martes, 13 de agosto de 2013

EL OESTE PRECARIO



El oeste tiene, sin embargo, también su caracterización de pre­cariedad y marginación social. Prototipica de un tipo de concentra­ción urbana del subdesarrollo, la villa miseria (versión argentina de las favelas brasileñas o los cantegriles uruguayos), Villa Banana forma parte asimismo del paisaje de esa extensa zona del poniente rosarino.

Parte de un crecimiento margi­nal que en Rosario alcanza propor­ciones alarmantes (el censo de 1991 señaló más de 200.000 per­sonas viviendo en condiciones de marginalidad), Villa Banana toma su nombre de la característica geo­gráfica que otorga al lugar la curva del ferrocarril donde se halla em­plazado este verdadero dédalo de construcciones precarias: desde Avda. Godoy y Felipe Moré, cur­vándose hacia el este, paralela­mente a las vías del Ferrocarril
Belgrano, en la línea a Buenos Ai­res.

Mayoritamente paraguayos, con aporte de bolivianos y en me­nor medida chilenos, se calcula que viven allí aproximadamente unas 15 mil personas. Utilizan luz eléctrica tomada clandestinamen­te del alumbrado público y carecen de servicios sanitarios y de agua corriente, sirviéndose de canillas públicas. El interior de la villa, pe­se a su amplitud, no cuenta con calles internas, circulándose por pasillos que son reales laberintos sin conformación lineal, con late­rales de cercos de madera y alam­bres.

Se conforma así una población heterogénea, en real promiscui­dad, en la que conviven por igual obreros y jornaleros con cirujas. vendedores ambulantes y desocu­pados, y elementos pertenecientes a la marginalia de la prostitución y a actividades muchas veces ilega­les. El oeste de la ciudad se puebla así de imágenes que poco tiene que ver con aquella bucólica aunque agrestre geografía de hace un siglo, cuando el "Bajo Hondo", las vizca­cheras, los altos matorrales y algu­nas viviendas pioneras constituían las márgenes —hacia el poniente— de la ciudad que quería y necesita­ba mayor expansión. Queda una certeza: quienes habitan en esas condiciones actuales de marginación y precariedad no son, por cier­to, los culpables de ese dramático contraste...
Nada de aquellos paisajes que­da hoy en toda la extensa zona de estos barrios. Apenas algunas vie­jas casas, unas calles de tierra que pronto dejarán de serlo, algunos vecinos memoriosos que viven allí desde hace 70, 80 ó 90 artos y resguardan del olvido, como un te­soro familiar compartido por hijos y nietos, la historia del lugar, con­tada —como quería José Portogalo— a la sombra de los barrios amados.
Una historia cuyos protagonis­tas más notorios no están en las páginas de la historia de Rosario, o por lo menos con la relevancia que merecen, pero sí en la memoria de quienes, un siglo después o más, habitan en los mismos luga­res.
Fueron esos anónimos poblado­res, extranjeros, criollos, trabaja­dores, jornaleros, los que concreta­ron la epopeya de la consolidación y la fisonomía de esta vasta zona rosarina. Ellos hicieron, en reali­dad, la verdadera conquista del oeste...
Fuente: extraído de la revista “Rosario, Historia de aquí a la vuelta  Fascículo Nº 18 .  De Enero 1992. Autor: Alberto Campazas