A principios del siglo XX, el diario La Capital entrevistó a un grupo de mujeres de destacada actuación en nuestra ciudad para que compartieran sus recuerdos con todos los rosarinos. Así, nos legaron interesantes testimonios de vida de indudable valor histórico y que hoy volvemos a disfrutar con nuestros lectores.
Los siguientes son algunos testimonios de comienzos del siglo XX que dejaron venerables ancianas que asistieron, unas a los comienzos de Rosario y otras, a su laborioso desarrollo.
CRISTINA CARRANZA de DEL MARMOL: Fue una de las 26 damas fundadoras de la Sociedad de Beneficencia, cuyas bases definitivas se echaron el 25 de mayo de 1854. Asistió al acto de colocación de la piedra fundamental de nuestro Colegio Nacional (1870) en unión de lo más distinguido con que contaba nuestra ciudad. “Esa piedra – nos dijo la amable señora- , fue robada al día siguiente de su colocación y encontrada a los dos días fragmentada en varios puntos de la ciudad. Por cierto que el hecho produjo gran alboroto, dando lugar a fogosos comentarios”.
SALOME MACIEL DE FREYRE: Nació en Buenos Aires en 1825, por lo que al realizarse esta nota contaba con 80 años. A los 18 años contrajo enlace con Marcelino Freyre y pasó a Santa Fe, donde permaneció dos años. En 1845, a los 20 años de edad, se radicó definitivamente en Rosario con su esposo, que era médico del batallón comandado por Santa Coloma, fusilado luego después de la Batalla de Caseros( 1852). Del Rosario de ese entonces nos dice: “Era una pobre aldea que no tenía ni un solo edificio importante. Las calles se hallaban convertidas en barriales y lo que es hoy lo más céntrico de la ciudad eran terrenos cubiertos de abundante vegetación, refugio de de toda clase de pícaros. La sociabilidad apenas se había establecido entre tres o cuatro familias de las principales. Las fiestas que se organizaban entonces, limitadas y de cierto tono, daban un lugar prominente a la guitarra; no había pianos ni organillos. No había ni una tienda que valiese la pena y las mujeres remataban sus prendas públicamente. Ahí están algunas señoras extranjeras ricas que entonces iban a los remates a comprar prendas para revenderlas. En fin, era muy pobre el poblado”.
CARMEN DONCEL de DONCEL: Nació en Mendoza y al momento de la nota tenía 60 años de edad. Se radicó en Rosario en 1875. “ Conservo –dice- una nota cómica de mi entrada al Rosario. Cuando vine, la primera casa que habité se hallaba en medio de grandes terrenos baldíos, frente al que es hoy el edificio del Correo, en la calle Santa Fe. Para llegar a esa casa, el vehiculo que nos con que conducía hizo enormes esfuerzos, pero la cuadra tenía tantos barriales que el coche se volcó. Está de más decir que mi traje nuevo y mis flamantes botines pasaron por debajo del agua y del barro hasta que pude entrar en la vivienda. ¡ La pavimentación moderna no me permite hoy experimentar una emoción tan fuerte como entonces”.
TRINIDAD PAYO de PAZ : Esta anciana conoció a Rosario en sus comienzos, y hablando de la actual urbanización sostuvo; “Las transformaciones que sufrió Rosario siempre me traen melancólicos recuerdos. Por ejemplo, esa plaza Santa Rosa, convertida en un hermoso paseo, era en mis tiempos una profunda laguna en cuyas aguas el transeúnte encontraba un espejo. ¡ Cuántas damas pasaron por allí para mirarse!”.
CELESTINA ECHAGÜE de SALVA: Esta matrona estuvo presente en cuanto acontecimiento social y político hubo de importante en Rosario. Recordó especialmente las grandes fiestas que se organizaron cuando en 1852 se decretó elevar al rango de ciudad a esta modesta villa de Rosario, y a cuyas fiestas acudió con un brillante estado mayor el triunfador de Caseros, Urquiza.
TERESA LUJAN de CARRERAS: Había nacido en Córdoba y al momento de la nota tenía 72 años. Vino a Rosario en 1852, para lo cual tuvo que hacer un largo y penoso viaje en carreta, el medio de locomoción por entonces en boga. Rosario era en esos años un pueblo de escasa importancia, con edificación limitada y pobre. Contó que en la casa en que vivía, Maipú casi esquina San Luis, antes había una inmensa laguna, y que el primer paseo que tuvo la ciudad perteneció al señor Graso y estaba situado en la intersección de las actuales calles Mitre y Catamarca. Se llamaba Jardín Recreos y era el sitio en el que todos los domingos se reunían las principales familias para participar de los variados juegos que allí había.
