jueves, 26 de junio de 2014

AMOR TARIFADO



"—Hela allí —exclamó el capitán Gray, con triste y grave voz-. La Isla del Tesoro, de la cual tan a menudo habéis oído hablar. Jamás creí que la vol­vería a ver, a no ser en mis malos sueños. Quisiera que así hubiese sido. Porque mucho me temo, Jamie, que mis penurias y las tuyas no hayan he­cho más que comenzar".
John Connel. De vuelta a la Isla del Tesoro. Ed. ZigZag. Santiago de Chile. 1955
El oficio mas antiguo del mundo, reglamentado con todas las de la ley por la Municipalidad, tuvo su paraíso en el internacionalizado barrio lla­mado Pichincha. Rosario, ciudad portuaria por excelencia, no podía dejar de blasonar las características que tal privilegio concede a casi todos los conglomerados de significación que se asoman al mar o a los ríos mas o menos caudalosos. Aquí, los primitivos quilombos habían estado en la zona del puerto —como es costumbre aún en muchos países del mundo— oero, la situación económica favorable del país y la prosperidad creciente del estado santafesino, aumentada con el arribo de sucesivas oleadas inmi­gratorias, hizo avizorar un negocio mucho más próspero que dio para sos­tener largos años al erario municipal y de vivir a gandules y prostitutas, así como al¡ ¡nfaltable, venal y oportunista puñado de funcionarios públi­cos de todo pelo.
El comercio sexual, legalizado por primera vez en Rosario merced a una ordenanza que data del 14 de abril de 1874, cuenta hacia 1900 con un instrumento de 45 artículos, por el que se reglamenta hasta en los más mínimos detalles el ejercicio de la prostitución. Hacia 1902, los primiti­vos lenocinios comienzan a movilizarse desde el puerto hacia el interior de la ciudad siempre con el auspicio municipal, organismo que en el mes de octubre de aquel año fija a los quilombos el radio comprendido por la calle Italia al Este; la calle Urquiza al Sud; el río Paraná al Norte y los lí­mites del municipio al Oeste. Poco se tarda en comprobar lo bien que an­dan las cosas: el 15 de diciembre de 1903, vuelve a modificarse la ubica­ción de los prostíbulos. Los de primera categoría (porque ya hay de pri­mera y dé segunda) se establecen fuera de la calle Tucumán al Norte, 9 de Julio al Sud, 25 de Diciembre al Este ¿¡Independencia (Presidente Roca) al Oeste. Los de segunda categoría, tendrán que estar fuera del radio si­guiente: por el Norte, la av.,Wheelwright; por el Sur, la calle Montevideo; 1o de Mayo al Este y Balcarce al Oeste.
A cada traslado corresponde, generalmente, una modificación en la re­glamentación favorable a los dueños de prostíbulos, quienes aumentan el número de sus pupilas en forma gradual. Resulta llamativo que los trasla­dos se verifiquen siempre tras las protestas del "vecindario decente", y más llamativo es aún el hecho de que los lupanares se adentren, tras esas protestas, hacia sectores ciudadanos mas amplios y, aunque aledaños, de gran importancia estratégica en el ejido urbano para la captación de clien­tes.
En 1906 sobreviene un nuevo desplazamiento. Esta vez hacia el radio limitado por las calles Jujuy y Dorrego hacia el Norte y Oeste, y por las de 1o de Mayo y Cochabamba hacia el Este y Sud del municipio. A pesar de existir lenocinios en otros lugares, el centro prostibulario se establece desde este momento dentro de la seccional 4ta., en las calles comprendi­das por las de Alvear o Santiago y Presidente Roca, y las laterales de Ur-quiza o Tucumán hasta el paredón del Ferrocarril Central Argentino por av. Wheelwright. Hacia 1911, vuelven a fijarse nuevos radios: al SE, en la extensión comprendida por las calles Pichincha y Suipacha, a partir de Salta y con exclusión de la misma, hasta los paredones del Ferrocarril Central Argentino.
