viernes, 13 de julio de 2012

CALLE CÓRDOBA: LA VIDRIERA


Por Rafael Ielpi

La construcción del Parque Independencia, con su lago y la Montañita, iba a significar mucho para la vida de los rosarinos de las primeras dos décadas del siglo, desde su inauguración en 1902 convirtiéndose en el punto de arribo de uno de los dos paseos predilectos de las familias distinguidas al comienzo, y del resto de los rosarinos después, primero como espectadores del desfile de carruajes y atuendos, y luego como bulliciosos participantes de ese corso semanal que tenía como escenario al bulevar llamado Santafesino (luego Oroño). El otro paseo consabido, que iniciaba el recorrido, era el que tenía como vía a la calle Córdoba, la calle tradicional.
 En los primeros años del siglo, el breve tramo que iba desde Comercio (Laprida) en la esquina de la Plaza 25 de Mayo hasta Entre Ríos, se convertía en una especie de larga pasarela por la que desfilaban, a la tarde, los grupos de mujeres -casadas y solteras, jóvenes y no tanto- haciendo la cotidiana recorrida por vidrieras y, de paso, ejerciendo el cotorreo social inevitable. Esa necesidad impuesta por la costumbre que era el obligado  rendez vous de la que podría llamarse, con evidente licencia, la "aristocracia" rosarina, por calle Córdoba, asemejaba a ésta, pese a las dife­rencias, a la porteña Florida, donde ocurría algo semejante
Un cronista escudado en el seudónimo de Conde Danilo escribe en la revista "Rosario Industrial" en los años del Centenario: "Ni la fina garúa invernal ni los días del ardoroso estío privan a los habitantes de ese citado paseo vespertino. Y son las 5 de la tarde en los días fríos y los caballeros se ubican en diferentes sitios que llamaríamos estratégicos..." Estos eran varios, a lo largo del recorrido: los zaguanes del Club de Residentes Extranjeros, en su amplia sede de Córdoba y Maipú; la confitería La Perla, enfrente del anterior; la tienda Gath y Chaves, la Casa Zamboni, James Smart y otros apostaderos
A las mujeres, por el papel mismo que les asignaba la sociedad, les quedaba una cierta pasividad entre pudorosa y rígida expuesta a las miradas, la admiración o el deseo (reprimido, por lo demás) de los hombres de su misma clase social. "Nuestras damas recorren las calzadas principales deleitando su vista y sus gustos en las lujosas vidrieras de tiendas, mercerías, mueblerías o joyerías. La calle bulle en tanto como una colmena colosal, y las damas pasean en coche, en automóvil o sencillamente a pie", consigna Danilo en su crónica. El final no deja de tener su decadente encanto: "Cuando las sombras de la noche han envuelto con su tul oscuro el mundo, los focos de luz eléctrica y los mecheros de gas parpadean con sus pestañas luminosas. Ese desfile triunfal termina y el sexo fuerte, el sexo feo, acude a los bares y confiterías para paladear los cocktails y los vermuts. Son las 7 de la tarde y las hermosas calzadas de la calle Córdoba están casi desiertas".
Los domingos, el paseo por la calle tradicional no era menos concurrido. "Monos y Monadas", ya pasado el fervor del Centenario, lo describe con precisión: "La calle Córdoba, eminentemente aristocrática, constituye en esos días el punto obligado de la elegante sociedad. Nuestras espirituales rosarinas, con ese dejo de distinción que las caracteriza, dan la nota de un refinado sprit. El agradable conjunto que se nos ofrece es por demás seductor". Semejante descripción justificaba el interés masculino por no quedar afuera de esa atractiva escenografía dominguera. "Los leones, como garridos faunos, esperan en la esquina el desfile de las ninfas que pa­san saturando el ambiente con el perfume de su belleza", lo que sumaba otro toqueteo mental a tanta mujer en movimiento...
La misa dominical en la Catedral era otra ceremonia donde se filtraban connotaciones sociales ajenas a la liturgia religiosa. La misma revista señala que "la misa de 11 es característica: aristocrática por excelencia y de rigurosa etiqueta". Las fotografías dan fe de ello: señoras y señoritas de largos y complicados atuendos a la moda, y lo que el epígrafe de una de esa tomas llama "un grupo de tiburones esperando la salida de la concurrencia femenina", integrado no por estibadores del puerto ni por gandules desocupados sino por representantes masculinos de la misma extracción social que las creyentes y devotas damas.

La misa dominical en la Catedral era otra ceremonia donde se filtraban connotaciones sociales ajenas a la liturgia religiosa. La misma revista señala que "la misa de 11 es característica: aristocrática por excelencia y de rigurosa etiqueta". Las fotografías dan fe de ello: señoras y señoritas de largos y complicados atuendos a la moda, y lo que el epígrafe de una de esa tomas llama "un grupo de tiburones esperando la salida de la concurrencia femenina", integrado no por estibadores del puerto ni por gandules desocupados sino por representantes masculinos  de la misma extracción social que las creyentes y devotas damas.
Aquel asedio masculino, que respetaba sin  embargo todas las convenciones de la época, cuya transgresión podía ser vista como un agravio o una ofensa al honor del apellido o de la familia, era visible asimismo en los paseos de calle Córdoba, sobre todo para quienes llegaban de afuera. En 1915, "Caras y Caretas", en nota titulada "Las barras de la calle Córdoba", consigna: "Una de las notas características del Rosario lo constituyen sus mujeres; las rosarinas son famosas por su belleza: tienen una distinción especial que las destaca: son elegantes, graciosas, alegres. Al anochecer, los hombres se sitúan en puntos estratégicos para verlas pasar. Las barras de hombres forman en Córdoba y San Martín las huestes masculinas del amor, emboscadas noblemente y al acecho de una mujercita que comparta para siempre los triunfos y los pesares..."
Fuente: Extraído de la colección  “Vida Cotidiana – Rosario ( 1900-1930) Editada por diario la “La Capital