viernes, 30 de mayo de 2014

LOS DERECHOS DE LA SALUD



Por Rafael Ielpi

El censo de 1910, mientras tanto, no había reflejado en sus cifras   el verdadero estado de cosas en Rosario, ya que no registra más que 11 hombres y 587 mujeres que se encuadran y declaran dentro del 10 de la prostitución organizada, omitiendo a quienes trabajan en las sombras de la clandestinidad. Los impecables informes de la Asistencia Pública son, de nuevo, los que señalan de qué modo se iba extendiendo la "mala vida" en la ciudad. En 1911, el número de mujeres que han sido revisadas había crecido a 35596, lo que constituía un toque de peligro.
La  Asistencia Pública, el Dispensario de Salubridad y el Sifilicomio Municipal se ocupaban de mantener vigilada la salud de las prostitutas rosarinas mediante controles periódicos que, sin embargo, poco o nada impedían la aparición de las graves enfermedades venéreas, impiadosamente registradas por los informes municipales de la época. Aquellos males tan temidos por la población masculina (aun cuando no faltaban quienes las exhibían como una necesaria condecoración de virilidad) perdurarían mucho tiempo y a nadie extrañaba, allá por 1919, bastante después del comienzo de siglo, leer en el diario los avi­sos de una al parecer infalible "Injection Cadet" que prometía en solo tres días cura cierta y sin peligro de las enfermedades secretas.
Rosario Industrial informa en el Centenario sobre una vigilante perseverancia oficial acerca del tema, puntualizando: La administración sanitaria, con la cooperación del Inspector General de la Municipalidad, está realizando una campaña contra el clandestinismo. Ella ha dado margen a la clausura de algunas casas de lenocinio no patentadas, así como a la reclusión en el Dispensario de Salubridad, de mujeres atacadas de diversos males.
La Asistencia Pública, que reemplazaría en febrero de 1890 a la originaria Oficina de Higiene, habilitada tres años antes y cuya direc­ción ejercería desde 1890 a 1909 el médico higienista Isidro Quiroga, iba a ser la institución municipal encargada del control de la prostitu­ción en la ciudad, como lo era de las vacunaciones, la profilaxis en general y el control de los cementerios, más allá de su objetivo funda­cional de tener a su cargo los asuntos relativos a la higiene del Municipio, proveer la asistencia médica a indigentes y proteger a la clase menesterosa. Todo ello a través de una serie de dependencias que en algunos casos goza­ban de una cierta autonomía como la Casa de Aislamiento o lazareto municipal, el Hospital Rosario, el Sifilicomio y el Dispensario de Salubridad, entre otras.
El crecimiento arquitectónico, las nuevas urbanizaciones y el con­siguiente aumento demográfico fueron razones decisivas a la hora de la creación de la Asistencia, proyectada en el marco de las nuevas ten­dencias europeas en materia de sanidad e higiene públicas. Ya el Censo de 1906 había consignado los significativos adelantos producidos en la ciudad como consecuencia de la tarea de la Asistencia, instalada inicialmente en un inmueble de Santa Fe 1329 y luego trasladada en la antigua residencia Canals. Dos de sus organismos tendrían relevante papel en el control de la prostitución y de sus enfermedades conexas: los ya mencionados Dispensario de Salubridad y Sifilicomio Municipal.
El Dispensario estaba en la base de la política municipal de con­trol de la prostitución reglamentada a través de los médicos que tenían a su cargo las verificaciones regulares de la salud de las pupilas, en la Asistencia o en el prostíbulo, y de los inspectores, que vigilaban el cumplimiento de las normas vigentes sobre comercio sexual en la ciu­dad. El Sifilicomio Municipal (institución que tendría tanta fama como mucho trabajo en el ulterior esplendor de Pichincha) se había originado en los reclamos de los vecinos del Rosario finisecular, que incidieron sobre el Concejo Deliberante hasta decidir su creación, a través de una ordenanza votada el Io de febrero de 1890.
La tarea de esta dependencia municipal se toparía, sin embargo, con la renuencia de las mujeres que ejercían la prostitución a ser revi­sadas periódicamente, lo que podía acarrearles la internación en el Hospital de Caridad, si se detectaba alguna enfermedad "secreta" o la para ellas temida remisión al albergue del Buen Pastor, cosa que ocu­rriría entre 1890 y 1900, si se insolentaban o provocaban incidentes con motivo de ese trámite. Las maniobras para eludir el paso por la dependencia municipal llegaron entonces a extremos tales como la pre­sentación de hábeas corpus que ampararan a las prostitutas, no faltando más de un abogado que, por ocho pesos, se ofreciera a las mujeres a re­dactarles el respectivo escrito judicial, lucrando "al paso".
Cansado de gambetas, prostitutas, "aves negras" y alguno que otro juez que hacía lugar a esas presentaciones en tribunales (calificando de inconstitucional la internación de las pupilas en el Sifilicomio), el inten­dente Agustín Mazza da un corte al tema de las revisaciones y decreta sin más ni más la clausura del Sifilicomio el mismo año de su creación. No tuvo en cuenta un ingrediente: las protestas públicas que provoca­ría la medida, cuyo volumen decidió a los concejales rosarinos, un año después, a impulsar una nueva ordenanza (la del 12 de junio de 1891) que posibilitó su reapertura y, de paso, habilitó la internación de las mujeres sin que nadie tenga derecho a oponerse a esta determinación munici­pal, de acuerdo a las facultades otorgadas por la Ley Orgánica vigente.
El establecimiento, pese a la reiteración de las maniobras de muchas mujeres, en especial las prostitutas clandestinas, para eludir el examen médico, seguiría funcionando sin mayores zozobras hasta 1911, cuando una serie de denuncias realizadas por El Mercantil (uno de los tantos periódicos rosarinos que bregaban por la abolición de la prostitución reglamentada) determinó una minuciosa investigación del Concejo Deliberante que comprobó todo tipo de infracciones administrativas y de inconductas en los funcionarios principales, entre ellos el propio director Domingo del Campo, quien pese a su foja de servicios sin duda importante y sus antecedentes, fue finalmente cesanteado por el intendente Isidro Quiroga, quien con el subterfugio de la eliminación del cargo administrativo que ostentaba el médico cuestionado evitó la exoneración de su colega, como habían propuesto los investigadores.
Estos tampoco tendrían suerte en su pedido de traslado del Sifilicomio al Hospital Rosario, sacándolo del edificio del Hospital de Caridad, aunque las razones que argumentaban para señalar los incon­venientes de que funcionara en el segundo valían asimismo para el pri­mero de ambos centros públicos de salud. Finalmente, el Sifilicomio se instalaría en el barrio de Pichincha, formando parte del anecdotario interminable de la saga prostibularia.
Debe señalarse, sin embargo, que el criterio de revisar y tratar sólo a las mujeres que ejercían la prostitución era sin duda totalmente desacertado ya que en gran cantidad de casos eran los hombres (que no estaban sujetos a control ni vigilancia alguna) los portadores de las temidas y temibles enfermedades venéreas, transmitidas luego 1 las ocasionales compañeras de lecho, que a su vez contagiaban a sus clientes, en una cadena de propagación que en un momento pareció  interminable.

Fuente: extraído de libro Rosario del 900 a la “década infame”  tomo IV editado 2005 por la Editorial Homo Sapiens Ediciones