viernes, 14 de diciembre de 2018

ROSARIO, CUNA DE EVITA COMO ACTRIZ





por Héctor Roberto Paruzzo


Este es un relato de ficción que toma elementos biográficos de Eva Duarte para utilizarlos (en algunos casos recreados) como raccontos hacia el pasado o como premoniciones del futuro. Por eso la reconstrucción dramática de ese período de la vida de Evita es una creación mía en base a los pocos datos recogidos, siendo la principal fuente informativa la página de Espectáculos del diario La Capital, de Rosario. Los datos históricos han sido tomados de la abundante bibliografía que existe al respecto. 

                                          I 

Ya en el tren que las trajo desde Retiro a Rosario ella le había contado gran parte de su vida, corta pero llena de alternativas dramáticas en Los Toldos, Chivilcoy, Junín y Buenos Aires, adonde había llegado hacía un año con el popular cantante sentimental Agustín Magaldi. Aún tenía en sus oídos su voz de niña algo ronca relatando el velorio del padre, Juan Duarte, quien se había negado a darle el nombre que ahora llevaba. 

También recordaba el día en que entró en la oficina de la radio donde Pepita Muñoz probaba a los nuevos actores convocados para la gira que realizarían por Rosario, Mendoza y Córdoba. Venía acompañada del otro Juan Duarte, su hermano, vestido de colimba. Ella, nerviosa y flacucha, parecía un pollito mojado, sobre todo cuando le hicieron leer un texto dramático. 

En realidad, aún le llamaba la atención, por no decir que la sorprendía y mucho, el que Pepita, tan exigente, la hubiese tomado para realizar esta gira. Había leído pésimamente, le faltaba dicción, trabucaba las palabras, pero había algo en la inflexión chillona de su voz... ¿O fue la intervención de José lo que definió la situación?. Vaya a saber... De todos modos, acá estaban las dos, en esta piezuca de un hotel de mala muerte, durmiento en la misma cama, mal comidas y cagadas de frío. 

La miró. Pobrecita, parecía un pajarito, dormida sobre su brazo izquierdo que ya tenía medio acalambrado. Trató de sacarlo, pero la chiquilla gruñó y se acurrucó más fuertemente. 

Tampoco sabía por qué la había defendido cuando, todavía en La Capital, la otra Eva quiso pegarle. Evita (ya todos la llamaban así) la puteó y aquélla se le fue al humo. Eva, grandota y casi hombruna. Evita, tan chiquitita y desprotegida (la escena parecía una de Chaplín), puteaba y se defendía bravamente. Pero la otra la tenía acorralada. ¿Qué la impulsó a meterse entre las dos, con riesgo de recibir un mamporro de la Guerrero? ¿El instinto maternal que le despertaba esa chicuela? A las demás les despertaba bronca a causa de sus aires insolentes, flaca de mierdal. Pero con ella, Fina, cuán cariñosa y tierna. 

Era como un perrito callejero, y la seguía a todas partes. ¿Por qué eso de perrito? Es que, a veces, daba la sensación de que era como un perro apaleado, y otras... era capaz de hacer frente a toda la Compañía junta. Entonces se transformaba más bien en una gata arisca, con ese pelo negro todo revuelto. Qué carácter! ¿De dónde lo sacaba esa cosita?. 

Pepita la tuvo que llamar al orden varias veces, y si no fuera por José y por ella ya la hubiese echado. 

Y los sueños que le contaba? ¿Los inventaba o los soñaba realmente? 

'Especialmente el del balcón y la multitud con la señora pálida y rubia, que se le repetía siempre. 

—Ese será un papel importante que algún día voy a interpretar —trataba de explicarse a sí misma—. No se quién es esa señora rubia del balcón, pero me parece una mujer grandiosa. Debe ser un personaje histórico... Me gustaría hacer su papel... alguna vez, cuando llegue a ser una buena actriz. 

Las otras, indudablemente, se habrían reído de escucharla: 

—Andá, no sabés hacer el simple papel de enfermera y pretendés hacerte la histórica, vos. ,Qué sos, Cleopatra?. 

Esa misma noche, hacía un rato, antes de dormirse tan profundamente sobre el brazo de Fina, se había despertado de una pesadilla, a los gritos. La amiga tuvo que calmarla acariciando su pelo corto. 

Una pesadilla fulera que le había hecho balbucear palabras confusas. 

Fina no pudo dormir y se quedó mirándola y pensando. 

A veces miraba el techo. 

                                           * ** ** * ** ** * ** 

Encima, al día siguiente, tuvo que soportar por un lado, las recriminaciones del dueño del hotelucho que amenazó con cobrarles el doble "si es que pensaban tener la luz prendida toda la noche", y, por el otro, el mal humor de Evita porque su nombre no era mencionado en la cartelera del diario y sí el de Eva Guerrero. La Capital de esa mañana, 21 de mayo, traía, en un recuadro de la sección "Vida Artística", el saludo de los cabezas de la Compañía Argentina de Comedia" a la prensa y al público de "esta culta ciudad". 

—Escuchá Evi lo que dicen los abajo firmantes —y le leyó, aprovechando que la aludida tenía la boca ocupada con una tostada con manteca. 

"Queremos, al llegar a esta culta ciudad donde hemos tenido oportunidades anteriores el estímulo de la prensa y el cálido y cariñoso aliento del público, dejar constancia de la inmensa alegría que nos produce el arribo, y el deseo que tenemos de resultar huéspedes gratos, para lo que no escatimaremos esfuerzos. Venimos a reafirmamos en el cariño del público y a recibir las indicaciones de la crítica. Para la prensa y el culto público rosarino nuestros saludos". 

PEPITA MUNOZ, JOSE FRANCO y ELOY ALVAREZ 

Qué chupamedias estos tres observó Evita y tomó un trago de café con leche, y desde cuándo la Pepa acepta críticas, si me contaron que en Buenos Aires se encerraba embroncada en el camarín si algún diario no la elogiaba especialmente a ella. 

Terminaron de desayunar. Fina, aliviada, reparó que Evita dejaba de estar embroncada. 

Devolvieron el diario al dueño del hotel y salieron. 

La noche anterior, cuando llegaron a Rosario Norte, llovía con viento, pero hoy el día se presentaba espléndido, como vulgarmente se dice. Por lo tanto decidieron ir caminando hasta el Hotel de Italia donde las esperaban los cabezas de la Compañia, que allí estaban parando. 

—Donde se alojaba Gardel —les comentó el hotelero al preguntársele en qué calle quedaba —cuando echó buenas. Antes, con Razzano, tenían que venir acá y dormían en la misma cama. 

—Esperemos que a nosotras nos pase lo mismo... y que nos traiga la misma suerte —le dijo Evita. 

—Pero no su muerte desgraciada... —se apresuró a añadir Fina. 

En realidad, fue circunstancialmente que cayeron allí. La compañía había adelantado su fecha de presentación prevista para junio, debido a que un conjunto de zarzuelas españolas había cancelado su compromiso. Ellas dos fueron las últimas en venirse de Buenos Aires. Fina porque tenía que ser remplazada en un programa radial, y Eva porque quería aprovechar el día franco del hermano.Luego se alojarían con el resto del elenco en un Hotel que estaba cerca del Teatro Odeón y que la noche anterior, cuando llegaron bajo la lluvia, estaba repleto, ya que varias compañías estaban actuando en la ciudad. 

Ahora, al salir del Hotel Las Colonias, situado en la calle en Salta, entre Mitre y Entre Ríos, veían, por un lado, el viejo Colegio Nacional cuyos fondos daban a las barrancas, y, por el otro, el Paraná, las islas y la provincia de Entre Ríos a lo lejos, bajo el claro sol mañanero. Como tenían tiempo decidieron ir caminando por el Puerto, lleno de vida bulliciosa a esas horas en aquellas dichosas épocas de prosperidad y abundancia, representadas por tanto barco cerealero y por los pájaros, palomas y gorriones, que picoteaban los granos caídos. 

A través de las rejas —",Por qué teneis prisionero a vuestro río enorme?" había exclamado otro ilustre visitante, un poeta, que unos meses después desaparecería trágicamente—, Eva y Josefina veían el febril movimiento de peones y estibadores, y oían a los vendedores ambulantes pregonar sus mercancías. 

Como dos chiquilinas, corrieron gritando en las bajadas y treparon bufando las subidas. 