MARGARITA MAZA de CARLÉS: Asistió a la colocación de la piedra fundamental de la primera pirámide levantada en la plaza de Mayo y recuerda que entonces muchas damas depositaron junto con las actas algunas joyas de valor. “ No se me olvide – dijo- que la señora Felisa de Zeballos, en un arranque de sentimiento patrióticos, se despendió dos magníficos aros de brillantes y los depositó también allí. También me acuerdo de la venida de Sarmiento a Rosario cuando era presidente. Lo primero que hizo fue danos un gran susto: quiso probar la resistencia de las paredes del Colegio Nacional ¡ y comenzó a los cañonazos!”.
MANUELA MONTES DE OCA de MONSALVO: Santafesina de origen, al momento de la entrevista tiene 85 años. Vino a niña a Rosario (c1825) en la carretilla de cincha: “El Rosario era entonces una pobre aldea. La edificación se concentraban en la Plaza de Mayo y era entonces terrenos llanos y montuosos convertido en pajonales y bosques. Francamente, me parece un sueño contemplar en estos últimos días de mi vida el asombroso desarrollo de aquella miserable aldea rosarina. Con decirle que en la esquina de las actuales calle Libertad ( luego Sarmiento) y Rioja, donde hoy existe una ferretería, mi esposo cazaba patos y cholitos pues el lugar estaba convertido en cicutales y lagunas”.
VICTORIA LOPEZ CARABALLO: Esta decana de las matronas rosarinas nació en esta ciudad en el año 1807. Al momento de la entrevista contaba con 98 años de edad y todavía no pensaba en casarse. Fue propietaria de varios terrenos pero se encontraba reducida a la pobreza. Vivía en un rancho pulcro y limpio ubicado sobre el resto de la barranca que existían en la bajada de la calle Rioja entre 1º de Mayo y Belgrano, y hablaba del pasado con el tono vacilante a que la obligaba el peso de casi un siglo: “Recuerdo que era niña cuando asistí desde el lugar que hoy llaman “Basuras viejas” al combate librado en el orilla del río entre las tropas de guarnición en los fuerte situados entonces donde hoy esta la estación del Central y la plaza Brown, y los barcos a vela que me rodeaban por Paraná. Fue un combate empeñoso que ocasionó muchas bajas a los que estaban en los barcos. Recuerdo muy bien que los soldados del fuerte del Central, que estaba asentado sobre una barranca inmediata al río, enlazaban los palos de los barcos que combatían. ¡tumbándolos!
- ¿ Donde clavó Belgrano la bandera argentina?
-Yo tenía en ese tiempo apenas 4 años, pero mis padres, que habían asistido al acontecimiento, decían que la bandera fue atada en un algarrobito inmediato al fuerte sustituido hoy por la plaza Brown. He visto fotografías( debe querer decir pinturas o vitrales) en que aparece esa bandera dentro del fuerte, pero el caso no fue así.
- ¿Recuerda algo del tiempo de Lavalle?
-¡ Como no ¡ El general unitario Juan Lavalle entró al Rosario con una mozada de oficiales ( 26 de abril de 1829). Era un tipo simpático. Yo era joven y no mal parecida, de manera que con otras muchachas andábamos por la plaza retrúcándoles al general con los cantos que estaban en boga:
“ Con lo que a Borrego hiciste,/ de esta ciudad ¿qué será?/ A voces se
quejará/pidiendo al cielo venganza, /y si este favor no alcanza, /unitarios
llorarán”
También se cantaba:
“ Ofrecieron los porteños/ varias veces el papel/ recibirlo no quisieron/ Córdoba
ni Santa Fe/ ¿ Donde están las 20.000 onzas/ que trajo el inglés?/ Todas se las
han gastado/ y va corriendo el papel”.
- ¿ Y qué no cuenta de los tiempos de Rosas?
- En Rosario, Rosas no hacía picardías. Solamente había ordenado que nos pusiéramos moños rojos. Todas los días se ponían en la puerta de la iglesia los milicos con tarros de alquitrán y a la fuerza pegaban en la cabeza los moños a los que no lo tenían. Muchas de nosotras no queríamos llevar por la calle el moño y lo prendíamos oculto en la mantilla, de manera que al entrar a la iglesia nos la colocábamos y aparecía entonces gallardo y desvergonzado el lazo rojo evitando que nos emblecaran. También había en esa época un tuerto, Bácena, un federal muy organizador de bailes y parrandas. Cuando hacía bailes nos invitaba a todas las muchachas y una vez adentro cerraba la puerta y se guardaba la llave para que la fiesta siguiese hasta que a él se le antojase. Cuando terminaba, al son de la música nos iba dejando en nuestras casas. Mas tarde, el señor Pablo López, que era autoridad, le prohibió estas cosas.
Gentileza Fuente: Se extrajo este publicación del Suplemento del diario La capital en Homenaje al Bicentenario de Mayo publicado el Martes 25 de Mayo de 2010.-