jueves, 6 de junio de 2013

LAS OBRAS DEL PARQUE


El proceso de construcción del parque fue lento y difícil. En ciertas administraciones municipa­les se hizo mucho y en otras nada ni siquiera conservar. Así, a lo lar­go del tiempo, los sectores termina­dos van teniendo un carácter dis­tinto, según los "estilos" en boga o los gustos de los funcionarios de turno. Así se pierde por desidia el quiosco de la Montañíta y también el templete que lo reemplazara, la confitería de Cifré y el Pabellón de las Rosas. También hubo proyectos frustrados como el zoológico de la esquina de Ovidio Lagos y 27 de Fe­brero y el monumento encargado en 1910 al taller de Fontana y Scarabelli para la Montañíta, uno de los tantos proyectos pergeñados pa­ra el famoso año del Centenario.
Se atribuye ese año justamente a la columnata en ruinas en el borde norte del lago (y prestemos aten­ción a esta actitud de construir "ruinas") y también en esa fecha se adquieren terrenos destinados a agrandar el parque y a crear otro nuevo en el barrio del Arroyito. Se encarga el proyecto de este último, como ya consignáramos, al famoso paisajista Carlos Thays pero lamen­tablemente no se lo construye. En otros terrenos y con otro proyecto se concreta en 1939.
Aunque no se tiene fecha cierta, como ocurre con el caso de las rui­nas, se supone que para 1915 se terminó el Rosedal. Frente a él se construye una nueva confitería: el Pabellón de las Rosas. Se acondi­ciona la zona destinada al Jardín de Niños, con juegos, unas jaulas con monos y un pequeño tambo, donde había vacas y burras que se orde­ñaban para convidar con leche a los visitantes. Las burras provenían en realidad del gran plantel de muías y burros que la Municipalidad tenía para tirar de sus carros. Cuando había una burra en período de lac­tancia, se la llevaba al Jardín de Niños por unos meses, donde de paso se proveía de esa leche a los peque-
ños que debían tomarla por pres­cripción médica.
En 1925 se construye el Estadio  Municipal. Para entonces, los deportes antes practicados por la elite se iban popularizando y no sólo el estadio sino que mucha gente se asoció a los clubes y se acercó a un nuevo estilo de vida (tenis, natación), aunque solo fuera por unas horas a la semana En 1928, por gestión de Santiago Pinasco, se erige el monumento a Manuel Belgrano, réplica del que se había inaugurado el año anterior en Génova, en la Liguria, de donde eran originarias las familias de Bel­grano y Pinasco. Su emplazamien­to es soberbio, enmarcado por ¡as tipas, y con la perspectiva del bule­var, compartiendo con el Monu­mento a la Bandera el mérito de ser uno de los mejores emplazados en la ciudad. Fue el centro -hasta la inauguración del Monumento a la Bandera- de las fiestas patrias con desfiles militares por Oroño, de los homenajes a Belgrano y a la enseña patria en la explanada que lo rodea y los fuegos artificiales por la noche.

También los corsos de carnaval se apropiaron de la ancha y sombrea­da avenida central. En la Rural, los concursos de máscaras para niños, y en los clubes, bailes muy concurridos con las mejores orquestas. Fue también el parque predio obli­gado de circos y parques de diver­siones ambulantes, circuito de ca­rreras de bicicletas y de autos, im­provisado con fardos acumulados en las curvas peligrosas, y por su­puesto, escenario de las exposicio­nes rurales e industriales que se ce­lebraban (y celebran) cada año, de las carreras hípicas y de los domin­gueros partidos de fútbol.
Los rosarinos adoptaron al par­que, en la década del 30, como un paseo obligado. Se puso de moda encontrarse en el Rosedal o tomar el té en el Pabellón de las Rosas. Por las noches, en verano, se daban allí funciones de baile y canto en esce­nario al aire libre y en la confite­ría "La Montañíta" se instalaba una gran pantalla y se pasaba cine. La gente tomaba cerveza mientras contemplaba el espectáculo pe­ro también se reunía público en la calle para mirar sin pagar, colman­do a veces el ancho total de la cal­zada y provocando el desvío del tránsito de vehículos. Frente al club Gimnasia y Esgrima exis­tía un paseo con bancos y farolas y los que caminaban por avenida Pe­llegrini estiraban su vuelta hasta allí. Se cuenta que había guardia­nes para cuidarla integridad del lu­gar y también la corrección en el vestir; los caballeros de saco y cor­bata. . .
Los últimos terrenos en anexarse fueron también los últimos en "em­bellecerse". Para 1932 se pavimen­tan las calles en el sector noroeste; en 1936 se inaugura el palomar y enseguida se parquiza la zona fren­te al Cementerio El Salvador, con su bosque de eucaliptus levemente elevado, la playa de estacionamien­to y los quioscos de florería, demo­lidos en 1990 y que no son las ca­sillas además de terminar el sector del palomar, se ocupó de parquizar las bajadas Puccio y Pellegrini. Se comienza tam­bién por entonces a formular un Plan Regulador para estudiar la ciudad como conjunto y prever su desarrollo futuro; el famoso plan de Farengo, Guido y Della Paolera.

Fuente: extraído de la revista “Rosario, Historia de aquí a la vuelta  Fascículo N• 10 .  De Marzo 1991. Autora: Raquel García Ortúzar.