Al llegar al edificio de la Aduana, rodeado de grandes almacenes de importación y exportación, se orientaron para entrar por la calle Maipú, estrecha, de veredas angostas, flanqueada por edificios muy viejos y por numerosos bodegones para marineros. Al pasar delante de algunos de ellos recibieron, halagadas, lo que tomaron como piropos en varios idiomas. A veces, Evita se detenía a contestar —Que te recontra, por las dudas— mientras Fina riendo, la arrastraba por la subida. 

El panorama cambió cuando llegaron a calle Córdoba y se enfrentaron al edificio del Jockey Club. Ahora fueron envueltas por el tránsito de la ciudad: carros, mateos, victorias, fortés, y algún automóvil lujoso, los tranvías con su andar ruidoso, en fin, todo el barullo de una ciudad que crecía pujante y que quería dejar de ser provinciana. 

Siguieron por Maipú, con sus casas con escalones y las típicas glicinas, ahora mechadas por los escaparates de las casas comerciales y los carteles de pensiones y hoteles, y esos otros enormes y groseros anunciando la compra y venta de oro. 

Por fin llegaron al Hotel de Italia, en cuya sala de recepción estaban reunidos todos los del elenco quienes las recibieron con los gritos más espantosos, sobre todo a Fina. 

Restablecido el silencio, Pepita les comunicó que después de comer irían al Odeón donde ensayarían toda la tarde "y toda la noche, si era necesario" la obra que estrenarían al día siguiente: "Miente y serás feliz". 

Sin embargo la que no se sintió feliz fue Evita que había planeado un montón de salidas con Fina. 

—Yo no te quise decir nada —le dijo ésta por lo bajo—, para no arruinarle tanta alegría que traías, pero la vida de los artistas es así, mentimos y hacemos felices a otros, y la verdad es que nosotros tenemos que apechugar horas de trabajo y lágrimas detrás de la bambalinas... Sí, así es la vida, Evita querida.1 

                                           II 

Efectivamente, y tal como lo dijera Fina Bustamante, era muy dura la vida de los artistas de teatro en aquellas épocas en que se actuaba diariamente con tres y hasta cuatro funciones en el mismo día, y con diferentes obras. Y es así como en menos de quince días la Compañía estrenó una docena de piezas que se fueron representando en distintos horarios: matinée, familiar,primera y segunda nocturnas. Después de Miente y serás feliz vinieron Mamá Clara, Mis cinco Papás, Baturros y más baturros ¿Trabajar?... ¡Nunca!, (todas de Malfatti y de Las Llanderas, los autores de ese clásico del Teatro y del Cine Nacional que fue Así es la vida); Delirios de grandeza de Antonio Saldías, En villa bonete ha sonado un cohete, Cristóbal Colón en la Facultad de Medicina y Así las estoy pagando, esta última de Insausti y Ballesteros. 

Pero el nombre de Eva Duarte seguía sin salir. En las carteleras, los anuncios y los comentarios aparecían alternativamente con los nombres de la primera actriz Teresa Senén, del primer actor Jacinto Aicardi, del galán cómico Oscar Soldatti; y de los secundarios como Margarita Curchi, Alberto Rella y María Pérez. También la odiada por Evita, Eva Guerrero, y la amada por ella, Josefina Bustamante. Incluso las fotos de los tres primeros (aparte, por supuestos, de los cabezas de compañía), salían tamaño carnet en la mencionada sección de La Capital: "Vida Artística". 

Evita se abalanzaba todos los días sobre el diario y, como Fina lo temía, andaba luego embroncada durante un buen rato, sobre todo durante el desayuno, e incluso a veces no comía nada y guardaba un obstinado silencio. Su amiga trataba de conformarla y le pedía que no dejase de comer, ya que la veía peligrosamente delgada. Era inútil. 

Ahora estaban parando en la pensión de los artistas, junto con los otros compañeros de elenco, en Mitre y Ricardone, justo al costado, cortada de por medio, el teatro La Comedia. Por el origen de su dueña se la denominaba "La Francesa, aún cuando su nombre era el de Aurora. ¿Sería por que sus pensionistas, artistas y gente de dudoso vivir, se acostaban al amanecer?. 

También, junto con los tres cabezas de la compañía, almorzaban y cenaban en el restaurant El National, que quedaba enfrente de la pensión y a donde podían ir maquillados y con la ropa de escena a tomar algo mientras esperaban que les tocase el turno de entrar. Con Fina, para poder hablar a gusto, sabían ir al bar y restaurant La Comedia, ya que otros bares eran exclusivos para hombres en aquel tiempo, como el Madrid, donde se decía que Gardel solía jugar al billar cuando andaba por Rosario. 

Afortunadamente, pero recién a fines el mes de mayo, verá Evita su nombre en un comentario, al tratarse de otra de las obras estrenadas, en este caso una pieza satírica de Bayón Herrera titulada Doña María del Buen Aire que refleja situaciones poíticas del momento a través de una visión humorística de la primera fundación de Buenos Aires. ..."Completaron con acierto —terminaba el comentario— Oscar Soldatti, Jacinto Aicardi, Fina Bustamante y Eva Duarte". Y agregaba que la obra había sido puesta con lujos de detalles, magníficos decorados y vestuario, y que se daba en la familiar y en la segunda nocturna. 

Fue Jacinto quien descubrió el nombre de Evita, ya que ésta no quería saber más nada con "ese diario",yse lo mostró, aprovechando para besarla mientras lafelicitaba. Pero lo que la puso realmente muy contenta era el hecho de que no hubiesen nombrado a su odiosa homónima. 

Luego se fueron a celebrar con Josefina al bar La Comedia, donde acepto que aquélla la invitara con chocolate y facturas. 

Después se siguió la rutina, mientras preparaban una nueva obra de gran compromiso y en donde Evita haría el papel de enfermera (en Buenos Aires la habían comenzado a ensayar cuando tuvieron que venirse a Rosario antes de tiempo). La obra, de corte ibseniano, trataba el tema candente de la sífilis, y se había representado con gran repercusión en París, Londres y Berlín. En la Capital Federal, también, se había ofrecido con gran éxito en el Teatro Apolo todo el año anterior. 

Pepita se había entusiasmado con "El beso mortal" y en ella apostaba su carta fuerte. Incluso estaba gestionando el auspicio de la Liga de Profilaxis Social y el apoyo de comercios locales para la puesta en escena. 

Fuá en esos días que se mostró más exigente que nunca, una verdadera tirana, ya que aparte de las funciones que, a veces, comenzaban a las 15 hs., los obligaba a ensayar durante todas las mañanas de las 10 a las 12, en que se iban todos a comer a El National. Apenas terminaban el café ya tenían que estar de regreso al teatro a fin de prepararse para la larga jornada. 


No obstante y pese a ello, esos primeros días de junio andaban todos eufóricos y sintiendo que estaban preparando algo fuera de lo común. Evita compartía con los demás tal sentimiento y no miraba tanto el diario, que no la volvió a mencionar de nuevo. Con El beso mortal estaba segura de pasar a su consagración como actriz. 

                                           *** ** * ** * * 

Evita está embroncada. No la sacan en el diario La Capital en toda la semana ni la mencionan. El miércoles se anuncia el estreno. El jueves, "Vida Artística" da los detalles de El beso mortal, y este viernes 12 de junio, el comentario, bastante generoso, elogia el desempeño de las figuras principales de algunas de las secundarias. Esta vez, a Eva sí, pero a Evita no. Ese día se lo ha arrancado de las manos a Fina, preguntándole: —¿Salió?, ¿Salió?" —Después, arrojándolo al suelo, ha tenido un verdadero arranque de furia. Fina trató de calmarla. 

—Vos sabés como son los diarios... No hay que tomárselo tan a pecho. 

El desayuno resultó tenso, ya que Evita repetía como un estribillo que siempre la habían tirado al medio, aquí y en todos lados. De nada sirvió que se le dijese que otros compañeros tampoco eran mencionados. Evita tomaba la cosa como un ataque personal. 

"Ya te van a sacar, tené paciencia, si vamos a estar aquí como un mes más aún... Vas a ver que también te sacan la foto. Y cómo no?, siendo vos tan bonita... 

Por supuesto que le macaneó; a una partiquina no la sacaban ni de casualidad. 

