miércoles, 6 de junio de 2018

Ciudad e identidad e barrial



Rosario fue cambiando de fisonomía. Si bien muchos de los barrios rosarinos tuvieron su origen a comienzo de siglo, ellos debieron reacomodarse a las nuevas posibilidades que planteaba una economía que va no miraba exclusivamente al puerto. Hemos visto que, desde la década anterior se manifestaba un proceso de urbanización caracterizado por la expansión hacia los suburbios y, en otro sentido, la edificación de casas de ms de dos pisos. La ciudad parecía avanzar hacia una mayor integración espacial a la vez que se elevaba sobre sí misma.

Al iniciarse el año 30 predominaban las viviendas de tipo “ chorizos” con fachadas italianizantes o de art noveau, aunque también los petit-hotel reminiscencias francesas o inglesas. Así misma las casas tipo yacht con forma de barco de un aire particular a la ciudad que se expandió. Las nuevas construcciones la remodelaciones se destacaría por sus balcones redondeados y las aberturas ojo de buey y los ventanales corridos en forma de banda, según estudios del arquitecto José Junilla. Mientras en ciertas zonas escogidas se extendía la modernización edilicia, en los barrios apartados, los vecino se quejaban por la falta de pavimentación, de obras de desagües, de alumbrado o por las deficiencias que presentaba, ya por entonces, el servicio de transporte.

Hacia 1934 se inició la Costanera, un año más tarde el parque Ludueña, Belgrano y se adquirió el balneario del Saladillo, y en 1937 fue inaugurado el puente Ortiz Grognet, se instaló el Palomar del Parque Independencia y el Jardín Zoológico. Por esos años también se municipalizó el servicio de tranvías y se concluyeron los edificios de la Aduana y del Correo Central. Álvarez señala que el objetivo de las obras públicas realizadas era mitigarla desocupación que afectaba a la ciudad.

Paralelamente, se fueron redefiniendo espacios barriales donde residían obrero, empleado, comerciantes y profesionales, confundidos en una masa diversa que mucho veces no decidía su radicación por la proximidad al lugar de trabajo, sino por la posibilidad de acceder a la vivienda propia.

En un proceso semejante al estudiado por Gutiérrez y Romero para Buenos Aires, durante el período de entreguerras las construcción de la identidad barrial se articuló en torno a sociedades vecinales, clubes, bibliotecas populares y parroquias. La primera sociedad vecinal de Rosario fue creada en Empalme Graneros, en 1923, con el fin de lograr una solución efectiva para mejoramiento de la zona, siendo la principal preocupación … hacer desaparecer los elementos de mal vivir asentados en la zona y los numerosos y peligrosos pantanos donde iban a parar toda la clase de residuos y animales muertos(sic), según recordaba La Capital en su número especial del 15 de noviembre. Estas vecinalesse multiplicaron notablemente entre los años 30 y 50, en barrios de trabajadores como Bella Vista, San Francisquito, Ludueña, Belgrano, Saladillo, abarcando puntos de la ciudad hasta el momento descuidados.

Este natural, entonces, que sus habitantes pronto descubrieron objetivos comunes para mejorar las condiciones de vida del lugar y que se organizaran para conseguir alumbrado, abrir calles y pavimentarlas, construir cloacas y desagües pluviales. En los años 30, algunas anexaron bibliotecas, revelando una accesidad complementaria que se planteaba a los vecinos de la zona.

Al mismo tiempo, muchos barrios tuvieron su club. Estos clubes fueron construidos “ a pulmón” con el objeto de practicar sobre todo fútbol y basquetball. Más adelante fueron incorporado patín, yudo, ping pong, lucia, gimnasia plástica, ajedrez y excepcionalmente box. Aunque la práctica del deporte era predominante masculina, sin embargo, se las ingeniaron para acercar a la familia, constituyéndose en centros de sociabilidad fundamentales en la infancia. Los pic nic familiares las “ reuniones danzantes”, la proyección de películas y los espectáculos con la presencia de orquestas típicas constituyeron, a medida que el club se consolidaba, instrumentos para construir una vida social afincada en el barrio.

Ellos fuero, por tanto, espacios apropiados para hacer nuevas relaciones de amistad o concretar noviazgos. Los grandes bailes con orquestas con contemplaban ciertos ritos corno el “ cabeceo” masculino para invitar a danzar a una joven —los más osados se dirigían directamente a las mesas en que estaban apostadas las interesadas, son pena de ver frustrados sus deseos--, la instalación de mesitas con manteles blancos --que a veces se alquilaban junto con las sillas--, y la figura de la madre de alguna de las presentes —“ la chaperona”— recortándose en el horizonte. Se creaba así un clima donde predominaba el romanticismo, al compás del bolero, el vals, el tango, el jazz, el foxtrot, el pasodoble .

Por las tardes, en cambio, las jóvenes de clase media bebían refrescos, que podían ser acompañados «con ingredientes», las confiterías de moda.

Las bibliotecas populares —Amor a la Verdad, Libertad, Estimulo al Estudio, Homero, Juan B. Alberdi, entre otras— cumplieron una función análoga ya que, si bien su creación habla de la necesidad de la lectura que tenían los vecinos, por razones escolares o como un pasatiempo más, ellas gestaron también festivales, bailes, competencias deportivas y de ajedrez, que favorecían el intercambio con otras instituciones afines, extendiendo la sociabilidad más allá del ámbito barrial y afirmando, por eso mismo, la propia identidad.

