sábado, 14 de noviembre de 2020

El lagrimal trifurca

 



por Rafael Ielpi 



Pero la revista literaria rosarina de mayor prestigio en el tiempo sería El lagrimal trifurca, nombre de resonancias misteriosas que en realidad recuperaba un verso del peruano César Vallejo. Eduardo D´Anna es, otra vez, testigo valioso de la génesis de una revista que hoy es, en muchos casos, un real objeto de culto: En el año 1965 yo había dirigido con Guillermo Fridman -cuando eramos adolescentes- una revista literaria llamada Parábolas. En ella trabé amistad con Samuel Wolpin, que era conocido de Fridman, y a quien reecontré luego en El lagrimal. En el 67, Ariel Bignami, que sacaba una revista que se llamaba Cronopios, me hace llamar por teléfono por otro muchacho a quien no conocía y que era Elvio Gandolfo. Así nos conectó y nos encargó la sección de poesía de su revista, que duró dos números. Ahí comenzó la relación con Elvio y hubo afinidad. Eso fue en el 66 o 67. 

El lagrimal trifurca nace a comienzos de 1968 cuando Elvio Gandolfo propone a D'Anna participar de una revista literaria que dirigirían él y su padre, el poeta e imprentero Francisco Gandolfo, y a los que se agregaría Samuel Wolpin para constituir el núcleo inicial de la publicación. Sammy y yo -precisa DAnna- no aparecíamos en el staff original pero estábamos. Yo había empezado a traducir a Yeats en esa época y con eso y poesías de Gandolfo padre y otros materiales armamos algo distinto a lo que eran las otras revistas; ésta no fue hecha como la expresión de un grupo sino que tratamos de producir un material que buscara al lector. No teníamos una política definida, no había editoriales ni tomas de posición. 

Contemporáneamente, los sucesos del Cordobazo y del Rosariazo iban a conmocionar también a aquellos jóvenes que intentaban concretar la revista. Nos agarran los sucesos del 69, el Rosaríazo y participamos en ellos a nivel personal íbamos, como todo el mundo, a tirarles adoquines a la cana. Fue una experiencia decisiva, porque no es lo mismo ser de un grupo político que estar con la gente en la calle. Lo que aprendimos entonces no lo dijo un dirigente: duró poco, pero me voló la cabeza. En esa época se incorporó Hugo Diz, que venía de hacer teatro en el Club Provincial y que se acercó por afinidad personal. Así quedó conformado el grupo de El lagrimal, precisa D´Anna. 

La publicación llega de ese modo hasta 1971, cuando Elvio Gandolfo decide radicarse en Montevideo, donde ya había estado viviendo Wolpin. La estrategia del canje y de la publicación de autores argentinos había permitido a los jóvenes rosarinos contactarse con escritores como Haroldo Conti, Osvaldo Soriano, Alberto Vanasco. Gandolfo, por su parte, se vincula en Uruguay con el grupo de El huevo de Plata, entre los que se contaban Cristina Pelirrossi y Mario Lebrero, nombre relevante de la literatura fantástica uruguaya. 

El regreso de Gandolfo en 1973 provoca el reinicio de la revista, a cuyo grupo se habían incorporado ya antes el narrador Juan Carlos Martini y Luis Alberto Sienrra. La publicación mantendría hasta su desaparición en la época de la dictadura militar iniciada en 1976, un paulatino prestigio que se sumaba a un contenido variado -en el que se codeaban escritores de todo el mundo con algunos rosarinos- y a una postura crítica, con algo de rebeldía aún juvenil contra lo consagrado, una especie de desacralización que tendría algunos mentores recordables, como Víctor Sabato. 

Cada edición de la revista, salida de la imprenta "La Familia" de los Gandolfo, en calle Ocampo, constituiría un acontecimiento en los 70 y su releva-miento hoy permite apreciar la calidad de un material heterogéneo pero valioso, elogiado por la crítica y añorado por los rosarinos que accedieron a sus páginas, en un medio que era y sigue siendo generador de hechos culturales perdurables. 

Hasta la entrega final -el número 14, fechado en agosto de 1976- que contenía entre otros materiales poemas de Pier Paolo Pasolini, de Edgar Bayley y Tilo Wenner y del nicaragüense Joaquín Pasos, la revista de los Gandolfo publicaría a escritores tan diversos como Haroldo Conti, Pablo de Rokha, Felisberto Hernández, Leónidas Lamborghini, Gregory Corso, E.E. Cummings, Bertold Bretch, Manuel Bandeira, Jacques Prevert, Umberto Saba, Blaise Cendrars, Vinicius de Moraes, W.B. Yeats, a los que se sumarían puntualmente buena parte de los poetas rosarinos. 

La marca de El lagrimal duraría mucho tiempo, pero no oscurecería la herencia que dejarían otras publicaciones, muchas de ellas absolutamente marginales, por sus carencias económicas tanto como por su desprecio a todo lo institucional. En esa larga lista de revistas publicadas en los 60 y el final del siglo XX, pueden ser incluidas, en distintos años y con innúmeras omisiones y olvidos, Alto Aire, de Gary Vila Ortiz y Luis María Castellanos, 50 Mangos de poesía, dirigida por Raúl E. Acosta; La Ventana, dirigida por el poeta Orlando Calgaro; las más posteriores Tinta, dirigida por Sergio Kern -otro de los Gandolfo, conocido por su obra como dibujante e historetista-; Smog, de Horacio Vargas, Fernando Razzetti y Jorge Santa María, en las que convivirían la literatura y la historieta, y una larga serie de valiosos intentos más contemporáneos como Casa Tomada, de Reynaldo Uribe, Poesía de Rosario, dirigida por Guillermo Ibáñez, Ciudad Gótica, de Sergio Gioacchino y otras muchas. 

Fuente: Extraído de la colección de Vida Cotidiana de 1930-1960. Editado por el diario “La Capital