Luego mientras esperaba que Evita saliera de su habitual embroncadura, Fina echó una rápida ojeada a lo que el crítico, anónimo, había titulado: "Un problema social se debate en la obra estrenada en el Odeón". Afirmaba que todo el drama giraba "en torno a las enfermedades venéreas y la deficiente educación sexual de la juventud, debido al falso pudor que vela, especialmente a los Jóvenes, las realidades de la vida". Por lo tanto la pieza adoctrina saludablemente y, en tono polémico, "lo hace en tren de combatir prejuicios retardatarios". Sin embargo, a dicho crítico le parecía la obra fuera de actualidad, ya que en materia de profilaxis se estaba adelantando mucho, y cuestionaba la validez de utilizar el teatro como tribuna, aunque reconocía que el autor, Louis de Gouraviec, había sabido graduar "el interés y la intensidad de las situaciones" mechando las notas festivas con momentos dramáticos, y que la traducción de Federico Basso sabía mantener "la fluidez y la galanura del diálogo". Luego hace el elogio a la labor desempeñada por Pepita Muñoz, José Franco y Eloy Alvarez. Entre los mencionados figuraba ella, Fina Bustamante en primer lugar, y luego venían los nombres de Eva Guerrero, Oscar Soldatti y Jacinto Alcardi. Terminaba señalando el comentarista que "la concurrencia colmó la sala y aplaudió calurosamente". 

—,No se habrá equivocado el crítico de Eva, y puso a la Guerrero en lugar de la Duarte? —se preguntó Fina a sí misma, pero se dijo que no convenía mencionar la soga en casa del ahorcado. 

Tuvo suerte de convencerla para salir de compras y fueron a Gath y Chaves. Pepita les había tirado unos pesos ¡anoche anterior y pudieron ira la confitería que funcionaba en la tienda. Tomaron caté con crema, atendidas por mozos con guantes blancos disfrutaron de la orquesta que matizaba el ambiente y, lo que era más importante, Evite se distrajo. 

Al mediodía, durante el almuerzo, andaba de buen talante y compartió bromas con los otros compañeros. Y, para sorpresa de Fina, comentó entusiasmada la buena crítica que les habían sacado. 

—Eso nos va a traer mucho público para esta noche y mañana sábado. ¿No es cierto Finita?. 

—Y si... Claro, claro. ¿Qué duda cabe? —contestó ésta, y apuró un trago de vino barato. 

Esa noche, efectivamente, el Odeón vio colmada totalmente sus localidades y muchos quedaron afuera tratando de entrar inútilmente. Un verdadero éxito de taquilla! Además el público aplaudió de pie, como veinte minutos, calurosamente, y el elenco en pleno, tuvo que salir un montón de veces a saludar. Evita, radiante, se adelantó, ella sola, al proscenio. Pero, como todo el mundo estaba de buen humor, nadie dijo nada. 

                                    *** ** * ** * * 

La "carta fuerte" de Pepita Muñoz se convirtió en el suceso teatral de ese año, ya que El beso mortal logró un verdadero récord de permanencia y do público, compitiendo con otras propuestas artísticas igualmente fuertes, como Mateo, de Armando Discépolo, que la Compañía Rinaldi Chiarmiello venía dando en La Comedia. En ese mes de junio, también, estuvieron Los niños Cantores de Viena en el Opera, Alexander Brailowski en el Círculo, Pepe Arias en el Real, Berta Singerman en el Colón e lgor Stravinski con su hijo en algún otro lugar de la intensa, cosmopolita y muy nutrida vida cultural rosarina de la época2. 

Afortunadamente, Pepita había tenido éxito en sus gestiones para contar con el auspicio de La Liga de Profilaxis Social, así como con los apoyos de la Agencia Ford Stábile en la publicidad callejera, y de Lutz Ferrando para el instrumental usado en el 2º y el 4º acto. Por otra parte, los empresarios del Odeón, decidieron ofrecer funciones rebajadas para bancarios, empleados, y el magisterio, y en algunos días, a pedido, con entradas popularísimas para difundir una obra de la que Eloy Alvarez había dicho en un reportaje radial: "Creo que obras de esta naturaleza son tan sanas, morales y aleccionadoras como necesarias. Luego de haber constatado la verdad real y positiva de esta obra admirable por su doctrina, el envío de nuestros propios hijos es el mejor elogio que se puede hacer de ella". 

De hecho, esto impacto de El beso mortal se haría sentir favorablemente sobre las otras puestas que la compañía venía manteniendo en los diferentes horarios del cartel. Evita cubría papeles menores, a veces reemplazos o, simplemente, ayudaba detrás de bambalinas, donde, justamente para mayor preocupación de Fina, empezaron algunos problemas con el segundo titular del elenco. 

José Franco, que hasta ahora se había limitado a "protegerla", empezó a mostrar sus verdaderas intenciones, lo que no tendría nada de particular si no fuera porque su esposa trabajaba en la misma compañía y que, después de una breve enfermedad que la retuvo en Buenos Aires, estaba por venir a Rosario en cualquier momento. 

Fina decidió esa noche que debía sacar el tema: 

—Evita, ¿qué es lo que está pasando con José? Te recuerdo que su mujer está por llegar en estos días... 

—Sí, ya lo sé, pero él no quiere dejarme en paz —le respondió Eva, nerviosa—,y lo que es peor me armó un escándalo por las fotos que nos sacamos con vos en el puerto. Sabés lo que dijo?. 

—¿Cómo querés que lo sepa? 

—Que vos y yo nos dedicábamos a levantar negros... 

—,Eso dijo, el muy hijo de su madre?. 

—Negros macacos... Eso dijo de los marineros brasileños que salieron 

fotografiados con nosotras. 

—Qué miserable...! Pero, ,qué pensás hacer con él? 

—Yo la quiero terminar, pero, como ya te lo dije, él es el que no me quiere 

dejar en paz. ¿Qué puedo hacer yo? Me amenaza... 

—,Con qué? 

—No en forma directa, pero siempre me recuerda que fue gracias a él que 

entré en la compañía y qué... 

Eva echó unos sollozos histéricos. 

—Siempre la miseria, ¿cuándo se acabarán estos manoseos a los pobres? 

Algún día tendrá que salir el sol para todos nosotros... 

Fina, sorprendida, creyó ver que el rostro de Evita adquiría una fuerza de convicción 

como si el futuro le perteneciese. Se había olvidado de José Franco y hablaba de 

esperanzas perdidas, de los de arriba y los de abajo, y de que todo eso no iba a ser 

eterno... 

La dejó hablar y postergó el tema que la preocupaba para otro momento. 

Evita se frenó de repente en su perorata y, sonriéndole, le dijo: 

—Ya sé, vos como mi mamá y mis hermanos, estás pensando que estoy loca. 

—No pienso nada, Evita querida, te escucho simplemente... 

—El único que no me cree loca es Juancito... ¡Como lo extraño! 

—,Para cuándo termina el Servicio Militar? —preguntó Fina, por preguntar algo. 

No recibió contestación. Evita seguía sumida en su mundo de ideas. 

                                           III 

Entraba a un cine vacío, en Buenos Aires estoy segura. La sala está en penumbras. Al principio no veo muy bien, hasta que mis ojos se acostumbran. Por el costado izquierdo me voy acercando al escenario, subo por una escalerilla y, sin vacilar, voy hacia una puertecita lateral. Ahora estoy detrás de la pantalla. De pronto descubro una caja grandota de cartón. Intrigada, quiero abrirla, pero me cuesta trabajo, mucho trabajo. Algo me hace obstinar en hacerlo. Logro levantar una tapa, luego otra... Saco penosamente la paja del embalaje y descubro a una gran muñeca, del tamaño de una nena de diez o doce años, más o menos. Espantada veo que es el rostro de la señora pálida y rubia. Parece dormir plácidamente... Siento unos pasos detrás de míy, cuando me vuelvo, noto a una niña que, sin mirarme, se dirige hacia la caja. Quiero detenerla, pero ella pasa a mi lado como suyo no existiese. Toma la muñeca en sus brazos y, como si por fin reparase en mí, me la ofrece. Grito espantada y con el grito, despierto... 

¿ Quién es... ? Quién es esa señora pálida y rubia que se me aparece en mis pesadillas? ¿Habrá alguien que pueda decírmelo? 

