martes, 24 de septiembre de 2013

La reacción en Rosario

por Rafael Ielpi



En Rosario, todos aquellos sucesos tendrían una repercusión tan inmediata como colectiva. El 9 de enero, La Capital informa que la FORA ha declarado la huelga general desde las 2 de la mañana del día anterior, agregando inquietantes detalles: Desde las 12 del día, los huelguistas asaltan los tranvías, obligando a descender a los pasajeros y col­gando banderas rojas. Mientras la prensa rosarina comenta la continui­dad de la agitación obrera en la Capital Federal, con choques sangrien­tos con la policía y la tropa de línea, los empleados y obreros municipales rosarinos que habían ido también a la huelga se encuentran con una novedad alarmante al pretender reintegrarse al trabajo: el intendente Arribillaga declara que no tomará represalias contra quienes deseen retomar sus tareas, pero que no despedirá a los "rompehuelgas" con­tratados. Por lo que aquéllos sólo podrían ingresar si se produjese alguna vacante...
El paro de marítimos, ferroviarios y municipales convirtió a la ciudad en un escenario inusual, recorrido por contingentes policiales y militares y por grupos de trabajadores intentando concretar reunio­nes y mítines. El 13 de enero, se produce un enfrentamiento de san­griento saldo en uno de los locales ferroviarios, lo que hace prever jor­nadas difíciles.
Un día después los rosarinos se hallaron, al despertar, ante una ciudad que había amanecido silenciosa, aun con sus calles recorri­das por los tranvías, cuyo servicio sería normal, y algunos coches par­ticulares custodiados por agentes armados, mientras se advertía la ausencia de coches de plaza y de carros, que habitualmente eran una presencia nutrida en el centro rosarino. La excepción eran algunas jardineras de reparto y los carros de varias cervecerías, encargados del reparto de hielo, una costumbre habitual en el verano. Por la tarde —informa La Capital—, se vieron algunos automóviles y carruajes y el famoso automóvil de la Federación Ferroviaria, con la bandera negra con ini­ciales de oro F.O.F.
Los comerciantes, en una ciudad todavía sin incidentes, decidie­ron pese a ello cerrar sus puertas por precaución, y lo mismo ocurri­ría con los bancos. El temor cundiría más allá de la zona céntrica: Fuera ¡le los bulevares, en el radio comprendido por las calles Salta, Rivadavia y Güemes, hasta la Estación Rosario Norte, los pequeños comercios estaban también cerrados, dando la impresión de que se trataba de un día domingo, comentaba el mismo diario, mientras todas las dependencias nacio­nales eran ocupadas por fuerzas del ejército, en previsión de posibles des­órdenes, ocurriendo lo mismo con el local de la sección Tráfico de la Federación Ferroviaria, donde ya se habían producido algunos enfren-tamientos menores.
La impresión de que se apelaría a la represión si fuere necesa­rio se fortaleció con la llegada a Rosario de unos 200 soldados pro­venientes de los regimientos 6 de Infantería, 3 y 9 de Caballería. No eran sin embargo los únicos armados. El diario fundado por Ovidio Lagos se alarmaba: Ha llamado la atención de los empleados del Banco Municipal de Préstamos la gran cantidad de personas que fueron a retirar armas de fuego que tenían empeñadas. Se calcula que se han retirado cerca de 300 revólveres y se registraron distintas agresiones a tiros contra trenes en varios puntos de la ciudad, con un saldo de heridos de diversa consideración. A mediados de enero, con la llegada de los regimientos 5, 8 y 2 del ejército, las tropas nacionales enviadas a la ciudad suman ya 1100 hombres.
