martes, 27 de abril de 2021

Instrucciones para el uso del río Paraná



Por Osvaldo Agüirre




El motor rateó, la hélice formó remolinos en el agua a medida que la lancha partía vertiginosamente río arriba, atiborrada de elementos: termos, heladera, esquíes acuáticos, salvavidas, una parafernalia indispensable para los cultores del río Paraná, del sol del Litoral. Curiosamente, no se detuvo en la playa La Florida, o en El Puntazo, en la Isla de la Invernada; por el contrario, optó por mantener un rumbo fijo, aguas arriba, en procura de riachos solitarios. Los rosarinos no conocen el Paraná —sentencia Carlos Guglielmone (32 años, soltero), mientras aferra el volante—: los que tienen lancha, se limitan a pavonearse frente a las playas, o a hacer vida social frente al Puntazo: jamás se arriesgan a conocer otros ríos, a descubrir las posibilidades del Paraná". Y quizá el explorador Guglielmone no está del todo errado: el río parece limitarse a la zona que va desde el centro de Rosario hasta Aiberdi, donde la explosión demográfica, los fines de semana, alcanza cifras apabullantes.

Sin embargo, los rosarinos pueden regocijarse con un dato contundente: ningún río del país ofrece variantes tan heterogéneas como el Paraná. En efecto, pocas playas acumulan tanto barro como las que ostenta Buenos Aires (Saint 'fropez, El Anda): los riachos del Tigre, por otra parte, se han vuelto intransitables para los iniciados: la proliferación de embarcaciones de todo tipo impide la pesca y los deportes acuáticos. Semejantes amenazas no parecen cernirse, por el momento, sobre Rosario: el río se ha transformado en un divertimento incomparable de los fines de semana, un paliativo contra los rigores del verano que pocos desdeñan.

Las playas, quizá, son el reducto favorito de los adictos al sol, donde se conjugan todas las clases sociales en procura del estatus epidérmico. Los fines de semana, La Florida, La Arenera y El Croting albergan a un número algo abultado de bañistas, dispuestos a tomar sol, nadar, jugar al fútbol o, en última instancia, intentar aventuras amorosas. Pero ninguna plaza alcanza la popularidad de La Florida: de toda la ciudad convergen los fanáticos, utilizando automóviles, colectivos o motocicletas, y recién abandonan la arena a la caída del sol. "El éxito de La Florida —asegura Benito Gómez (43años, casado, 4 hijos), dueño de un puesto de gaseosas en la playa— se debe, principalmente, a su longitud: la gente puede caminar, hacerse de amistades: los muchachos, por el contrario, se especializan en asediar a las chicas". Los 400 metros de arena que ofrece La Florida, entre las calles Ricardo Núñez y Buchanan, están sujetos, sin embargo, a un ritual preciso, que jamás deja de ser observado por los habitués. La zona norte de la playa —susurra Gómez, mientras destapa una botella— está invadida por los pitucos: dan asco los trajes de baño que se ponen, o los colores de las toallas que despliegan. Además, jamás se mezclan con el populacho de la zona sur". Para el contundente Gómez, la división es concreta, precisa: el sector que comienza a la altura de la calle Ricardo Núñez se especializa en llevar mates y bombillas, o en realizar picnics sobre la arena. Los que incursionan por la zona norte, contrariamente, apelan a variantes exóticas: 'No se mezclan con nadie —proclama--; ni siquiera hablan entre ellos mismos".

