lunes, 4 de abril de 2011

EL TRABAJO A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX EN ROSARIO

Por Lorena Ratner (*)

Después de las crisis financieras sufridas hacia fines del siglo XIX, podría pensarse que el porvenir económico de la ciudad de Rosario sería un tanto sombrío. Sin embargo, ni las dificultades políticas, económicas, ni las epidemias, pudieron diezmar el crecimiento y desarrollo comercial, tanto en la zona urbana como en la rural.
Si bien desde hacía un tiempo existía gran cantidad fábricas y empresas, todas ellas permanecían en un nivel estacionario, utilizando procedimiento primitivos, sin lograr adelantos en sus maquinarias y en las condiciones de trabajo. Pero, producida la corriente inmigratoria, afluyeron los capitales extranjeros, que veían en Rosario condiciones más que ventajosas para operar. Así, se instalaron más de treinta industrias nuevas, que explotaron los productos naturales del país. Surgieron las fábricas de aceites, de velas, de confites, fideos, arpilleras, carruajes y carros, la refinería de azúcar, fábricas de cigarros y cigarrillos, de municiones y caños de plomo, harinas, balanzas, las graserías, las alpargaterías, alfarerías, aserraderos a vapor, destilerías, broncerías, talabarterías, fábricas de calzados, etc.
De todas estas industrias y comercios se desprendió una gama de trabajadores especializados que se desepeñaban en el mercado laboral del Rosario del principios del siglo XX.
Las casas de comercio de cigarros representaban uno de los ramos más importantes de la industria local. En Rosario se fumaba tabaco de todos los países, en espcecial tabaco habano, en cigarros y mezclado con tabao del país, en cigarrillos. Para el año 1902 existían 26 casas de dedicadas al comercio de este rubro. Las cigarreras y cigarreros trabajaban una jornada de seis a seis con hora y media de descanso para comer, y el domingo trabajaban medio día. Había en las cigarrerías niños y niñas de 8 a 12 años, quienes, al igual que los adultos, absorbían el polvillo del tabaco, mucho mismo del tabaco. A los niños se les contaminaban con el polvo del tabaco sino con cuantas materias estaban en el suelo pulverizadas.
El fluido intercambio de productos que se comercializaba en nuestra ciudad por esa época, hizo necesaria la implementación de grandes depósitos llamados “ barracas”, dentro de las cuales, los comerciantes acumulaban y acodicionaban todo tipo de bienes, ya fuesen para el mercado interior o exterior. Junto con las casas introductoras fueron uno de las primeras especializaciones del mercado rosarino. (Falcón y Stanley, 2001). El barraquero, se encargaba de hacer los fardos y realizar el embarque de la mercadería. Bialet Massé en su informe sobre el clara descripción de lso obreros de las barracas: “ Los barranqueros trabajan de seis a seis con media hora para el mate y una para comer en el invierno, y dos y media en elverano, de manera que salen siempre a sol puesto. La barraca da en verano una porción compuesta de caña y limón para mitigar la sed y el calor. Tiene baños de lluvia para los obreros, y se trata siempre que los tomen al salir del trabajo. Existe una prensa especial para evitar grandes esfuerzos y todos los fardos se manejan sobre rodillos con el mismo objeto. En caso de enfermedad de los obreros la barraca les da médico, botica y medio jornal, y médico, botica para los miembros de la familia. En caso de accidente de trabajo, les da la asistencia médica y jornal entero” ( Bialet Massé, Juan 1986).
La venta de carbón y leña concentraba una parte considerable del comercio rosarino. Para el año 1902 existían 84 casas dedicadas a este rubro. La leña y el carbón eran recibidos generalmente de los montes del norte de la Provincia de Córdoba y del Chaco. La leña venía en grandes trozos, que los encargados de la venta reducían en los aserraderos, al tamaño conveniente de uso en plaza.
Sin dudas, el gran impulso económico que se dio en nuestra zona estuvo relacionado directamente con el desarrollo del tendido ferroviario, comenzando a mediados del siglo XIX, que ligaba la ciudad con los demás centros activos del país y con la construcción del nuevo puerto, inaugurado en 1902. En la zona portuaria, desempeñaban su trabajo los estibadores, hombres ágiles y fuertes, estado necesario para desarrollar las tareas dentro de los buques.En un cincuenta por ciento eran anafabetos. Un 70 por ciento eran rosarinos, y el resto extranjeros, casi todos italianos.
En carga y descarga de los buques sucedían con frecuencia accidentes de trabajo, ya que las planchadas no tenía las barandillas de seguridad que evitasen la caída de lso obreros; eran tan estrechas que apenas tenían el espacio suficiente para que pudiesen cruzarse los trabajadores entre sí. En otros casos, las cuerdas, cadenas, útiles y aparatos de lso guinches se empleaban hasta que se rompían, sin revisión previa ni reparación conveniente.
