miércoles, 30 de mayo de 2018

¡Ultima llamada a escena!

Por Rafael Ielpi



La actividad teatral adquiriría relevancia (más allá de la dinámica intensa y conocida de las salas rosarinas en el período 1900-1930) a partir de la década del 50, con la irrupción del llamado teatro independiente o vocacional, adjetivos que definían con acierto dos actitudes primordiales de aquellos elencos: la profunda vocación por el quehacer teatral que los animaba, y el deseo de acercar el hecho teatral a la comunidad con independencia de los criterios y circuitos del "teatro comercial".

Esas experiencias reconocían antecedentes como los del Núcleo La Cortada y más lejos en el tiempo, los esforzados elencos filo-dramáticos de décadas anteriores, pero alcanzarían significación y repercusión en la ciudad a partir de mediados de los años 50 cuando gente de teatro de Buenos Aires como Pedro Asquini y Alejandra Boero promueven en Rosario la formación de elencos estables. Ese sería el caso del Centro Dramático del Litoral que con un empujón inicial de Asquini, dirigirían Jorge Garramuño y Carlos Luis Serrano.

Aquella experiencia inicial con la puesta de "El soldado de chocolate", de Bernard Shaw, fructificaría después de la disolución del Centro en dos elencos: La Ribera, de Garramuño, y el Teatro Escuela Los Comediantes, de Serrano, el primero en contar con una sala estable, en la que las ideas teatrales de su director -autor, escenógrafo y plástico- se materializarían en montajes como "El bosque petrificado", de Sherwood, o "El zoo de cristal", de Tennessee Williams.

Del mismo tronco se desprendería otro actor y director, luego premiado autor teatral de relevantes aptitudes: Mirko Buchin, cuyo grupo Meridiano 61 concretaría un repertorio ecléctico e importante, desde "Fiebre de heno" de Coward a "Arlequín, servidor de dos patrones", de Goldoni, pasando por el vanguardismo teatral de "Las sillas" de Ionesco, con una larga trayectoria ulterior al servicio de la escena independiente.

Distintas características vinculadas a un teatro mucho más comprometido en lo ideológico y con determinada estética teatral tendría otro de los elencos rosarinos fundamentales: el Teatro El Faro, en el que tendría inicial relevancia la tarea de Eugenio Filippelli, un real maestro teatral, fundador de elencos y apasionado difusor del hecho teatral en todo el país; el mismo valor tendría el aporte de Saulo Benavente, uno de los más grandes escenógrafos argentinos, cuya afinidad con las propuestas del grupo lo convirtieron en un colaborador tan permanente como desinteresado.

El "Tano" Filippelli tendría a su cargo algunas de las puestas más exitosas de El Faro, como "Un guapo del 900", de Eichelbaum, o "Una ardiente noche de verano", del inglés Ted Willis, quien viajaría especialmente a Rosario para asistir a la representación de su pieza. Otros montajes recordables del grupo serían "El pan de la locura", de Carlos Gorostiza; "Tres jueces para un largo silencio", de Andrés Lizarraga, "Nuestro fin de semana", de Roberto Cossa, y "Réquiem para un viernes a la noche", de Germán Rozenmacher. Héctor Tealdi, Marcelo Krass, Oscar Moreno, Antonio Postiglioni, Eduardo Ciiiquemaui, Ana María Buompadre, Ana María Sterkun, Félix Reinoso, Keño Bossi, Omar Tiberti, se contarían entre los integrantes de El Faro, que llegaría a construir su sala propia en calle San Lorenzo al 1000, antes de la disolución del mismo.

Con el inicio de la década del 60 surgiría el TIM (Teatro Independiente del Magisterio), otra experiencia rosarina que obtendría dimensión nacional a través de la trayectoria ulterior de su fundador Carlos Mathus, quien con "La lección de anatomía" lograría reconocimiento internacional. Con sus montajes de la vanguardia de Ionesco y Arthur Adamov, el TIM representaría una propuesta diferente que tendría a Ariel Bianco, actor y luego escenógrafo talentoso que llegaría a trabajar en el Teatro Colón porteño, y a Arnaldo Colombaroli como exponentes relevantes.

De la misma generación serían actores y actrices igualmente valiosos, muchos de los cuales mantendrían asimismo una apasionada y permanente actividad en las décadas msiguientes y hasta la actualidad, como Idilia Solari

, Haydée Balvé, Perla Trillas, David Eder Elena Goria, Hugo Herrera y muchos otros. De esa generación es también Héctor Barreiros, otro de los actores y directores que han sostenido hasta hoy, aun en tiempos difíciles, la pasión por el teatro en la ciudad.

Inevitable resulta, en otro aspecto del quehacer cultural rosarino del período, la mención a la música coral, que tendría a Cristián Hernández Larguía como su permanente animador. Desde el Coro Estable de Rosario y el Conjunto Pro Música, dos instituciones ejemplares, su tarea enaltecería a Rosario, obteniendo preciados galardones internacionales y protagonizando una extensa y valiosa discografia, elogiada por la crítica de todo el mundo.

Serían contemporáneos otras agrupaciones igualmente esforzadas en su tarea de difusión del canto coral, sin mayores apoyos económicos oficiales ni privados, como el Coro Mixto, de Juan Undersanter, o el Coro Lagun Onak, dirigido por Constantino Lusardi, verdaderos ejemplos de pasión vocacional.

Todo ello -artes plásticas, literatura, teatro, música- en el seno de una ciudad que entre 1930 y 1960 estaba, sin saberlo, y como lo imaginara Mateo Booz en su recordada novela, "cambiando de voz..."
Fuente: Extraído de la Revista del diario “La Capital” “ Vida Cotidiana” 1930/1960