                                      * ** ** * *** * 

En los días subsiguientes Fina y Evita estuvieron averiguando sobre algún buen adivino en Rosario. Fue Madame Berger, la dueña de la pensión quien, al fin, les dió el dato. En su tono afrancesado les dijo: 

—Adivinos y videntes hay muchos aquí en esta ciudad. Pero hay uno que le llaman "Carlitos la Manflora", que dicen que es más que bueno y no cobra muy caro. Mi hermana, que vive cerca, lo consultó y le acertó en todo. 

—,Y por qué lo llaman de ese modo? —preguntó Fina. 

—Porque dicen que lo es —contestó la francesa. 

Evita no pudo con la curiosidad y preguntó a su vez, mirándola a Fina. 

—Pero, ¿que es una manflora? 

—Uno que es hombre y mujer a la vez, después te explico... ¿Y es realmente 

bueno...? 

—Será raro, pero es muy bueno. Si ustedes quieren ir le pediré bien la dirección 

a mi hermana. Sé que vive en barrio Belgrano. Tendrán que tomar el tranvía... 

Vayan, que no se van a arrepentir. 

—Y bueno, —concluyó Fina—, si es raro será menos peligroso para nosotras. 

Porque algunos se aprovechan para toquetearte o algo más... 

—Esta tarde viene mi hermana y le pueden preguntar todo a ella. 

                                     * ** ** * *** * 

Frente al Mercado Central tomaron el tranvía 14 que les hizo recorrer la ciudad, ya que iba por calle Mendoza derecho hasta Nicaragua. Bajaron en las Cuatro Plazas, cerca de la Iglesia, y preguntando a los vecinos llegaron a la dirección indicada. 

Era una humilde y típica casa de barrio. Las hicieron pasar y tuvieron que esperar con otro par de mujeres en un patio cubierto con un parral de uva chinche. Terminada cada consulta se sentía una gruesa voz de hombre que decía "que pase el que sigue". 

Por una escalerilla de metal subieron a un altillo lleno de libros, todos desordenados. Y con sorpresa vieron, detrás de una mesita muy pequeña a una señora gorda de cabeza chiquitita, la que con voz aflautada, aclaró: 

—Yo soy Carlitos, una mujer que nació hombre y está registrada así. Pero aquí, en mi altillo y para poder adivinar tengo que ser mujer, la madre Caria. Espero, que eso no las incomode... 

Ellas (en realidad Fina) aclararon que en el teatro tenían algunos compañeros, este.., bueno.., con algunos problemas más o menos así. 

La primera en consultar fue la Bustamante. "Carlitos" le tomó la mano, pero no se la leyó, sino que cerró los ojos y entró como en trance. Le reveló cosas de su pasado que nadie conocía, algunas de las cuales ni siquiera ella recordaba. Luego le manifestó sus más íntimas expectativas actuales para pasar a lo que le reservaba el futuro. Fina estaba cada vez más asombrada y asustada. 

—,Quiere saber algo más? —preguntó "Caria" saliendo del trance. 

—No, ya está bien así, ahora adivínele a ella... 

Evita le tendió timidamente la mano al adivino, que se removió incomodamente en su sillón. 

—Aquí hay algo muy grande... Dejenmé que descanse un rato. 

Se levantó y de un aparadorcito, donde se veían papeles y libros, sacó una botella de coñac barato y un vasito. Se sirvió y lo tomó de un solo trago. Guardó todo nuevamente, mientras sus consultantes se miraban sorprendidas. 

—Deme ahora su mano, señorita— le pidió el vidente, sentándose en el sillón. Cerró los ojos y durante un rato mantuvo entre sus manos la izquierda de Evita. Esta miraba alarmada a Fina, sentada a su lado. Caria o Carlitos suspiró profundamente y exclamó: —Cuando estés allí no te olvides de mí...— 

Las dos mujeres se miraron sin comprender. Eva intentó retirar su mano, pero el adivino la retenía con fuerza. 

—Entonces nosotras votaremos... Llegarás muy alto... Hay un balcón y un hombre con cara aindiada. Un viaje maravilloso del otro lado del mar... Una princesa rubia... Pero mucho dolor, mucho dolor. Luego otro extraño viaje por mar, un recorrido muy... Serás más que reina... Veo militares, eclesiásticos, y siempre multitudes. Estarás en palacios... Luego oscuridad y frío... 

Siguió balbuceando otras cosas aparentemente sin sentido, luego soltó la mano de Evita y penosamente fue volviendo en sí. Miró sorprendido a sus dientas y murmuró, como para su coleto: —Hoy he sido visitada... —Y levantándose pasó al otro lado de la mesita y tomando otra vez la mano de la adolescente, la besó. —Acuérdate de nosotras... Luego, como si reaccionara, les pidió disculpas y les rogó que se marcharan porque estaba muy agotado. 

No les quiso cobrar. 

Fina y Eva salieron confundidas sin saber qué pensar. 

—Conmigo la pegó en todo —repetía la primera—, pero lo que se dice en todo. Así que lo tuyo va a ser muy importante... No sé, pero me parece que siempre lo supe desde que te conozco. Vas a tener una gran carrera y tendrás príncipes a tus pies y viajarás por todo el mundo... Serás más grande que la divina Sarah... 

Y, deteniéndose, la abrazó fuertemente. 

—Che, vos también te volviste loca... —reprochó Evita y guardó silencio durante todo el trayecto de regreso hasta llegar al Odeón, donde las estaban esperando con impaciencia. 

—Pero que conmigo se va a caer de culo más de uno, ponele la firma, Finita. No le entendí mucho al raro ese... Pero que algún día voy a salir de toda esta mierda, eso sí lo sé... 

Y miró a José, que le guiñaba un ojo, con una mezcla de furia y desprecio. 

Esa noche actuó mejor que nunca, y al día siguiente el diario La Capital la mencionaba por segunda vez. 

Y cuando la dueña de la pensión les preguntó qué tal el adivino, Evita le respondió a boca de jarro: 

—Muy bueno... Nos dijo que usted, algún día, llegará a votar... Si se nacionaliza. 

                                         ********** 

—No hay nada que hacerle, tengo una vida renga —suspiré Evita, y reparando en el gesto que le hizo Fina, aclaró—. Sí, como una muñeca que tuve allá en los Toldos. Se me da una cosa en la vida, pero siempre me falta algo, una pierna o un brazo. Nunca es completa la dicha... Ya lo viste, ayer salí en el diario y hoy "la vieja" me dice que cuando venga la mujer de José le va a dar a ella el papel de la enfermera en "El Beso Mortal"... 

—En realidad, ella lo estaba ensayando cuando se enfermé en Buenos Aires. Pero ésa no es la cuestión. Alguna debe haberle ido a calentar la cabeza a Pepita en contra tuya. ¿Con quién tuviste otra agarrada? Te vi en el pasillo hablando acaloradamente con la Senén... 

—Sí, porque lo que ella hizo es una injusticia, una porquería, y más cuando se trata de un chico que anda pidiendo. ¡Qué¡ ¿Es hija de oligarca? O porque le sacaron la foto en el diario se va a llevar todo el mundo por delante... Entre nosotras, Fina, ¿cómo hizo para que la sacaran? 

—Parece que anda medio enredada con el crítico de La Capital. Pero también entre nosotras, Evita, tampoco vos podés pelearte con todo el mundo por lo que hagan o dejen de hacer. 

—¡Me revientan las injusticias, siempre me reventaron las injusticias!. Bastante las sufrí cuando era chica. Bueno, y ahora igualmente... 

Fina, temiendo otro arranque furioso de la adolescente, trató de cambiarle el tema. (Evita, tan chiquitita, por eso te decimos Evita, y no como esa Eva grandota, evota, 

pavota, guerrerota). 

—Hablaste de una muñeca tuya en Los Toldos... 

