jueves, 6 de septiembre de 2018

La pintura rosarina falsificada



Por Julio Chiappini 

1. Recuerdos en conserva 

Una vez y cuando los años setenta, charlamos con Julio Vanzo acerca de la falsificación en la pintura rosarina. Me dijo que era muy escasa. Y que deberíamos agradecerle que él no falsificara. Se expresó sin ninguna jactancia: era un hombre seguro de sí mismo, y cómo no serlo, pero nada arrogante. 

Es que Vanzo era inigualable para dibujar y conocía la cocina de la pintura. Solía confiar a quien se ponía a tiro que su error consistía en haberse quedado en Rosario. Otros rosarinos que emigraron, en cambio, son hoy los artistas argentinos más cotizados en el mundo: Lucio Fontana y Berni. De todos modos, mi ilustre tocayo no sucumbía a jeremiadas: la ciudad le fue un destino de esos que no se eligen sino que se cumplen, y no la pasó nada mal; salvo los muchos años en los que cuidó con devoción a su pareja enferma, Rosa Wernicke. Que, para colmo en tamaño trance, fue un poco tiránica: Cochabamba 2010. 

Lo cierto es que Vanzo, y a él volvemos si es que de él salimos, no contento me contó una anécdota: Herrero Miranda le llevó un cuadro del propio Herrero para que se lo restaure. Al tiempo, Vanzo se lo devolvió bien reparado. Oscar Herrero, que murió malogrado (1918-1968) por una gripe mal curada, ponderó el trabajo. Y entonces Vanzo le confesó que no, que había copiado el cuadro por su cuenta y que al otro sí lo había restaurado. Y le dio ambos óleos. Herrero admitió ignorar cuál era el suyo. Era un tiempo en el que los pintores intercambiaban cuadros. Vanzo, de cuando estuvo en Italia en 1946, tenía un autorretrato de Giorgio De Chirico. Y un paisaje de Fader, de esos adocenados: más artesanía que arte; y dos pequeños Pettoruti y Spilimbergo. Y luego, claro, respecto a esos y tantos otros cuadros e incluso dos esculturas de su ex socio y amigo Lucio Fontana, con taller compartido en Córdoba 585 desde 1939, la película que ya sabemos: "Lo que el viento se llevó". 

Vanzo era muy mujeriego y tenía un éxito descomunal con el bello sexo. De manera que se repartía entre las bellas artes y las bellas partes. Fue incluso un caso extrañísimo. Ya que las damas a menudo lo procuraban a él. Aunque lo de "extrañísimo" debe ser un anacronismo: ahora, me explican, algunas cosas han cambiado... bastante. ¿Será así, será para tanto? 

2. Una modesta biblioteca 

Como este asunto de las falsificaciones en el arte siempre me interesó, seguramente que por la ingenua morbosidad de los aficionados me preocupé un poco por conseguir libros sobre el divertido asunto. Divertido, claro, salvo para al que le encajaron una obra "trucha". Es que la falsificación de pintura es un arte y a la vez una ciencia. En el caso de la pintura rosarina, hay una inicial ventaja: nada de carbono 14. Es decir, al falsificador astuto le basta, para el crimen perfecto, con conseguir unos lienzos viejos, unos marcos de época y un habilidoso horneado. Y con eso, ¿listo el pollo? Pues para nada, falta lo más difícil: la imitación. Que a su vez se facilita en cuanto los conocedores, marchands, pintores, coleccionistas avispados y demás "expertos", van falleciendo. Y hasta desapareciendo, como por arte de birlibirloque, las galerías de arte. 

Una biblioteca, entonces, y por módica. que sea, nos alecciona. Pérez Reverte fue mucho más allá: "no tengo ideologías pues tengo bibliotecas". En cuanto al crimen perfecto que imaginábamos, cualquiera que sea sobrelleva un solo problema: no se puede contar. 

