miércoles, 5 de mayo de 2010

PLAZA SAN MARTIN


por Arturo Gancela

El inspector de monumentos

Don José María de lnclán-Zavaleta se ha trasladado a Rosario. Como los protagonistas de vartas comedias de Labiche (Levoyage de M. Perrichon, entre otras), el ex inspector de pesas y medi-
das abriga, desde hace muchos años, el propósito de ese viaje, que cerealistas y aficionados a las carreras hacen en redondo, una vez a la semana por lo menos. Pero lnclán -Zavaleta no se ha decidido a esa excursión movido por un afán concupiscente, no. El inspector de monumentos resolvióse a ella para fiscalizar el estado de los trabajos del monumento a la Bandera, construcción ciclópea en que los rosarinos han empleado muchos años e ingentes bloques de piedra. Apenas llegado a Rosario, D. José María trató de dar con el emplazamiento de la formidable construcción, pero siendo de noche y hallándose en una ciudad para él desconocida optó por irse a dormir...

La estatua brújula
Al día siguiente, de mañana, una mañana radiosa con un cielo azul heráldico y un sol tan esplendoroso como el de la enseña patria, el inspector de monumentos se dio a la búsqueda del que le preocupaba. D. José María tiene respecto a este deporte algunas ideas propias. La primera es que los vecinos de una localidad ignoran la existencia de los monumentos porque a partir del día de su inauguración no vuelven a mirarlos. La segunda consiste en sostener que es más fácil dar con un monumento que con un delincuente, porque aquéllos no se mueven ni cambian de sitio sino con la complicidad del intendente.
Así, pues, en virtud de esos dos aforismos, nuestro amigo y colaborador dio se a buscar en Rosario el monumento que le obsesionaba, sin recurrir al auxilio de los vigilantes, choferes, o transeúntes.
Pero para orientarse D. José María no poseía más punto de referencia que la estación en que había descendido. Como venía del Sur, se le ocurrió lógicamente que se hallaba hacia ese punto cardinal.
Mas he aquí que todos los que llegan a Rosario cualquiera que sea el lugar de donde provengan, entran por el Norte. Esta complicación perturbó totalmente a nuestro héroe. Después de mucho andar y desandar, recurrió a su brújula: la estatua de San Martín. En efecto, en todos los pueblos de la República la estatua del gran general señala con su índice de bronce la región del sol ponien-
te. D. José María recurrió a ella; pero le aguardaba otra decepción; en Rosario la estatua de San Martín mira hacia el Este...
Exhausto y aturdido, D. José María se desplomó en un banco de la plaza. D. José María había perdido la brújula.


De espaldas a la justicia
En Rosario, la estatua de San Martín mira hacia el Naciente y muestra la grupa a la casa de justicia. Habrá alguna razón de esta actitud desdeñosa del Gran Capitán? San Martín tuvo numerosos mo-
tivos para no creer en la justicia de sus contemporáneos y no le faltaba derecho para esperar que el sol de la gloria iluminase violentamente todo lo que iba dejando a su espalda. Está, pues, bien
así, como lo han puesto en Rosario, contemplando cada día el nacimiento del sol, hacia el lado del río que vio su primer triunfo y volviendo la espalda a las pequeñas pasiones cotidianas: al rencor, la
envidia, la codicia, la calumnia, a todo lo que supo despreciar y que jamás quiso combatir. Y está bien así, en propia actitud de héroe, cara a la luz, como ansiando recibir el primer rayo del sol de la madrugada.

Cuadriga simbólica
A la izquierda del General se alza la amplia mole del palacio de la Jefatura Política. Sobre su frontispicio una cuadriga arrastra hacia la plaza el simbólico carro del Estado. Los cuatro caballos están a punto de despeñarse por la fachada, pero su inmovilidad estatuaria dilata indefinidamente el instante crítico de la catástrofe. (He aquí patentizada una de las ventajas de la paralización adminis-
trativa.)
D. José María advierte que los cuatro caballos no tiran parejo. Hay, evidentemente, entre ellos disidencias profundas y rencores inallanables.
Cada uno de los caballos de la cuadriga tira para su lado, y más que inteligentes propulsores del carro del Estado, recuerdan a los cuatro redomones que descuartizaron al pobre Tupac Amarú.
D. José María piensa entonces, con cierta patriótica tristeza, en los partidos políticos santafesinos, que apenas enganchados al carro alegórico del gobierno se dividen en cuatro y parecen arrastrar a
la provincia a un precipicio. Pero por suerte para ella, las disidencias políticas tienen tan poca relación con la felicidad de sus habitantes como la inmóvil carrera de la cuadriga estatuaria con la seguridad de los pacíficos transeúntes de la calle Santa Fe. En Santa Fe la calle y la provincia, nadie teme a los caballos de la cuadriga.

Arturo Cancela nació en Buenos Aires en 1892 y murió en la misma ciudad en 1957
Este relato cuyo título es “ Rosario I”, pertence a su libro póstumo Campanarios y rascacuelos ( Buenos Aires, Espasa Calpe 1965)

Bibliografía: extraido de Rosario Ilustrada /Güia literaria de la ciudad
Editorial Municiapl de Rosario 2004