Por otro lado, la biblioteca ofrecía una actividad cultural específica al realizar conferencias que respondían a los intereses de sus asociados o, corno en el caso che la Biblioteca Homero del barrio Refinería, donde se dictaban cursos de apoyo escolar, en el período de vacaciones, para «sacar a los chicos de la calle».

Durante este período también se amplió la presencia de ¡a Iglesia Católica en la ciudad, gracias a insertar la parroquia y al desarrollo Acción Católica Argentina.

En realidad, desde comienzos de siglo, Rosario se caracterizó por su laicismo, la escasez de sacerdotes y las dificultades de la. Iglesia para insertarse en los sectores populares, tanto como para llegar a ciertos grupos de la élite.

Por ese entonces, nuestra ciudad pertenecía a la diócesis de Santa Fe, aunque ya en 1908 algunos católicos de la zona hicieron las primeras gestiones para crear un obispado con sede en ella.

La idea no obtuvo el apoyo necesario e, incluso, provocó la reacción de núcleos anticlericales, en especial de liberales, masones y anarquistas que se organizaron para manifestar en su contra.

Por tanto, a pesar de ser populosa, Rosario recién pudo tener obispado propio en 1934, asumiendo un año después su titular, monseñor Antonio Caggiano, quien luego sería elevado al rango cardenalicio. A consecuencia de la política implementada por los gobiernos de la época y también debido a la múltiple acción desplegada por la misma iglesia desde los años precedentes, la acción parroquial creció en forma notable, contribuyendo con su presentación definirla identidad. Barrios como el Belgrano o Arroyito crecían en el lazo con el templo del lugar.
En el primer caso, el párroco Domingo Pettinari reveló su preocupación por las necedades de gente y se unió al centro vecinal para demandar a las autoridades obras saneamiento, zanjeo, adoquinado, agua corriente, luz eléctrica y teléfono; se integró a los vecinos compartiendo sus entretenimientos, jugando a bis bochas con los adultos, al fútbol Con los chicos, recorriendo las quintas de la zona en su petiso.

En La Capital del 20 de octubre de 1996, el padre Tomás Santidrián lo definió Corno un «cura--caudillo», un hombre de personalidad fuerte y con capacidad de iniciativa que activó la vida parroquial y logró acercarse a la gente, volviéndose parte del paisaje barrial.


En Arroyito, la Parroquia del Perpetuo Socorro, luego de un duro comienzo a pri- ncipios siglo pasó a integrarse al perfil del lugar. Además del papel central desempeñaba en ella la catequesis, se crearon numerosas asociaciones, muchas veces apuntaladas desde la Acción Católica, donde se combina-bao los actos de piedad, con la recreación y el tiempo libre compartidos.

Así, la misa y la comunión como-podían continuarse en un «Festival Artístico», donde se presentaban obras de teatro y cine, o podía organizarse « Festival Bazar» con juegos y premios, para recaudar fondos.

Se editaba un boletín semanal, se proyectaba cine los domingos y se creó un es- pacio radial para «las madres cristianas», que completaba la reflexión religiosa con expresiones literarias y musicales de interés. También se organizaban cursos de corte y confección, tejido, lencería y enseñanza primaria destinados a las jóvenes obreras de la zona. Todo un programa que procuraba articular la vida parroquial con la vida barrial.


Por sobre las diferencias discursivas, exaltadas más de una vez en el boletín editado cada semana, se imponía una práctica cuyas redes excedían a la Iglesia misma, creando entre los vecinos una identidad —no necesariamente católica— donde resultaba difícil deslindar los límites entre la parroquia la biblioteca, la escuela o el club.

A fines de la década, esta expansión de la actividad parroquial sería canalizada por la Acción Católica para realizar manifestaciones públicas masivas, no sólo en las celebraciones religiosas, sino en ocasiones de índole distinta en reclamo de mejoras sociales Por ejemplo, en 1939 llevó cabo un importante acto realizado en el centro de la ciudad convocando la concurrencia desde los barrios, para conmemorar el 1.°de Mayo, en forma paralela y procurando emular el evento que, el mismo día y a horas semejantes, habían organizado los sindicatos y los partidos de de la ciudad.

Tanto la acción micro, generada desde la parroquia, ¿orno las manifestaciones coordinadas por la Acción Católica revelaban el interés es de la Iglesia local por afirmar su presencia en todos tos espacios, ganar la calle y llegar a los lugares más remotos del entramado urbano.

Pero, a la vez, ello mostraba una capacidad de movilización inédita para la ciudad que, treinta años, se hacia caracterizado por la neutralidad o laicismo declarado frente a las cuestiones de fe. Sin embargo, a fines de los años 30, «ganar la caIle» no fue una consigna exclusiva de la Iglesia Católica. Por el contrario, existió. un proceso de activación que, al promediar la década siguiente, ofrecería una sociedad rnoviIizada en su conjunto. La gente saldría a la calle en las coyunturas electorales, frente al fin de la guerra, contra la «dictadura fascista» o reclaman do la libertad de, Perón. Clases pudientes, profesionales y comerciantes. Trabajadores, partidos y sindicatos, nacionalistas, comunistas, católicos o liberales, en momentos distintos, por motivos diversos, en forma organizada o espontánea, se apropiarán alternativamente de las calles céntricas procurando expresar su alegría o su descontento.
 
Fuente: Historia de Rosario