En "La escuela de los pillos' 1922, el entrerriano Juan José de Soiza Relly delató que "Detrás de todo gran caballero se esconde un gran sinvergüenza". O la tersa rima: "No hay moneda tan falsa como el pillo que por bueno pasa". 

En "La falsificación de antigüedades y objetos de arte", Pablo Eudel aconseja no revelar al poseedor de una chuchería acerca de su cuadro simulado: "¿,Para qué quitarles sus ilusiones?". Ouvrard, en cambio, cuando veía una obra fingida preguntaba con cierta sorna: "Y esto, ¿qué quiere ser?". 

3. Una pintura cara 

En verdad: la pintura rosarina, los buenos óleos, son costosos. Y hasta caros: Uriarte, Vanzo, Koek Koek, Musto, Schiavoni en los últimos años. Y Cochet: el gran pintor académico, que no es lo mismo que clásico. Al tiempo que lo clásico no lo es por épocas o estilos sino por calidades. A tal punto que hay obras que nacen clásicas. Por lo cual no precisan de la a veces caprichosa recomendación del tiempo. 

Si en un medio hay bastantes pintores que cotizan bien y escasos connaisseurs, se supone que aumenta el número de obras apócrifas. Y no hay manera de obstar las imitaciones. Como explica Fritz Mendax en "El mundo de lo falsificadores", resulta ímprobo censurar esos cuadros "mientras el arte se la meta de tantas nostalgias". 

4. "La psicopatología en el arte" 

En su ensayo con ese título, José Ingenieros sugiere que si el arte aliena veces a quien lo crea (la ciencia descubre) o a quien lo contempla, es posible que adquiramos y exhibamos una obra de arte acerca de cuya autenticidad dudamos o, ya derechamente, sabemos que es falsa. La ostentación y el afán de figuración sobrecogen con esas cosas. El hombre pasó del ser al tener; y luego al parecer y ahora al aparecer. El comprador, entretanto, me pare ce que suele ser cándido. Compre quien compre. Por ejemplo dibujos de Gambartes: son tantos, que alguno aseguran que dibuja en el más allá Y las falsificaciones burdas. Por de pronto las firmas, lo primero que un debe observar. Y también la parte d atrás del cuadro. Hay gente que tiene un verdadero olfato de indio para estas pesquisas. Bien que a veces es tan acomodado como pescar en un barril: falsificaciones alevosas. Por lo artístico; o por un óleo que se advierte requete fresquito relativo a pintores antañones o... por lo que sea. 

De Koek Koek, que nació en Londres, vivió añares en Rosario y murió asesinado en Chile por asuntos de malas pasiones, hay falsificaciones a carradas. Así como él pintó a rolete. Como asestan los norteamericanos, "Corot pintó 1800 óleos. De los cuales 1900 están en los Estados Unidos". 

La temática enseguida lleva al derecho penal. Y, antes, a los límites que el derecho le puede fijar a los artistas. Savonarola y Hitler mandaron quemar cientos y hasta miles de obras por considerarlas "arte degenerado". Parejamente, la quema de libros: el 10 de mayo de 1933 Goebbels incineró en Berlín 40.000 volúmenes porque no congeniaban con el nazismo. Pero luego Goebbels, y sobre todo el propio Goering, rapiñaron cantidad de obras de arte: de Francia ocupada, de judíos o de quien podían. Obras algunas cuyos autores ya habían sido fulminados por la Reichkulturkammer, fundada el 22 de septiembre de 1933. Destinada a aprobar o a reprobar la prensa, el arte, la cinematografía, la literatura, el teatro, la radiotelefonía y la música alemanes. Su director, Hans Johst, fue quien trompeteó la propagada frase "Cuando oigo la palabra cultura saco mi pistola y disparo". Goebbels también la propinaba pero más moderado: omitía la parte del disparo. En cuanto a Goering, pese a que era mariscal del aire, acumuló las obras depredadas en un tren con seis vagones. El transporte terrestre, aunque los cielos se pueblan de personas y mercaderías, siempre tendrá sus ventajas. 