—Sí, la Luisita... dejame que te cuente —el rostro de Eva se iluminó suavizándose. Le pidió a Fina un cigarrillo: no era muy fumadora, pero había momento en que necesitaba un pucho, que ademas era un símbolo de su independencia Fina le alcanzó un cigarrillo encendido y Evita largó unas cuantas bocanadas de humo deleitándose con ellas y relajándose. Verás, allá en Los Toldos éramos pobres como las ratas. Mi vieja se la pasaba pedaleando en la Singer para hacer algunos pesos con los que apenas lográbamos mantenernos. Y a mí que se me antoja una muñeca para Reyes. Soñaba con una grande que había Visto en el almacén de ramos generales, pero sabiendo, a pesar de mis cortos años, de las penurias que nos agobiaban, me hubiera conformado con una muñeca pequeña, aunque de Verdad y no de trapo como las que tenía. Una muñeca, ¡sí señor! y la escorché a mamá todo el tiempo. Los Reyes eran buenos y no me la negarían. Yo le ayudaba a mi hermana Erminda en la huertita que tenía, y hacía todos los mandados. Así que no podían fallarme... Llegó la víspera y puse mis alpargatitas (en esa época no teníamos para zapatos y cuando los había pasaban de una hermana a otra). No pude dormir, o dormía de a ratos, durante toda la noche. Y fui la primera en levantarme esa mañana. Vos debés saber que en el campo todo el mundo madruga para aprovechar el día y mi mamá lo hacía para poder coser y prepararnos el triste matecocido con leche y algunas rebanadas de pan que era todo nuestro desayuno. Pero esa mañana de Reyes todos dormían. Corrí descalza hasta donde habíamos dejado nuestras zapatillas y allí la vi. Fue como una aparición de la propia Virgen. Casi caí de rodillas. Era altísima (para mí, que entonces era chiquitita), bella y radiante. Imaginate, Fina, qué pudo sentir esa deslumbrada niñita al descubrir que a la muñeca le faltaba un piececito y era renga. no se si grité, pero, de pronto detrás de mí, estaba mamá, la que tomándome en sus brazos me explicó que la muñeca se había caído del camello de uno de los Reyes (creía que era el de Baltazar), y que me la habían y traído porque sabían que yo la iba a cuidar muy bien. Bastaron esas palabras para despertarme toda la ternura y la compasión. dejé los brazos de doña Juana y tomando entre los míos a la muñeca, que ya no me parecía tan grande, la acuné llorando y riendo al mismo tiempo, mientras le hablaba consolándola. Fue a ella, la Luisita, lo que más quise en mi infancia, aparte de mi perro León. 

Evita derramó unas lágrimas y se restregó los ojos con las manos. 

—,Vos le pusiste el nombre? —le preguntó Fina. 

—No, fue mi hermana Erminda quien se lo puso por Luisa Lavallieri, una querida del rey de Francia, que era renga. Mi otra hermana, Blanca, leía todos los libros de "Los Tres Mosqueteros" y de allí lo había sacado. Pero Ermindita, compadecida también de la muñeca, le cosió un vestidito para taparle el defecto. Por eso cuando todo me va mal pienso que como esa muñeca tengo la vida renga, pero nadie me hace un vestido largo para disimularlo. 

—Si vos querés, yo te lo voy a hacer. 

—Pero y cómo, si no sabés coser, ni te gusta? 

—No, tontita, es una manera de decir. Tu renguera de hoy la arreglaré hablando con Pepita. Ya vas a ver que todo se endereza... 

—Finita, que haría yo sin vos, sos una madre. 

—Sí, y también como si fuese doña Juana, tu madre, te aconsejo no andar peleándote con las otras. ¿O querés cambiar el mundo? 

—Al mundo no sé, ya que ni Cristo lo pudo hacer hasta ahora. pero a este país de mierda si me gustaría cambiarlo si alguna vez pudiera. Sí, ya sé, estoy loca... 

Y, echándose a reir, abrazó y besó a Fina fuertemente. 

                                        IV 

—O te acostás conmigo o te echo yo sin más vueltas, y de paso le ahorro el trabajo a Pepita. 

Así de escueto fue el últimatum de José Franco. 

Estaban ensayando una escena de "Llovido del cielo", la nueva obra que estrenarían en Rosario debido a los éxitos obtenidos, y José le había pedido a Evita que se quedaran un poco más en el teatro a mejorar una escena. El resto del elenco, incluída la ya reintegrada esposa de José, había cruzado hasta El National para almorzar. Solamente Pipo, el apuntador, se tuvo que quedar forzosamente. 

Evita escuchó sorprendida la interpolación abrupta del texto, pero, sin darle tiempo de reaccionar, José lo continuó naturalmente. Como Eva tardaba en responder, Pipo le apuntó lo que tenía que decir. Luego el ensayo terminó como si nada hubiese sucedido. José se retiró y Evita pretextó quedarse con Pipo a repasar. 

—,Vos oíste lo que me dijo en medio del ensayo? —le preguntó directamente. —Yo lo oigo todo, es mi deber, para eso me pagan —contestó el otro evasivamente. 

—,Pero lo que me dijo a mí personalmente, fuera del parlamento, también lo oíste? 

Pipo le dio a entender que sí con el gesto. 

—,Y qué opinás? 

—,Y qué querés que opine? 

—,Qué es lo que tendría que hacer? 

—Aflojar. 

—Cómo! ¿Me lo decís en serio? 

—Por supuesto. ¿Y qué otra cosa te queda si no? 

—,Vos, realmente, lo creés? 

—No es que lo crea o no, es la triste realidad de esta época. Vos sabés muy bien que desde que entraron los conservas la gente de teatro la estamos pasando muy mal. Nos tratan como a los cómicos de la legua igual que en la Edad Media. Tenemos que trabajar como esclavos en tres funciones por día, toda la santa semana. Y si te rajan de un elenco, por ahí se hace difícil enganchar en otro. En tu caso, además de que no te tomen, podés arruinar tu carrera desde el vamos. Nadie le cree a una partiquirla; sí al cabeza de compañía. 

—¿Igual que cuando un estanciero abusa de una criada? —exclamó Eva con amargura. 

—Igualito... El la deja con el crío y los demás la cascotean. 

—Así que vos me aconsejás... 

—Yo no te aconsejo nada. Te pinto la cosa como carajo es. Vos verás... ¿O te creés que estas situaciones me encantan? Somos rascas, Evita, somos parias, eso. No tenemos nadie a quien quejamos ni tampoco sabemos defendernos. Justo es injusto, y tendremos fraude electoral para rato. Y los de abajo estamos fregados. 

—,Y vos creés que será siempre así? 

—Alguna vez lo tuvimos a Irigoyen, pero la "Vinchuca" lo derrocó y quién sabe cuándo volveremos a tener otro. En todo caso pasará mucho tiempo... Mientras, tenemos que apechugar. No hagás macanas, Evita. 

—,Y no es una macana tener que acostarse con ese viejo? 

—Al principio coqueteabas con él... 

—Si, es verdad. Y es verdad que me gustan los hombres maduros y afianzados, pero no un viejo prepotente como José. 

—Bueno, de todos modos cuidate Y no te Jodás al pedo. Y ahora quiero irme a comer y, de paso, estirar las piernas. 

Y saliendo del foso, la dejó a Evita sola y pensativa en el escenario. 

                                           * ** *** ** * * 

Un poco por sacárselo de encima a Franco y evitar problemas con su mujer, que ya la tenía fichada, otro poco por si lograba algo más que una mención en el matutino rosarino, Evita empezó a coquetear con el crítico y jefe de la sección "Vida Artística" 

Después del estreno de "Llovido del cielo" éste quiso Conocer personalmente a Eva y la fue a saludar al camarín que compartía con Fina. Era la primera vez que le ocurría tal cosa. En Buenos Aires, cuando trabajó en la compañía de Eva Franco, se había producido una confusión con los nombres de ambas al ser enviado un ramo de flores a nombre de Evita". Y si bien le fue entregado a ella, la Franco lo reclamó como suyo. ¡Que alguien mandara algo a una partiquinal... Ahora aquí, en Rosario, ¿quién podría confundir a Evita con Eva? Tendría que ser más que chicato. 

Esa noche fue el crítico a cenar con el elenco, pero se sentó junto a Evita, flirteando con ella todo el tiempo delante de las narices de Teresa Senén y de José... 

                                      ********** 

Fina estaba fumando tranquilamente. Se había cruzado al teatro, después de comer, para preparar sus cosas con tiempo, vestuario y maquillajes, que la noche anterior habían quedado en desorden y de cualquier manera, ya que se las tiraba a medida que se las iba usando de acuerdo a las necesidades de las cuatro funciones diarias, siempre con tres obras diferentes, manteniéndose El beso mortal en forma permanente desde que se estrenó. En el teatro reinaba un profundo silencio, porque casi la mayoría del elenco se había quedado de sobremesa en el comedor de enfrente. También le sobró tiempo para acomodar las cosas de 'su niña", que eran mucho menos que las de ella. 