Para los desprevenidos, La Florida se semeja a una muchedumbre compacta, a excepción de los días de semana: apenas un puñado de bañistas se aventurarán a trasladarse hasta Alberdi, para deleitarse con la soledad de la playa. "Yo trabajo aquí todos los días —acota Mario Andrés Taravelli (37 años, soltero), vendedor de sándwiches—; le aseguro que he visto cosas vergonzosas, especialmente durante la semana: alrededor del mediodía llegan algunos muchachos que se tiran sobre la arena y toman sol hasta las cuatro de la tarde. Ahora yo me pregunto: ¿no tienen otra cosa que hacer estos vagos?". Quizás el mayor impedimento de los cultores del sol es el trabajo: pocos disponen, al mediodía, de tiempo o de automóvil para llegarse hasta La Florida en busca del sol. Por lo tanto no es de extrañar que los sábados y domingos la aglomeración de bañistas produzca derivaciones insospechadas, como por ejemplo los accidentes.

Lo más común —explica un bañero del balneario— son las insolaciones; la gente con los primeros calores, se expone demasiado al sol: el resultado, por lo general, son las quemaduras de primer grado. Pero eso no es nada comparado con los que se arriesgan a nadar fuera de los límites de seguridad, especialmente en las proximidades de Punta Barrancas: los remolinos, en esa zona, suelen ser fatales". Los ahogados (veinte, el año pasado) marcan el contrapunto con otro peligro que ha aumentado, a partir de la invasión de las lanchas con motor fuera de borda; en efecto, pasar a velocidades sorprendentes cerca de los bañistas es una de las actitudes más comunes de algunos motonautas. "El día que algún nadador se enganche con una hélice —proclama el bañero— recién se va a comprender el peligro". Al margen de esos descalabros mayores, los adictos al agua tuvieron que soportar el verano pasado algunas consecuencias no menos molestas: una invasión de pequeñas pirañas, que lograron algunos trofeos insólitos, como por ejemplo la yema del dedo índice de una señorita.

Sin embargo, el Paraná admite otras playas menos concurridas, que también son asediadas de acuerdo a la moda del momento: el Croting, entre La Florida y Rosario, depara el mejor ejemplo. Los que incursionan por esta reducida franja de arena rara vez se arriesgan a sumergirse en el agua: los cánones del Croting imponen, como única posibilidad, tomar sol. 'El problema —explica Alberto Díaz (23 años, empleado) embutido en un traje de baño con flores tropicales— es que en esta playa no hay demasiado espacio: se hace difícil nadar entre el muelle y la draga, que echa permanentemente chorros de agua".

Quizá cambie la situación cuando se termine de dragar la caleta del Yacht Club Rosario. No obstante, el brazo de río que comunica el Paraná con el club es aprovechado por algunas bañistas para intentar abordar las embarcaciones: "La parte de la playa que da sobre la caleta —denuncia Díaz— es el lugar preferido de las piratas: se instalan a tomar sol en poses seductoras, hasta conseguir un barco, que parte delYacht Club, que las lleva a pasear".

Semejantes objetivos escapan a los que incursionan por La Arenera: los atildados bañistas se dan cita de antemano, o especulan conencontrar gente amiga para pasar el día. Quizá ninguna plaza ofrezca la calidad de arena de este paraje, dominado por los exquisitos, donde curiosamente no se producen aglomeraciones. "Aquí nos conocemos todos —señala María Inés Batallán (21 años, soltera), cubriendo sus hombros con un bronceador—; por eso es divertida La Arenera. El día que se popularice tendremos que encontrar otro lugar".Y es precisamente hacia el norte donde apuntan en la actualidad algunos objetivos: el más cercano lo depara una playa que no admite competencia y que se ha convertido en el bastión más exclusivo de la ciudad. En efecto, para los fanáticos de El Puntazo, en la isla de La Invernada, nada es comparable a las arenas marítimas que se encuentran frente a Granadero Baigorria, un lujo reservado para pocos rosarinos. Para trasladarse a este coto privado, formado por aluvión, es imprescindible poseer algún tipo de embarcación; yachts, lanchas, botes y canoas se apretujan cerca de la orilla, los fines de semana, mientras sus ocupantes observan una serie de ritos que jamás se dejan de practicar. "Acá se viene a hacer pinta —asegura Marcelo Carreras (25 años, soltero)—: se exhiben las mejores lanchas, los mejores yachts o la pericia que se tiene para esquiar".