Y sentencias parecidas a la de Johst que regenteaban. Por ejemplo: "El arte no es un asunto estético sino biológico" (Rüdiger, racista). O Alfred Rosenberg, que le birló el ministerio de educación a Heidegger: "No hay idea más peligrosa que la tesis verdadera-. mente francesa del arte por el arte". Y hasta el Führer, que había sido un pintor frustrado cuyas témperas de tanto en tanto se subastan en Europa: "El arte de un siglo cristiano no pudo ser otra cosa que cristiano. El arte de un siglo nacionalsocialista no puede ser otra cosa que nacionalsocialista". Si en 1913 la Academia de Bellas Artes de Munich lo hubiera aceptado como estudiante, acaso otra hubiera sido la historia del siglo XX. Ese tipo de conjeturas creo que se llaman "ucronía de la historia" o "historia contra fáctica". En ese 1913, Hitler pintaba para vivir en el barrio bohemio de Schwabing. Estaba a tiro de piedra —es un decir—de Paul Klee, Franz Marc y Wassily Kandinsky. Pero probablemente ignoraba semejante vecindad. 

Entre leo además, no hallando árbol del que colgarme, de Julio C. Ledesma, "Del arte y el derecho penal". Y de Guillermo E. Ortiz de Guinea, "El arte ante el derecho". Y memoro a los tres o cuatro pillos de siete suelas, como autores o instigadores, que falsificaban a los pintores de caballete Schiavoni, Vanzo, Cochet, Koek Koek, Gambartes, Berni y algunos otros. No los nombro, a estos granujas, porque se me hizo una laguna. Además, "nomina odiosa sunt". Ya no están; y supongo que son insustituibles. O al menos, hasta ahora, insustituidos. Lo más lindo es que eran, salvo uno, de lo más simpáticos y "entradores". Es que como supo Benavente, "la pillería es lo más parecido a la inteligencia". 

Lo mismo respecto a los que "certifican" obras. Marchands y galeristas, expertos y descendientes del pintor. Y. uno, que ahora retorna la latosa primera persona: ya más que anochece en los cristales y me apresto a hojear, de Enrico Ferri, "Los delincuentes en el arte". No sin acordarme de que ciertas falsificaciones han sido toscas y otras pasables y hasta buenas. Y del viejo truco: el pintor que denuncia lo falsifican para darse corte, para cotizar mejor. Hay en cambio artilugios "legítimos". Es el caso de los que falsifican muy bien y entonces empeñan las obras en el Banco Municipal y así, en una de esas, consiguen una certificación estatal con sellos y todo. Se bañaron en las aguas del Jordán. Máxime si quieren vender pintura rosarina en Buenos Aires, que ahora nos depara mercado... bien que selectivo. Una plaza en la que se falsifica de lo lindo. Pero también, y por aquello de que una de cal y una de arena, hay muy buenos restauradores y... restauradoras. 

En fin: alguien tenía que escribir sobre estos espinosos asuntos. Se ve que se hizo un sorteo imparcial y me tocó la aventurada empresa. De todas formas, sospecho que actual burguesía rosarina, y pese a que toda cultura es burguesa, se desinteresa por el arte. Esto se sigue de lo obvio: la indiferencia por la arquitectura. Y carecemos, salvo las protocolares excepciones del caso, de buenos curadores y conservadores de museos, martilleros que fueron sastres y conocen el paño, "comissaires priseurs" y demás peritos. A alguno nos encanta la pintura. Pero si es má de un litro nos atragantamos: "más d un litro me empalaga". Mientras, com prendimos que el mejor arte es el d saber mandarse la parte. 

Fuente: Extraído de la Revista “ Rosario, su Historia y Región” Fascículo N.º 128 de Abril de 2014