lunes, 15 de febrero de 2021

JORGE JOSE GONZALEZ

 




Por Andrés Bossio


A fines de 1965 el morocho marcador de punta (por entonces N° 3) del club Rácing de Montevideo, Jorge José González, recibió 1 a noticia que podía llegar a cambiarle totalmente su vida: estaba a punto de ser transferido a Peña-rol, el sueño grande de todo futbolista oriental. Extrañamente, unos pocos días después recibió la confirmación de su pase pero no a Peñarol, sino a Rosario Central. Alguna vez nos confesó González que el cambio inesperado de su destino profesional le provocó una fuerte depresión anímica; pero no protestó, no dijo. nada. Era —es— demasiado humilde y muy consciente de sus responsabilidades y no quiso discutir la decisión de su club de origen, por el cual guardaba un permanente reconocimiento. Silenciosamente hizo las valijas, llegó a nuestra ciudad y un par de semanas más tarde —exactamente el 17 de enero de 1967— debutaba marcando la punta derecha del ataque del Rápid de Viena, en encuentro amistoso jugado en la vieja cancha centralista. Por espacio de más de una década, Jorge José González (nacido el 27 de junio de 1944 en la capital uruguaya), fue símbolo y ejemplo de algo que apuntamos en el inicio de estas entregas: la total identificación de futbolistas provenientes de otros medios con el club, con su hinchada, con su camiseta. El "Negro" González fue —de todos los futbolistas que conocimos en los últimos tiempos a los que podríamos denominar "foráneos"— uno de los que más se adentró en el corazón centralista. Y la masa centralista no entrega su cariño así nomás, exige correspondencia; sacrificio, fervor, coraje, hombría, cuando de defender la casa auriazul se trata. González le dio eso y mucho más. Por eso fue —tal vez sin el brillo rutilante de las grandes estrellas que pasaron por el club— ídolo de la hinchada centralista y se ganó, por mérito propio, el legitimo derecho a figurar en esta galería.

Los primeros relumbrones de la fama comenzaron a acariciarlo a partir de sus épicos duelos con el por entonces más destacado puntero derecho del fútbol local: su connacional Luis Cubillas, a quien González "borró" prácticamente de la cancha en sucesivos enfrentamientos. Eran épocas de Giudice, después vendrían Ignomirielo y Sivori, más tarde Zoff, Labruna, Griguol, etc., para todos los cuales destinaba invariablemente algún reconocimiento. Ubicado definitivamente en el otro extremo de la línea de cuatro —marcando al puntero izquierdo contrario—González se afianzó definitivamente aplicando la premisa fundamental que signó su carrera: anular primero, convertirse en salida eficaz después.

Mucho antes de eso el ya afamado defensor oriental se había tuteado seguido con los éxitos deportivos. En 1964 representó a Uruguay en el Campeonato Sudamericano Juvenil y en las Olimpiadas realizadas en Japón. Un año después, ya titular inamovible en la primera del Rácing montevideano, sus méritos lo llevan a la selección superior celeste donde debuta con suceso en un partido ante la Unión Soviética, reemplazando a otro grande de la vecina orilla: Ricardo Elbio Pavoni.

Ese destino triunfador de González —que nunca alteró su natural modestia— lo encontró firme en su puesto de No 4 en algunos pasajes poco gratos del fútbol centralista, ocasiones en que su tenacidad, amor propio y deseos de superación fueron ejemplo y modelo que sus compañeros aprendieron a imitar y la hinchada a valorar. Naturalmente que también fue uno de los abanderados de aquellas memorables jornadas centralistas que se iniciaron una noche agobiante de diciembre en cancha de River, cuando un árbitro timorato y cómplice ayudó a la consagración de Boca en el torneo nacional, relegando al mejor de los dos equipos de ese campeonato —Rosario Central— al segundo puesto. Pero bien pronto vendría la posibilidad de la revancha y González fue campeón en 1971. y "cómplice" de aquel gol histórico de Aldo Pedro Poy (también en cancha de River), que dejó en el camino a Newell's OId Boys y le abrió el camino al primer campeonato. También paseó con dignidad y su acostumbrada eficacia su fútbol simple y rendidor, por las ranchas de América a través de la participación centralista en la Copa Libertadores y alcanzó el bicampeonato al participar del titulo que Central logra otra vez en el Nacional de 1973.

Muchos años más González siguió dictando cátedra de fútbol con la camiseta N 4 de Rosario Central, agrandando recíprocamente el afecto que ambos (club y jugador) fueron elaborando desde aquellos primeros días de 1967 cuando llegó a nuestra ciudad silencioso, desconocido y. dispuesto a triunfar. Cuando alguien le recuerda a González sus relevantes condiciones de jugador y sus fundamentales aportes a los logros centralistas encontrará. invariablemente la -misma respuesta: una extensa y completa nómina de compañeros de cada época, a cada uno de los cuales este ejemplar futbolista profesional atribuía los méritos de su propio lucimiento. La prodigalidad de Aimar, la inteligencia dé Poy, los cruces perfectos de Pascutini .0 la seguridad de Biasuto, fueron siempre la "excusa" de González para justificar su prolongada y siempre pareja eficacia. Fue un gran jugador y es —fundamentalmente— un hombre de bien. La hinchada centralista lo sabe, lo celebra y lo recuerda preferentemente en la enorme galería de figuras que dejaron su sello en Rosario Central.




Fuente: Extraído de la Colección de Historia Rosario Central. Autor Andrés Bossio