miércoles, 21 de noviembre de 2012

LOS FASTOS ROSARINOS


Pero entre bromas y piedras fundamentales, la ciudad asistiría ese año a hechos distintos: huelgas, protestas políticas protagonizadas por la Liga del Sur, mitines obreros con el claro signo del anarquismo como emblema, aumento de los impuestos municipales, tragedias familiares tremendas, y audaces hombres con máquinas voladoras cruzando el cielo rosarino.
El aumento de las gabelas municipales provoca, a mediados de año, una serie de improvisadas "puebladas", que culminan por lo general en la Plaza 25 de Mayo, y en forma bastante pacífica, con portación de pancartas que apuntan, todas ellas, a los concejales de la ciudad, autores de la impopular medida. Una de ellas se pregunta y responde en el mismo cartel: ¿Qué ha hecho el Concejo Deliberante durante el año? ¡Aumentar los impuestos de manera escandalosa!; otra, no menos indignada, contiene la siguiente admonición: No queremos concejales políticos sino hombres de orden y defensores honrados de los intereses del pueblo. Frase que, para algunos rosarinos, parece seguir teniendo la misma vigencia casi un siglo después...
También el 12 de abril de ese año el festejo del cincuentenario de la Municipalidad de Rosario permitió algún jolgorio oficial acompañado de una dosis de beneficencia y asistencialismo que Caras y Caretas se encargaría de comentar, en una de sus tantas notas sobre Rosario: El pueblo fue invitado a concurrir a las 6 de la mañana a la Plaza de Mayo, donde las bandas de música de la policía y del cuerpo de bomberos tocaron diana y varios empleados distribuyeron medallas y ejemplares de un folleto que contenía una reseña histórica de la ciudad. A las 8, en los mercados municipales y en el Mercado Modelo se efectuaron distribuciones de víveres a los pobres y por la noche hubo una procesión de antorchas que, partiendo de la Plaza de Mayo, se dirigió al Parque Independencia. Es decir, reiterando el paseo "de moda" de los rosarinos de las primeras dos décadas del siglo.
Algunos hechos tenían la decidida impronta del progreso, como la inauguración de un servicio de trenes rápidos a Buenos Aires, que el Ferrocarril Central Argentino inauguró el 1o de septiembre. Aquel viaje inicial demandó 4 horas y 45 minutos y el convoy estuvo constituido por una locomotora que llevaba el N° 154, un furgón, un salón pullman para pasajeros de primera clase y dos coches comedores. La partida desde Rosario no fue la ideal, coincidiendo con una violenta tormenta acompañada de granizo, lo que sin embargo no retrasaría el arribo a Retiro; por el contrario, el tren llegó diez minutos antes de la hora prevista, a pesar de una parada en Baradero para el cambio de máquina.
El Central Argentino era, por entonces, el encargado de conec­tar en forma rápida a la ciudad con sus alejados barrios, con algunos de los pueblos que luego se incorporarían a Rosario y con localidades cercanas, aunque el costo de los pasajes no estuviera al alcance de todos. Los servicios incluían viajes a Fisherton en 15 minutos, con pasajes de $12.80 y $8 en 1a. y 2a. clase respectivamente; a Funes, en 18 minutos, a $17.60 y $11.20; a Roldan, en 40 minutos, a $22.40 y $12.80. El traslado a los barrios se reducía a Barrio Arroyito, en 15 minutos, a $6.40 y $ 4 y Sarratea, que érala estación correspondiente a Alberdi, en 23 minutos a $9.60 y $6.40, pudiéndose viajar, en la ruta hacia el sur, a Paganini, en 30 minutos, a $12.60 y $8 y a San Lorenzo, en 50 minutos a $24.40 y $12.80.
Unos meses antes, La Capital anunciaba otra habilitación que perduraría más en el tiempo que los trenes rápidos y los trenes a secas: La del nuevo "field" del Club Atlético Newell's Old Boys, que se inauguraría en abril en los terrenos que la Municipalidad rosarina le cediera a instancias de Humberto Semino, presidente de la entidad. El estadio iba contar con tribunas de 40 metros de largo por 8 de ancho, con capacidad para 1000 espectadores.
