martes, 5 de diciembre de 2017

Con olor a campo

Por Rafael Ielpi



Pero ningún otro producto de los que ofrecía entonces la radiofonía en los comienzos de la década del 30 —en realidad se trataba por lo general de actuaciones de cantores y orquestas o de modestas programaciones acordes con esos años pioneros- iba a alcanzar en Rosario la difusión, popularidad e incluso fanatismo de uno de ellos: el radioteatro.

Aquellas largas historias por entregas diarias, a las que la imaginaría popular iba a denominar sintéticamente como la novela, congregarían a la hora de la siesta o de la tarde a miles de mujeres rosarinas, sobre todo, pendientes de las desventuras o de la felicidad de las heroínas de turno pero también de la seducción que ejercían siempre los 'cabeza de compañía", escudados —es cierto- en la magia de la invisibilidad que les otorgaba la radio.

El radioteatro llegaría a la ciudad, con experiencias eventuales y seguramente olvidables, a comienzos de la década del 30 y recién a mediados de la misma se inicia la verdadera saga del género, cuando aún se escuchaban los provenientes de emisoras porteñas, como el ya legendario ciclo de Antonio González Pulido -Chispazos de tradición-que, como lo indica su nombre, centraba sus episodios en una temática ligada a la gauchesca y que lograba, tal vez por su carácter emblemático, enormes audiencias incluso fuera de las grandes ciudades.

En realidad, y hasta la aparición de los grandes nombres del género en Rosario como Fábregas, Blesio, Bustinza, entre otros, se escuchaban en la ciudad radioteatros porteños No era casual, ya que los mismos eran seguidos también en todos aquellos puntos geográficos de la Argentina donde llegada la frecuencia de cada emisora. De ese modo, Arsenio Mármol, con su exitosa “Estampas porteñas" y aún en la década del 40 con "La sangre de los jazmines", con la que haría furor en representaciones "en vivo" en el Cine Real, el Echesortu Palace y el Rex; Olga Casares Pearson-Angel Waik, Audón López, Juan Carlos Chiappe —que ya actuaba en los años finales de la década del 20 y muchas de cuyas obras, como "Una rosa de sangre sobre la arena", se convertirían en infaltables en los repertorios de los elencos de radioteatro de todo el país- y muchos otros, convivirían con los rosarinos hasta convertise como sus sucesores locales tiempo después de la vida cotidiana.

La mencionado serie de González Pulido iba a posiblitar, por emulación, la creación de uno de los primeros radioteatros integrales rosarinos, Rastros de la raza, escrito y dirigido por los hermanos Andrés y Domingo Rémoli, cuyo producto no se diferenciaba mucho de su original. Con una compañía en la que se alternaban los actores, los cantores y guitarreros y los conjuntos de música y danza folklóricas, para las que el pericón era siempre motivo de lucimiento final. El ciclo se emitía por LT1 y a pesar de su módica media hora de duración conseguía paralizar la actividad familiar en buena parte de la ciudad, deseosa de conocer la continuidad de una historia en la que la nobleza gaucha y el triunfo de los paisanos buenos sobre los malvados era proverbial.


Antecesor de los hermanos Rémoli fue Eduardo Ricart, iniciado como actor teatral en la década del 20, con un repertorio de neta raíz gauchesca. Aquellas obras, reales dramones camperos, con títulos como "El cura gaucho", "La estancia del gaucho Cruz" y otros, serían llevadas por Ricart a LT1 convertidas en radioteatro, entre 1931 y 1934. La temática siguió apasionándolo hasta casi el final de su larga carrera actoral y en la década del 60 era posible escucharlo aún en alguna de las radios de Rosario, encarnando el personaje de un ciclo unipersonal: El viejito Vizcacha.


También meritorio adelantado sería Tomás Prada, largamente ligado a la historia de la radiofonía en Rosario, que ya sobre el filo de los años 40, con la actriz y también libretista Rosita Goñi, aportaría la novedad de un ciclo de corte policial, que hacia 1937 incluía títulos ad-hoc como "John Wells, detective", "La danza del dije verde" o "El plano X-47", entre otros. Ya no muy lejos de los 50, Prada abordaría por LT8 otra temática cara al radioteatro: la de ambiente rural.

Juan Carlos Paleo, hombre de radio por definición y perseverante cronista de su historia tanto como de la música popular rosarina, recuerda su paso por aquella compañía, en una de esas obras: «En el año 45, trabajando con Tomás Prada me tocó hacer un papelito de boyero, en una obrita que se llamaba "Una escuelita en la pampa ", cuando ya don Jaime Yankelevich había comprado esa emisora. Yo hice el papel en el último capítulo, donde casi todo el libreto era mío, así que me rompí todo. Tenía hasta una muerte. ¡Siempre digo que me salió una muerte bárbara.'»

Aquella predilección por los temas cuyos escenarios eran la pampa, el campo, la agreste escenografía rural —todo detenido en el tiempo mágico de la imaginación que posibilitaba la radio-no iba a quedar reducida solamente a los pioneros. Incluso en los años de esplendor, treinta años después, los elencos más populares y calificados de Rosario iban a seguir buscando en esa inagotable cantera, de la que saldrían productos como El forastero que llegó una tarde, El domador que quería una estrella o Lisandro Fierro.

Fuente: Extraído de la Revista “Vida Cotidiana Rosario 1930/1960”