La construcción y ampliación de las redes ferroviarias tuvo como consecuencia el empleo de obreros que fueron incorporándose al mercado laboral tanto en la construcción misma del tendido ferroviario y de las estaciones, como asimismo como empleados propios del ferrocarril.
Antes de iniciarse la construcción del ferrocarril. Allan Campbell expresaba la conveniencia de contratar trabajadores criollos: “Se ha creído por muchos, que sería necesario introducir un gran número de trabajadores extranjeros para construir este camino. Sin embargo, no hay tal. (…) El trabajo común se hará mucho más económicamente con los hijos del país. Como el número que se necesita es pequeño, no hay duda de que el país lo pueda proporcionar. De 600 a 800 hombres constituirían una fuerza respetable para este camino… La peonada de este país, además de exigir jornales más bajos, se mantiene con sencillez y economía. Su principal, casi único alimento, es la carne, con que abunda el país en todas partes.(…). En cuanto he tenido ocasión de observar, estos peones son moderados, humildes y fuertes. Es cierto que muchos de estos hasta aquí han sido adictos a la vida nómada, incidental en un país naturalmente de pastoreo, pero no cabe duda de que con buena dirección  y buen trato pueden hacerse muy eficientes en cuerpos concentrados”.
Aquí también, como en el puerto, ocuparían accidentes, descarrilamientos, algunos tan graves que demostraron la necesidad de tomar medidas al respecto. Así en algunas empresas surgieron los movimientos de huelga, en los que además de reclamar medidas para la seguridad de los obrero, también se luchaba por la mejora en los salarios.
En cuanto a la mujeres, a diferencia de los hombres, no se desempeñaban en una variada gama de oficios. La profesioneso trabajos femeninos más comunes, se acotaban a trbajar dentro de alguna cigarrería, a orillas del río, como lavandera, o como planchadora o costurera.
El trabajo de las lavanderas comenzaba bien temprano en la mañana cuando salían a recoger todos los pedidos del día por los diferentes domicilios. La tarea del lavado podía desarrollarse en el convetillo, en los fondos de sus casas, o bien en el río. Luego, secaban la ropa al sol, para después plancharla. La jornada laboral terminaba cuando devolvían la ropa limpia a la familias que vivían en el centro de la ciudad. Las lavaderas en su mayoría trabajaban y vivían en el bajo, en precarios ranchos agrupados. Allí padecían las insalubres condiciones de vida, sufriendo además, las consecuencia de las constantes inundaciones.
Según Bialet Massé (1986), la costura de registro fuen en Rosario, como en todas partes, el dogal de la mujer. La pacotilla, trabajando duro, alcanza al peso diario, generalmente no pasa de los 80 a 90 centavos; la hábil que tiene mejor costura va hasta 1.20 y 1.40 trabajando día y parte de la noche, y la costurera a domicilio es siempre una conocida; y gana un peso y la comida. Es la hija de la sirvienta que fue de la casa o de la planchadora. Trabaja desde las 7 a.m., tiene una hora para comer o dos en el verano. Esta costurera sabe dar un golpe de plancha, colocar un adorno y hasta acomodar el sombrero a la señora. Pero tiene que vestir decente y presentarse bien”. Otro de lso rubros más explotados por el género femenino era el de planchado, que transcurría en los talleres. En Rosario había varios muy amplios, de buenos pisos y altos. Allí trabajaban muchas niñas de 14 a 16 años, aunque la mayoría de entre 18 y 22 años. También había talleres donde trabajaban hombres y mujeres juntos.
El 23 % de la planchadoras eran extranjeras, el resto eran cordobesas, santafecinas y de otras provincias. Las más jóvenes eran puestas por las madres para aprendiesen el oficio, al mismo tiempo que ayudaban al sostén de la familia que era en general muy numerosa.
El desarrollo económico de la ciudad de Rosario fue impulsado a través de su privilegiado nexo entre la producción agraria y la posibilidad de poder exportar e importar mercaderías gracias a su puerto de ultramar. Sin embargo, un aporte fundamental, fue el incremento demográfico suscitado a partir de fines del siglo XIX convertido en mano de obra, lo que posibilitó en el crecimiento ulterior que caraterizó a todfa nuestra zona.

(*) Lic. En Antopología. Escuela Superior de Museología. Secretería de Cultura y Educación. Municipalidad de Rosario

Bibliografía
Aldo de Díaz, Elvia. Recuerdo de antaño. Peuser. 1931
Bialet Massé, Juan. Los obreros a principios de siglo. Centro editor de Ämerica Latina. Buenos Aires .1971
Bialet Massé, Juan. Informe sobre el estado de la clase social. Tomo I
Censo Municipal de Rosario, 1902
Falcón y Stanley. La historia de Rosario. Económia y sociedad. Tomo I Ediciones HomoSapiens. Bs.As. 2001.
Imágenes pertenecienteal Archivo de Fotografía de la Escuela Superior de Museología.
Mac Cann, William. Viaje a caballos por las provincias argentinas. Hyspamerica. Buenos Aires .1985

Fuente: Bibliografía publicada en la Revista “Rosario y su Historia y Región. Fascículo Nº 92. Diciembre de 2010.