miércoles, 7 de julio de 2021

Sunderland, una expedición con muchas vidas

 






Julian Torrisi


Comenzó siendo un bodegón más de la zona portuaria, donde la bohemia era su carta de presentación. También era casa de cambio, venta de importaciones que se escondían en los barcos, así como de cigarrillos o bebidas. Con el tiempo, Sunderland Bar comenzó a alzarse como un icono de la ciudad, y hoy es una visita obligada para los turistas, además de los propios rosarinos que siempre quieren viajar por su historia.

  El nombre elegido hace referencia al barco del que se bajaron Severino José María Cal, dos hermanos que querían cumplir su sueño en esta nueva tierra. Comenzó en la década del 30, representando a la embarcación a la que se habían subido, así como al club homónimo de fútbol, primer campeón de Gran Bretaña. En suma, el nombre destacaba un carácter internacional, ya que el inglés era la lingua franca de la «gente de mar».

 A la par, Sunderland ofrecía buena comida para los trabajadores del puerto y los viajantes, también se ofrecían servicios para los que necesitaban compañía. Una frase muy común era “Pichinchou”, que hacía referencia a los prostíbulos de Pichincha, donde los recién llegados buscaban las famosas chicas europeas, y preguntaban dónde encontrarlas.


La fachada primitiva

Construida en chapa. Se distinguen varias banderas como gesto de hospitalidad. 

Trampas 

El bar y almacén también servía como un centro de cambios. Ahí funcionaba el “Exchange of money”, donde se cambiaba el dinero por diferentes monedas; así como se transaban productos exóticos que escapaban de la aduana y representaban una ganancia extra a los marineros.

 Con el correr de los años, su fama de minutas a todas horas se hizo cada vez más famosa. Era una trastienda de la bohemia y la vida cultural de la ciudad. “Reconocido nido de piratas que atienden cautivas rusas” fue la descripción de Joan Manuel Serrat, destacando las anécdotas e historias del Sunderland.

El Sunderland de historias


Justamente anécdotas sobran. Se pueden observar dibujos y fotos del gran Roberto Fontanarrosa, quien celebró ahí sus 50 y 60 años. Hay cuadros de grandes personalidades del bar, donde se dice que recibieron a Carlos Gardel y se puede encontrar la partida de nacimiento del Che. También hay postales autografiadas por comensales ilustres, como el propio Serrat, Ricardo Arjona, Ernesto Sábato o Eduardo Galeano.


Mil vidas

El 10 de enero de 1989, un incendio arrasó con las instalaciones, y todo parecía que el lugar escribía su capítulo final. Afortunadamente, se lo reconstruyó tomando como base viejas fotografías, aunque la crisis del 2001 fue otro golpe para que Sunderland no continúe escribiendo historias.

Como siempre sale el sol después de la tormenta, el restaurante de la Avenida Belgrano volvió a abrir, tras 11 años cerrado. En esta reinauguración, se buscó mantener todos los detalles tal cual se podría: están el viejo mostrador de estaño, la madera oscura, una pared con las antiguas publicidades de chapa de Fernet Branca y de Martini. El piano sigue tocando y es una cálida recepción para los comensales.

Como curiosidad, el Sunderland tiene una salida “secreta”, que escala por la Barranca y da hacia atrás a calle Berruti. Según leyendas, era usada por los mafiosos de la época, por hombres de familia que iban de trampa y no querían ser vistos, así como los famosos de aquellos días.

Los fantasmas del Sunderland, por Arturo Pérez Reverte.

«El Paraná baja sucio el atardecer, arrastrando maleza y fango, y los barcos fondeados proa a la corriente, en mitad del rio, encienden sus primeras luces ante Rosario. Desde mi mesa, junto a la fachada del viejo bar Sunderland – minutas a todas horas, Exchange of Money- miro como desde la orilla y los muelles abandonados suben la cuesta, lentamente, los fantasmas cansados de marineros muertos que nunca abandonaron este lagar. Los cascos oxidados de sus vapores y barcazas se pudren desde hace un siglo en otras aguas o en el fondo del río, entre móviles bajos de arena que ninguna carta señala, y ellos no tienen otra cosa que hacer, otra justificación para seguir existiendo, que venir cada noche al Sunderland, como antaño a beberse esa primera cerveza que tiembla en el vaso, entre sus manos inciertas de malaria, hasta que la tercera o cuarta caña termina por templarle un poco el pulso. En alguna parte suenan un acordeón y un tango, y la voz de un hombre que también está muerto hace mucho tiempo se lamenta de que el mundo siga andando y de que la boca que era suya ya no lo bese más

22 de febrero de 2021