lunes, 20 de julio de 2020

La tercera, campeona



Por Jorge Brisaboa 


En el arco, Daniel Carnevali. Seguro, simple. 

Atrás, en la línea de cuatro, Hipólito, Pascuttini, Raimondo y Ainza. Hipólito, un morochito, bajito, que custodiaba la raya por la que se movía el 11 contrario; hábil con la pelota. Aurelio Pascuttini, el "Coco", con el 2, sin mucho manejo para salir jugando pero firme, duro. Además, para empezar a asegurar la salida, a ras del piso, estaba a su lado "Perico" Raimondo. Y marcando el otro lateral Jorge Ainza, con todo el corazón para clausurar, su punta. 

En el medio, con el 5, moviéndose con la estampa de Zito, el de Brasil, siempre con la cabeza levantada, Muñiz. Y a su izquierda, siendo conductor del equipo, un chiquito que deslumbraba con la pelota pegada al pie: Ricardo Palma. Sobre derecha, adelantado, enganchado con los tres de punta y buscando tanto el gol que terminaría siendo el goleador, Héctor Pignani. 

Y arriba, dos punteros sobre la raya. En la derecha Sello, y en la izquierda Luis Giribet, impactando tanto con su zurda potente como por sus grandes orejas. Conduciendo el ataque Aldo Pedro Poy. Gambeteando, hamacándose para un lado, saliendo para el otro, juntándose con Palma, y con Pignani. 

La pelota siempre por abajo, cuidadosamente tratada, y con un persistente objetivo: el arco rival. El fútbol bien jugado estaba en los pies de Raimondo, Mufliz, Pignani, Poy, y especialmente ese chiquito Palma. 

La mayoría de los jugadores venía de las inferiores, o, de la pomposamente llamada primera escuela de fútbol del país, creada en 1959. Otros habían sido comprados a Morning Star, histórica cantera de buenos tratadistas de pelota. José María Casullo, con su humildad a cuestas, conducía técnicamente el. equipo. 

La bolilla se corrió a los pocos partidos: "¡Cómo juegan esos chicos!". Y en ese 1964 en que la reserva jugaba los jueves, ir temprano a la cancha el domingo para ver a la tercera, pasó a ser una obligación. Es que Rosario Central estaba peleando el campeonato y los pibes la rompían. 

Primero quedó en el camino un partido caliente con San Lorenzo, que se dio vuelta con dos hombres menos tras ir perdiendo, con unos goles increíbles de Pignani y uno perdido, más increíble todavía, del propio Pignani, tirándola afuera, sólo, a medio metro del arco. Y después, el encuentro decisivo en La Plata, con el otro candidato al título: el Estudiantes de Poletti, Manera, Pachamé, Mateo, Avelino. Y el relato tempranero de Roberto Reyna para que, en Rosario, se supiera que Central le ganaba 1 a O, lo pasaba por un punto en la tabla, y era el campeón. 

Central campeón. Con unos pibes atrevidos que se adelantaron a la consigna setentista de "ganar, gustar y golear". 


Fuente: Artículo Publicado en el libro “ De Rosario y de Central , Autor: Jorge Brisaboa Impreso en Noviembre 1996 por la Editorial Homo Sapiens.