Pero no solo ostentan embarcaciones los habitués de El Puntazo; por el contrario, los trajes de baño son meticulosamente elegidos para desplazarse por la playa: bermudas con flores tropicales, o escuetos bikinis son algunos de los imperativos que observan los iniciados para tomar sol, especialmente en la cubierta de algún yacht. Porque en la mayoría-de los casos El Puntazo es un pretexto para que los navegantes se intercambien visitas, de barco a barco; para desplegar manteles, o para abrir heladeras portátiles atiborradas de provisiones. Sin embargo, la soledad que propone la playa se ve amenazada por una posibilidad que ha estremecido a los adictos: este verano una lancha colectiva transportará, desde Rosario, a los que no poseen embarcación. "Todo está preparado —acota Carreras—, hasta se está edificando un bar para recibir la avalancha". La invasión, sin duda, logrará un efecto contundente: desplazar a los fanáticos del Puntazo hacia otras playas.


El paraíso perdido 

Pero el Paraná depara sorpresas para aquellos que se han inclinado por un deporte: la motonáutica, un auge que sólo se inició hace cinco años.Y no es de extrañar: el río propone un caleidoscopio de posibilidades si se tiene en cuenta la cantidad de ríos e islas que se pueden recorrer. Quizá los que poseen una lancha con motor fuera de borda se limitan a un recorrido preciso, que jamás ofrece cambios de la guardería Géminis o de Escauriza hasta La Florida; a lo sumo, se aventuran hasta El Puntazo. 'En realidad —afirma Carlos Guglielmone—, los motonautas rosarinos se caracterizan por la falta de iniciativa. Si uno les nombra el Paraná Viej o, el Embudo, el banco de arena frente a Fray Luis Beltrán o el río de la Invernada, lo más probable es que los desconozcan. El Paraná todavía no ha sido descubierto por los rosarinos: el día que se organice el turismo, muchos van a veranear en las islas'.

Curiosamente, la industria que puede generar el río aún no ha sido vislumbrada por los audaces; en efecto, en los riachos del Tigre, en Buenos Aires, proliferan recreos, restaurantes, estaciones de servicio y lo más importante, casas de fin de semana que originan, a la vez, una industria paralela-: la de las lanchas colectivos y los almacenes. Las islas que enfrentan a Rosario están lejos de poseer semejantes recursos; por el contrario, albergan un puñado de casas (desde luego, sin luz eléctrica) que deben soportar los rigores del aislamiento. "Es imposible edificar en una isla —sentencia el experto Guglielmone—: no hay ningún lugar donde comprar alimentos, donde abastecerse de nafta. A pocos les gusta vivir en esas condiciones".

También a contadas personas les interesa explorar la costa del Paraná, los riachos que desembocan en lagunas sorprendentes, inexploradas, remontar el río que conduce a la ciudad de Victoria, detenerse en las playas agrestes, atiborradas de ceibos: una empresa que está únicamente destinada a los conocedores, a los que saben aprovechar los recursos del Litoral. "El problema —desliza Antonio Morello, socio del Club de Regatas— es trasladarse a los lugares paradisíacos que tiene el Paraná. Los que reman y pueden disponer de un bote jamás van a intentar un cruce con consecuencias trágicas, o un alejamiento peligroso: si sobreviene una sudestada, son hombres muertos". Pero ningún hecho indigna a Morello como el barco Ciudad de Rosario, anclado en el puerto: "Fue la compra más inútil que hizo el gobierno de Carballo. ¿Me quiere decir para qué se gastaron tantos millones en un buque inservible? Todavía no entiendo por qué no se lo utiliza para excursiones".

Pero ningún hecho indigna a Morello como el barco Ciudad de Rosario, anclado en el puerto: "Fue la compra más inútil que hizo el gobierno de Carballo. ¿Me quiere decir para qué se gastaron tantos millones en un buqueinservible? Todavía no entiendo por qué no se lo utiliza para excursiones".