El Jefe Político Lagos, encargado de garantizar el orden en el Rosario, tuvo tiempo entre tanto revuelo y preocupación ciudadana para otorgar una entrevista al diario de sus antepasados e intentar desactivar cualquier temormanifestándonos que la población podía descansar tranquila porque no sólo se contaba con elementos para mantener el orden, sino que éste no sería alterado por los obreros sensatos a quienes la policía no iba a hostilizar.
El abogado devenido en funcionario del gobierno provincial demostraría rápidos reflejos ante la escalada de protestas obreras: Desde que estalló la huelga ordené que todas las fuerzas de la policía se concentraran en el Departamento, a fin de evitar que estando dispersas en las comisarías pudieran ser batidas en detalle. Concentradas todas las fuerzas policiales en la jefatura, estamos listos para acudir al primer llamado de auxilio que se nos haga desde cualquier punto de la ciudad. De paso, señala la diferencia existente, a su juicio, entre la situación rosarina y los hechos ocurridos en la Capital Federal: Contra los obreros no tengo ninguna prevención y así pue­den comprobarlo ellos mismos al ver cómo la jefatura de esta ciudad no ha adop­tado las medidas de fuerza que pone en práctica la policía de Buenos Aires. Allí, a pesar de no haberse decretado el estado de sitio, es suficiente que se acerque a una fuerza armada un grupo de personas para que se le intime a disolverse bajo amenaza de proceder de inmediato.
Como demostración de buena disposición, el Jefe Político auto­riza una reunión de los obreros ferroviarios en el tradicional "Salón Ariosi", del Barrio Talleres, centro de reunión habitual del gremio. Esto es una demostración de que la policía no trata de presionar al elemento obrero sino de proceder contra los agitadores de profesión, que tratan de dar carácter revolucionario a una huelga del elemento proletario, que vela sim­plemente por sus intereses particulares, se ufana Lagos en el reportaje de La Capital.
La prensa rosarina, como aporte y desde su punto de vista, res­ponsabiliza al gobierno radical santafesino de la falta de soluciones inte­grales a los conflictos obreros, en años en los que se reiterarían hechos de enorme gravedad como las huelgas de la Patagonia, con su secuela de fusilamientos y represión, y las de La Forestal, en el norte de la pro­vincia, también resueltos con la presencia de las tropas militares: Es tiempo ya de que el gobierno de la provincia se resuelva a encarar con un crite­rio inteligente los conflictos obreros que con harta frecuencia se vienen produ­ciendo en todo el territorio. La despreocupación más absoluta en cuanto se refiere a las cuestiones obreras y a los conflictos ha sido y es la característica de nues­tro gobierno, cuyos hombres parecen no darse cuenta de los grandes intereses que entran en juego en tales movimientos, dice La Capital el 14 de enero de 1919, aportando un grano de arena más a una campaña endere­zada, por elevación, contra el gobierno popular iniciado el 12 de octu­bre de 1916.
Los conflictos se desgastan sin embargo en la negociación infruc­tuosa cuando no en la dura represión policial o militar, y la ciudad se dispone a entrar en los años 20, los llamados "años locos", cuyo tér­mino iba a significar el comienzo de la "década infame", iniciada con el derrocamiento de Yrigoyen por un golpe de Estado, el primero de una larga serie de interrupciones del sistema democrático en la Argentina.
Pero si 1919 no fue año propicio para el presidente por los altí­simos costos políticos que pagó su gobierno, pese al innegable apoyo de vastos sectores populares, tampoco lo serían los dos anteriores, sig­nados por las intervenciones decretadas por el Poder Ejecutivo nacional estaban generados sin embargo en la necesidad  de “normalizar “provincias en las que el radicalismo Haba dividido o con graves disensos internos, para accionar de ese en busca de condiciones que posibilitaran su triunfo en elecciones posteriores.

