martes, 14 de enero de 2014

Cuando un pobre se divierte



Consignadas algunas de las variantes que encontraban los miem­bros de la sociedad rosarina para hacer vida social y mantener fir-0 mes los vínculos de clase que los igualaban, es lícito preguntarse cómo se entretenía el resto de la ciudad: la incipiente clase media, los in­migrantes, el pueblo, cuál era la sociabilidad que ejercitaban esos sectores. Mediado el Centenario y aún antes, ciertas reuniones alcanzaban ribetes menos exclusivos que las que organizaba la clase pudiente.
Eran, por ejemplo, las romerías españolas, que convoca­ban en forma masiva a la colectividad para compartir, sobre todo, el baile -pasodobles, jotas y otras danzas- y la gastronomía regional, como la asturiana con la típica fabada o la valenciana y afines, en las que reinaba la paella, platos ambos poco recomendables para los encuentros veraniegos. Eran en general fiestas llenas de animación, de jolgorio, de música y danzas ininterrumpidas, cuya organización ocupaba semanas y cuyo éxito estaba siempre garantizado por la presencia de entusiastas connacionales.
Romerías de magnitud eran las organizadas por el Centro Navarro, en el Recreo Echesortu, hacia 1915, animadas por una rondalla propia y "una banda de música de dulzainas y clarines". Del mismo modo lo eran las que tenían como ámbito el Prado Asturiano, en Fisherton, donde pic-nics y romerías eran moneda corriente y donde, siquiera por unas horas, los españoles de las distintas regiones se sentían de nuevo en sus ciudades, en sus pueblos, en las pe­queñas aldeas de Galicia, Asturias, Andalucía de las que partieran.
Desde finales del siglo pasado y hasta 1930. existieron en Rosario dece­nas si no centenares de las llamadas asociaciones o centros recreativos, organizaciones de vida efímera en muchos casos, que se creaban al sólo efecto de ejercitar la sociabilidad entre vecinos, entre compatriotas, entre amantes del teatro, seguidores del anarquismo o entusiastas del baile, sin otra lectura. Todas ellas empeñadas en competir en la organización de bai­les, reuniones, veladas, kermesses, comparsas y cualquier cosa que sacase de la rutina a quienes las integraban, aunque sólo fuera por los breves días de un efímero Carnaval.
Los nombres de aquellas asociaciones y centros eran un compendio de anarquismo, gauchismo y, a veces, hasta de surrealismo. Se pueden citar cientos de ellos, entre los que elegimos al azar unos cuantos como Nuevo horizonte, Unión y Armonía, Vigor y Vida, Juventud Alegre. Corona de laureles, Cultivo del arte. Templanza del Rosario, La constante, Los desamparados, El churrasco, Almas gauchas, Lluvia de flores, Orden y alegría. Amantes del placer, Los que luchan por el arte, etc.
Algunos de estos centros contaban con su propio sa­lón social -los menos- o, por lo general, realizaban sus reuniones en muchos de los salones de instituciones que los alquilaban para ese tipo de actividades. Podían ser el Salón de la Operaría Italiana; el Salón Ariossi, en ba­rrio Talleres o los del Círculo Democrático Italiano, mientras que otras reuniones tenían como escenario los altos del Hotel Savoy y el Café Biltz. de Sarmiento y 3 de Febrero.
De larga tradición en la materia sería el Salón Umberto Primo, cuyo edificio original se alza aún en Jujuy 2551, donde las sociedades que no tenían local encontraban pista para sus tenidas bailables, como "Sol Na­ciente", "Amigos Intimos" y "La flor del desierto". Otros centros organiza­ban sus reuniones en el Salón Roma, en Pasco al 1100; en el Recreo El Rosedal, de Mendoza al 4100 ; en el Salón Garibaldi, de Paraguay 461; en el Salón Obreros Albañiles, de Mendoza al 1700, o en el Recreo El Aguilucho, en San Martín 1798. Por último, otra serie de locales pertene­cientes a colectividades amparaban asimismo a estas sociedades recreativas a la hora de sus encuentros: el Club Francés, Centre Cátala, Orfeón Galle­go, Centro Regional Andaluz, Zazpirak-Bat, Agrupación Andaluza, Centro Castellano, Centro Aragonés. Centro Asturiano, Unión Española y otros.