Las ventajas del río, sin embargo, se estrellan frente a una realidad: "trasladarse' a las playas solitarias, a las zonas exóticas, exige, de antemano, una suma algo abultada de dinero. En efecto, para adquirir una lancha con motor fuera de borda o un crucero (los yachts están siempre sujetos a la intensidad del viento) hay que desembolsar cerca de un millón de pesos. Esas erogaciones se produjeron a partir de 1963, cuando un deporte invadió las costumbres fluviales: la motonáutica y el esquí acuático, una variante insólita para los apacibles amantes del río. "Hay que admitir que las lanchas son caras —pro-dama un vendedor de la calle 27 de Febrero—, no obstante la gente sigue comprando cada día más". Para desplazarse a velocidades vertiginosas sobre el río, nada más indicado que una lancha económica como la Bermuda, la más barata de toda la.gama:298 mil pesos el casco, y 340 mil pesos el motor Evinrude, de 33 caballos. Sin embargo, los adquirentes de una Bermuda Sportwin (la más apta para la pesca y la caza) deben desembolsar algún dinero adicional para dotarlas de accesorios: la caja de controles con cambios, los esquíes acuáticos y los implementos que exige la Prefectura (salvavidas, extinguidor de fuego, botiquín, luces reglamentarias) pueden aumentar el presupuesto. Los ambiciosos, no obstante, optan por una marca que ha hecho furor en los últimos años: las lanchas Pagliettini, que pbr lo general no bajan de un millón de pesos. La más requerida, quizá, es la 406, una lancha con casco de poliéster reforzado y motor Mercury de 50 caballos, que exige una erogación de 911 mil pesos, con equipo completo. Sin embargo, los precios no parecen atemorizar a los motonautas: el Crucero Compacto Pagliettini, con motor Mercruiser de 160 caballos, casco, cabina (cubierta de poliéster reforzado y dos cuchetas), se ha convertido en un imperativo para los conocedores del río. Su precio no deja de ser elevado: 4 millones de pesos.

Los accesorios, asimismo, deben ser contemplados por los eventuales compradores: un par de esquíes Betancourt (12.900 pesos), un mono sin para slalom (9.500 pesos) o para saltar la rampa (15.000 pesos) deben incluirse en el presupuesto. Una soga para remolcar al esquiador (3.800 pesos) debe agregarse, asimismo, a las compras.

"Hasta hace poco —afirma un miembro de la Prefectura Nacional Rosario— los que manejaban lanchas eran unos inconscientes: apenas las adquirían, se lanzaban al río sin ningún tipo de experiencia. En la actualidad, la Prefectura exige ciertos requisitos indispensables para poder conducir: es la imuica manera de evitar accidentes". Y no es de extrañar el control por parte de las autoridades: los accidentes náuticos, el verano pasado, alcanzaron cifras alarmantes. "Los principales peligros del río —explica—, son los troncos ylos elementos flotantes: en lo que va del año pescamos del río veinte abogados, seis de ellos todavía sin identificar. La cifra, para fin de año, va a aumentar: calculamos alrededor de veinticinco".