Ahora sentada en una silla apoyada contra la pared del camarín y con las piernas sobre una banqueta, analizaba por centésima vez sus sentimientos hacia "Cholita", que era como la llamaban a Eva María en su familia. A Fina le había confiado este apelativo y le pedía que estando a sotas la llamase de ese modo. Fina, en la dura vida que llevaban los teatreros en su época, había perdido un hijo en las agujas que habían herido, quizá para siempre, su maternidad. ¿Sería Cholita la hija que le obligaron a no tener? Fuese lo que fuese hacía años que su corazón no se abría de esa manera. 

Echó un par de bocanadas y tomó de encima del maquillador el portarretrato con la foto que Cholita le dedicara: "A Fina Bustamante, que más que amiga es una madre para mí", se leía en letras realmente infantiles y torpes. La firma, Eva María Duarte, trataba de ser ampulosa. 

La foto mostraba a una niña soñadora, cutis blanco y pelo corto (tipo melenita, muy negro y brillante). El rostro inclinado y apoyado sobre una mano, una sonrisa lánguida y tristona, pero la mirada (un ojo en la luz y el otro velado por la sombra)

perdida vaya a saber en qué paisajes interiores. Curiosamente daba la impresión de tener el cuello cortado ycomo si el rostro se sostuviese en la mano de uñas pintadas. Y, si uno miraba más atentamente, parecía una mano ajena. ¡Efectos de la luz y de la sombra en esa fotografía artística en blanco y negro!

Pero a Fina la conmovía intensamente como el primer día en que Cholita se la dio; Durante un buen rato la estuvo contemplando y, luego sintiéndose amodorrada, la dejo sobre la repisa entre las cremas y los coloretes. Apagó la colilla y recostó su cabeza en el respaldo de la silla, pensaba dar simplemente una cabeceada tanto como para estar despejada durante el resto del día, más se durmió profundamente. Un alboroto y gritos destemplados la despertaron abruptamente.

Como pasa cuando se es despertado de un sueño profundo, especialmente del llamado primer sueño", la sensación es la de caer en otro planeta; es lo que le pasó a Fina. No sabía donde se hallaba y no atinaba a reaccionar, pero los gritos continuaban cada vez más fuertes y se sentían carreras y el ruido de puertas que se abrían cerraban. Al fin salió de su camarín, alarmada y pensando si no habría un incendio.

Al abrir la puerta, vio venir corriendo y llorando a su Cholita. Instintivamente la refugió en sus brazos, aún no sabiendo lo que estaba pasando. Detrás de Evita distiguió a Florentina, la mujer de José Franco, que venía a los gritos, y más atrás al marido tratando de detenerla.

Evita, con los cachetes al rojo vivo, murmuraba, o así le pareció a Fina, algo como "mamá, mamá", mientras Flore vociferaba.

—Puta... arrastrada... te voy a matar... guacha hija de puta... yegüita de mierda, que se vino de las tolderías a trastornar a los hombres decentes...

José la había alcanzado y con ayuda de Pipo y otros actores la retenían. Fina apretó más fuertemente a Eva contra su pecho mientras le preguntaba: —e.Y ahora qué pasó?

Evita gimoteaba como una chiquilina.

Fina miró hacia el grupo y vio que Pipo le hacía señas que la entrase a Evita al camarín. Lo hizo así, mientras carpeteaba como a la Flore la arrastraban al de José, sin que dejase de lanzar insultos.

Cerrando la puerta, la hizo sentar a su Chilita en la silla que había estado ocupando minutos antes y le acomodó las piernas sobre la banqueta. Luego le tomó las manos y se quedó en silencio dejando-que terminara de calmarse.

Al rato se abrió la puerta del camarín y apareció Pipo con un vaso de agua. —Pipo, ¿qué es lo que pasó? Por Dios contá.

—En realidad todavía no se sabe nada en concreto. Lo único que sacamos en limpio es que la Flore la encontró a Evita en el camarín con José y la agarró a las bofetadas. Sólo Evita puede decirnos... Evita, podrás contarnos qué pasó... —No obtuvo ninguna contestación, sólo la renovación del llanto—. Vamos a tener que esperar que se le pase la conmoción. Voy mientras tanto al camarín de José.

Fina volvió a quedarse sola con Evita.

                                      **********

Como lo saben todos los teatreros, la ley de la escena es inexorable. Sólo se acepta la no actuación si uno se presenta con el cajón debajo del brazo y el certificado de defunción en la mano. Y en este caso la ley se cumplió. Evita no había salido todavía de su crisis cuando sonó la hora de prepararse para levantar el telón y nada le pudo contar a Fina. Por su parte Pepita, de acuerdo con Eloy Alvarez decretó que la cosa se discutiría a la noche, después de las cuatro funciones de rigor, y que nadie iría a cenar hasta que la cuestión se aclarase, y que a ninguno se le ocurriese armar un nuevo escándalo porque sobre el pucho levantaría la gira.

Bien o mal, algunos con la agonía en el alma, tuvieron que trabajar como siempre, con el único desahogo de chimentar entre bambalinas lo ocurrido. Fina estuvo sumamente alterada todo el tiempo, especialmente durante la escena de una de las obras en que Evita y Flore actuaban juntas. Afortunadamente, ambas cumplieron con la ley del teatro y el decreto do Pepita.

Al fin se terminó la jornada y, después que el público se hubo retirado, se reunieron todos en el escenario trayendo sillas, las mismas que utilizaban para las lecturas preliminares. La única diferencia es que ahora el apuntador estaba entre ellos. Pepita y Eloy, quienes pidieron la colaboración de todo el mundo para terminar cuanto antes y poder ir a comer, recomendaron a los protagonistas del incidente de la tarde que mantuvieran en lo posible la calma y no complicaran más las cosas, y dieron comienzo al "juicio".

En primer lugar pidieron que hablara José Franco, como segundo de la compañía Este empezó aclarando que había convocado a Eva a su camarín para arreglar unos detalles sobre la escena que jugaban juntos en "Llovido del cielo" y estaba marcando" unos desplazamientos, cuando su esposa entró sorpresivamente y armó el escándalo infernal por todos conocido.

Aquí Florentina de Franco, la "Flore", se levantó como un resorte de su asiento y señalando a Evita, sentada al lado de Fina, dijo atragantándose:

—No sé qué le habrá marcado José, mi marido, pero esta atorranta estaba prendida como una lapa cuando entré al camarín, y sé de buena fuente que, mientras yo estuve enferma en Buenos Aires, la putita chin iteaba con él...

—Pero Flore, ¿quién te pudo contar semejante macanazo? —se atajó Franco.

¿Y quién va a ser? —intervino Evita— La Senén, sin duda, ya que me anda celando con el crítico del diario y diciéndole a todo el mundo que yo se lo soplé.

—Escuchame, mocosa arrastrada, yo no soy alcahueta de nadie —aclaró con contenida violencia Teresa Senén—, y a mi nadie me sopla nada, ni siquiera el apuntador. Así que si te vuelvo a oír repitiendo eso, la que te va a romper el alma voy a ser yo.

—Si alguien le llega a poner la mano encima a Evita; aunque sea más grandota que yo, se la va a tener que ver conmigo —terció Fina a su vez— Lo que pasa aquí es que todo el mundo se abusa porque ella es la más chica...

Eva Guerrero, sintiéndose aludida, le replicó a Fina:

—Protegela nomás a esa chinita de porquería, que algún día te vas a arrepentir. A mi me debe varias todavía...

—,Porqué no la terminan con tanto puterío?, estalló Pepita quien, imponiendo su autoridad, y volviéndose hacia Alvarez le consultó: Creo que vos, Eloy, estarás de acuerdo conmigo en que de esta manera no vamos a sacar nada en limpio y que, en última instancia, lo que vale es la palabra de José. Por lo tanto yo diría que levantemos esta reunión y nos vayamos a comer, que ya es tarde y estamos todos cansados y con el ánimo caldeado...

—Era lo mismo que yo te iba a proponer —dijo Alvarez—, y pedirle a todos que pongan su mejor voluntad en evitar nuevos escándalos que no benefician a nadie sino que nos perjudican en la buena fama de la gente de teatro, la que está considerada como paria de la sociedad.

Se levantó y, dirigiéndose en especial a Flore, pidió (aunque lo suyo sonó como un "punto final" indiscutible):

—Espero que vos y las demás sepan superar estos malos entendidos y que terminemos en paz la gira, que tan exitosamente estamos llevando a cabo. Es lo único que les pido. Y ahora a cenar todo el mundo, que Pepita y yo invitamos esta noche.