Otro marco otorgaban en cambio a los bailes los clubes de colectivida­des extranjeras afincadas en la ciudad, entre los que destacaba, en el pe­ríodo finisecular, el Club de Residentes Extranjeros, con amplia sede en Córdoba y Maipú. Asimismo destacables eran el Club Español, fundado en octubre 1882; el Club Alemán, de 1885, con sede social, entonces, en Corrientes 672; el Círculo Italiano, de 1891 y cuya sede en la esquina de Mitre y Córdoba convocaría en forma permanente a una parte importante de la colectividad itálica en Rosario.
Aquellas veladas bailables, como se advierte en las viejas fotografías de las revistas de entre 1900 y 1930, no eran otra cosa que la posi­bilidad de contacto social, en su nivel, para una multitud de hombres y mujeres de condición modesta, que iban desde empleados de comercio a bancarios. domésticas, mucamas, estibadores, obreras, cocheros, operarios, para quienes la posibilidad de intimar con el sexo opuesto estaba regido por códigos tan difíciles de transgredir como los de la clase social económicamente poderosa.
En esas fotos amarillentas se puede advertir la compacta cantidad de gente que, después de mirar con ojos atentos al fotógrafo, retornaba al fra­gor del baile, en esos salones que, como el Humberto P, lucían brillosos pisos de pinotea que hacían las veces de fantásticas pistas, en las que las parejas se trenzaban en las danzas de moda, entre las que el tango ocupa­ba un lugar preferencial después de 1920. Hombres de ajustado saco, algu­nos con pañuelo al cuello, mujeres de vestidos sencillos, chicos y chicas que se mezclaban en la fiesta como asomando la nariz L\ a una vida distinta de la rutinaria...
Aquellos bailes, aquellas reuniones familiares de las clases populares e incluso de la clase media iban a tener un agregado fundamental a partir de los pri­meros años del siglo XX: la posibilidad traída por el fonógrafo y la inmediata difusión de la otra novedad: el disco. Ambos iban a hacer casi innecesarios los pequeños conjuntos musicales, las orquestas -que siempre eran un gasto-, reemplazados por aquel aparato casi maravilloso y por aquellos redondeles negros capaces de encerrar desde las voces de los divos de la lírica, como Caruso, Melba, Ruffo o Tetrazzini, a los incipientes balbuceos del tango.
Las casas de música iban a ser protagonistas así de una inusitada afluencia de clientes en esos años, cuando la adquisición de un grafófono, un gramófono, una victrola según corría el progreso, y de los discos de pasta, hicie­ron imprescindibles a comercios como Casa Víctor, en San Martín al 1000; Casa Ferrari, en la misma cuadra; la Antigua Casa Maroky, en San Martín al 900; Casa Cas tromil, en Rioja y San Martín: Casa Era, en San Martín al 800; Casa Lepage, de Max Glucksmann, en Córdoba 860; Antonio Meschieri e Hijos, de Sarmiento al 1000, o Breyer y Porfirio, en Córdoba al 900.
La presencia en las casas familiares de comienzos de siglo de un piano, o la habilidad de alguno de sus habitantes, sobre todo si eran inmi­grantes, para ejecutar un instrumento musical de viento, un acordeón, una mandolina o una guitarra, hizo que ya entonces comenzaran a aparecer las primeras ofertas de enseñanza de música, sobre todo a través de los muchos músicos italianos que -habiendo arribado en algunos casos como integrantes de una compañía lírica de las que llegaban a la ciudad- se radica­ron aquí.
Ya por los años del Centenario comienzan a abundar los conservatorios, dirigidos por excelentes instrumentistas. De ese modo se establecería Alberto Santángelo, que hacia 1870 dirigía el primer conser­vatorio existente, algo que imitaría poco después Alfredo Bernardelli, desembarcado años antes como músico del Ballet Thiers. A sus nombres pueden agregarse algunos imborrables como Sebastián Grignolo y Do­mingo Sáenz, que constituyeron la primera agrupación sinfónica, de efí­mera existencia; Alfredo Donizetti, Luis Provesi y Pascual Romano, cuyo "Conservatorio Mozart" se emplazaba en la esquina del Teatro Colón, en Corrientes y Urquiza.

Bibliografía usada de la Colección “Vida Cotidiana de 1900-1930 del Autor Rafael Ielpi del fascículo N• 5