Así, Cruzando la ciudad desde el puerto hacia adentro —pero en direc­ción Norte y en forma paralela y muy cercana al trazado ferroviario—, los prostíbulos terminan su no tan casual peregrinaje en una importante zona cercana a la estación Rosario Norte. Con todos los recursos disponibles (legales y monetarios) se levanta Pichincha, en cuyas casas públicas edifi­cadas unas al lado de otras no se escatima ni el lujo ni la renovación mas o menos periódica de la "mercadería", constituida por una legión de prostitutas cuyo número permanente oscila entre cuatrocientas y qui­nientas. Estas mujeres, curiosamente, no proceden, como muchos creen, de Francia —país considerado como el centro refinado del placer—, sino en escaso número. Dice José González Castillo!: "Los buscadores de trufas".
"El viejo prejuicio burgués ha cedido, en Europa, su lugar a un tolerante y generoso raciocinio. Y nadie se atrevería hoy a malpensar o a maldecir a una mujer que ha amado plenamente a un hombre. Y, especialmente, si esa mujer sabe ganarse la vida. Se besan un hombre y una mujer en el ca­fé, en la calle, en el templo. Y el río humano sigue corriendo indiferente, como ante un accidente callejero de la más absoluta vulgaridad. Un eminente periodista francés, que había vivido en Buenos Aires, deci'a a propósito de la estupefacción criolla ante esa indiferencia: "Ustedes, los sudamericanos, se sorprenden cuando ven a una pareja besarse en París tan libremente, por una simple razón: porque vienen de países onanis-tas . . . En Europa, y especialmente en París, los hombres y las mujeres tienen ya "medio resuelto" el problema sexual. Y de ahí porque a nadie llame la atención una función tan natural y lógica como es la de amar­se ... Y de ahí porque la prostitución, como negocio, no sea negocio en la ciudad de la prostitución . . .". Tan sabia observación explica también el secreto de esa rápida y fecunda floración de conquistadores criollos en París. Por eso los "rendez — vouz" de "middinettes" y los "bals" popula­res son los sitios preferidos por el "buscador de trufas" para sus fáciles conquistas".2

Pueblan los lupanares del famoso barrio una apreciable cantidad de mujeres judías polacas. Para conocer el origen de este tipo de desventu rada inmigración tenemos que remontarnos en el tiempo y en la historia, hacia sus lejanas tierras de procedencia. El testimonio de Julio L. Alsoga-ray impreso en su libro Trilogía de la trata de blancas es esclarecedor en este sentido:
"El hecho de la prostitución y el proxenetismo entre judíos, tiene ubica­ción en la Europa Oriental, en los grandes centros de población industrial, como Polonia, o portuarios como Odessa, donde luchan por la vida con resignada perseverancia y en situación de miseria.3 Si a esto se agregan los padecimientos físicos y sufrimientos de orden afectivo que sobrevinieron con el despojo, quedan bosquejados los facto­res constríbuyentes a la aparición de núcleos, motivos del presente estu­dio y causa de sinsabor y repugnancia para sus connacionales. Aquellos que en condiciones de inferioridad orgánica eran capaces de so­brellevar el embate de su destino, al iniciar en condiciones miserables la emigración hacia países nuevos, fueron perdiendo el resto de su pudor y honestidad, para entregarse al ejercicio de menesteres que la sociedad ca­lifica con desprecio y repulsión.