Un auge inusitado

El esquiador cruzó varias veces la estela que formaba la lancha con movimientos rápidos, casi perfectos; poco después le tocó el turno al slalom: un espeluznante zigzag, sólo practicable por los expertos. Para los fanáticos del río, ningún deporte ofrece las gratificaciones del esquí acuático, una actividad que gana, día a día, más adeptos. El esquí, paralelamente, se adjudica algunas ventajas insospechadas: a diferencia del esquí de nieve, un deporte que insume varios meses de aprendizaje, el acuático puede lograrse en un día. "Antes había solamente tres esquiadores en Rosario —recuerda Federico Benetti Aprosio (21 años), quizá el mejor esquiador rosarino—; ahora todo el mundo lo ha adoptado. Sin embargo, pocos conocen los lugares más aptos para esquiar, como por ejemplo El Puntazo, El Embudo y el Paraná Viejo". Para el imbatible Benetti Aprosio, solo se debe practicar en los lugares donde el río es apacible, sin olas: la velocidad, en esos casos, puede alcanzar los 60 kilómetros por hora. Deslizarsecon dos esquíes, aparentemente, no ofrece demasiados sobresaltos para los iniciados; por el contrario, cualquiera puede salir del agua la primera vez que lo intenta. 'Lo dificil es hacer mono sin —aclara Benetti Aprosio—: cansa mucho más y exige un buen estado fisico. El movimiento del cuerpo es más elástico; por lo tanto, cualquiera que intente practicarlo deberá previamente hacer gimnasia".

Sin embargo, las variantes a las que puedan apelar los esquiadores no parecen tener limite; en la actualidad, las posibilidades son más amplias: se utilizan esquíes sin quilla o —paradójicamente— se usan los pies. Los primeros permiten girar al deportista, hasta ubicarse de espaldas a la lancha, una destreza que contados esquiadores están en condiciones de realizar. "Hacer esquí únicamente con los pies —proclama Benetti— es la moda del momento. En este caso, el río tiene que estar liso como un espejo y la lancha no debe formar estela. Desde luego, nadie resiste deslizarse .en estas condiciones más de cien metros". Las rampas ubicadas en el-río pueden ocasionar a los inexpertos consecuencias imprevisibles: "Lo más común —aclara— es que se produzca una hernia de disco, en particular para aquellos que no saben saltar".

Nada más indicado para los que pretenden incursionar por el esquí acuático que utilizar un salvavidas: una mala caída o un movimiento muscular inapropiado se mitigan con un flotador. Y no es para menos: la corriente del Paraná, del Paraná Viejo y de El Puntazo, lugares preferidos por los expertos, puede arrastrar peligrosamente a un esquiador. Sin embargo, el water sin, por el momento`, se limita a un puñado de deportistas y está lejos de ser deporte masivo: "No se ha hecho una buena promoción —acota Benetti—: es hora de que se realice un campeonato con figuras nacionales de primera línea. De lo contrario, siempre será un deporte para exquisitos".


Los hijos de Gaboto


La promoción, asimismo, no parece alcanzar la mayoría de las islas y riachos cercanos a Rosario: solo un numero reducido de navegantes conocen parajes como Los Marinos, El Changué, La Brava, El Saco, El Bobo o la Isla del Encanto, cotos privados de los que se aventuran por el Litoral. Quizá ningún programa depare tantas gratificaciones como recalar en alguna isla, y aprestarse a una actividad que ha aumentado en los últimos años: el camping. Para quienes los mosquitos, culebras e insectos constituyen un desafio menor, armar una carpa, después de un día de navegación, se convierte en un rito incomparable que ofrece las ventajas de la soledad y del aislamiento. Sin embargo, se hace dificil, para los socios de los clubes de remo que bordean la costa (Club Regatas, Remeros de Pjbercli, Náutico Sportivo Avellaneda, Rowing) trasladar un campamento a bordo de una canoa, o de un bote a remo; por lo tanto, el camping solo concita a aquellos que poseen una embarcación mayor, capaz de albergar los implementos necesarios. En efecto, una carpa para cuatro personas (23 mil pesos), con piso protector de dacron, es sólo una parte de la parafernalia; bolsas de dormir (18 mil pesos), colchonetas inflables o un catre de campaña son accesorios imprescindibles para una noche fluvial. La excursión se debe completar con parrillas para asados, heladeras portátiles y todo tipo de herramientas.




"Antes había solamente tres esquiadores en Rosario —recuerda Federico Benetti Aprosio (21 años), quizá el mejor esquiador rosarino—; ahora todo el mundo lo ha adoptado".




