viernes, 9 de agosto de 2013

A LA SOMBRA DE LOS BARRIOS AMADOS


Por Rafael Ielpi

Aquella verdadera avalancha inmigratoria, sumada a la mucho más módica pero ya existente migración interna, atraída por las posibilida­des de una ciudad que empezaba a extenderse y a ofrecer posibilidades de trabajo en grandes industrias como la Refinería o en los talleres del Central Argentino, iba a poblar, en su búsqueda de vivienda o del lote para construirla, lo que luego serían algunos de los barrios populares, cuando no "barrios obreros" del Rosario de los primeros años del siglo.
Sería el caso del llamado Barrio Industrial o Barrio Talleres, que en las últimas décadas del siglo XIX era sólo un vasto reducto de quintas, que se extendía desde la actual Avda. Alberdi al oeste hasta las vías del ferrocarril y hacia el norte hasta la calle Juan José Paso, y que iba a variar abruptamente su fisonomía urbana con la instalación de los enormes talleres del Ferrocarril Central Argentino.
El predio en el que se emplazarían los grandes talleres ferrovia­rios que darían no sólo trabajo sino nombre al barrio que se confor­maría en sus inmediaciones, se ubicaba en lo que la ciudad conocía como "los suburbios" hacia 1880, al oeste del acopio de huesos de los hermanos Jewell y al este de lo que sería luego la Avenida Castellanos (a la altura del inicio de la actual Avenida Alberdi), que por entonces se conocía simplemente como Camino al Arroyito.
La empresa británica había adquirido los terrenos delimitados por el antiguo camino a San Lorenzo (el viejo Camino Real), y las hoy calles Avda. Alberdi, Canning y Junín, sobre los que se construirían, a partir de 1886, sus vastos talleres de reparación y montaje de vagones y máquinas a vapor, estos últimos trasladados a la localidad de Pérez en 1915. Aquellas grandes instalaciones albergaban asimismo una usina eléctrica que abastecía de energía a los talleres pero también a todas las oficinas y locales del Central Argentino en la ciudad, y a un aserradero y depósito de maderas y durmientes.
Al ocupar a un millar y medio de trabajadores, obreros y opera­rios, el barrio se vio prontamente poblado por centenares de familias de ferroviarios, y sus calles, como las de Refinería, fueron transitadas en forma permanente por trabajadores que iban o regresaban de los talleres. El barrio, en esencia, se convertiría en una caja de resonancia, a veces agria, a veces entusiasta, de los conflictos, los problemas, los des­velos, las quejas y los festejos de los ferroviarios, uno de los gremios más combativos en la historia del sindicalismo argentino de la primera mitad del siglo XX.
Algunas de sus calles tendrían condición de verdaderos ejes del trazado barrial como Junín, antiguamente denominada Calle de los Hornos, por conducir hacia el oeste donde se erigían hornos de ladrillos cuyos sufridos trabajadores también formaban parte de la población más humilde de la zona. Iguazú, por la que desfilaban en los carnavales barriales las murgas, carruajes y comparsas de todo upo, era otra de ellas y, como Junín, daba cabida a una activa vida  comercial.
Es a partir de la iniciación de la actividad de los talleres ferrovia­rios que comienza a poblarse la hasta entonces agreste zona del norte de la ciudad, con la construcción, entre otras, de las primeras vivien­das destinadas a residencia de los empleados del escalafón más alto y de los primeros técnicos contratados por el Central Argentino. Ello daría lugar a dos complejos habitacionales proyectados "a la inglesa", que han sido felizmente preservados y son hoy testimonio del pasado ciudadano: el "Batten Cottage", con sus dos plantas, galerías y jardines, y el "Morrison Building", de características más modestas, con baños comunes y galerías que circundaban su planta alta, visibles hoy desde Avenida Alberdi, a pocas cuadras de su comienzo en calle Salta. A ambos, sin embargo, ya en el primer lustro del siglo XXI, los acecha la falta de mantenimiento, la desidia de sus propios moradores y la falta de una política oficial que aliente o directamente intervenga en pro de la preservación de edificios que, como los mencionados, forman parte del patrimonio histórico y arquitectónico de la ciudad.
Paralelamente se construye el edificio que albergaría a la iglesia anglicana, a cuyos oficios concurrían regularmente los ingleses, y en el que funcionaría asimismo desde 1895 una escuela particular, la llamada Escuela de los Talleres o del Barrio Inglés, reemplazada hacia fines del siglo XIX por un almacén y bar en el que se constituiría, en una impro­visada asamblea, el hoy Club Rosario Central, cuyo origen estuvo ligado íntimamente a los talleres y obreros ferroviarios.
La iglesia había puesto visible empeño en la instrucción de los hijos del personal jerarquizado del Central Argentino, a través del reve­rendo Blair, y la "Escuela de los Talleres" conservaría su carácter pri­vado bajo la dirección de su primer maestro y director, Thomas Roberts, a quien sucedería en 1896 Catalina Dodd Cowell, quien a partir de 1900 pasaría a agregar a su apellido otro de origen también británico al casarse con Claudio Newell, quien estaba asimismo ligado a la enseñanza a través del colegio fundado por su padre Isaac.
Los talleres, construidos según el proyecto de los británicos Nicolls y Donne, verían habilitada su primera etapa sobre los finales de 1888, reemplazando las monumentales construcciones a los viejos talleres que se habían levantado veinticuatro años antes, en 1864, en el predio que sobre la actual calle Wheelwright se extendía desde Balcarce a España, donde el Central Argentino construyela asimismo una precaria estación de carga en el Rosario de entonces, luego con­vertida en el llamado Galpón N° 10.
