lunes, 10 de septiembre de 2012

MANUEL MUSTO-( 1893-1940) Entre el vigor y la delicadeza


Por Rubén Echagüe

Aspero y solitario, Musto amó la vida intensamente y tras una fachada rústica escondía una sensibilidad depurada. Su obra combina la potencia con la sutileza
Hosco, solitario, pero también un refinado cultor de la buena cocina, y tan orgulloso de su destreza técnica que no eludía las acrobacias circenses, como cuando pregonaba que podía terminar un cuadro en una hora o pintar utilizando ambas manos a la vez, Manuel Musto pretendía disimular tras esa fachada de áspera rusticidad una sensibilidad tan fina y depurada, que no faltó el ojo inexperto que en sus cuadros de flores -dalias, gladiolos, calas, retamas, rosas, junquillos- creyera ver la impronta de una mano femenina.
Ojo inexperto, digo, porque si algo hay que caracterice la producción de este gran maestro rosarino -sus paisajes recorta­dos y familiares y sus rincones de taller, sus jarrones repletos de flores y sus pocos retratos, tan vigorosamente concebidos, sus misteriosas muñecas "Lenci" y sus lacónicos y abocetados desnudos- es la robusta y firme virilidad que trasunta. Pintura realizada "a toda pasta", para utilizar la expresión de José León Pagano, y de la que han sido extirpadas de raíz toda blandura y toda afectación.
Musto nació -con su gemelo Andrés, quien habría de morir poco antes de cumplir los 18 años- el 16 de septiembre de 1893, cursó la escuela elemental sin demasiados destellos de genio y hasta creyó que podría encauzar su vocación ingresando a un colegio comercial. Pero una vez expresadas sus verdaderas inclinaciones -y vencido el clásico conato de resistencia familiar- frecuentó la Academia "Fomento de Bellas Artes", que Ferruccio Pagni regenteaba en Rosario, en la calle Entre Ríos entre San Luis y San Juan, y a la que también concurría su amigo entrañable, Augusto Schiavoni.
Viajó dos veces a Europa: en 1914 y en 1931, pero la incursión juvenil debe haber sido la más halagüeña, ya que lo acompañaba Schiavoni, y ambos artistas se dieron una vida de opulentos estudiantes burgueses, costosa y regalada. (Emilio Pettoruti se sorprendió, por ejemplo, de que los dos rosarinos alquilasen en las vecindades del Duomo florentino una pieza "amueblada a todo lujo").
Según su biógrafo Montes i Bradley, Musto quizá "sea entre nuestros quien más haya pintado", y buena de esa fecundidad tuvo como eso célebre casita de la calle Petrópolis – hoy  Sánchez de Bustamante, en el barrio Saladillo- que el artista adquirió porción que le correspondía en la herencia de su padre.
Su temprano final, antes d años y atormentado por una enfermedad implacable, fue un epílogo triste injusto- para alguien que amó la ferozmente, como lo demuestra es restregar sobre la tela la rica untuosidad de la materia, con gesto tan viole infaliblemente certero. Gesto c deleite de sus devotos contempla pintura capturó para siempre.

Fuente: Extraído de la Revista de la capital de 140 año del año 2007