Así y con dichos objetivos se concretaron veinte intervenciones  en el transcurso de la primera presidencia de Yrigoyen, sólo cinco de los cuales fueron aprobadas por el Congreso. La más importante fue '' Buenos Aires, en abril de 1917, por tratarse de la primera decisión de este tipo, en la principal provincia argentina y por concretar ''"loción del gobernador Marcelino Ugarte, por entonces el dirigente   conservador de mayor peso en el país. La intervención, encomendada a José Luis Cantilo, concretó la necesaria reorganización , institucional del Estado bonaerense y llamó a las elecciones que con­staron el triunfo de la UCR con José Camilo Crotto como can­didato a gobernador.
[ Se sucedieron luego medidas similares en Corrientes, en noviembre del mismo año, con un resultado final adverso al yrigoyenismo por el triunfo final del Pacto Autonomista Liberal, favorecido por la repentina fuerte del caudillo radical, coronel Angel Blanco, aunque el presidente aceptó sin embargo el resultado del Colegio Electoral y la asunción del liberal Adolfo Contte; en Mendoza, donde el proceso de normalización permitiría el triunfo de José Néstor Lencinas en las daciones del de enero de 1918; en la Legislatura de la provincia  de Córdoba, en busca de la unión del radicalismo que, pese a las gestiones del interventor Daniel Frías, volvió a dividirse en vísperas de defecciones del 17 de noviembre de 1918,permitiendo el triunfo de los conservadores.
 También en 1917 se produjo la intervención a Tucumán, en procura terminar con las divisiones partidarias en esa provincia, gobernada por el radical Juan B. Bascarya quien jaqueaban conservadores y radicales opositores en el Congreso. Esta intervención terminaría con Posición de Bascary en su cargo, por decisión del propio Yrigoyen. En diciembre de 1917, por último, se produce la de la provincia de Jujuy, gobernada desde 1916 por el conservador Mariano Valle. La efi­cacia de la gestión del interventor Justo P. Luna se comprobaría en las elecciones de marzo de 1918, en las que triunfó el radical Horacio Carrillo.
Ya iniciado 1918, el vendaval intervencionista no se detuvo, continuando en La Rioja, en el mes de abril, con un proceso "repara­dor" que recién terminaría dos años después con la elección del yrigoyenista Benjamín Rincón, y en Salta el 27 del mismo mes, inter­vención federal que culminaría, en este caso, con la elección de Joaquín Castellanos el 15 de diciembre de 1918.
A esta última seguiría paralelamente la de la provincia de Cata-marca, gestión atravesada por renuncias de los enviados del Poder Ejecutivo Nacional, acuerdos de la UCR (de exiguo caudal electoral en la provincia) con un sector del conservadurismo, división de los radicales en "orgánicos" o yrigoyenistas y "reaccionarios", como mote­jaban estos últimos a los partidarios del vicepresidente Pelagio Luna, y acusaciones de parcialidad de la policía hacia la oposición. Todo ello hasta concretarse las elecciones del 30 de noviembre y sus comple­mentarias del 21 de diciembre, que permitieron finalmente la elección de Ramón Cleto Ahumada, que había sido reciente gobernador del régimen conservador, y a quien se convenció de afiliarse a la UCR para garantizar los votos que permitieran el triunfo de un gobierno afín al presidente...
Acallados aunque no del todo los ecos de la Semana Trágica, el gobierno había continuado en los primeros meses de 1919 con las intervenciones. El 26 de mayo se decreta la del Poder Legislativo de San Luis, esta vez por la división de los radicales púntanos, que gobernaban desde el 18 de agosto de 1918 con Carlos Alric como primer mandatario provincial, sucediéndose funcionarios nacionales desde ese mes de mayo de 1919 a noviembre de 1922, cuando asume el con servador León Guillot, triunfador en las elecciones de julio de dicho año. El 17 de octubre es el turno de Santiago del Estero, gobernada a través del fraude por la conservadora Unión Democrática. Allí tambien la intervención mostró su habilidad para restañar los disensos entre radicales y posibilitar el triunfo de Manuel Cáceres en las elecciones del 7 de marzo de 1920.
Serían sin embargo los conflictos con sanjuaninos y mcndocinos los que provocarían los episodios más graves. En San Juan, cuyo gobierno ejercían los conservadores, la presencia y liderazgo del radical Federico Cantoni, un caudillo popular indudable, capaz de reacciones y procedimientos extremos, constituyó siempre un problema para el presidente Yrigoyen, y lo mismo ocurría en Mendoza          
José Néstor Lencinas.
Las medidas federales en San Juan iban a culminar de modo trágico, dos años más tarde, con el asesinato del gobernador Amable Jones que había asumido la conducción provincial tras el triunfo del radicalismo sanjuanino unido, en mayo de 1920, y cuya muerte a balazos en una emboscada en la Rinconada del Pocito, el 20 de noviembre de 1921, fue el desenlace de una larga serie de enfrentamientos entre el yrigoyenismo y el sector "bloquista" liderado por Cantoni, a quien se acusó de ser instigador del asesinato. Nuevas intervenciones, que se prolongaron hasta el gobierno de Alvear, culminarían con las elecciones de enero de 1923, que determinaron el triunfo del cantonismo la ulterior asunción de su caudillo, quien había estado encarcelado hasta el 31 de mayo de 1922 acusado del asesinato de Jones y fin liberado en esa fecha a través de un recurso de amparo al que se hizo lugar por su condición, entonces, de senador nacional.
Con Lencinas, las relaciones tampoco fueron tranquilas, pese a que ambos (Yrigoyen y él) se encontraron y dialogaron aún en los momentos más rispidos, como en 1920, cuando el presidente le hizo llegar una carta personal, alertándolo de la ingrata impresión que tiene de que  elementos de corrupción empiezan a infiltrarse en su gobierno.  La misiva recibe una respuesta durísima, que expone claramente las diferencias que enfrentaban a los dos caudillos populares, ya que el “Gaucho” Lencinas también lo era, al punto de ser poco menos que venerado por las clases populares de su provincia, históricamente gobernada hasta su elección por los conservadores de rancia estirpe. Su carácter fuerte y su personalidad lo llevaban muchas veces a actitudes sin regreso o de difícil solución.