La invasión de las playas e islas del Paraná también suele practicarse desde yachts y cruceros, que parten invariablemente del Yacht Club Rosario o del Club de Velas. Por encima de la motonáutica y del remo, asoma un deporte que congrega a los cultores del río: el yachting, sólo para aquellos que están dispuestos a iniciarse, durante años, en los secretos de la navegación. El yachting es un deporte que exige sacrificos —confiesa José Zambruni (39 años, casado), un experto de la navegación a vela—. Sólo da satisfacciones a quien siente la pasión por el río. Además, en Rosario el mercado es muy reducido: el entusiasmo por las velas ha pasado a segundo plano". No obstante, la proliferación de lanchas con motor fuera de borda o de cruceros no impide que el Yacht Club Rosario atesore barcos deslumbrantes, como por ejemplo el San Jorge, el Nandeyara, el Windward o el Bonita, que pocas veces navegan por el Paraná: la falta de calado que ofrece el río (según algunos conocedores como consecuencia de la represa brasileña de Sete Quedas) les impide, en algunas oportunidades, navegar por la caleta delYacht Club.

Adquirir un velero a un astillero local depara una cadena de esfuerzos para el futuro propietario: debe proveer los herrajes y accesorios para "arbolarlo", como asimismo las velas, que se compran en Buenos Aires. "Los mejores velámenes —explica Mario Rigat (50 años, casado, 2 hijos), propietario de un deslumbrante yacht— son los de dacron, que por lo general son importados. Antes, las velas eran de algodón, lo que creaba complicaciones".

El río Paraná no ofrece costados peligrosos para los yachtmen: frente a los clubes alcanza los mil metros de ancho, lo que favorece el acercamiento a la costa en caso de peligro. El calado, por otra parte, ofrece particularidades: existe una plataforma que se extiende hasta los 200 metros de la costa, dando paso a un canal con una profundidad de 4 a 12 metros. "Los peligros del río para la navegación son muy limitados —asegura Zambruni—: a lo sumo, los vientos imprevistos, siempre que sean de intensidad. En estos casos, nunca hay que navegar contra el viento: por el contrario, a favor, tratando de ganar la costa. Por eso es importante navegar aguas arriba: si se produce algún imprevisto en el motor, la corriente se encarga de llevar el barco a puerto. Los amateurs también deben cuidarse del remanso Valerio, al norte de Punta Barrancas, a la altura de Granadero Balgorria: el agua parece un hervidero".

Pero no solo el Paraná ofrece recursos para los adictos a la navegación: los cruceros con cuchetas pueden navegar hasta el puerto de Carmelo, en Uruguay, una excursión que demanda dos semanas de travesía; el puerto del Buceo, en Montevideo, o Punta del Este, también atraen a los yachtrnen rosarinos; por Último la Barra de San Juan, sobre el Río de la Plata, o Colonia, pueden ser abordados por los navegantes. Para estas excursiones prolongadas es conveniente no olvidar ciertos elementos: un compás o brújula, cartas de navegación, un escandallo (sonda manual de profundidad), combustible en cantidad y reserva de agua potable.

Sin embargo, el yachting se ve amenazado por una actitud que ha caracterizado a la náutica rosarina en los Últimos años: la falta de promoción, dada esencialmente a través de las regatas. "Los clubes se han olvidado de las competiciones —se lamenta Zambruni—; antes se realizaban regatas de Santa Fe a Rosario y de Rosario a San Pedro, que incluían todas las clases y hándicaps. Esa época pasó al olvido". En 1956, un yachi rosarino, el Arrayán II; participó en la regata Buenos Aires-Río de JaneiroEl barco, perteneciente a la clase Super Cadete, diseñado por el célebre Germán Frers y gemelo del Fjord IV, llevó en aquella oportunidad una tripulación precisa: siete rosarinos que aprendieron a navegar en el río Paraná.





Fuente: Extraído del Libro “ BOON la revista de Rosario” - Antología . La Chicago Editora. 2013.