Por fortuna, en nuestro país es ínfima la cantidad de judíos que ejerce el rufianismo, puesto que los más reaccionaron con entereza y alcanzan la consideración del pueblo a cuyo seno se incorporan; pero exaspera que ios primeros pretendan confundirse con la sana colectividad hebraica. Esta, no sólo los repudia, sino que les impide toda participación en sus actos y festividades" 4
Circunscriptos a su medio, los rufianes forman por su parte un estre­cho grupo para el mantenimiento de su culto, porque, a pesar de sus acti­vidades denigrantes, mantiénense aferrados al dogma de la ley mosaica. "Así es como aparece inexplicable —señala Alsogaray—, que esta canalla envilecida construya de su peculio una sinagoga, donde cumple religiosa­mente los deberes para con Dios, a quien recurre todos los años en busca del perdón". Por aquella época, los rufianes manejan no sólo la sinagoga que apunta Alsogaray en Buenos Aires, también en Rosario han estable­cido otra en la calle Güemes entre Pichincha y Suipacha y, además, dos cementerios particulares: uno en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, y el otro dentro de la misma necrópolis de Paganini (hoy Granadero Bai-gorria), localidad cercana a Rosario. En los dos casos, los muertos de am­bos sexos descansan en medio de un ambiente bucólico, dentro de tum­bas selladas por la soledad y los yuyos, custodiadas por una tupida fronda de cipreses y ocultas tras paredones llenos de musgo.
No es fácil descorrer el velo que guarda los secretos de un turbulento y febril ayer, especialmente con respecto a la identidad de las madamas cu­yos nombres en muchos casos han caído en el olvido cómplice o en la complicidad del olvido. Comencemos diciendo con Tulio Carella que: "La madama cobraba el precio estipulado, entregando una-ficha. La figu­ra de esta mujer era típica: Cuerpo grueso y fofo, pelo teñido de rubio, y cargada de alhajas no siempre falsas. Por lo general se trataba de una puta vieja retirada de las actividades, dueña de un marido más o menos legíti mo. Fumaba en largas boquillas de ámbar o de marfil, de acuerdo con la moda implantada por las vampiresas de la pantalla cinematográfica; o se entregaba a la doméstica tarea de hacer crochet o calceta, para no aburrir­se.
"Fumar y tejer le permitían estar con el ojo alerta. Por lo demás el ca-ralisa nunca andaba lejos y colaboraba en esa vigilancia sorda e incesante. La madama vigilaba el movimiento desde su sitio: una silla, un estrado, un mostradorcito, un escritorio, una mesa. La madán, o madama, como se decía a la rectora de las casas de prostitución con falsa ceremonia, aca­so con auténtico deseo subconciente de que esos monstruos fueran de verdad francesas. Casi siempre lo eran. (También se llamó madama, acaso por similitud ginecológica, a la partera o comadrona). Estaba en su lugar como en una cátedra, y desde allí, con una frialdad repulsiva, manejaba el negocio. Si veía que alguna perdida se demoraba en la conquista de un in­dividuo, la amonestaba. El hacer relaciones, el intimar, el intercambio de pareceres, le estaba vedado a la profesional. La voz de la regente sonaba como campana rajada: "— iChicas, menos amor y más lata!". Y el estribi­llo repicaba toda la noche. Solía golpear la puerta con los nudillos para activar el filote y evitar que los aprovechadores gozaran más de lo que pa­gaban. Con hipócrita blandura llamaba la atención a los barulleros y a los curdelas.
"En tanto que el hombre y la mujer de esos ambientes tuvieron mu­chos nombres, la madama muy pocos y prestados: mayorengo, se le dijo, como al mayoral del tranvía o a todo individuo que detentaba algún man­do; botona, como al chaferóla; patrona y el vesre tronapa; dueña; encar­gada; con bastante posterioridad se la llamó cabrona, mote que perdura hasta la época actual"5.