Mendoza, enero 3 de 1920. Mi estimado doctorYrigoyen: He querido
dejar pasar unos días después del regreso de mi ministro Puebla, quien
ha venido un tanto alarmado con motivo de un anatema sentencioso
de su parte de que la situación de Mendoza está en el aire y hay que liquidarla. Esto dicho por usted, me agravia y me molesta en sumo grado. Ya le he manifestado muchas veces que a mí los puestos públicos no me mueven, no me llaman la atención, ni me enferman de impor­tancia; no me producen intranquilidad alguna y de la verdad de ese aserto está Dios de por medio que me ayuda y me protege. No le tengo miedo a nadie y menos a usted, que desde luego está vencido, si piensa un poco y medita más, porque no es con actos de injusticia con los que se funda­menta nada estable en la creación, sean las cosas grandes o chicas y de la naturaleza que fuesen.
(Dardo Olguín: Dos políticos y dos políticas. Emilio Civit y José Néstor Lencinas, Edición del autor, Talleres Gráficos D'Accurzio, Mendoza, 1956)

Lencinas, que había asumido en marzo de 1918, tuvo que abandonarmar temporariamente la gobernación por enfermedad para reasu­mir en julio de 1919, aun cuando debió enfrentar en forma permanente  la dura oposición de los sectores económicos poderosos, como los bodegueros, y la de un sector del radicalismo. Su muerte el 20 de de 1920, pareció librar a Yrigoyen, quien sentía en verdad respeto por el viejo caudillo mendocino pese a sus desplantes al gobierno
Central,  de un serio problema. Pero no sería así: el apellido Lencinas  volvería cruzarse amargamente en su camino.

La toma del poder por el radicalismo entraña una verdadera revolu­ción.Y como tal, debe ser inexorable para todo aquello que se le oponga. Pero en este caso la revolución se queda en amago. Con una política blanda, legalista y conservadora de muchas cosas que debía destruir,Yrigoyen malo­gra la misión revolucionaria que el pueblo le ha confiado. Vista con ese espíritu moderado y cauto, la decidida actitud del lencinismo se aprecia desde Buenos Aires como un "atropello" o un "desmán", reñido contra las leyes y reglamentos. Pero el lencinismo asume en ese momento el ver­dadero papel revolucionario. Representa la decisión "radical" de terminar de una vez por todas con el "régimen".
(Olguín: Op. cit.)



Fuente: Extraído de Libro Rosario del 900 a la “decada infame”  Tomo II Editado 2005 por la Editorial Homo Sapiens Ediciones.