Esta salida demagógica tuvo un buen efecto en los desfallecientes estómagos del elenco, así que nadie se resistió, y arrastraron a su vez a las protagonistas en discordia, que en el fondo estaban contentas de que la cosa no hubiese llegado a mayores, poniendo en peligro su precario puesto de trabajo.

—A la noche te cuento lo qué realmente pasó —le susurró Evita a Fina—. Ahora veamos a "mi crítico" que estará impaciente esperándome en el comedor.,

—Y aquí no pasó nada —remató Pipo, guiñando un ojo vaya a saber a quien.


Por mandato no se resuelven los conflictos, quedan reprimidos y actuan por debajo. Es lo que pasó ahora dentro del elenco donde las discordias siguieron su curso "bajo cuerda', según una pintoresca expresión usada en aquella época. como los alumnos que se pellizcan disimuladamente ante el maestro, las actrices empezaron a descargar las broncas en menudos chicaneos, al principio, y luego en boicoteos más descarados, incluso en plena actuación, como cambiar el parlamento o no "dar el pie', cosas que enfermaban al pobre Pipo. Nadie "chillaba', pero los desquites se llevaban a cabo un bando a otro, de modo que a último momento, a punto de levantarse el telón, faltan cosas en el vestuario o en el maquillador.

Frente a esta guerra sorda, los cabezas de la compañía preferían hacer la vista gorda, pero el malestar latente de este pequeño infierno se hacía cada vez más insoportable para todo el mundo, incluido el personal del propio Teatro Odeón.

Las cenas, después de las funciones, se hicieron tan tensas que los bandos se separaron y optaron por ir a comedores diferentes.

Mientras tanto, el romance de Evita con su "crítico" seguía viento en popa. A él le contaba sus sueños y sus aspiraciones, las mujeres célebres que a ella le gustaría encarnar, como a esa María Antonieta que había visto en el cine, allá en Junín, con la Norma Shearer. El le habló de otras grandes figuras como las emperatrices Josefina Bonaparte y Eugenia de Montijo, las reinas Isabel 1 de Inglaterra y Ana de Austria (la de "Los Tres Mosqueteros"), las actrices Sarah Bernhardt y Eleonora Duse, las amantes inquietantes como Lady Hamilton y madame Lynch, o la famosa Lola Montes, o la danzarina transgresora Isadora Duncan. pero de todas, la que más le llamó la atención a ella fue Teodora, la emperatriz de Bizancio, esposa de Justiniano.

De humilde origen, Teodora había sido hija de un cuidador de circo, y fue actriz y bailarina (aunque para sus enemigos era simplemente una cortesana de los bajos fondos). Pero, como la Cenicienta, tuvo la suerte de casarse con un príncipe y llegó a ser una gran emperatriz que protegió a los humildes y supo defender el trono de su marido cuando parte del ejército se levantó contra él, y lo hizo con ayuda de todo el pueblo.

Esta historia sugestionó a Evita, que tuvo varios sueños con Teodora, a la que veía antigua y moderna a la vez, semejante a la señora pálida y rubia de sus otros sueños.

O eran el mismo sueño? 'Su crítico" le había mostrado la iconografía bizantina, y sus sueños se doraron con el resplandor de los mosaicos, que son la gloria artística de este pueblo, heredero de la más pura tradición greco-romana.

Evita soñaba con llegar a ser Teodora o Theodora, como era más difícil de pronunciar, aunque fuese en una pieza teatral.

                                 **********

Pero Ezequiel Tenori, el crítico, le habló también de otra cosa que la hizo soñar más todavía o, mejor dicho, le agitó todos los sueños: el cine.

Evita, desde que viera a Norma Shearer en María Antonieta, había decidido que sería actriz, pero sobre todo actriz de cine, y que algún día triunfaría en Hollywood. El, aparte de publicar libros sobre cine, había dirigido o producido varias películas que tuvieron cierto éxito. La última la había rodado en 1934 y, ahora, estaba planeando otra y le ofrecía un papel importante a Evita. Por supuesto, el proyecto estaba aún en pañales ya que se estaban gestionando los financiamientos necesarios, pero, si todo salía bien, calculaba que dentro de un año la iría a buscar a Buenos Aires, llevandole dos contratos, uno de casamiento y otro cinematográfico.

—Vos me estás macaneando con los contratos —río Evita—. No creo ni en el uno ni en el otro.

—Bueno, no lo creas, pero el segundo te lo demuestro mañana mismo en que vamos a ir a ver a alguien que está en este proyecto Conmigo. Ha producido la película más importante que se realizó en Rosario: "El último centauro", sobre el gaucho Juan Moreira. ¿Y sabés quiénes trabajaron?. Milagros de la Vega, Carlos Perelli y, también, Alberto Anchart.

—Y cómo se llama ese productor que vamos a ir a ver?

—Esteban Peyrano. Había comenzado a rodar "Una mujer moderna" pero la tuvo que dejar por falta de fondos, pero ahora la vamos a retomar. En aquel entonces la película era muda, ahora la haremos sonora. Mañana te contaremos otros detalles. preparate.

—Ya mismo estoy preparada. Desde que salí de Junín que me vengo preparando, pero siempre pensé que mi primer película la haría en Buenos Aires y la segunda contratada en Hollywood.

—Bueno, ahora Hollywood tendrá que esperarte. Rosario será tu cuna como actriz de cine y yo tu descubridor. Y además ganaremos mucho pero mucho dinero. Money, money, como dicen los yanquis. Brindemos por eso...

                                      **********

Al día siguiente el elenco, como una colmena de abejas, estaba todo alborotado. El crítico había anunciado que vendría a la función de la noche acompañado de un productor de cine que quería ver a Evita y contratarla. Cada cual sacaba sus conclusiones y afirmaba o negaba según las mismas, pero todos, sin excepción, se preparaban para poder lucirse y atraer la atención del productor por si llovía más de un contrato. Fue, que duda cabe, la mejor función de toda la gira, y don Esteban Peyrano, que murió a los 96 años, nunca pudo saber que él había sido la causa.

Al terminar El Beso Mortal fue con su amigo Tenor¡ a saludar a Evita al camarín, y a invitarlas a ella y a Fina a cenar al Savoy, que quedaba cerca del teatro y donde su novia los estaba aguardando. De sobremesa hablarían de los proyectos que Tenor¡ le había comentado a "la juvenil actriz".

A Evita le llamó la atención que no trajera a la novia, pero Tenor¡ le aclaró por lo bajo que ella trabajaba en la Orquesta de Señoritas que actuaba en aquel lugar.

La velada estuvo maravillosa, incluída la actuación de dicha orquesta que dirigía José Luis Roncallo, y Evita se sintió por primera vez importante.

Se soñó con futuros éxitos, fama y fortuna, y en convertir a Rosario en la segunda meca del cine argentino. Evita, y también Fina partícipe en los proyectos, creyeron tocar el cielo con las manos.

De este sueño de hadas despertaron al día siguiente frente a las caras torcidas (de culo, como dijera Evita) de los compañeros. Sólo compartió con ellas las ilusiones y el entusiasmo el buen Pipo.

Los cabezas de la Compañía que se sintieron ignorados y pasados por encima por el pretendido productor, mostraron una indiferencia glacial y oficialmente decretaron que el cine era un entretenimiento barato, indigno de la gente de teatro.

Pero la guerra sorda que antes dividía al elenco, se manifestó solamente hacia dos personas del mismo y, en especial, a una de ellas.

Y la tormenta, contenida hasta el momento, amenazó estallar...

La cosa vino a saltar por donde menos se lo esperaba, y justamente cuando entraban en la última semana y estaban con las expectativas puestas en el próximo traslado a la ciudad de Mendoza, en la que eran aguardados con impaciencia gracias a la buena campaña publicitaria que se les había hecho debido al éxito obtenido en Rosario, sobre todo con El Beso Mortal.

Al contrario, las tensiones se habían diluído y parecía reinar una armonía natural entre todos los integrantes del elenco, cosa que no había ocurrido nunca, por lo menos desde que entró Evita. Incluso volvieron a comer todos juntos y todo era chistes y risas. Demás está decir que las funciones alcanzaron su mayor nivel, y la afluencia del público, debido a la próxima partida, fue increíble.