Por su parte, acota Alsogaray:
"La proxeneta mayor, o sea la dueña, está instalada en departamento aparte, con excesivo lujo. Una habitación, destinada a la administración comercial, tiene escritorio, caja de hierro, libros,papeles, archivos y demás accesorios, y a su cargo actúa un escribiente con obligación de mantenerla al día, 'principalmente en el renglón "ganancia" de cada mujer. En otra habitación funciona el consultorio médico, con mesas para examen y buen instrumental, que es sostenido por el mismo prostíbulo, y las restan­tes dependencias se destinan al privado de la dueña, con regio dormitorio, cuarto de vestir, baño, etc. El acceso a este departamento es sólo permiti­do a los señores influyentes: comisionado o intendente municipal, diputa­dos nacionales y políticos amigos. Allí se1 comentan en tertulia las nove­dades políticas del día, asuntos financieros y hasta se incuban candidatu­ras, como ocurrió en Mendoza, donde los nombres de los candidatos que después triunfaron, se eligieron, antes de su proclamación, en el prostíbu­lo de Federico Glik".6

Luis Soler Cañas7 cita los siguientes trozos de la novela de Antonio Argerich ¿Inocentes o culpables?
"La que dirigía la casa se llamaba Luisa, pero todos la designaban imprO' píamente con el nombre de Madama" (Pág. 177).

". . . en el haber de cada prostituta, sólo se acreditaba la mitad del dinero que ganaba; la otra parte ingresaba directamente a la caja de la madama por gastos de alojamiento y comida" (Pág. 177).

"—Vamos, dijo Juan Diego dirigiéndose a Guillermo, haz sonar el dientu­do.
"—Tienes razón, contestó éste, y fue a sentarse al piano" (Pág. 178).


"—A ver franelas, dijo, ¿a eso vienen acá? —y se dirigió fríamente al pia­no, apartó a Juan Diego, el cual rogaba los dejara bailar— y haciéndose sorda a todas las súplicas, cerró el instrumento y se guardó la llave, dicien­do:
"—Esta noche no hay música. "— ¡Pero, madama!.
"—No, no puedo consentir que vengan a pasar el rato aquí sin hacer nada: ya saben que no quiero franelas, y si no van al cuarto a pasar visita, no les voy a permitir que vuelvan a entrar" (Pág. 178).
Las madamas regentean los lupanares desparramados en todos los ba­rrios de la ciudad, los clandestinos que también abundan y casi la veinte­na de prostíbulos que trabajan activamente en Pichincha, cuyos nombres y ubicación son los siguientes: En la calle Suipacha, entre las de Salta y Jujuy: el Marconi ó Garios Drago; Royal y Tormo, este último llamado después, Gato Negro, todos de un peso. El Moulin Rouge, de dos pesos y el Internacional de tres pesos entre Suipacha y Pichincha. Frente a estos dos, el España, de dos pesos.
"Sin embargo, es en la calle Pichincha donde se concentran los más re­nombrados. Así, en la esquina de Jujuy y Pichincha El Elegante, de dos pesos, hace cruz con el Teatro Casino, por cuya vereda el Armenonville también de dos pesos y más conocido por El 90, junto al Norteamericano cuyo derecho al placer era de un nacional, luchan desesperadamente con­tra los del frente: Italia; Mina de Oro; Petit Trianón; Chantecler; Victoria; Gloria y Chavannes que, en materia de precios, están al alcance de todos los bolsillos: el Petit Trianón resulta ser el más caro —tres pesos—, luego le siguen el Italia y el Chavannes —dos pesos cada uno—; el resto cobra so­lamente un peso. No falta el solitario lupanar cuya presencia se advierte de lejos: el Venecia, de un peso, que en Brown entre Pichincha y Suipa­cha, levanta aún hoy su vetusta mole de dos plantas, cerradas sus puertas con gruesas cadenas en las que se advierte la carcoma del tiempo"8 (sic).


—La primera vez que entré a un prostíbulo fui al del ruso Mucchi, que
 era el 90. Era de un mango, un peso por barba, igual que el Carlos Drago.
¿Sintió nombrar el Carlos Drago?
-Si.
—¿Usted no sabía a que se le decía "Carlos Drago"? -No.