Las emocionantes tentativas de los primeros aviadores por domesticar esas indóciles máquinas voladoras tendrían en vilo a los rosarinos en los años del Centenario, cuando aquellos intrépidos llegaban a la ciudad para iniciar vuelos que, la mayoría de las veces, termina-han en fracasos. No sería el caso de Bartolomé Cattáneo, a mediados de 1911, al convertirse en el ganador del raid aéreo Rosario-Buenos Aires, organizado por el Aero Club Argentino, que tenía la tentadora recompensa de 15 mil francos, donados por el diario La Nación.
Cattáneo, uno de los pioneros de la aviación, levantó vuelo en Rosario, tripulante de su frágil Blériot XI y pudo sostenerse en el espacio hasta Baradero, donde aterrizó muerto de frío y de cansancio. Un descanso reparador le permitió reiniciar el raid rumbo a Zarate, pero perdió el rumbo y terminó descendiendo en la localidad de Zelaya, a unos 40 kms.de Buenos Aires. La posibilidad de seguir viaje y cumplir el recorrido era tentadora pero Cattáneo estaba hecho de la mulera de los héroes románticos: pensó que no había cumplido con las normas del raid, que no contemplaba tantos descensos, por lo que desarmó el aparato y regresó a Rosario para volver a intentar la hazaña. En medio del entusiasmo de la gente, el intrépido aviador volvió a elevarse el 25 de junio de 1911 y luego de un solo descenso, llegó a Hucnos Aires en 3 horas y 7 minutos. Su hazaña, porque lo era, lo con­virtió en un personaje popular.
El aviador, que había nacido en Grossotto (Milano), obtuvo su brevet de piloto en la Escuela de Aviación de Paul (Francia) y arribó a la Argentina en el Centenario, trayendo en el barco su avión Blériot Gnome de 50 HP con el que sería el primero en volar sobre la ciudad de Buenos Aires a unos 2000 metros de altura y en cruzar el Río de la Plata, en diciembre de 1910, levantando vuelo en Palermo y aterrizando en Uruguay.
Habían existido sin embargo antecesores inmediatos en eso de asumir la riesgosa aventura de volar. El 30 de abril de 1909, Jorge Newbery, que ya había ganado la condición de ídolo de los argentinos (o por lo menos de los porteños), vuela sobre Rosario en el globo "Huracán". Un año más tarde, el 12 de marzo de 1910, AlfredoValleton logra hacerlo durante un par de minutos en su endeble aparato H. Farman Gnome de 50 HP, como prolegómeno a las exhibiciones del día siguiente. El 13 congrega a una multitud de varios miles de rosarinos, pero la experiencia resulta fallida y lo mismo ocurre tres días más tarde, con una caída y algunas lesiones. El 24, finalmente, el intrépido aviador consigue elevarse a unos ciento cincuenta metros de altura y mantenerse en vuelo durante un cuarto de hora, despertando —ahora sí— los aplausos y la admiración general.
El 12 de abril de 1914 Cattáneo y el suizo John Domenjoz, un acróbata del aire, dejan poco menos que pasmada a una multitud que algunos calcularon en 80 mil personas, con las arriesgadas prue­bas que los dos realizaron a bordo de sus monoplanos Blériot. El espíritu sin duda aventurero del menudo italiano lo llevó a Brasil en 1932 para participar de la frustrada revolución del capitán Luis Carlos Prestes, una novelesca odisea que merece ser conocida y que su compatriota y camarada Jorge Amado incluiría en su biografía del legendario protagonista de aquella sacrificada marcha por la selva brasileña. Al intrépido Cattáneo, la muerte lo encontraría aún en ese país en 1949, en San Pablo.

Fuente: Extraído de Libro Rosario del 900 a la “década infame” Tomo II  Autor Rafael Ielpi Editado 2005 por la Editorial Homo Sapiens Ediciones