Ese domingo, en la matinée con Llovido del cielo hubo reparto de juguetes como se venía haciendo últimamente, y en la vespertina se rifó gratuitamente una muñeca Shirley Temple, cosa que emocionaba y hacía muy dichosa a Evita, quien además se ofrecía voluntariamente para participar en forma activa en este tipo de cosas, especialmente cuando tenía que ver con los niños.

El jueves 23 de julio fue un día de gran júbilo para todos con la función "de despedida y beneficio" para los titulares del elenco, al final de la cual se ofreció un "acto de variedades" a cargo de la cancionista Dora Verdi, del conjunto radioteatral "Renacimiento", del cantante José Alberto Giménez, del conjunto de Atilio Cavestri y la orquesta típica de Chera, con el dueto "Elida - Oscar".

Sin embargo, a un buen observador no se le hubiesen escapado ciertos detalles, y uno de esos detalles estuvo a punto de comprometer la gira. pero, ni aun el más baqueano hubiese podido, en esta oportunidad, detectar "el detalle que faltaba", que apareció precisamente el viernes 24 de julio, día de los novios", en que habría sorteo gratis de "objetos de valor", donados por comercios auspiciantes, debido a las 85 representaciones de El Beso Mortal. Y ese detalle fue el público.

El público aplaudiendo no a Pepita Muñoz, ni a José Franco, ni a Eloy Alvarez, ni a Teresa Senén, ni a Eva Guerrero y ni a Jacinto Aicardi. El público aplaudió varias veces, a telón abierto, a Evita. A Eva María Duarte. Y además coreó su nombre al finalizar la obra.

El despelote que se armó detrás del telón cerrado fue inenarrable. Todo el elenco, salvo Fina y Pipo, protestaban contra la "evidente injusticia" según la Senén. José Franco amenazó con "sacarlo cantando al Tenori ese", que era, seguramente, "el que pagó a la claque para que la aplaudieran a su querida".

—Si lo agarro, va a salir cantando como una soprano, silo agarro esta noche. —Hay que echarla a Evita, esto no se hace a los compañeros —empezaron a reclamar algunos.

Otros directamente la amenazaron: "siempre haciendo trampas vos, mosquita muerta".

La pobre Evita, refugiada en los brazos de Fina no entendía nada de lo que estaba pasando y sólo repetía mecánicamente: "yo no tengo la culpa, yo no tengo la culpa". Como en el escándalo anterior, Fina optó por llevarla al camarín. Y allí estuvieron hasta que la tormenta amainó. Luego salieron para encontrarse con el presunto autor de la misma, que se declaró totalmente inocente.

—Evita es la que se ganó el aplauso del público. No tengan la menor duda. Evita, te felicito de todo corazón. A esos envidiosos, dejalos.

Le dijeron que José Franco lo había amenazado. El simplemente sonrió con aire misterioso.

                                       * ** *** ** * *

Anoche volvía soñar con la señora pálida y rubia. Estaba en el balcón como en mis otros sueños, y la rodeaban otras gentes. Abajo una plaza llena hasta los topes con multitudes gritando. Aunque no podía oir lo que gritaban, ya que mi sueño era como una película muda, pero no colores. Vio que más me asustó era que al lado de ella estaba alguien con la cara de José Franco, pero como aindiada. Y la miraba con mucho enojo, tanto que ella también se asustó; la pobre, y no sabía qué hacer...

Estaba redondeando otros detalles del sueño, cuando llegó Pipo a decirle que Pepita quería verla esa misma mañana sin falta y que la esperaba en el hotel.

—Yo te acompaño —le dijo Fina.

—Seguro que querrá espiantarme por lo de anoche... y si es así, ¿qué hago Fina?

—Veamos primero lo que se trae la vieja entre manos.

Llegados al Hotel de Italia, Pepita la hizo pasar a Evita a su habitación y Fina se tuvo que quedar en la recepción leyendo el diario.

Pepita estaba en camisón, desayunando en la cama. Trató de ir al grano, expresando a Evita que eran muchos los problemas que le había traído y que siempre se preocupó por protegerla, sobre todo por su corta edad; en fin que había tratado de ser como una madre para ella, pero que después de lo sucedido, ella tendría que entenderlo, no les quedaba más remedio que avisarle que no iría con ellos a Mendoza..., que le proporcionaría el dinero suficiente para volver a Buenos Aires y buscar otra compañía; que esto no ocurría en otros elencos donde las actrices eran despedidas y tenían que arregláselas por sus propios medios para poder regresar.

—Y otro de los medios, para poder quedarse, es acostarse con uno de los directores, ¿no es cierto? —observó Evita en un tono desafiante.

—No sé lo que querés decir con eso...

—Mire señora, usted lo sabe mejor que yo, si me hubiese acostado con José no estaríamos charlando aquí en esta pieza...

Pepita dejó a un lado la bandeja del desayuno y, atragantada con la última tostada, expectó en forma ahogada:

—No le permito mocosa... Aquí en el elenco la única que levanta el copete soy yo. Y si usted se acostó o no con José es problema suyo. Acá el único problema son los problemas que nos trajo usted. —Tomó un respiro para serenarse, luego declaró. Este domingo es su última función en nuestro elenco. Eloy le dará el dinero para su retorno a Buenos Aires y una recomendación para otra compañía. Espero que sepa comportarse mejor. Buenos días.

—Y yo espero que José deje de acorralar a las actrices jóvenes en su camarín... Y salió de la habitación cerrando dignamente la puerta.

—Te despidió, nomás... —le preguntó Fina que le salió al encuentro con impaciencia.

—Me paga el regreso a Buenos Aires.

—,Y qué vas a hacer?

—Hablar con Tenor¡, él sabrá cómo ayudarme. Vamos a ver si lo encontramos en el bar "La Capital".

Tenor¡ estaba allí sentado junto a la ventana, escribiendo. Le expusieron la situación. —No se hagan problemas —les dijo, y agregó enigmáticamente—. A una partiquina se la puede echar fácilmente, a una actriz es más difícil...

—Qué querés decir con eso?, o vos me estás cargando; mirá que no estoy para bromas, che —la voz de Evita sonó entre nerviosa e imperativa.

—Sí, —apoyó Fina—, no es el momento para andar adivinando misterios.

—Miren el diario de mañana. Tengo la sospecha que Evita completará la gira Por Mendoza y Córdoba. Y que no volverá solita a Buenos Aires. Después no sé... Ahora las dejo que tengo que ir a terminar una nota. Tomen lo que quieran y actuen bien esta tarde que voy a ir a verlas con unos amigos que invité...

Efectivamente, ese domingo en "Vida Artística" para sorpresa de todo el mundo y de la propia interesada salía la foto de Evita a cuyo pie se leía:

EVA DUARTE, JOVEN ACTRIZ QUE HA LOGRADO DESTACARSE EN EL TRANSCURSO DE LA TEMPORADA QUE HOY TERMINA EN EL ODEON.

Así Evita lograba el estrellato 16 años antes de pasar a la inmortalidad en una idéntica fecha: el 26 de julio.

Y, como lo dijera Tenor¡, Rosario fue la cuna no sólo de la Bandera, sino también de la Evita actriz.3

Notas:
1. Tiempo-espacio del Relato: Mayo-junio-julio de 1936, durante la estadía en Rosario de la Compañía teatral Muñoz Franco-Alvarez. Evita tiene 17 años. En su primera gira. El relato toma como referente a Josefina Bustamante, compañera y amiga íntima.
2. El Teatro La Opera era el actual El Circulo, nombre de la agrupación que funcionaba, en la Biblioteca Argentina.
3. Evita terminó la gira qué, después de Mendoza y Córdoba, los trajo nuevamente a Rosario, donde actuaron en el Cine Teatro Real y en el Cine Select (como así también en Cañada de Gómez, según testimonio del historiador Amadeo Pelayo Soler). Al regresar a Buenos Aires, se separó de la Compañía de Comedias Comicas y estuvo un tiempo sin conseguir trabajo hasta que pudo entrar en el radioteatro donde, más adelante realizaría el ciclo de Mujeres Célebres, no llegando a encamar a Teodora, ya que tuvo que dejar el teatro y la radio a partir del 45.

Fuente: Fragmento extraído de Libro “Barrios de Tango y otras Yerbas de Héctor Nicolás Zinni . Ediciones Del Viejo Almacén . Año 1997