-Ah, ¿no sabía?. A los billetes de un peso se les llamaban "Carlos Dra­go", leso si que lo puede escribirl. Como el Carlos Drago era un prostíbu­lo muy popular que cobraba un peso, la gente, en vez de decir "Toma un peso", decía "Toma un Carlos Drago" o "Dame un Carlos Drago".9
Por la misma calle Pichincha, entre las de Brown y Güemes, frente a un modesto prostíbulo de un peso denominado Sevilla está el mas renom­brado de todos y cuya fama internacional permanece aún indemne entre las antiguas generaciones, así como permanece intacto y en funciona­miento su edificio, convertido hoy en hotel por horas: el Madame Safo, nombre trocado hace mas de cuarenta años por el de ídeaJ, que aún con­serva en la actualidad.
"—A mi no me dejaban entrar porque era chico y resulta que un día me hicieron entrar de prepo. Lo conocí.. ., era una cosa hermosa el Madame Safo, con su fuente de perfume al medio. — ¿Tenía una fuente?
—Siii, una fuente de perfume. Y me quedé como cinco o diez minutos pa­rado ahí. Me hizo entrar un señor que ya falleció y que después, de gran­de, fui amigo de él: Rafael Di Cesare se llamaba. Sabía caer ahí con mu­cha gente pudiente y, a veces, hacían cerrar el prostíbulo. Hablaban con la madama, la arreglaban y hacían cerrar el Safo para hacer sus orgías allí. Entonces, cuando me hizo entrar al Madame Safo, yo, parado ahí, pude ver a esas mujeres todas parejas, todas iguales, viera usted que elegancia che, que lindas mujeres ... ¡la madonna! . . . Dentro de lo malo que pue­de ser un prostíbulo, porque, lógicamente, un prostíbulo nunca puede ser una cosa buena ¿no?, era extraordinario. Tenía una organización pavoro­sa que lo distinguía de todos los demás. Los demás si que eran un verda­dero quilombo. El Madame Safo era diez pesos aparte".10
"—Para entrar al Safo, no solamente uno tenía que ir de cuello duro, sino que en una de esas no entraba. —¿Cómo era eso?
— ¡Claro!. Muchas veces se juntaba una barra y el único que estaba bien vestido llamaba a la puerta. El portero cuando se daba cuenta de que había una persona de cimbel, no dejaba entrar ni a ese ni a los demás".11
"—¿Así que el Madame Safo tenía una calesita? . .. Ese era un dato que no conocía .. .
—. . . Tenía una calesita a la que tenían acceso los intendentes municipa­les, los jefes de Policía y hasta, en ciertas ocasiones, algún gobernador. Y entonces, estas mujeres que eran todas francesas jóvenes y hermosas, da­ban vueltas en la calesita con un vestido automáticamente de tul. Ellos llamaban a la que les gustaba y la invitaban con una bebida carísima en aquel tiempo: la malta. Era una bebida cara, valía cuarenta y cinco centavos la botellita, no se si la conoció.
 —Si, la conocí ... Me acuerdo que una de las más famosas marcas era la Malta Palermo que venía en un estuche de dos botellitas. En casa todavía hay una caja de esas que se usa para guardar fotografías ... —Bueno, muchas mujeres tomaban malta cuando estaban por tener fami­lia, para fortificarse.
-En cuanto al asunto de la calesita: ¿Usted la vio alguna vez?
—Si. Yo la conocí. Las mujeres iban dando vueltas desnudas pero vestidas
(sic) con un tul".12

"—Me acuerdo del Madame Safo. Valía cinco pesos pero yo no iba . . . bah, habrá ido dos o tres veces con los Sánchez. No es que me faltaran los cinco mangos, pero yo corría en otras canchas más baratas ... (Había da­da mina de un pésol . . ."13
La evanescente figura de madame Safo, la que habría dado el nombre al famoso prostíbulo, o al revés, la regenta que podría haber llevado co­mo apelativo el nombre del Madame Safo, aparece de pronto en una evo­cación:
"—¿Madame Safo?. Si. Yo la conocí. En aquel entonces yo vivía en Gálvez y había un tren que salía a la mañana para Rosario y volvía a la no­che. Yo tomaba ese tren, me bajaba en Rosario Norte y cuando llegaba al Safo estaba como en mi casa porque como soy francés . . . Imagínese, ¡Hablaba en francés con todo el mundo allí!. Las chicas eran una cosa bárbara, vea. Usted deseaba una que era linda, y por ahí se abría una puerta y aparecía otra más linda, y una tercera más linda aún. Entonces yo pensaba: "¿Cómo habrán hecho estas chicas para venir a parar aquí?", y no sabía con cual quedarme ... La madama de ese prostíbulo, o sea madame Safo me quería mucho .. . —Safo, ¿era un nombre supuesto?
