domingo, 14 de julio de 2013

LA CLASE PROPIETARIA



De ese modo fue concretándose el derecho de propiedad territorial y conformándose también la clase dirigente. Y así van quedando re­gistrados en los archivos, planos y censos catastrales, los nombres y apellidos de generales, capitanes y licenciados ligados a los parcelamientos de solares, quintas, cha­cras y estancias. De allí saldrían, por su parte, los herederos poste­riores, caudillos y gobernadores, jefes políticos, jueces, comisiona­dos municipalidades, legisladores y gobernantes de todos los niveles, cuyos nombres perduran en la no­menclatura de pueblos, calles y plazas.
Las franjas que hoy ocupan es­tos barrios del oeste, especialmen­te el aún conocido como Echesortu, englobado actualmente (junto con los antiguos barrios Arrillaga, La República y La Victoria) en el lla­mado barrio Remedios Escalada de San Martín, pertenecieron a mu­chos de esos apellidos aludidos an­teriormente. Entre ellos, al nortea­mericano Wheelwright, concesio­nario del ferrocarril; a Ciro Eche­sortu. miembro de la comisión administradora de la ciudad en 1938. director de los bancos Hipo­tecario y Nacional en 1939, miem­bro fundador del Jockey Club y de la Sociedad Rural, presidente de la Bolsa de Comercio, del Club Social y de las empresas de tramways Rosario del Norte y del Oeste.
Se contaron asimismo entre los propietarios Casiano Casas, al que recuerda una avenida y un barrio de la ciudad; Santiago Buwatovich, de nacionalidad austríaca, que ac­tuara en la Campana del Desierto de Julio A. Roca con el grado de mayor; Julián Bustinza, al que per­tenecieron 8788 cuadras cuadra­das en el departamento Iriondo, en la localidad que hoy lleva su nom­bre; Ramón Casas, Manuel Nava­rro, Esteban Lando, y avanzando hacia el oeste todavía más, en lo que es actualmente la zona de los barrios Azucuénaga y Belgrano, a Eloy Palacios, quien en 1889 ven­dió 91 hectáreas de esas tierras a Maña Echagüe de Vila.
A medida que aumentaba la po­blación y se producía el visible de­sarrollo de la ciudad en la zona céntrica, a orillas del río Paraná, ésta buscaba ampliar sus limites avanzando paulatinamente en una especie de conquista del oeste, ga­nando con ello en extensión pero también asistiendo a un floreci­miento inmobiliario sin preceden­tes.
Desde el límite de la calle del Carril (actual Dorrego), Rosario se extendió primeramente hacia el Boulevard Santafesino, hoy Oro-ño, luego a la calle del Plata (Ovidio Lagos) y después hasta la actual calle Paraná, o sea, unos cinco ki­lómetros hacia el oeste, contando desde el río Paraná. Luego, esos límites todavía convencionales se irían extendiendo hasta la Avenida Vila (Provincias Unidas) y por últi­mo hasta sus actuales límites con la localidad de Funes, y la parte suroeste con la de Pérez.
Aquella zona suroeste aludida era, hacia finales del siglo pasado y primeras décadas del actual, lu­gar de instalación de numerosos hornos de ladrillos, cuyas perma­nentes excavaciones en esas tie­rras fueron originando los llama­dos bajos inundables.
El sector, sin embargo, aún den­tro de ese cuadro general de en­grandecimiento que produciría la "conquista del oeste" rosarino, no dejó de caracterizarse por la condi­ción marginal de su desarrollo. La burguesía portuaria, comercial y exportadora, que comprendía las llamadas clases altas de la socie­dad, se estableció en el valorizado territorio que abarcaba las zonas aledañas al río Paraná, tanto en el Saladillo, con su elegante Avenida Arijón —nombre de uno de sus principales propietarios— como en Alberdi y La Florida, con su Bvard. Rondeau y su Bajada Puccio, ex­tendiendo la zona céntrica y resi­dencial hasta el aristocrático Bvard. Oroño, realizado al estilo parisino. El oeste, mientras tanto, se limitaría, por mucho tiempo, a ser asentamiento de estableci­mientos e instituciones a los que la sociedad rosarina deseaba ver des­plazados a sitios más alejados.
Por ello, en sucesivas etapas y épocas, el oeste seria destinado a vaciaderos de basura, propiciado-res del cirujeo, en los que convivi­rían hombres y niños menestero­sos con cerdos alimentados a des­perdicios; a emplazamiento del ins­tituto Antirrábico Municipal (Avda. Francia al 1900). perrera donde se sacrificarán los animales abando­nados; de una cárcel de tétrica pre­sencia, como la de Encausados, en Estanislao Zeballos al 2900; de ce­menterios como Ei Salvador, en Ovidio Lagos al 1800 (el más cer­cano al centro, por ser el elegido por la clase alta), el de Disidentes, en Bvard. Avellaneda al 1800, el Israelita y el cementerio La Redad, en Provincias Unidas al 2600, ha­bilitados en 1906 y en la última década del siglo XLX, respectiva­mente, cuando la zona era consi­derada aún como "los extramuros" de Rosario; de hospitales de enfer­medades infecto-contagiosas, le­prosarios y antisifilíticos como el Gabriel Carrasco, en Bvard. Avella­neda y 9 de Julio, o el de llanura, para tuberculosos, en Provincias Unidas y Avda. Godoy.
De esa manera, la sociedad ro-sarina alejaba de sí aspectos poco agradables que eran radicados en el oeste, donde convivían y convi­ven en la actualidad importantes sectores de la población trabajado­ra de la ciudad: ellos serian, por otra parte, quienes harían mucho por el crecimiento y desarrollo ca­da vez más visible de esos barrios, entonces lejanos y hoy centros ur­banos de notoria individualidad y definida fisonomía.
Fuente: extraído de la revista “Rosario, Historia de aquí a la vuelta  Fascículo Nº 18 .  De Enero 1992. Autor: Alberto Campazas