del diario: "Largue, que ese punto no pone. . .". La mina pa­saba . . . por ahí volvía con otro: "Agarre, agarre, agarre . . . ¡agarres! ".  Y entonces se iba corriendo a lo de Don Manuel en La Cantábrica y le decía "¡Marche una doble, a caballo!", porque sabía que la mina venía con guita. Esto que te cuento es por mi madre, yo lo ví, lo veía porque siempre estaba allí. Bueno, esa zona estuvo siempre minada por tipos de toda clase".8
Y así nomás es, a juzgar, además, por un suelto publicado por La Reacción
Tipos del Ambiente —Repulsivos—

En nuestra ciudad, como en ninguna otra de la república pueden catalo­garse tipos especiales dedicados enteramente al "mangazo" profesional con el solo fin de embriagarse de la mañana a la noche. Por los alrededores del Mercado Central y las esquinas mas transitadas de la calle San Martín se apostan los borrachos cotidianos que atajan a todo transeúnte para limosnear unas monedas de níquel.

Estos tipos repulsivos de nuestro ambiente diario, no merecen la más pe­queña reprensión de las autoridades policiales, siendo en realidad una pla­ga de espectáculos poco reconfortabas.

Es una vergüenza común, que a todas horas del día, tipos de tal catadura molesten la atención del público y den margen a escenas completamente asqueantes. Un poco más de cuidado por parte de la policía y estas cosas quedarían subsanadas".9


"—Otro tipo tan alegre como Manolo Ruiz, era Pachón, claro que de otra categoría. Es el que tiene la casa de pergaminos ... En esa barra estaba también Zuasnábar, Lotilchen, Menchaca y otros que no me acuerdo. Eran bacanes, pero adonde iban dejaban el desastre. Claro que no de las proporciones del Manco Mazza ni ninguno de esos otros locos grandes. Estos eran alegres, juguetones. A los cocheros que se quedaban dormidos, ¿sabes que les hacían?. Les desataban los caballos ... si, y después les de­cían: "Lo llaman", como ellos se ataban las riendas en las manos se caga­ban de un golpe. No sé como no se mataban . . ."10
NOTAS

1     Calixto Gallo, id.id.

2     Osvaldo Berrini, id.id.

3      Calixto Gallo, id.id.

4/5 Julio Schiavone, id.id.

 6/7 Osvaldo Berrini, id.id.

8   Julio Schiavone, id.id.

9   La Reacción. Año V. No 2010. Rosario. 1.5.1927.

10   Julio Schiavone, id.id.



Fuente: Extraído del Libro “El Rosario de Satanás del Autor Héctor Nicolás Zinni, el Capitulo 2, del Tomo II . Editorial Fundación Ross. Año 2000