—No, no, era el nombre de ella. El verdadero. Yo en ese entonces usaba en el chaleco un reloj con cadena enganchado a una cortaplumas para que no se me cayera. Un día que me voy a la pieza con una de las chicas, me olvido el reloj sobre la cómoda. Cuando me acordé, ya estaba en el tren de vuelta. Al sábado siguiente volví . . . ¿Y quiere creer usted que mada­me Safo va y me dice "Yo tengo tu reloj"?. En francés me lo decía . .. "Yo tengo tu reloj". ¡Y me lo devolvió!", 14
Una segunda referencia a la existencia física de madame Safo es evoca­da por un ubicuo testigo de aquella época:
"—Pichincha había cerrado a principios del 33. En el año 1947, mas o menos, yo tocaba en una confitería que estaba en la esquina de las calles Maipú y Rioja, "City Bar" se llamaba, con la orquesta que mas me ensan­chó el alma . . ., porque hacíamos clásicos: "Rigoletto", "Aída", "II Pagliacci". . . y cantaba una soprano que ahora vive en Méjico: Garita Bra­vo se llamaba la piba. En el conventillo del manco Mazza, que estaba en la calle Rioja entre Maipú y Laprida, al lado de donde estaba el Banco Hi­potecario, vivía Amour Naya, un tipo que cantó con Chevalier y con la orquesta de Pizarro en Francia . . .
—Yo lo conocí a Amour Naya, tenía una pinta bárbara cuando joven .. . lo supe oír cantar de viejo, ya estaba venido a menos. —Era alto, de ojos grandes y era puto. Buen amigo, por lo demás. Solía decirme: "Mantequita, quiero cantar el "Tabernero", que era el punto fuerte de él.
Bueno, volviendo al tema, esa era una orquesta húngara internacional. Conneman Lluch era el director y todos los músicos eran extranjeros a excepción de Luis Belmonte, el acordeonista y yo que tocaba la batería. Eran musicazos: Fundherete, descendiente del emperador Francisco José, era el segundo violín. Ya te digo, lo más barato que tocábamos ahí eran esas cosas . . . Una viejita con boina, por la vidriera de una ventana que daba por la calle Rioja se asomaba todas las noches y se sonreía conmigo. Era una viejita que me hacía acordar a mamá y yo buscaba de no hablar­la. No por mí, sino porque ... bueno, me traía ese recuerdo. —Te comprendo.
—Me dice un día: "Pegdón . . . usted ... me podgía haceg un gran favog . . .?"; tenía un batoncito todo raído . .. bajita, chiquita, parecía mi mamá . . . "¿Qué favor, señora?. Acá no podemos hacer ningún favor". Como yo tenía la batería V miraba por la ventana, tenía que cuidarme del director que no me cafeteara, ¿imaginate!, una orquesta de esas daba mu­cha categoría . . . "¿Me podgía tocag .. . "Bajo los puentes de Paguís?". Le digo, "Señora . . . ¿me perdona?, esas cositas no . .., acá tocamos co­sas grandes . . . "Cavallería Rusticana";: "La Traviata"; "Sueño de Amor", de Liszt; "Malagueña", de Lecuona . . ."Madame Butterfly". "Mon petit . . .", dice, "pog favog . . . ¿podgía tocag lo que le pido?". Entonces le digo a Belmonte: "Mira, no voy a ir a tomar una copa en el intervalo, vos me vas a hacer un favor ... te acompaño yo". Tocamos "Bajo los puentes de París", y ella miraba desde aquel balcón .. . era chiquitlta así y quería Subir para abrazarme. Entonces yo salí para afuera y me abrazó. Y me dice: "¿Sabe quién soy yo, maestro?". "No". "Yo soy . . . madame Safo". Después fue y le dijo a Amour Naya: "Que hom-bge bueno es ese que toca el tambog . . .", porque madame Safo y el vi­vían en el mismo conventillo. —Es un lindo recuerdo .. .