Un espejo de agua, la "Laguna Macedonio", otorgaba fisonomía inconfundible a otro sector del barrio, el comprendido por la manzana que enmarcan las actuales calles Vélez Sarsfield, Avda. de la Travesía, Florida y Bogado. Su nombre se vincula seguramente con Macedonio García, dueño de un horno de ladrillos del lugar, y por su formación sobre un pozo natural se constituía en frecuentada piscina para los veci­nos, en especial la gente menuda, aunque esas incursiones refrescantes concluirían a comienzos de la década del 30, cuando se procedió al rellenado de la misma y a la construcción, sobre ella, de viviendas.
También conocida como "Laguna de los perales", por los montes de estos frutales que la rodeaban y que quedarían en pie finalmente sólo sobre el sector norte de la misma, estaba poblada porteros y. otras aves, ranas y caracoles. El monte de perales era utilizado par la vecindad para realizar allí los populares pic-nics de las primeras tres décadas del siglo XX, hasta llegar a ser escenario habitual de este tipo de reuniones familiares.                                                                                  • •
La zona sería asimismo, lugar de actividad de dos experiencias industriales de distinto sesgo en las dos primeras décadas del siglo pasado: la "Cooperativa Obrera del Pan" y "Cafés La Virginia". La primera de ellas se constituyó el 5 de abril de 1904, cuando 65 obreros ferroviarios, ganados por las ideas solidarias y cooperativas difundidas por el socialismo, se reunieron en un modesto local lindero al Portón N° 1 de los talleres ferroviarios, con la idea de constituir una coope-rativa para la elaboración y comercialización de pan.          ; '
La iniciativa obtuvo rápido consenso, al punto de que ese mismo día nacía la "Cooperativa Obrera del Pan", cuyos estatutos serían redac­tados nada menos que por el propio Juan B. Justo. Un año después en mayo de 1905, aquella cooperativa pionera en Rosario comenzaba la elaboración del producto; en 1923 se fusionaría con una cooperativa de consumo,"El Despertar Económico",y tres años más tarde pasaría a denominarse finalmente "Cooperativa Obrera Limitada".
"Cafés La Virginia" se halla también estrechamente, vinculada con el Barrio Industrial desde que Francisco Rodríguez, un inmigrante asturiano que había probado fortuna en otros lugares de la Argentina, instala un pequeño tostadero de café, precursor de una industria rosarina de enorme prestigio en nuestros días, cuando sus productos han alcanzado difusión nacional. En 1923, en medio del paulatino crecimiento de la empresa familiar, Rodríguez, en homenaje a su esposa Virginia, patentaría la marca que, hasta nuestros días, man­tiene una inalterable vigencia comercial.
Sobre la Avenida Alberdi se erigiría también otro de los esta­blecimientos relevantes de la zona, fuente de trabajo, como la ante­rior, para muchos vecinos del barrio: la planta de distribución de la Cervecería Quilmes, sólida construcción que permanecería en ese lugar de la ciudad hasta ya superado el siglo XX y a la que, como ocurriera con el complejo de edificios de la Refinería Argentina, se declarara con justicia patrimonio histórico y arquitectónico de la ciudad, hoy ocupado por una cadena de supermercados.
La primera escuela pública del barrio obrero de Talleres no tiene año cierto de fundación, aunque es seguro que se habilitara entre 1895 y 1898, fecha del primer reconocimiento oficial sobre su funciona­miento. Era conocida popularmente como la "Escuela de la Chimenea" y estaba ubicada en la entonces denominada calle Sur Talleres entre las vías del ferrocarril y la Avda. Castellanos (actual Avda. Alberdi). La chi­menea y el edificio, de típico estilo inglés, con techos de chapas a dos aguas, con cuatro habitaciones en la planta baja y una en la superior, habían sido ocupados por la "Farmacopea de Londres y Río de la Plata", desde 1891, aunque por pocos años.
La primera directora, Aurora del Río de Imbert, la dirigiría hasta su muerte en 1902, año en que la escuela, ya reconocida como esta­blecimiento provincial bajo la especificación de elemental mixta de subur­bios, había sido trasladada a Iriondo 255. Su vocación por la enseñanza la habían llevado antes, hacia 1886, a acompañar como asistente a su esposo, el ingeniero francés Eduardo Alfonso Imbert, un marsellés nacido en 1836 y uno de los tantos inmigrantes del mismo origen que elegirían a Rosario como su ciudad, quien dirigía una escuela en el barrio San Francisquito, por entonces un modesto villorrio en los extramuros. Aurora y dos de sus hijas, Emma y sobre todo Honorina Imbert de Anderson, serían las maestras pioneras de aquel barrio obrero en el que ingleses y criollos se juntaban y convivían cotidianamente en los avatares del trabajo y del fútbol.
Estrecho parentesco con la zona tendría asimismo la propuesta que una inmobiliaria con oficinas en Corrientes 978 publicaba en La Capital en 1902, ofreciendo terrenos grandes y pequeños en el parque más bien ubicado de esta ciudad, de gran porvenir, los que, aseguraba el aviso, serán solicitados por la aristocracia rosarina y toda la gente de buen vivir. El loteo se ubicaba en "la Gran Avenida Castellanos al Norte y a conti­nuación de la calle Salta, frente a los Talleres del Ferrocarril Central Argentino", en lo que los urbanizadores llamaban el nuevo pueblito Victoria, con la línea de tramway que va a Alberdi y pronto con la línea de tramway eléctrico que se va a construir.
Fuente: Extraído de Libro Rosario del 900 a la “decada infame”  Tomo I Editado 2005 por la Editorial Homo Sapiens Ediciones