miércoles, 17 de julio de 2013

LA URBANIZACION BARRIAL



Así como el radio céntrico de Rosario iba adquiriendo importan­cia y desarrollo, sobre todo en las dos primeras décadas de este siglo, por la extraordinaria actividad de su puerto, vinculado a los intere­ses exportadores extranjeros, los barrios de la ciudad nacían y cre­cían alrededor de expresiones sig­nificativas del incremento urbano: la erección de una capilla o una iglesia, un hospital, un núcleo obrero perteneciente a una indus­tria determinada, o las instalacio­nes de una estación ferroviaria. Esto último, coincidiendo Rosa­rio, con el tiempo, en una verdade­ra tela de araña construida por los rieles que se multiplicaban en for­ma incesante.
Muchas de esas instituciones tuvieron notoria y directa relación con el origen o el desarrollo de la zona oeste y coincidieron en iniciar sus actividades en la última déca­da del siglo pasado y primeros artos del presente. Jalones importantes en ese desarrollo zonal lo constitu­yen algunas iglesias como la de San Miguel Arcángel, en 9 de Julio al 3500, sobre terrenos vendidos en 1912 por Santiago Buratovich a la Diócesis del Arzobispado de Santa Fe. y frente a la cual se encuentra la plaza que lleva el nombre del aludido topógrafo de la Campana del Desierto.
La iglesia San Francisco Solano, en Mendoza y Bvard. Avellaneda,
fue levantada sobre un predio ad­quirido por el Benemérito Colegio San Carlos, de San Lorenzo, a Luis Povina y Compañía, Casas y Ciro Echesortu e inaugurada el 13 de junio de 1890. La escuela que fun­ciona anexa a la misma se funda­ría, por su parte, cuatro artos más tarde, el 17 de setiembre.
La iglesia San Antonio de Padua, en Provincias Unidas y Mendoza, en las denominadas cuatro plazas, se construyó hacia fines del siglo pasado y fue inaugurada el 8 de noviembre de 1890. Hacia el sur, sobre Avenida Godoy, ya en 1931. se inauguraría la Parroquia Nues­tra Señora del Lujan, perteneciente a la orden de los agustinos, que también tiene a su cargo la cape­llanía del cementerio El Salvador.
Excepción, por su antigüedad, es la primitiva capilla instalada en el barrio San Francisquito, erigida inicialmente como un oratorio en 1832, en terrenos de Ignacio Goro­sito Roldan. Destruida por el paso del tiempo hacia 1864 y luego de largas tramitaciones de los vecinos de la zona, se erigió nuevamente, ya como capilla, en 1899 coinci­diendo con la época de erección de las anteriormente citadas, y dando origen a su alrededor a pequeños nucleamientos de habitantes.
El crecimiento de los barrios te­nia un desarrollo típico. Primero la iglesia-, frente a ella la plaza, luego escuelas, comisaría en la seccio­nal, residencias destacadas de los notables de la zona, generalmente comerciantes y profesionales, y luego las viviendas de obreros y empleados. Y al crecer la pobla­ción, el club social y deportivo, el cine, los bares y el comercio...
Hasta ese crecimiento urbano, la zona en general se caracterizó por sus quintas. En Echesortu, por ejemplo, pueden mencionarse las de Juan Balbi, Felipe Allegri o Pa­blo Ansaldi. En barrio Belgrano, las de Luis Reynaldo y Fernando y Pedro Zucconi.
Existían quintas como la de San Pedro, de verduras, frutas y alfalfa que se extendía desde calle Caste llanos a Lavalle (penetrando, en algunos sectores, por su trazado irregular, casi hasta Bvard. Avella­neda) y de Rioja a San Luis, y en cuya esquina de Lavalle y San Luis se erguía un gigantesco ombú que 1 caracterizó aquel rincón del oeste rosarino. En sus postrimerias. esta quinta fue escenario de actividades deportivas y allí se enfrentaban equipos de fútbol de la zona como Atlantic Sportmen, Lavalle, Arrilla-ga, Colombina, Almafuerte, Seis Corazones, Los Diablos Rojos y otros. Fue también lugar de reu­nión del vecindario en los tradicio­nales festejos de San Pedro y San Pablo, con sus clasicas fogatas, que iluminaban las noches con sus resplandores.
Otra quinta, el Prado Español, situada a la altura de Montevideo y Larrea, fue utilizada durante mu­chos años para reuniones campes­tres (los recordados picnics), donde un grupo musical de larga trayec­toria en la ciudad, Los alegres oren-sanos, animaba los bailes. Para reuniones similares servían otras quintas de la zona como La Nélida, . en Córdoba y Estados Unidos; la Quinta Luclani, actual emplaza­miento del Parque Oeste, en el perimetro comprendido entre las ca­lles Rio Bamba, Pasco, Rouillón y Barra; la Quinta Sangulnetü, en Provincias Unidas, Pasco e Ituzain-gó; el Centro Asturiano, en Wilde al 1300, en las inmediaciones del ac­tual Mercado de Concentración Fisherton, o la quinta ubicada en el predio de Avenida Godoy, Cres­po, Iriondo y La Paz, en el barrio Triángulo.
Estas quintas fueron quedando como lunares nostálgicos de un entorno de barrios que se urbani­zaron, cuyas tierras fueron lotea­das, vendidas y convertidas en asiento de viviendas, hasta que fueron absorbidas finalmente por el progreso. En ellas, encontraron los humildes vecinos de esos ba­rrios de comienzos de siglo y de las primeras décadas del mismo, un lugar de esparcimiento domingue­ro, como una contrarréplica colec­tiva a los particulares y lujosos fines de semana de los sectores más pudientes de la sociedad rosa­rina.
El aumento demográfico de la ciudad, con la incorporación de las corrientes inmigratorias y las mi­graciones internas posteriores, que darían a Rosario las caracte­rísticas de ciudad gringa: el tendi­do de líneas de transporte urbano; la construcción de viviendas; el flo­recimiento comercial; la radicación paulatina de industrias; la apertu­ra de escuelas e instituciones bancarias, se manifestaron como una expresión de crecimiento que exi­gía mayor territorio para poblar y presionaba una expansión hacia el oeste todavía mayoritariamente despoblado.
Esta tendencia se produce para­lelamente al desarrollo de la ciu­dad en su conjunto, con el aumen­to de la producción agrícola y la intensificación de las actividades portuarias (para 1880 Rosario ya era el primer puerto exportador de la Argentina, y en 1884 había re­gistrado una entrada y salida de cargas de 1.600.000 toneladas).
Mientras tanto, las calles se iban empedrando con piedra traí­da de la isla Martín García y ado­quines importados que venían co­mo lastre en los barcos que llega­ban sin mercadería; se inauguraba la iluminación a gas; las líneas telefónicas extendían su comuni­cación y los ferrocarriles permitían a su vez el nacimiento de localida­des vecinas como Pérez, Zavalla, Pujato, Casilda, Arequito. San Jo­sé de la Esquina, Arteaga, Sanford, Chabás. Villada, Firmat y Melincué, (estación San Urbano).
Fuente: extraído de la revista “Rosario, Historia de aquí a la vuelta  Fascículo Nº 18 .  De Enero 1992. Autor: Alberto Campazas