—Mira, esa misma noche vino Amour Naya con dos álbumes. Mira, pobre como soy, si a mí me dijeran: "usted tiene que hipotecar la casa y le da­mos los dos álbumes de Amour Naya por un millón de pesos o dos millo­nes, yo los compro . . . Ahí estaban los mejores cantantes de la época, desde Chevalier a Lily Pons, fotografías de cuando Naya cantaba con la orquesta de Manuel Pizarra ... todo el mundo artístico, y el fotografiado con los grandes . . . Pensar que murió entre los ratones". 15

NOTAS
1 José González Castillo. Autor teatral n. en Rosario el 25 de enero de 1885. Siendo niño y encontrándose lejos de su ciudad natal quedó huérfano sin po­der regresar a la misma, sufriendo los rigores de la miseria y del hambre duran­te su desvalida infancia. Con sus obras, de extraordinaria factura, apuntaló el teatro argentino, recordándose entre las mismas a las siguientes, algunas escri­tas en colaboración con otros autores: "Los dientes del perro"; "Dios"; "El hombre que se volvió cuerdo"; "La mala reputación"; "Hermana mía"; "La santa madre"; "El grillete"; "La serenata"; "Del fango", esta última, su prime­ra obra estrenada en 1907. Durante varios períodos presidió el Círculo Argen­tino de Autores y en 1935 fundó el "Boletín Oficial de Argentores", que diri­gió hasta ocurrir su muerte el 22 de octubre de 1937. "Mi padre, José Gonzá­lez Castillo, fue un hombre que quedó huérfano a los diez años. Desde enton­ces tuvo que ganarse la vida de las más diversas maneras. Fue marinero, pintor,
vigilante, inspector de justicia, secretario del gremio de los carreros (el primero que llegó a organizarse en el país). Fue un anarquista que convivió con los hombres que iniciaron —un poco románticamente—, los movimientos de tipo social. Tenía, además, una forma lírica de vivir, quizás adquirida de los paya­dores del barrio de Almagro, donde vivió su adolescencia y también su madu­rez. Fue un hombre apasionado y contradictorio porque también quiso ser sa­cerdote y Hegó a ingresar a un seminario en Oran, provincia de Salta". VJievis-ta de Historia de Rosario. Año XI. No 25. 1973; y "Catulo Castillo es como el tango        en revista "Gente". Año 9. No 479. Bs.Aires. 26.9.1974.
2     José González Castillo. El camino de París. Pág. 28. Edit. Universal. Bs.Aires. 1939.
3     V. testimonio de Moisés Farbman en el capítulo 4 correspondiente a la Ira. parte de esta obra.
4     Julio L. Alsogaray. Trilogía de la trata de blancas. Págs. 17/18. Edit. TOR. Bs. Aires. 1933.
5     Tullo Carella. Picaresca Porteño. Págs. 11, 12 y 18. Edic.Siglo Veinte. Bs.Aires. 1966.
    6     Julio L. Alsogaray. op.cit., pág. 139.
7     Luis Soler Cañas. Orígenes de la literatura lunfarda. Pág. 32. Ed. Siglo XX. Bs. Aires. 1965.
    8     V. Prostitución y Rufianismo, op.cit., págs. 141 a 151.


Fuente: Extraído del Libro “El Rosario de Satanás del Autor Héctor Nicolás Zinni, el Capitulo 2, del Tomo II . Editorial Fundación Ross. Año 2000.